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Septiembre 2023 Edición

Los “más humildes” de estos

El don de la doctrina social de la Iglesia

Por: Greg Kandra

Los “más humildes” de estos: El don de la doctrina social de la Iglesia by Greg Kandra

¿Qué es la doctrina social de la Iglesia? En un principio, puede parecer el tema de un trabajo de secundaria que Santa Margarita te hubiera hecho escribir mientras estabas castigado en el colegio por mala conducta.

Pero, ¡espera! Es mucho más interesante de lo que podrías pensar. Es más, probablemente es algo que tú ya has puesto en práctica. Pero como sabía Santa Margarita, es importante comprender lo que la Iglesia enseña al respecto. Porque cuanto más aprendemos, nos sentiremos más inspirados a acercarnos con creatividad a aquellos en necesidad.

La doctrina de la Iglesia en asuntos de justicia, equidad y dignidad humana es uno de los pilares más importantes, y uno de sus grandes regalos para el mundo. Como lo dijeron los obispos de los Estados Unidos: “La enseñanza social de la Iglesia es central y elemental para nuestra fe.” El Catecismo de la Iglesia Católica lo pone de manifiesto: “Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos” (1397).

Sin embargo, si quieres ir a la esencia de las enseñanzas sociales de la Iglesia, solo necesitas meditar en estas palabras de Jesús: “Todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron” (Mateo 25, 40).

Es así de simple, y así de exigente.

Un mandato bíblico. Tendemos a pensar en la doctrina social de la Iglesia como algo relativamente nuevo, que comenzó cuando el Papa León XIII articuló la doctrina en su emblemática encíclica Rerum Novarum en 1891. Pero sus orígenes datan de mucho antes. Los obispos de los Estados Unidos señalaron:

Sus raíces se encuentran en los profetas hebreos que anunciaron el amor especial de Dios por los pobres y llamaron al pueblo de Dios a una alianza de amor y justicia. Es una enseñanza fundada en la vida y las palabras de Jesucristo, que vino a traer “la buena noticia a los pobres… libertad a los presos y dar vista a los ciegos” (Lucas 4, 18-19), y que se identificó a sí mismo con “el más humilde”, el hambriento y el extranjero (cfr. Mateo 25, 45). La doctrina social de la Iglesia está cimentada en el compromiso con los pobres.

Puedes encontrar una mayor explicación de este tema en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, publicado durante el pontificado de San Juan Pablo II en 2004. Y ciertamente, San Juan Pablo mismo resumió la enseñanza social de la Iglesia en 1999 al señalar que la base de la justicia social “se apoya en las tres piedras angulares fundamentales de la dignidad humana, la solidaridad y la subsidiariedad” (Ecclesia in America, 55).

¿Hay una forma más sencilla de comprender todo esto? Creo que sí, y comienza cerca del hogar.

Círculos concéntricos. Hace muchos años, a raíz de los eventos del 11 de septiembre de 2001, un miembro de la policía local vino a nuestra parroquia en la ciudad de Nueva York a impartir una presentación sobre cómo estar mejor preparados para una emergencia. Nos pidió que pensáramos en nuestras responsabilidades como un conjunto de círculos concéntricos. “En primer lugar”, dijo, “se encuentra un círculo más pequeño. Tu familia inmediata, las personas que viven en tu casa. Asegúrate de que tu familia inmediata está a salvo. Luego acude al siguiente círculo, afuera. Verifica cómo están tus vecinos. Pero tu prioridad debe ser el círculo más pequeño: Una persona, o una familia.”

Creo que ese modelo también puede servirnos para analizar la enseñanza social de la Iglesia. Inicia con la persona, tan solo un alma solitaria, y luego se expande a la comunidad y finalmente abarca a todo el mundo. Analicémoslos uno por uno.

1. Respeta la dignidad de toda persona. Esto no debería ser una sorpresa. Todo católico sabe que la vida es importante. Respétala, acéptala y valórala. Defiéndela, desde la concepción hasta la muerte natural. Y los obispos explican: “Creemos que cada persona es valiosa, que las personas son más importantes que las cosas y que se mide a cada institución en función de si amenaza o realza la vida y la dignidad de la persona.”

De esta idea central fluye nuestro respeto por los pobres y los vulnerables; nuestra preocupación por los derechos y la dignidad de los trabajadores; nuestra compasión por los pobres y los marginados. Creemos esto en lo más profundo de nuestro ser: Todos, sin importar su etapa de vida, han sido creados a imagen y semejanza de Dios, ya sea el vendedor del supermercado o el indigente que vive en la calle.

Esto también significa que somos responsables los unos de los otros. Cada uno comprende que “soy el guardián de mi hermano”. Recuerda la parábola del Buen Samaritano. Comienza cuando alguien le pregunta a Jesús “¿Y quién es mi prójimo?” y termina cuando Jesús manda a quienes lo escuchan diciendo: “Pues ve y haz tú lo mismo” (Lucas 10, 29-37). O para tomar prestado el himno del musical juvenil High School Musical, ¡estamos juntos en esto!

2. Muestra honor a tu familia y tu comunidad. El matrimonio y la familia son instituciones fundamentales que deben ser apoyadas, fortalecidas y animadas. Lo mismo sucede con las comunidades locales. Esto realmente es parte del concepto de la subsidiaridad, sostiene que las decisiones concernientes al cuidado de los unos por los otros se toman mejor al nivel más bajo posible, de manera más cercana a las personas afectadas por esas decisiones. Esto significa que “una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior” (Catecismo, 1883). A la larga, eso debe conducirnos a comprender nuestro lugar en el mundo, que al fin y al cabo es en relación de los unos con los otros.

Hace unos años presencié un bello ejemplo de esto, cuando estaba saliendo del trabajo para tomar el metro de regreso a casa. Me detuve en una panadería cercana para comprar una docena de panecillos. Mientras esperaba dentro de la estación del metro vi a un hombre indigente y anciano que movía una taza hecha con cartón, pidiendo alguna moneda. Le ofrecí uno de mis panecillos el cual él aceptó con entusiasmo y me agradeció. Luego se alejó por la plataforma. Cuando mi tren llegó y yo estaba apunto de subirme, miré alrededor para ver dónde había ido y lo observé al final de la plataforma. Estaba partiendo el pan en dos y dándole la otra mitad a otro hombre que se encontraba sentado en el suelo.

Me sentí profundamente conmovido: Un hombre que prácticamente no tenía nada le dio la mitad de lo que tenía a otro que tenía todavía menos. Eso era cuidar del bien común, medido en una pequeña comunidad de dos personas indigentes y hambrientas que vivían en la estación del metro. En esta situación se evidenciaba también algo vital de la enseñanza social de la Iglesia:

3. Expresar solidaridad. Somos una gran familia, y necesitamos trabajar juntos por el bien común. En una audiencia general de hace tres años, el Papa Francisco dijo que el principio de la solidaridad era más que necesario debido a la pandemia, que resaltaba la realidad de que nos necesitamos unos a otros. “Para salir mejores de esta crisis, debemos hacerlo juntos,” dijo, “juntos, no solos, juntos… O se hace juntos o no se hace” (2 de septiembre de 2020).

La solidaridad va más allá de simplemente ayudar a otros, explicó el Papa. “Es una cuestión de justicia” que requiere que cuidemos de las condiciones bajo las que muchas personas se ven obligadas a vivir. También significa que cuidemos y respetemos la tierra, la “casa común que Dios nos ha prestado” (Laudato Si, 232).

Ámense unos a otros. ¿Cómo es que todo esto impacta nuestra vida como cristianos católicos? ¿Podemos simplemente asistir a Misa, depositar un sobre en la canasta de la colecta y considerar que ya hemos realizado nuestro trabajo?

Bueno, en realidad, no. Una parte fundamental de la doctrina social de la Iglesia católica se encuentra justo en medio de su nombre: Social. Estamos llamados por medio de nuestro bautismo no solo a ser personas de fe y creyentes, sino también a ser activos en el mundo. A involucrarnos en las luchas y los sufrimientos de aquellos que nos rodean. Por extensión, eso significa que nos esforzamos por vivir imitando a Cristo.

Es importante mencionar que repetidamente los Evangelios nos muestran que Jesús no era simplemente un maestro o un hombre de oración. El Señor era un hombre de acción, él hacía cosas. Jesús viajaba, sanaba, tocaba, bendecía; él calmaba las tormentas y expulsaba demonios y reprendía a los cambistas de dinero. El Señor se involucraba con el mundo, en particular, con aquellos marginados —los pobres, los enfermos, los rechazados, los despreciados. Jesús cuidaba de los hijos más pequeños y débiles de Dios— y, como leemos en el Evangelio de San Mateo, se identificaba con ellos particularmente. “Todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron” (Mateo 25, 40).

Los postulados de la doctrina social de la Iglesia están entretejidos en los Evangelios, en las enseñanzas de Cristo y en la propia esencia de nuestra fe. No son opcionales, y la razón por la que no son opcionales es porque en última instancia se resumen en una simple palabra: Amor. Así lo dijo el Papa Benedicto: “La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia” (Caritas in Veritate, 2).

Lo que nos lleva de vuelta a Santa Margarita. En algún punto, podríamos haberla observado escribiendo en una pizarra “Dios es amor”. El secreto se ha estado escondiendo a simple vista en todo momento. Ese es realmente el corazón de la doctrina social de la Iglesia, y el corazón de nuestra vida como cristianos católicos.

Amor por los vulnerables, los marginados y los olvidados; la clase rechazada.

Las citas de los obispos de los Estados Unidos provienen de su documento “Sharing Catholic Social Teaching: Challenges and Directions,” (Compartir la doctrina social de la Iglesia: Desafíos e instrucciones”) disponible en inglés en usccb.org.

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