Los evangelios: Un mosaico divino
Cómo se escribieron los evangelios
Los cuentos de hadas comienzan diciendo: “Habíase una vez…” y las grandes novelas comienzan con una o dos frases que procuran impresionar al lector: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…” o bien, “En un agujero en el suelo vivía un hobbit”. Incluso los más famosos poemas comienzan de una manera que invitan a seguir leyendo: “Me gusta cuando callas, porque estás como ausente…” o bien “Volverán las oscuras golondrinas…” Estas frases introductorias nos llevan a entrar en un nuevo mundo imaginario en el cual poco a poco podemos encontrar nuevas formas de entender nuestra propia existencia y el mundo que nos rodea.
Por contraste, el Nuevo Testamento comienza de una manera muy sencilla: “Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mateo 1, 1). Para el oído moderno, una introducción como ésta no parece una invitación a entrar en una intriga, una aventura emocionante o una odisea sorprendente. Parece más una simple exposición de los antepasados de un líder religioso judío, cuya lista de antepasados fue impresionante. Sin embargo, el Nuevo Testamento es el libro más leído de todos los tiempos en todo el mundo.
¿Qué tiene la Sagrada Escritura que capta la atención de todos? ¿Qué ofrece este libro, que comienza de un modo tan poco estimulante, que al parecer nadie puede dejar de leerlo? En este artículo, queremos dar una mirada a la manera en que fueron escritos los libros de la Biblia, en especial los evangelios, y por qué tienen semejante poder, no sólo para despertar e iluminar la imaginación, sino también para transformar y elevar el corazón del creyente.
Las semillas del Evangelio. En los siglos pasados, muchos eruditos se dedicaron a estudiar cómo fueron escritos los evangelios y por qué nos han llegado a nosotros en la forma en que lo han hecho. Algunos aspectos de esta pregunta siguen sin respuesta, pero muchos otros han quedado perfectamente aclarados. Uno en el cual prácticamente todos concuerdan es que, desde su primera generación, la Iglesia primitiva tuvo un cuerpo de maestros reconocidos y autorizados. San Pablo, por ejemplo, se preocupó de verificar cuidadosamente, con los apóstoles, como Pedro, y los dirigentes de la Iglesia, como Santiago, las revelaciones que había recibido en sus propias oraciones (Gálatas 1, 12.18-19). Estos líderes fueron reconocidos como custodios de las enseñanzas de Jesucristo y como los encargados de guiar la Iglesia mientras ésta proclamaba el Evangelio a todo el mundo.
¿Cuál era el mensaje que los apóstoles y dirigentes debían proteger y proclamar? El mensaje estaba centrado en las maravillas que Dios había realizado a través de la vida, la muerte y la resurrección de su Hijo Jesucristo, nuestro Señor. Desde los primeros días, los diversos relatos de la pasión y la resurrección de Jesús habían sido muy atesorados entre los creyentes y los apóstoles los fueron llevando de iglesia en iglesia. Del mismo modo, los testigos oculares narraban una y otra vez los relatos acerca del ministerio público y las enseñanzas de Jesús y así iban llegando a todas las iglesias que los apóstoles habían establecido. Mientras todos estos testimonios y enseñanzas iban pasando de boca en boca, y de generación en generación, también iban quedando escritos en diversas formas y empezaban a circular entre unas y otras iglesias.
Un mosaico complejo, pero hermoso. En cierto punto, estas tradiciones escritas y orales fueron recopiladas en las iglesias principales, como la de Antioquía y la de Roma, y quedaron registradas de un modo más ordenado. Estos escritos inspirados llegaron a constituir las bases de los cuatro evangelios que nosotros conocemos. Los tres primeros se parecen en cuanto a la perspectiva y la secuencia con que fueron redactados, y por eso se llaman evangelios “sinópticos”, es decir, con la misma óptica.
Antes de seguir, una aclaración. Alguien pregunta: ¿Por qué a veces se dice “los evangelios” y otras “el Evangelio? ¿Cuántos son? La respuesta es muy sencilla: el “Evangelio de Jesucristo” es uno solo, es decir, en cuanto significa “la buena noticia” de la salvación. Pero esta buena noticia está presentada en cuatro escritos, como descripciones de la vida, la obra y las enseñanzas de Jesucristo, registradas por cuatro testigos diferentes, en diversas épocas: y en diversos lugares.
Por eso se habla de “el Evangelio según san Mateo” o “el Evangelio según san Juan”, refiriéndose a los autores, y lo que ellos describen es su percepción personal de la única realidad de lo que Cristo hizo y dijo durante su ministerio en la tierra. Ahora, la pregunta de por qué estos escritos se parecen tanto el uno al otro y sin embargo varían en aspectos muy importantes nunca se ha podido responder cabalmente, pero se pueden hacer algunas observaciones importantes al respecto.
Primero, en cuanto a las similitudes, se entiende en general que desde el principio la Iglesia había adoptado ciertos relatos importantes acerca del Señor Jesús como vitales para la predicación del Evangelio: los milagros, como la multiplicación de los panes y la tormenta calmada; las parábolas, como la oveja perdida y el sembrador; también había ciertas frases esenciales pronunciadas por Cristo que fueron trasmitidas de una generación a otra y que la Iglesia consideraba esenciales para identificar al Señor y su misión, por ejemplo “No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos” y “ha llegado a ustedes el Reino de Dios.”
Segundo, ha quedado establecido que los autores de los evangelios trabajaban con relatos que ya se habían escrito y que habían quedado establecidos de alguna manera más o menos uniformada. Los evangelistas habían obtenido y conservado los mismos relatos básicos, pero cada uno le dio una forma particular a sus narraciones, a fin de reflejar su propio entendimiento recibido del Espíritu Santo en oración, de modo que fueran útiles a los fieles cristianos a quienes querían dirigir sus escritos.
Por ejemplo, cuando Mateo, Marcos y Lucas cuentan el episodio del bautismo de Jesús en el río Jordán, se pueden observar varias diferencias (Mateo 3, 13-17; Marcos 1, 9-11; Lucas 3, 21-11). En el Evangelio según san Mateo, Juan el Bautista duda al principio de bautizar a su primo, mientras que en el relato de san Lucas, se aprecia que Jesús es bautizado junto con los demás. En las narraciones de Mateo y Marcos, pareciera que solamente Jesús vio al Espíritu Santo que descendía sobre él en forma de paloma, como para dar a entender que éste fue un evento profundamente interior e incluso privado en la vida de Cristo. Por el contrario, Lucas lo presenta como un acontecimiento visible para todos, como una proclamación más pública de la misión especial que Jesús venía a cumplir.
Si estas diferencias nos parecen sorprendentes, posiblemente convenga saber que los autores antiguos no consideraban que era importante relatar el mismo evento exactamente con las mismas palabras cada vez que lo repetían. En el Israel del siglo I no había cámaras digitales ni grabadoras, y las personas no se preocupaban tanto de la exactitud de los detalles, como lo hacemos hoy en día. Más bien, aceptaban el relato de un evento como una forma de “interpretación” que hacía el relator. Para los que escribieron los evangelios, la costumbre de relatar de diferentes formas los eventos ocurridos era una manera de poner énfasis en varios aspectos de la persona de Jesús y de lo que él había venido a hacer, y el resultado es un hermoso y detallado mosaico en el que vemos al Hijo de Dios, que ha quedado retratado en los cuatro libros diferentes que llamamos “los evangelios”.
Palabras para hoy día. En todo este proceso que pasaron los evangelistas de recolectar los escritos, rezar acerca de su significado y escribir cada uno de los evangelios en su estilo personal, no podemos dejar de maravillarnos al pensar en el nivel de entendimiento que tuvieron estos autores, así como de la profundidad del conocimiento que lograron adquirir acerca de Dios y de su manera de actuar. Claramente, los autores de los evangelios no se limitaban a escribir las historias acerca de Jesús que ellos habían recibido y no sólo estaban describiendo hechos concretos, sino que estaban utilizando estos relatos inspirados con el propósito de transmitir también verdades eternas y espirituales. Estos evangelistas, movidos por el Espíritu Santo y por la propia experiencia de Jesús que habían adquirido mediante la oración y el testimonio de sus iglesias, nos estaban contando no sólo lo que dijo e hizo el Señor allá por los años treinta de la era cristiana, sino también lo que Cristo quiere decirnos a los fieles de hoy.
Esta es la singular bendición que recibimos de los evangelios, y en realidad de toda la Escritura. Es cierto que el Espíritu Santo actuó en un lugar determinado y en una época particular con un grupo definido de escritores. Sin embargo, conforme ellos cooperaban con el Espíritu, los autores dejaron por escrito una revelación divina que traspasa las barreras del tiempo, el espacio, la cultura y el idioma y lleva consigo el soplo de la vida misma de Dios para todos aquellos que la leen o la escuchan.
¿Qué significa esto? Que el poder sanador de Cristo Jesús puede llegar a nosotros cuando leemos los relatos de las curaciones que él realizaba hace 2000 años; significa que las parábolas acerca de la conversión de los pecadores y la reconciliación con Dios pueden movernos ahora a nosotros a cambiar radicalmente de vida. Y lo más importante de todo es que podemos experimentar el amor de Cristo en forma directa y personal cuando leemos que él entregó su vida para salvarnos de la condenación y resucitó para inaugurar una vida nueva para todos los creyentes.
En los siglos que siguieron inmediatamente después de que se escribieron los textos del Nuevo Testamento, la Iglesia comenzó a reunir los cuatro relatos que contaban la historia de Jesús (ahora llamados “los evangelios”), las cartas de san Pablo, san Juan y otros, así como el libro del Apocalipsis, y empezó a considerarlos como la expresión auténtica de lo que el Espíritu Santo había enseñado. Por consiguiente, esta lista final de libros oficialmente aceptados como inspirados es fruto del instinto profético de todo el cuerpo de creyentes (la Iglesia) y de la guía del Espíritu Santo que inspiraba y guiaba a los pastores y maestros en la Iglesia.
La palabra de vida. En este artículo nos hemos remitido a la manera en que fueron escritos los evangelios, algo que a veces resulta un tanto técnico y poco inspirador. Pero sea lo que fuere que los estudiosos de la Biblia descubran, hay algo que no ha dejado de ser cierto: el Espíritu Santo es el que ha inspirado todo el proyecto; él es Aquel que movió a los primeros creyentes a poner por escrito sus propios recuerdos y lo que habían oído de lo que Jesús hacía y decía; el que movió a la Iglesia primitiva a recopilar estos relatos y resguardarlos; el que inspiró a los evangelistas a contar estos hechos concretos del modo particular en que cada uno de ellos lo hizo.
¿Por qué escogió el Espíritu Santo estos relatos y no otros? ¿Por qué les dio a los autores de los evangelios el entendimiento que tuvieron y los movió a escribir cuatro relatos diferentes de Jesús? Tal vez la mejor respuesta sea lo que nos dice el Evangelio según San Juan:
“Otros muchos signos hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en este libro. Se escribieron éstos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre” (Juan 20, 30-31).
Quiera Dios que todos lleguemos a creer en Jesucristo más profundamente y encontremos la vida en su nombre de un modo más pleno, mientras nos dedicamos a buscar y conocer al Señor en la Sagrada Escritura.
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