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Adviento 2021 Edición

¡Levanten la cabeza!

El Adviento es un tiempo de esperanza

¡Levanten la cabeza!: El Adviento es un tiempo de esperanza

Isabel respiró profundamente mientras apretaba las manos de su esposo. Estaba en labor de parto y las contracciones eran cada vez más intensas. Sentía un dolor tan fuerte que parecía casi agonizante, pero también sabía que había una luz al final de túnel; pronto estaría sosteniendo en sus brazos a su hijo primogénito. Así que, aunque temía cada contracción que seguía, sentía que la esperanza le daba fuerza.

El Adviento es un tiempo lleno de esperanza: Primero, la esperanza que es parte de la venida de Jesús como nuestro rey recién nacido en Navidad, y segundo, la esperanza que aún tenemos mientras aguardamos su regreso rodeado de gloria. En ambos casos, es una esperanza que está llena de alegría y expectativa, incluso en tiempos de sufrimiento, de una forma similar a como se sentía Isabel mientras esperaba que naciera su hijo.

En su carta a los romanos, San Pablo usaba la imagen de una mujer en labor de parto para describir la esperanza, que es la esencia del tiempo de Adviento: “Hasta ahora la creación se queja y sufre como una mujer con dolores de parto. Y no solo ella sufre, sino también nosotros… esperando ser adoptados… con lo cual serán liberados nuestros cuerpos” (Romanos 8, 22-23).

La esperanza es un don del Espíritu Santo. Es un regalo que nos ayuda a superar los tiempos difíciles con confianza, sabiendo que Dios está actuando para sacar algo bueno de ellos. Y es la clase de esperanza que Jesús nos llama a tener en el Evangelio de este domingo, cuando nos dice que levantemos la cabeza, incluso en momentos de gran conmoción. Podemos tener esperanza, nos dice, porque sabemos que Dios es capaz de sacar algo bueno de toda circunstancia, ya sea buena o mala.

Esperanza en medio de las dificultades. En el Evangelio de hoy, que se desarrolla no mucho antes de la Última Cena, Jesús habla sobre las guerras, hambrunas y la incertidumbre que tendrán lugar antes del fin de los tiempos. Aunque no sabemos si estamos viviendo ya ese momento, sí sabemos que el mundo experimenta mucha agitación. No solo estamos viviendo una pandemia mundial, también a nuestro alrededor vemos señales de división, odio e indiferencia. Incluso dentro de nuestro propio corazón podemos experimentar mucho temor: Por el futuro, nuestros hijos, el trabajo, la salud o seguridad, incluso por la Iglesia.

Pero en medio de todo el bullicio del mundo, e incluso mientras él se preparaba para su propio sufrimiento, Jesús nos dice que nos mantengamos firmes y levantemos la cabeza. ¿Por qué? Porque el Señor nos promete que “se acerca la hora de su liberación” (Lucas 21, 28). Nuestra redención, la liberación del pecado y del sufrimiento, está cerca. Jesús nos está diciendo que nos mantengamos firmes en su amor perfecto y en la esperanza, incluso en la alegría. También nos dice que su verdad puede liberarnos y convertirse en fundamento firme de nuestra vida.

Entonces, ¿de qué podemos regocijarnos en este momento? ¿Cuál es la base de nuestra fe?

Nuestra esperanza se basa en la verdad de que, sin importar lo que suceda a nuestro alrededor, Jesús sigue acompañándonos. Él vive en nosotros y nos concede una porción de su poder y su bondad en este momento.

Nuestra esperanza se basa en la verdad de que Jesús nos ha dado el más grande de los tesoros: Su Espíritu, que puede consolarnos, guiarnos, enseñarnos todas las cosas y darnos su paz.

Nuestra esperanza se basa en la verdad de que Jesús nos ha redimido y liberado del pecado. Esta es una verdad sólida e innegable de nuestra fe, aun cuando no nos “sintamos” redimidos. Solamente tenemos que mirar un crucifijo y apropiarnos de esta verdad.

Nuestra esperanza se basa en la verdad de que, a igual que Isabel, ¡sabemos cómo termina la historia! Jesús vendrá de nuevo para introducirnos en un cielo nuevo y una tierra nueva, donde no habrá más sufrimiento ni tristeza.

El fundamento de la esperanza es la bondad de todo lo que Jesús ya ha hecho por nosotros. O, como dijo San Pablo: “Si Dios no nos negó ni a su Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos también, junto con su Hijo, todas las cosas?” (Romanos 8, 32).

Mantenerse firmes en la esperanza. Sabemos lo fácil que puede ser perder la esperanza cuando estamos sufriendo un tiempo de prueba. La última cosa que queremos hacer es confiar en Dios cuando nuestra vida parece estarse desmoronando. Pero, es precisamente en estos momentos que Jesús desea que seamos perseverantes y ejercer el don de la esperanza. Eso se debe a que no es un deseo y es mucho más que una emoción. Es una perspectiva piadosa de la vida que nos ayuda a tomar decisiones piadosas. La esperanza nos exhorta a ver las cosas de la forma en que Dios las ve y a tomar decisiones basadas en esa visión.

• La esperanza confía en la fidelidad de Dios incluso cuando él no nos conceda todo lo que le hemos estado pidiendo.
• La esperanza cree en un Dios compasivo que será misericordioso con nosotros cuando nos encontremos con él cara a cara.
• La esperanza mantiene nuestros ojos fijos en Jesús, que ha cumplido todas las promesas que el Padre ha hecho.
• La esperanza no olvida que Jesús finalmente triunfará sobre el pecado, las adversidades y el dolor.

Así que, cuando sientas que la preocupación surja en tu corazón durante este Adviento, recuerda la promesa de Jesús: “Se acerca la hora de su liberación”. Recuerda, también, que cuando las dificultades de la vida se presenten, siempre tendrás dos caminos frente a ti.

Puedes levantar firmemente la cabeza confiando en el amor de Dios o puedes sentirte agobiado por las preocupaciones de la vida. Puedes decidirte por la esperanza o por la frustración. Si decides tomar el primer camino, encontrarás el consuelo y la guía del Espíritu Santo. Pero si decides seguir el segundo, te arriesgas a que “las preocupaciones de esta vida” te “entorpezcan” y caigas en pecado (Lucas 21, 34).

Ver con “ojos espirituales”. El Adviento es un tiempo de esperanza. Es un tiempo para ver la vida con “ojos espirituales” y descubrir lo que pueda estar oculto a nuestros “ojos humanos”. Es tiempo de ver al niño recién nacido y encontrar en él al Salvador que ha prometido regresar en gloria. También es un tiempo para vernos como un pueblo que ya ha sido redimido, incluso mientras aguardamos nuestra salvación plena en el cielo. Al igual que la nueva madre que pasa por los dolores de parto y espera con ilusión el nacimiento de su hijo, también podemos esperar con alegría, seguros de que “se acerca la hora de la liberación” (Lucas 21, 28).

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