Las Posadas
La fe de un pueblo en crecimiento. Por Miguel Arias
La cultura de un pueblo se manifiesta tanto en su estilo de vida como en la manera en que este pueblo se relaciona con Dios y con las demás personas. Entre las manifestaciones religiosas y culturales del pueblo mexicano no pueden pasarse por alto las Posadas.
Las Posadas reflejan la cercanía no sólo de Dios con el pueblo, sino la del pueblo mismo, que celebra el hecho de que Dios viene a nosotros continuamente, como Dios de paz y Dios de amor.
Los orígenes. Esta tradición de origen mexicano, extendida ahora a los países de América Latina y celebrada ampliamente en los Estados Unidos de América, comenzó gracias a la creatividad misionera de los agustinos que vivían en el Convento de Acolmán (Estado de México, México). Ellos, al reconocer que los aztecas tenían ya una tradición de juego de pelota durante nueve días, que a veces degeneraba en violencia, cristianizaron esta costumbre de forma creativa y desarrollaron una celebración de paz y alegría, en la que durante nueve días se recordara la ternura de Dios que se había encarnado y a la vez fuera una herramienta de evangelización, que también incorporara el drama, el movimiento, la música y las decoraciones, aspectos muy queridos por los nativos mexicanos.
Las Posadas son celebraciones populares que en sus nueve días representan los nueve meses que Jesús estuvo en el vientre de María. El tema central es la angustia de dos padres, José y María, que no tienen un lugar digno para su hijo que está a punto de nacer. Van pidiendo posada y, al no encontrar ningún lugar, el Niño Jesús, el Hijo de María y José, nace en un establo y lo recuestan en un pesebre. San Lucas nos cuenta, de una manera que no puede ser más hermosa y dramática (2,1-21), que en Belén, la ciudad de David, nos nació el Salvador.
Las Posadas reviven no sólo el folclore popular, sino también la oportunidad de peregrinar y recordar la esencia misma de la Iglesia: una comunidad peregrina. Así, el Pueblo de Dios recibe la promesa de la Encarnación y camina a la espera de la segunda venida de Nuestro Señor; por eso, en el contexto de su natividad, la Iglesia canta: “¡Ven Señor, no tardes!”
Quiénes participan. Las Posadas requieren la participación del pueblo y en especial, de dos personas que hagan el papel de José y María. La comunidad se reúne en un lugar determinado y comienzan a caminar guiados por José y María, rezando el Rosario y cantando villancicos hasta llegar al lugar donde pedirán posada. Ahí, tras haber concluido los cinco misterios, se rezan las Letanías a la Virgen y, posteriormente, el grupo se divide en dos. Un grupo se queda fuera, acompañando a José y María, y el otro entra en la casa que recibirá a los santos peregrinos cuando pidan posada. Al día siguiente, la casa que alberga a los peregrinos será el punto de partida para la nueva jornada.
Hay lugares en los que no se acostumbra que dos personas se “revistan” de José y María, sino que carguen sobre sus hombros dos estatuas que representan a los peregrinos: José caminando y conduciendo al borrico sobre el cual va montada María. Al mismo tiempo, alguien va guiando el Rosario y entonando los villancicos propios de la época.
No hay duda de que esta celebración es parte de la espiritualidad del pueblo que, acompañando a los peregrinos, se solidariza con ellos en la búsqueda de un lugar para Jesús y, a la vez, sienten consigo mismos la compañía de Dios, que se solidariza con nosotros en nuestro andar por la historia. Esta misma dimensión de acompañamiento puede verse también en el Vía Crucis del Viernes Santo cuando, una vez más, el pueblo acompaña a Jesús, esta vez al Calvario, donde llevará a cabo la promesa de la redención mediante su muerte en la cruz.
Aspectos pastorales. A lo largo de mi experiencia pastoral he observado que la primera generación de emigrantes aún guarda un fuerte sentido religioso respecto a esta celebración de las Posadas. Se mantiene lo que es la celebración de la fe: comunidad, Rosario, peregrinación, cánticos y el compartimiento del atole (bebida típica), los tamales y las piñatas; pero es común que las generaciones más jóvenes no tengan un sentido religioso tan fuerte como éste en torno a la celebración de las Posadas, y hacen de éstas cualquier cosa, menos lo que realmente son: acompañar a José y María hasta encontrar un lugar para que nazca Jesús. Para que la Posada sea auténtica hay que reunirse, orar, cantar y catequizar, sea por los símbolos, por la catequesis en sí misma o por la participación del pueblo.
La celebración de las Posadas comienza el 16 de diciembre y concluye el 25 de diciembre. Dependiendo de las comunidades (sobre todo en zonas rurales o de misión), las celebraciones se organizan a nivel parroquial, de barrios o familias y la gente suele reunirse según el genio y la tradición: oran, cantan, piden posada, comparten y rompen piñatas.
Piñatas y pastorelas. En su origen mismo, la piñata fue un instrumento catequético usado para representar los siete pecados capitales, que nos impiden ver la riqueza de la gracia. Esta actividad está llena de símbolos y analogías. La piñata es normalmente una olla de barro o cartón cubierta de papel maché muy colorida y con siete puntas o picos que representan los siete pecados capitales; además está llena de dulces, que representan la gracia de Dios; la venda en los ojos representa la fe, el palo representa el Evangelio o la ayuda de Dios y los que animan representan la comunidad católica.
El acto de romper la piñata puede interpretarse más o menos de la siguiente forma: Cada uno, con una fe ciega (ojos vendados) en la ayuda de Dios (el palo), se dispone a combatir el pecado (tratando de golpear la piñata), mientras sus hermanos le ayudan indicándole el camino a seguir para lograrlo más fácilmente (los gritos de la gente); cuando finalmente logra vencer al pecado (rompiendo la piñata), la gracia de Dios (los dulces) se derrama sobre su vida. Ahora, las piñatas se han hecho muy populares en las fiestas de cumpleaños, pero son típicas de la época de Navidad y no hay que dejar pasar su dimensión catequética, indistintamente del grupo de participantes.
En las pastorelas se representan las dificultades que tuvieron los pastores para llegar a adorar al Niño Jesús, nacido en Belén. Por el camino tienen que luchar contra los demonios que, representando los siete pecados capitales, les imponen todo tipo de trampas, obstáculos y tentaciones para hacerlos desistir. El Arcángel San Miguel libra una intensa batalla contra Lucifer y finalmente lo derrota. Se trata de una confrontación entre el bien y el mal, de la que se desprenden ciertas lecciones obvias.
Otras variantes. Cuando las Posadas se viven en un ambiente multicultural, la conclusión de la novena puede unirse a un concierto de música navideña en la parroquia, justo antes de la Misa de Medianoche. Esto facilitará no sólo la expresión y el ingenio de cada pueblo sino, también, un marco respetuoso de crecimiento y preparación a la liturgia de Navidad, que romperá la espera con el “Venid y adoremos”, que será el punto de unión entre la tradición popular y el inicio de la temporada de Navidad, porque el Dios de la paz ya ha nacido y está entre nosotros.
Una experiencia así nos recuerda no sólo que la Santa Misa sigue siendo el lugar ideal para la catequesis sino que, por medio de ella, unificamos las tradiciones y celebramos la Posada más hermosa que jamás hayamos recibido: que Dios, al hacerse uno de nosotros en la Persona de Jesucristo, nos dio posada en su divinidad, en el cielo, para que nosotros le demos posada a Él, a sus hijos e hijas, en esta tierra desnuda de todo, pero no de cielo.
La enseñanza. Las Posadas nos hacen recordar las dificultades que pasaron José y María antes de que Jesús naciera, y este recuerdo ha de llevarnos a reflexionar acerca de nuestra preparación personal para recibir al Niño Jesús. El sentido de la novena es prepararnos para ser mejores personas y abrirle las puertas de nuestro corazón al Salvador. El caminar por la calle rezando y cantando, nos hace recordar nuestro peregrinar por la vida, para evangelizarnos en familia y evangelizar a nuestro paso. La comida y los dulces que se ofrecen hablan del gusto de compartir con los demás la alegría de estar esperando a Jesús que viene a nosotros. Romper la piñata significa el deseo de romper con la vida de pecado y dejarse inundar con los dones de Dios, representados por los dulces o frutas que salen de ella.
Un desafío pastoral es dinamizar la tradición de tal manera que se mantenga en su sentido original, pero que también crezca en el sentido catequético. Si la catequesis es la profundización en el mensaje de Jesucristo, la celebración de las Posadas nos ofrece una oportunidad ideal para que, entre las letanías a María y el rezo de los cinco misterios del Rosario haya un momento de catequesis. Se puede hacer una lectura y catequesis bíblica de las narraciones de la infancia de Jesús, que aparecen en los dos primeros capítulos del Evangelio de San Mateo y del Evangelio de San Lucas. El equipo que organice las Posadas podrá distribuir y asignar los textos de tal manera que la gente los conozca, los distinga y aprenda también a llevarlos a su propia vida. Un buen recurso para una catequesis bíblica en este contexto es el librito Alegría para el mundo–Mateo 1-2 / Lucas 1-2 (Loyola Press (800) 621-1008; http://www.loyolapress.com/mateo-1-2-lucas-1-2-alegria-para-el-mundo.htm).
Miguel Arias es mexicano, catequista, padre de familia, autor del libro “Santos Americanos” y Consultor para el Ministerio Hispano en Loyola Press.
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