Las mejores promesas de
Dios puede transformar tu corazón
En 1870, un inventor danés de nombre Rasmus Malling-Hansen presentó la primera máquina de escribir. Era una maravillosa invención, una gran mejora sobre el lento y tedioso trabajo de imprimir escritos con tipografía móvil y el trabajo más lento aún de escribir a mano con pluma y tinta. Fue considerada una innovación tan magnífica que un escritor de la época la alababa diciendo: “Esta máquina es nueva y eficiente y me ayuda a organizar mejor mis ideas y hasta influye en mis razonamientos y mi manera de pensar.” ¿Qué mejor que eso?
Pero sí hubo algo mejor: el primer programa de procesamiento de textos fue difundido en 1979, seguido de cerca por las computadoras de sobremesa y luego las portátiles conectadas a Internet. Hoy en día, estos aparatos han llegado a ser tan pequeños que algunos caben en el bolsillo y con ellos también se pueden hacer llamadas telefónicas. En 1870, nadie pudo haberse imaginado que una tecnología tan potente y de tan gran alcance fuese siquiera concebida.
Tal vez los antiguos israelitas pensaban algo parecido cuando reflexionaban en la alianza que Dios había hecho con ellos. ¿Qué cosa mejor habría que ser el pueblo escogido como propio por Dios Todopoderoso? Moisés mismo preguntó: “¿Qué nación hay tan grande que tenga los dioses tan cerca de ella, como tenemos nosotros al Señor nuestro Dios cada vez que lo invocamos?” (Deuteronomio 4, 7).
Con todo, Dios tenía algo más en mente: establecer una nueva alianza que cambiaría más profundamente la vida de las personas y que sería tan amplia que abarcaría, no solo la nación de Israel, sino todos los pueblos de la tierra. Sería tan diferente que el profeta Jeremías declaró: “Yo, el Señor, he creado algo nuevo en este mundo” (31, 22). Sería como si Dios creara completamente de nuevo a su pueblo. Por eso, exploraremos de qué modo es mejor esta nueva alianza que la anterior, pero más importante que eso es que veremos cómo podemos recibir sus bendiciones.
Sellada con la Sangre de Jesús. La Sagrada Escritura, así como la tradición antigua, afirman claramente que para que se establezca una alianza, se necesita una persona que sea mediadora. En el Antiguo Testamento, Moisés y más tarde los sacerdotes que servían en el templo eran los intermediarios entre Dios y su pueblo. Por medio de las oraciones y los sacrificios que ofrecían, la gente podría mantenerse conectada con Dios y entre unos y otros.
Pero había una dificultad: así como el pueblo de Israel tenía limitaciones, también los sacerdotes, mediadores de la alianza, eran limitados. Los sacrificios que ofrecían podían obtener el perdón de los pecados del pueblo, pero no podían ayudar a las personas a doblegar completamente su tendencia al mal, lo cual significaba que había un ciclo interminable de pecado y sacrificio, pues la gente seguía intentando cumplir los mandamientos del Señor aunque sin lograrlo. Para que esto cambiara, se necesitaba una acción de Dios, no del pueblo y ni siquiera de los sacerdotes. Y eso fue precisamente lo que sucedió.
Jesús, el Hijo de Dios, fue el mediador de la nueva alianza; pero en lugar de quedar sellada con la sangre de un animal sacrificado, esta alianza fue sellada con la propia Sangre de Cristo; y en lugar de que actuara un sacerdote pecador, el mediador vino a ser Jesucristo mismo, que fue perfectamente obediente a su Padre, porque ofreció su propia Sangre y así nuestros pecados son perdonados y eliminados. Por ser divina e inmaculada, la Sangre de Cristo tiene el poder de llegar a lo más recóndito del corazón humano y limpiar nuestra conciencia; pero más importante que esto es que tiene el poder de unirnos a Dios con un vínculo que ningún otro sacrificio podría alcanzar.
¡Esta es una alianza mucho mejor que las anteriores! ¿No es acaso una inmensa bendición ser bienvenido a esta nueva amistad con Dios? Tal vez cueste creer que Dios sea tan generoso con nosotros y contigo, pero es la verdad. Tal como lo hizo con Abraham, el Señor tomó la iniciativa y se dignó bajar a este mundo y te trajo a su lado.
Una mejor alianza, mejores promesas. La Carta a los Hebreos dice que esta nueva alianza está “basada en mejores promesas” que las anteriores (Hebreos 8, 6). ¿Cuáles son estas “mejores promesas”?
En primer lugar, el Señor promete que escribirá sus leyes en nuestro corazón (Hebreos 8, 10). En el primer pacto, Dios tomó a los israelitas “de la mano”, los sacó de la esclavitud y los llevó a la libertad; luego los guió y les dijo a dónde debían dirigirse. Pero ahora, el Señor nos va guiando desde nuestro interior, pues ha implantado su modo de actuar y sus mandamientos en el corazón de sus hijos. Así pues, conforme buscamos al Señor en la oración y en su Palabra y celebramos los sacramentos con un corazón expectante, podemos experimentar que el Espíritu Santo nos habla y nos guía; podemos sentir que nos ablanda el corazón para que adoptemos sus caminos con amor y experimentemos su gracia que nos transforma en su propia imagen. En otras palabras, ¡Dios está en nosotros, no solo con nosotros!
Segundo, Dios promete que cada uno de nosotros “desde el menor hasta el mayor” puede tener un encuentro profundo y personal con él a través del don de su Espíritu Santo (Hebreos 8, 11). En la primera alianza, el Espíritu descendió sobre personas escogidas para que llevaran a cabo sus designios. El Espíritu actuaba por medio de reyes, profetas y sacerdotes, todos los cuales desempeñaban funciones específicas en la conducción de la nación; pero ahora, el Espíritu Santo ha sido derramado sobre todos los que creen, no solo unos pocos escogidos. Cada creyente, sea rico o pobre, educado o analfabeto, hombre o mujer, niño o adulto, puede conocer personalmente a Dios.
Y, en tercer lugar, gracias a que Jesús derramó su Sangre preciosa, Dios ha prometido perdonarnos y no recordar más nuestros pecados (Hebreos 8, 12). Cuando nos confesamos, nuestros pecados desaparecen, se olvidan, se sumergen en el mar de la misericordia de Dios y él nunca nos los va a sacar en cara. Más aún, como él ya se ha olvidado de ellos, no tenemos por qué sentirnos agobiados por las culpas ni la vergüenza de nuestro pasado. ¡Podemos ser libres!
La gracia actúa en nosotros. Hasta ahora, hemos analizado principalmente la parte que le toca a Dios en la nueva alianza: su gracia, sus promesas, su amor. Pero nosotros también tenemos un papel que desempeñar. Dios espera que tratemos de cumplir sus mandamientos y amar al Pueblo de Dios como él nos ama a nosotros, especialmente aquellos que sufren o son necesitados. Para esto, nos invita a que cada día abramos el corazón a la acción de su Espíritu y dediquemos tiempo a aprender a escuchar su voz en la oración.
Entonces, ¿cómo podemos vivir en la práctica nuestra parte del pacto? Aquí es precisamente donde entran en juego las “mejores promesas”. El Señor ha prometido darnos su gracia, es decir su propio Espíritu Santo, para que implante en nosotros un corazón nuevo y nos infunda la fuerza necesaria para cumplir fielmente sus mandamientos.
Esta gracia está disponible para nosotros día tras día y a veces la podemos percibir cuando nos acercamos a Dios en la oración, cuando surge en nosotros la fortaleza del Señor cada vez que nos negamos a ceder a una tentación y nos dejamos guiar por el amor y no por el pecado. También podemos sentir la gracia y el amor de Dios cuando cuidamos a otra persona, cuando perdonamos a alguien o pedimos perdón, y más que nada, percibimos la gracia de Dios muy cerca de nosotros cada vez que nos reunimos en torno al altar para celebrar la Nueva Alianza de Cristo Jesús, nuestro sumo y eterno sacerdote.
Dios se ha comprometido conmigo. Cuando oímos hablar de la alianza de Dios, por lo general creemos que eso es algo que Dios ha hecho para toda la humanidad, o bien que se refiere solo a la relación de Cristo con la Iglesia. Por supuesto, estas declaraciones son verdaderas y son verdades maravillosas; pero cada uno de nosotros es parte esencial de la Iglesia, lo que significa que Jesús ha establecido este pacto en forma individual conmigo y contigo, así como con todos los que han sido bautizados en su nombre.
Así que nunca olvides que Dios ha escrito su ley en tu corazón; nunca olvides que él ha entrelazado su gracia en el tejido mismo de tu ser y te ha hecho una nueva creación, de manera que tú tienes el potencial de elevarte por encima de la tentación; tienes el potencial de percibir la guía del Espíritu cuando estás confundido y su misericordia cuando caes en falta o pecado. Y lo mejor es que tienes el potencial de glorificar a Dios en tu vida. Como dijo San Pablo, cuando somos débiles, él es fuerte, y todo porque tú fuiste bautizado en la Nueva Alianza con Cristo.
Gloria superlativa. ¡Gracias a Dios que ahora vivimos bajo un mejor pacto con mejores promesas y sellado con la Sangre preciosa de Cristo Jesús! Y es no solo una mejor alianza, sino ¡la mejor que pudiéramos imaginar! No hay nada que pueda superar su gloria, al menos hasta que Jesús regrese y nos lleve al cielo para estar con él para siempre.
En treinta años más seguramente veremos computadoras más sofisticadas, avanzadas y poderosas que las que vemos ahora y una tecnología muy superior a lo que podemos imaginarnos. Pero hay algo de lo que podemos estar seguros: Nunca veremos algo superior a lo que Dios ya ha hecho por nosotros en Cristo Jesús, nuestro Señor.
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