La violencia del narcotráfico: Testimonio de un católico en Monterrey
Por Javier Noriega
Permítame presentarme. Soy Javier. Tengo 36 años, soy mexicano, católico y felizmente casado por casi 11 años con una hermosa y gran mujer. Tenemos dos hijas preciosas, de 8 y 6 años de edad.
Como familia, buscamos a Dios, frecuentamos los sacramentos y procuramos vivir nuestra fe de una forma activa y comprometida. Sin embargo, al igual que muchos, trabajamos cada día en nuestra propia conversión, luchando contra nuestras propias limitaciones y contra toda la influencia negativa que nos viene desde el exterior, donde el demonio, a través de todo medio posible, intenta distraernos —a nosotros como pareja y también a nuestras hijas— del camino que nos lleva a Dios.
En septiembre de 2010 cumplí 25 años de haber llegado a vivir en Monterrey, ciudad grande e industrial situada en el noreste de México; una ciudad donde uno se debe conducir con todos los cuidados de una metrópolis de estas dimensiones, pero siempre en relativa paz.
Sobreviene la intranquilidad. La triste realidad de la violencia que provocan las células del crimen organizado la empezamos a sufrir en Monterrey en el año 2006. En un inicio, la violencia se daba entre los mismos grupos de delincuentes, e incluso entre los criminales y las fuerzas policiales, pero nunca o rara vez se desbordaba hacia la población civil. Uno podía seguir desarrollando su vida normal, salir de noche a cenar o convivir, siempre circulando por avenidas iluminadas y evitando adentrarse en rumbos tradicionalmente peligrosos. Haciendo esto, todo estaba relativamente bien.
Pero después de 2006, la violencia ha ido en aumento cada año, llegando a niveles en los que, como sucede ahora en 2010, ya afecta a la población civil y a gente inocente, y de muchas formas: desde el robo violento de autos, el secuestro y hasta la extorsión. Ahora, toda la población se ha visto forzada a cambiar sus hábitos y costumbres, evitando salir de noche o viajar por ciertas carreteras. Incluso ya hay gente que ha optado por irse de Monterrey y de México y mudarse a otras partes del mundo, buscando un lugar donde vivir en paz como familia.
En los diarios y revistas, aparecen todos los días comentarios, editoriales y artículos argumentando los motivos del por qué hemos llegado a la situación en la que estamos y cómo se podría haber evitado. Se pueden escuchar propuestas para resolver el problema de raíz, como fomentar más el deporte entre los jóvenes, pagar sueldos más dignos a los policías, mejorar la formación de los maestros y con ello mejorar la calidad de la educación que se imparte en nuestras escuelas. Todas ellos son propuestas muy válidas; sin embargo, la realidad es que ya estamos sumergidos dentro del problema y nos ha rebasado por completo. El corazón de muchos, muchos hombres se ha corrompido y se ha cegado por la avaricia; el deseo desordenado de poder y dinero ha llegado a apoderarse de sus conciencias en forma tan brutal, que la situación no podrá remediarse única y exclusivamente mediante programas de asistencia social.
La mejor solución: la oración. Es por ello, que para hacer frente a una problemática tan fuertemente influenciada por el maligno, estoy convencido de que sólo una solución divina es la que podrá devolver la paz, y esa solución es la ORACIÓN.
Son muchas las voces que se han levantado en armas espirituales, llamando a la oración individual y colectiva para pedir la ayuda de Dios. Innumerables hombres, mujeres, padres y madres de familia, consagrados, sacerdotes, religiosos y religiosas están haciendo oración con este propósito. Cito algunos ejemplos: Desde hace ya varios meses, la Arquidiócesis Primada de México desarrolló una oración para ser rezada al final de cada Sagrada Eucaristía que se celebra en nuestro país. Ésta dice:
Señor Jesús, Tú eres nuestra Paz. Mira nuestra Patria dañada por la violencia y dispersa por el miedo y la inseguridad. Consuela el dolor de quienes sufren. Da acierto a las decisiones de quienes nos gobiernan. Toca el corazón de quienes olvidan que somos hermanos y provocan sufrimiento y muerte. Dales el don de la conversión. Protege a las familias, a nuestros niños, adolescentes y jóvenes, a nuestros pueblos y comunidades. Que, como discípulos misioneros tuyos y ciudadanos responsables, sepamos ser promotores de justicia y de paz para que en Ti, nuestro pueblo tenga una vida digna. Amén.
También, un querido hermano sacerdote, el Padre Ernesto María Caro, ha elaborado un programa de oración especial llamado “En la Brecha: Frente de Oración”, para ser rezada con un fervor especial cada día jueves. Se puede consultar en: www. evangelizacion.org.mx/enlabrecha/
Oración por radio y teatro. Otros dos hermanos, Alberto Mata y Juan Lara, que hace unos meses iniciaron una estación de radio por Internet, llamada Radio Doxa (www.radiodoxa.com), se han unido a la iniciativa En la Brecha y cada semana tienen reservado todo el día jueves en su estación para que cada hora se repitan las oraciones del Frente de Oración, con ayuno y oración ante el Santísimo, viviéndose ésta en forma simultánea en la Parroquia de la Santa Cruz, de la cual el Padre Caro es Párroco.
Por mi parte, durante este año, he tenido la grata experiencia de participar junto con un grupo de hermanos en el montaje de una obra de teatro musical, acerca de la vida y obra de Su Santidad Juan Pablo II. Nosotros, como grupo, hemos tomado esta obra de teatro como un apostolado, como una forma de evangelizar y llevar a todos los que nos vean un mensaje de paz.
En medio de todos estos momentos de tragedia e inquietud, he tenido muy presente el Salmo 91, el cual rezábamos mucho en familia cuando yo era pequeño. Presento unos fragmentos a continuación.
Fragmento del Salmo 91
Ya que has hecho del Señor tu refugio, y del Altísimo tu lugar de protección, no te sobrevendrá ningún mal, ni la enfermedad llegará a tu casa. Pues él mandará que sus ángeles te cuiden por dondequiera que vayas; te llevarán en sus manos para que no tropieces con piedra alguna. Podrás andar sobre leones y serpientes; sobre leoncillos y dragones.
Este Salmo es Palabra de Dios, y Su Palabra es Verdad. Si realmente creemos en sus promesas, podemos tener total confianza en el Señor y abandonarnos a su protección.
Y no nos olvidamos de la Santísima Virgen María, teniendo siempre presente, como mexicanos, que nuestro país está consagrado a ella en su advocación de Nuestra Señora de Guadalupe. A ella le encomendamos todas nuestras dificultades, y confiamos también en su protección y su amorosa intercesión por nosotros: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás por ventura en mi regazo? No te apene ni te inquiete otra cosa.” (Nican Mopohua, cuarta aparición).
Por lo pronto, mantengámonos unidos y en lucha, en el frente de oración, no sea que después se diga de nosotros: “Busqué quién se pusiera en la brecha, en favor de la tierra, pero no he encontrado a nadie” (Ezequiel 22,30).
Nota editorial: En La Palabra Entre Nosotros nos ha parecido que este testimonio puede servir de estímulo para que todos los que presenciemos actos de violencia como éstos, en cualquier familia, pueblo o ciudad, nos sintamos movidos a unirnos, con espíritu de oración, a las plegarias personales y comunitarias aquí propuestas, para pedir la intercesión de la Santísima Virgen María, Reina de la Paz, para que el Señor de la Misericordia y el Perdón intervenga para poner fin a la guerra, el terrorismo, el aborto, el narcotráfico y todo tipo de violencia en todos los países. ¡Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz has redimido al mundo!
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