La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Febrero 2012 Edición

El proceso de renovación en la práctica

La transformación de una parroquia católica

El proceso de renovación en la práctica: La transformación de una parroquia católica

Iniciado ya el proceso de renovación de nuestra parroquia, había que ver cómo se pasaba del concepto teórico a la viven­cia práctica, lo cual efectivamente sucedió. . .

Estoy convencida de que aquello que realmente produjo la transfor­mación de nuestra comunidad fue la obra del Espíritu Santo, a través de una visión de renovación catequética de conjunto, que tanto el párroco como el personal administrativo y los responsables de los diferentes minis­terios conocieron, entendieron, experimentaron, creyeron, y finalmente se comprometieron con ella y la compartieron con entusiasmo. Asimismo, estoy convencida de que fue muy importante la formación continua que los líde­res recibieron en respuesta a su vocación como laicos, así como la dinámica de comunicación y diálogo que se aplicó en las sesiones de formación con los participantes.

Cómo se produjo la transforma­ción. El proceso de transformación que ahí se pudo experimentar no fue resultado de la implementación de métodos innovadores que nadie conociera. Es más, lo que ahí se dio fue lo que precisamente muchos edu­cadores y estudiosos de la Biblia han escrito, enseñado y practicado desde tiempos atrás.

La diferencia en este proceso de formación, es que no sólo se ofre­ció a la comunidad lo que se “debe hacer” en cuestión de fe cristiana, sino el “cómo hacerlo”. El proceso se desarrolló mediante reuniones de diálogo, en las que se trataban temas de interés para los adultos; por ejem­plo, a los padres de familia, que se veían presionados por una socie­dad violenta que amenazaba la vida de sus hijos, sin duda les atraía más el ser invitados a una reunión donde aprendieran y compartieran con otros adultos acerca de cómo Dios comunica aptitudes prácticas para transmitir los valores cristianos, tan necesarios en el mundo actual, que el anuncio de que el próximo viernes se iniciarían las “clases de Biblia” (sin menospreciar el gran beneficio que las clases de Biblia pueden traer a cada persona). El propósito aquí es resaltar que la clave no está tanto en “lo que” se comunica a la gente, sino en el “cómo” se le comunica.

La vivencia de valores. Esta nueva visión catequética para la comunidad parroquial estuvo basada en la viven­cia práctica de los valores cristianos. A cada mes del año se le asignó un valor y cada semana se entregaba a los participantes una hoja con dos o tres habilidades diferentes para ayu­darles a vivir dicho valor en forma tanto personal, como familiar, en el trabajo y en la comunidad. El boletín parroquial ofrecía cada semana un relato que presentaba una reflexión más profunda del valor que se vivía esa semana. De la misma manera, se organizaban eventos comunita­rios y celebraciones de religiosidad popular, como la Fiesta a la Virgen de Guadalupe, las posadas, proce­siones y peregrinaciones, en las que todos los miembros de la familia y la comunidad parroquial trabajaban y disfrutaban juntos.

El programa de vivencia de valo­res fue diseñado en el contexto del Año Litúrgico y de las seis tareas de la catequesis que presenta el Directorio General para la Catequesis (DGC). Esto se realizó de la siguiente manera: las reuniones comenzaban con una convivencia, donde unos a otros se daban la bienvenida y com­partían bebidas y bocadillos. Luego se hacía una oración que los invi­taba a preparase a la reflexión, para lo cual se enseñó a los catequistas a usar palabras sencillas y conocidas de la comunidad y evitar el lenguaje “de la Iglesia.”

Después de la oración, se invitaba a compartir en grupos pequeños las experiencias, logros y desafíos vivi­dos durante la semana en relación a los valores que se habían practi­cado. Luego se pasaba a la reflexión y la promoción del conocimiento de la fe, la cual significaba conocer al Cristo de la historia, su vida, el con­tenido de su mensaje y la revelación propia de Dios a través del Cristo de la fe.

El propósito aquí era poner a los participantes “no solo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo (DGC, 80).” Este seguimiento era presentado por los catequistas a través de diversos métodos y dinámicas, que regular­mente contenían cantos y reflexiones sobre símbolos a través de los cuales Dios se revela y se comunica de una forma personal con el ser humano. Estas presentaciones se apoyaban tanto en la Biblia como en los docu­mentos de la Iglesia y en los signos litúrgicos.

Por último y antes de la oración final, se presentaba la nueva habili­dad que se practicaría en la semana, que contenía la enseñanza moral que debía ser parte integral de los segui­dores de Jesús, enfatizando siempre la práctica de las habilidades, que incluían la oración, la lectura y la meditación diaria de la Palabra de Dios. Las acciones que se hicieran durante la semana serían el mejor ejemplo del trabajo del espíritu misionero que movía a los partici­pantes a salir a impactar la vida de los demás con el Evangelio.

El eje de nuestra parroquia sigue siendo la espiritualidad de “corres­ponsabilidad” con Dios, o sea, ser agradecidos con Dios por los muchos regalos que nos ha otorgado, recono­ciendo, nutriendo y compartiendo esos dones con los demás.

Nuevos horizontes. En el verano del 2002, el párroco padre Rafael Partida, fue asignado a una nueva parroquia y en enero del siguiente año acepté la invitación del Reverendísimo Obispo Gerald R. Barnes a unirme al equipo de trabajo diocesano en el área de servicios educativos, en la cual tra­bajé por aproximadamente cinco años. El aceptar esta posición como líder diocesano me brindó la oportunidad de completar mi maestría en Ministerios Pastorales en la Universidad de Santa Clara y recibir aún más bendiciones. Pero como sabemos, toda bendición con­lleva grandes responsabilidades. Ese mismo año fui asignada por el señor Obispo como Coordinadora Pastoral de la misma parroquia. Debido a la falta de sacerdotes, los obispos diocesanos tienen la facultad de nombrar a un laico para administrar la parroquia como coordinador pas­toral (Ley Canónica 517.2). Después de tres años de desempeñar este cargo y de conocer y experimentar todo lo que demanda el dirigir una parroquia, mi respeto y admiración por los párrocos y sacerdotes ha cre­cido enormemente.

Mi experiencia anterior como líder de la catequesis y los ministerios his­panos, han sido los cimientos para lo que hoy se vive en nuestra parro­quia. Ahora continúo implementado la misma visión de conjunto en la for­mación de adultos y líderes.

El sentido de responsabilidad por la misión de la iglesia ha crecido en gran manera entre los líderes. Los resultados de esta evangelización continúan asombrándome cada día. Por ejemplo, a pesar de los gran­des desafíos que impone la crisis económica, la colecta dominical de nuestra parroquia ha aumentado un 3%; hemos pasado de un déficit de más de 70.000 dólares en 2008 a un superávit de más de 100.000 dólares en julio de 2010. Nuestra parroquia es testigo de que mientras más crece la comunidad en amor e intimidad con Jesucristo, más desean los fie­les tocar a las puertas de su iglesia para compartir su tiempo, talento y dinero.

La herencia que esta experien­cia pastoral me ha dejado, y que me gustaría compartir con todos los inte­resados en la formación de la fe de los adultos y de los líderes parroquiales, es la certeza de que los adultos tie­nen un deseo profundo de conocer, amar, participar y comprometerse en la misión de la Iglesia; sólo hace falta darles esa oportunidad; lo demás llega por añadidura, ya que la voca­ción laical responde al mandato de nuestro Maestro Jesús: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obe­decer todo lo que les he mandado a ustedes” (Mateo 28,19).

No hay que inventar de nuevo la rueda: lo que “Dios quiere” ya está revelado en la Biblia y en los docu­mentos de la Iglesia; estudiémoslos, reflexionemos en los valores que se revelan en esas palabras y pongámos­los en práctica. Así veremos que las redes se llenarán de discípulos vivos, colmados de energía y dispuestos a trabajar en la misión que Jesús nos ha encomendado. •

Laura López es Coordinadora Pastoral de la Iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en Indio, California, Diócesis de San Bernardino. Es feliz­mente casada con Armando López por 28 años, y según ella lo dice, tiene tres hijos extraordinarios y dos nueras her­mosas. Para más información, visite: www.lauralopez.org.

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