La Sucesión Apostólica
Cómo se ordena la jerarquía de la Iglesia católica
Por: Luis E. Quezada
Durante más de 10 años, mi esposa Marujita y yo hemos estado a cargo de la catequesis del Rito de Iniciación Cristiana de Adultos (RICA) en nuestra parroquia y nos hemos dado cuenta de que muchos de los católicos hispanos que piden el Sacramento de la Confirmación han sido bautizados pero no evangelizados ni catequizados, y tienen apenas un conocimiento muy básico de las doctrinas de la Iglesia Católica y de sus estructuras.
Por esto, me pareció útil escribir algo sobre la jerarquía de la Iglesia Católica y sobre la Sucesión Apostólica, un factor de comunión muy importante que une a nuestras autoridades eclesiásticas de hoy con los Apóstoles de Jesucristo mediante un vínculo ininterrumpido desde hace más de 2000 años y les confiere la especial autoridad espiritual que ejercen.
La sucesión apostólica. La Iglesia Católica denomina sucesión apostólica a la transmisión de la misión y la potestad de los Apóstoles a sus sucesores, los obispos, y afirma que dicha sucesión se mantiene mediante la ordenación de los obispos de forma personal e ininterrumpida desde los tiempos de los Apóstoles. Esto significa que los obispos de hoy están unidos a los apóstoles por una cadena espiritual y ministerial ininterrumpida desde el principio de la Iglesia, la cual es, naturalmente, una garantía de fidelidad a través del tiempo y de unidad católica en todo el mundo.
¿En qué consiste la sucesión apostólica? Los Apóstoles fueron enviados por el Señor a llevar el Evangelio a todo el mundo y ellos a su vez, al llegar al fin de su vida, ordenaron a obispos que les sucedieran, los cuales siguieron ordenando a nuevos obispos sucesores desde entonces hasta hoy. De esta manera, la Iglesia se mantiene en comunión de fe y de vida con sus orígenes, mientras continúa ejerciendo su apostolado de propagar el Reino de Cristo sobre la tierra.
Dice un documento de la Comisión Teológica Internacional del Vaticano que “Cristo instituyó para la constitución, la animación y el mantenimiento de este sacerdocio de los cristianos, un ministerio por cuyo signo e instrumentalidad comunica a su Pueblo en el curso de la historia, los frutos de su vida, de su muerte y de su Resurrección… La función de este ministerio es esencial para cada generación de cristianos. Debe, pues, ser transmitido a partir de los Apóstoles a partir de una sucesión ininterrumpida. Si puede decirse que toda la Iglesia está establecida sobre el fundamento de los Apóstoles (Efesios 2, 20; Apocalipsis 21, 14), es preciso afirmar, al mismo tiempo e inseparablemente, que esta apostolicidad común a toda la Iglesia está vinculada a la sucesión apostólica ministerial, que es una estructura eclesial inalienable al servicio de todos los cristianos.” (La apostolicidad de la iglesia y la sucesión apostólica 1, 3)
Pero, ¿cómo se lleva a cabo la transmisión de la misión y la potestad apostólica? Se realiza mediante el Sacramento del Orden Sacerdotal, como lo expuso la Comisión Teológica Internacional del Vaticano en 1973:
La transmisión del ministerio apostólico se realiza, pues, por la ordenación, lo que comprende un rito con un signo sensible y una invocación a Dios (epíclesis), a fin de que él se digne conceder al que es ordenado, el don de su Espíritu Santo con los poderes necesarios para el cumplimiento de su tarea. Este signo sensible, ya desde el Nuevo Testamento, es la imposición de las manos (Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 21). El rito de la ordenación atestigua que lo que sucede en el que es ordenado no es de origen humano y que la Iglesia no dispone a su antojo del don del Espíritu. […] La sucesión apostólica del ministerio interesa a toda la Iglesia, pero no procede de la Iglesia globalmente considerada, sino de Cristo a los Apóstoles y, en los Apóstoles, a todos los obispos hasta el fin de los tiempos.
Entendemos, entonces, que la sucesión apostólica se perpetúa mediante el Sacramento del Orden el cual, a través de la imposición de manos de los obispos, transmite en efecto la unción del Espíritu Santo al nuevo obispo que es ordenado, como lo atestigua San Pablo en 2 Timoteo 1, 6. Esta es la forma en que la Iglesia Católica se ha mantenido desde el principio iluminada por el Espíritu Santo, que se ha venido transmitiendo desde los Apóstoles, que a su vez lo recibieron de Cristo mismo, a los obispos que han recibido la dignidad episcopal mediante el Sacramento del Orden a través de los siglos.
La función episcopal. Desde el comienzo de su ministerio, el Señor Jesús instituyó a los Doce Apóstoles y los enriqueció con una efusión ministerial especial del Espíritu Santo (Juan 20, 22-23), y ellos, a su vez, por la imposición de las manos, transmitieron a sus sucesores este excelso don espiritual que ha llegado hasta nosotros en la consagración episcopal mediante el Sacramento del Orden Sacerdotal.
Vemos, pues, que los obispos son los que han recibido de Cristo la plenitud del sacerdocio, así como la misión de perpetuar la Iglesia, predicar la Palabra de Dios como depositarios auténticos y conferir los sacramentos de la Nueva Alianza. Tienen ellos la función y la responsabilidad de enseñar la verdad, gobernar la Iglesia y santificar a los fieles. Estas funciones las cumplen con la autoridad que les ha conferido Cristo y no por designación de la comunidad.
La jerarquía en la iglesia. Toda la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, el Pueblo de Dios y Templo del Espíritu Santo, y todos los válidamente bautizados somos miembros de la Iglesia y compartimos la misma dignidad fundamental como hijos de Dios, bajo la cabeza que es Cristo. Pero quienes han recibido el Sacramento del Orden tienen funciones ministeriales que no tenemos los laicos.
El Sacramento del Orden tiene tres niveles principales: Episcopado (obispo), presbiterado (presbítero) y diaconado (diácono).
El Papa es el Obispo de la diócesis de Roma y cabeza de la Iglesia Católica y del Colegio Episcopal. Además, ejerce la función de soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano. Se le llama Sumo Pontífice, Vicario de Cristo y Sucesor de Pedro. Desde San Pedro hasta el actual Papa Francisco, ha habido 266 papas. Es una línea continua básicamente ininterrumpida, aunque no han faltado situaciones irregulares en la historia pasada del pontificado.
Los cardenales de hoy también son obispos y suelen considerarse Príncipes de la Iglesia. Son nombrados directamente por el Papa y “creados” en una ceremonia especial llamada consistorio. Para tomar su decisión, el Santo Padre valora las virtudes de los nominados como la sabiduría, la piedad y la prudencia, aparte naturalmente de la santidad de vida y la devoción y fidelidad de cada uno a la Iglesia.
Los cardenales ostentan la máxima dignidad eclesiástica después del Papa y son sus consejeros especiales. Varios cardenales desempeñan funciones en las dependencias de la Curia Romana, o sea la administración de la Santa Sede. Muchos otros trabajan en sus respectivos países donde constituyen la autoridad eclesiástica suprema. Cuando fallece el Sumo Pontífice, los cardenales menores de 80 años tienen derecho a voto y se reúnen en cónclave en la Capilla Sixtina para elegir al nuevo sucesor de San Pedro.
Obispos y diócesis. La Iglesia está organizada en diócesis, vale decir, territorios eclesiásticos que son gobernados por los obispos. Cuando una diócesis cubre un territorio muy extenso o una ciudad muy importante, se dice que se trata de una “arquidiócesis” y el obispo pasa a ser “arzobispo”, aunque sus funciones son básicamente las mismas que las de un obispo.
En cada país, el conjunto de los obispos católicos forma lo que se denomina la Conferencia Episcopal, cuyo propósito es reunir a los obispos del país para ayudarles a ejercer mejor el ministerio episcopal en sus diócesis respectivas y ofrecerles la posibilidad de actuar conjunta y solidariamente en relación con problemas comunes.
Presbíteros. El segundo nivel del Orden Sacerdotal son los presbíteros, a quienes comúnmente se les llama “sacerdotes”, aun cuando son los obispos los que poseen la plenitud del Orden Sacerdotal por delegación de Jesucristo. Los presbíteros son colaboradores de los obispos y tienen las funciones principales de celebrar la Santa Misa, administrar los sacramentos y anunciar el Evangelio de Cristo. Ellos están sujetos a la autoridad del Obispo para ejercer su ministerio.
Diáconos. El término “diácono” proviene del griego diakonos, que significa servidor. Hay dos clases de diáconos: transitorios y permanentes. Los diáconos transitorios son los ordenados como tales mientras cursan el último año de seminario y reciben la ordenación diaconal por el tiempo que les queda para recibir su ordenación sacerdotal. En el rito latino de la Iglesia Católica, como bien se sabe, los sacerdotes no se casan.
El diaconado permanente, en cambio, puede ser conferido a hombres casados y constituye un enriquecimiento importante para la misión de la Iglesia. Se les llama permanentes porque siempre serán diáconos; además, antes de recibir la ordenación diaconal, pueden casarse. Pero han de vivir su matrimonio durante unos años antes de recibir dicha ordenación.
Entre las funciones diaconales figuran el asistir al obispo y a los presbíteros en la celebración de los misterios divinos, especialmente distribuir la Sagrada Eucaristía, asistir en la celebración de algunos sacramentos (Bautismo y Matrimonio), proclamar el Evangelio y predicar, presidir ritos funerarios y cumplir diversos servicios de caridad en la comunidad parroquial. No pueden, sin embargo, celebrar la Sagrada Eucaristía ni oír confesiones.
Sacerdocio común de los fieles. ¿Tienen los laicos alguna participación en el sacerdocio de Cristo? Efectivamente, la tienen, pero en lo que se denomina el “sacerdocio común de los fieles”, que es diferente del sacerdocio ministerial de los obispos, presbíteros y diáconos.
Como lo explica la constitución Lumen Gentium, “Los fieles… en virtud del sacerdocio real, participan en la oblación de la eucaristía, en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y la caridad operante” (LG 10). A esto se refieren las palabras del rito del Bautismo, cuando el ministro unge al bebé o al adulto y pronuncia las palabras del ritual: Dios todopoderoso, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que te liberó del pecado y te hizo renacer por medio del agua y del Espíritu Santo, te unge ahora con el crisma de la Salvación para que, incorporado a su pueblo y permaneciendo unido a Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey, vivas eternamente.
Espero que esta breve exposición sobre la Sucesión Apostólica y el Sacramento del Orden sea útil para un mejor entendimiento de mis hermanos católicos acerca de cómo se organiza y actúa la Iglesia Católica.
Luis Quezada fue Director Editorial de La Palabra Entre Nosotros por muchos años. Vive con su esposa Maruja en la ciudad de Rockville, MD.
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