La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Octubre 2012 Edición

La sanación en las familias

La historia de José y sus hermanos

La sanación en las familias: La historia de José y sus hermanos

Todos queremos tener buenas relaciones y llevarnos bien con los demás, especialmente en nuestras familias. Pero por mucho que lo queramos, la verdad es que somos seres imperfectos y tarde o temprano terminamos por hacer daño precisamente a aquellos que más queremos y nuestros seres queridos también nos hacen daño de alguna forma en alguna ocasión.

Es común que así suceda. En realidad, estamos contaminados y manchados por el pecado y vivimos en un mundo lleno de tentaciones. Por eso, no debería sorprendernos cuando digamos o hagamos algo hiriente, o cuando alguien nos hiere a nosotros.

Relaciones conflictivas. Si hubiera que seleccionar una historia de la Biblia que hable de dificultades en las relaciones familiares, probablemente el caso de José y sus hermanos estaría en los primeros lugares. Es una histo­ria de celos, orgullo, mentira, intentos de asesinato y engaño, ¡y todo esto en una familia piadosa! Los personajes principales (hijos de Jacob y bisnietos de Abraham y Sara) eran parte de una familia muy favorecida por el Señor. Entonces, ¿cómo pudieron estos her­manos ser tan crueles con uno de ellos mismos? ¿Y qué puede esta historia enseñarnos acerca de la necesidad de protegernos contra las envidias y las rivalidades en nuestras propias familias?

La historia comienza diciéndonos que Jacob amaba a José más que sus otros hijos (Génesis 37,3), de hecho lo favorecía tanto que le regaló una hermosa capa nueva. Como era de esperar, los hermanos se sintieron envidiosos y comenzaron a hablar en contra de él. Conforme se desarrolla la historia, vemos que Jacob tuvo que pagar un precio muy alto por no reco­nocer su favoritismo y por no fijarse en que sus otros hijos se resentían cada vez más con José.

Pero la culpa no era solo de Jacob; el propio José fue quien pro­vocó parte del problema. Tuvo varios sueños que le llevaron a creer que estaba destinado a ser grande y que todos sus familiares le harían reve­rencia. Como comenzó a jactarse de sus sueños, Jacob lo reprendió, pero la corrección no fue suficiente y llegó demasiado tarde. El daño ya estaba hecho y los hermanos conspiraron contra José. Lo capturaron y lo ven­dieron como esclavo a unos viajeros que iban a Egipto, diciéndole luego a su padre que una bestia salvaje lo había matado.

En este relato se ve claramente que la envidia es muy nefasta. Es, en reali­dad, una advertencia para los padres de familia de no preferir a un hijo antes que a otro, sea de verdad o lo que perciben los niños. Es también una advertencia a los padres y espo­sos de que sean conscientes de las señales de rivalidad que puedan sur­gir en sus matrimonios y familias. Si no se atienden desde el principio estas rivalidades, llegarán a causar heridas emocionales que se traducirán en actitudes de desconfianza, prejuicio, celos y resentimientos. Los hermanos de José se dejaron llevar por la envi­dia y el afán de venganza y esto los llevó a actuar de un modo irrazona­ble y abusivo.

Controlar los pensamientos. Estas situaciones tienen varias mani­festaciones, tales como mal genio, engaño, arrogancia, celos, egoísmo, cólera y deseos de venganza. Comienzan cuando el niño empieza a demostrar pequeñas molestias, acti­tudes negativas y prejuicios contra los demás o contra la vida en general, y si no se les pone atajo desde tem­prano, pueden llegar a dominarlo y controlar sus pensamientos. Pueden incluso llevarlo a tomar decisiones precipitadas e irracionales que no hacen más que aislarlo. Los herma­nos de José son un buen ejemplo de como sucede esto. Desde un punto de vista lógico, sería difícil decir que la parcialidad del padre y los sueños del hijo preferido justificaron los ins­tintos asesinos y la trata de personas, pero las actitudes de los hermanos y lo que ellos suponían acerca de José los llevaron a actuar irracionalmente.

La historia de José y sus herma­nos nos ayuda a entender algo de lo que sucede en el razonamiento de las personas, y nos podemos preguntar: ¿Tengo yo alguna herida del pasado que sigue abierta en mi corazón? ¿Recuerdo con frecuencia aquella herida y me cuesta quitármela del pensamiento? ¿Me doy cuenta de que a veces pienso o actúo de un modo un tanto ilógico? Si las respuestas son afirmativas, es hora de pedirle al Señor que nos cure de las heridas emocionales y recuerdos dolorosos del pasado. Lo mejor que podemos hacer es tratar de perdonar y pedirle a Cristo Jesús que nos sane de todo trauma, de modo que cuando recor­demos el pasado ya no nos cause dolor.

Resultados del pecado ajeno. Tras ser vendido como esclavo de Potifar, un alto funcionario egipcio, el buen trabajo de José y la cortesía de su conducta le ayudaron a granjearse el favor de su amo, al punto de que llegó a ser el administrador de todos sus bienes. Sin embargo, la buena estre­lla se le vino abajo cuando la esposa de su amo lo acusó falsamente de intentar seducirla. Enfurecido, Potifar metió a José al calabozo.

Esta última desgracia bien pudo haber sido la gota que colmó el vaso para José. Primero, tuvo que lidiar con la traición de sus hermanos; luego el trauma de verse separado de su fami­lia y, peor aún, verse privado de la libertad al convertirse en esclavo. Pero ahora lo acusaban falsamente y su amo —que supuestamente le había tomado afecto— suponía lo peor y lo enviaba a la cárcel. José era un hom­bre bueno y honesto, pero todas estas injusticias sin duda lo dejaron mar­cado. ¿Cómo podía volver a confiar en alguien? Después de todo, ¿era cierto que Dios se preocupaba de él?

Pero esto no fue lo que sucedió. En vez de que estas injusticias lo con­virtieran en un hombre resentido y desconfiado, José no dejó de confiar en la protección de Dios, y el Señor lo cuidó; por su fidelidad, el Altísimo le curó los traumas y malos recuerdos del pasado (Génesis 39 a 42).

Bajo una nube de culpabilidad. Después de un tiempo y tras una serie de sucesos milagrosos, José salió del calabozo y llegó a ser el ministro prin­cipal del Faraón. José, el preso, pasó a ser José, el jefe. Cuando una gran hambruna azotó la región, los her­manos de José vinieron a Egipto a comprar alimento para sus familias, y esto los condujo directamente a su hermano menor, pero no lo reconocie­ron; José en cambio sí los reconoció.

Ahora José estaba en situación de ventaja, y después de todo lo que le había sucedido, uno pensaría que tra­taría de vengarse, tal vez humillando a sus hermanos o negándose a vender­les alimento. Pero, por gracia de Dios, José no se dejó dominar por el resenti­miento y en lugar de venganza, buscó la reconciliación, porque vio que toda la situación era parte de la providen­cia de Dios, como les dijo más tarde: “Fue Dios quien me mandó a este lugar, y no ustedes” (Génesis 45,8).

A su vez, los hermanos de José seguían llevando el peso de una con­ciencia culpable. Sabían que habían actuado con maldad y el recuerdo de sus pecados los mantenía atados con cadenas de temor y remordimiento, al punto de que estaban siempre viendo que pronto les llegaría el justo castigo. ¡Por qué no habrían actuado pronto para corregir sus faltas! ¡Por qué no habrían reconocido sus pecados, dicho la verdad a Jacob e intentado rescatar a José! Pero no lo hicieron y por eso vivieron muchos años bajo el peso insoportable y las fuertes ataduras de una conciencia culpable.

La liberación es posible. La historia de José y sus hermanos pone de relieve muchos de los errores y pecados que causan profundos traumas en nuestras relaciones personales y familiares: arrogancia, envidia, resentimiento y engaño, para nombrar solo unos cuantos. También nos dice que por muy dolorosos que sean los daños sufridos, nuestro Padre divino quiere sanarnos, curarnos todas las heridas y librarnos de todo resentimiento y desconfianza.

Seamos quienes seamos, todos hemos sido heridos emocionalmente; a todos nos han dañado o tratado injustamente en una u otra ocasión, y algunas de estos traumas pueden ser profundos o superfi ciales, pero sea cual sea nuestra situación, todos podemos aprender de José. Él man­tuvo siempre la mirada fija en Dios, su Salvador, y el Señor le ayudó a perdonar a sus hermanos y traer reconciliación a su familia.

Cuando Jesús inició su vida pública, anunció que Dios lo había enviado a “llevar la buena noticia a los pobres… a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos” (Lucas 4,18). Estas son promesas que sin duda podemos aplicar en nuestras relaciones personales y decidirnos a actuar para buscar la curación de las heridas del pasado, procurar la recon­ciliación y encontrar salud y libertad. Sí, a veces esto requiere mucho tiempo, a veces toda la vida. Pero Dios estará siempre con nosotros a lo largo del proceso, ayudándonos a perdonar y no perder la esperanza. Así como Dios bendijo a José, tam­bién nos bendecirá a nosotros.

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