La pareja que reza unida…
Una simple rutina que profundizó nuestra relación conyugal
Por: Roberto y Cristina Brickweg
“La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador.” (Catecismo de la Iglesia Católica 1603)
Los dos nacimos y crecimos en familias creyentes y devotas, y cuando nos casamos hace 34 años, nos decidimos a transmitir igualmente la fe a nuestros hijos, para lo cual les enseñamos todas las oraciones tradicionales que sabíamos, dábamos gracias antes de comer e íbamos a Misa todos juntos.
La ironía de todo esto es que no pensamos mucho en qué hacer para que la oración fuera un principio fundamental de nuestro matrimonio y de nuestra familia. Sabíamos que era importante para nuestros hijos, pero lo curioso era que no sabíamos cómo y cuándo podíamos crecer espiritualmente nosotros como pareja. ¿Retiros anuales juntos? ¿Rezar el Oficio Divino durante la semana? Aunque entonces no lo sabíamos, lo que realmente necesitábamos era un “empujón” para “echar a andar” el lado espiritual de nuestro matrimonio.
Conversaciones en oración. El empujón vino cuando unos amigos nos invitaron a tomar un seminario de cinco semanas para parejas cristianas casadas. El seminario, llamado “Matrimonio en Cristo” se reunía una noche por semana, pero también suponía una tarea diaria. El formato era sencillo: leer en voz alta una oración inicial, luego un pasaje de la Escritura y una meditación sobre esa lectura y, a continuación, conversar entre los esposos acerca de un aspecto de la vida matrimonial.
El hecho de comenzar a hacer la “tarea” con una oración fue muy positivo para las conversaciones, porque nos ayudó a sentirnos más libre para abordar temas delicados, como nuestra relación conyugal y las esperanzas que teníamos para el futuro. Incluso hablamos de los obstáculos que deberíamos afrontar cuando nos llegara la época del “nido vacío”. Las actividades educativas y deportivas de nuestros hijos habían llenado el calendario familiar durante muchos años y nos dimos cuenta de que ahora necesitábamos adoptar una mentalidad creativa para reorganizar la vida conyugal en esa nueva etapa.
Las conversaciones en oración las iniciamos como requisito del seminario, pero pronto se convirtieron en una parte importante de la rutina diaria. En la conversación, el tema se iba desplazando gradualmente de las preocupaciones del día hacia los temas de Dios y de la vida matrimonial.
Hábitos que permanecen. Han pasado siete años y los dos nos hemos acercado más a Dios; además, nuestro matrimonio es ahora más apacible. Cuando miramos al pasado, vemos todos los frutos que ha dado la oración como pareja, pues nos ha motivado a expresarnos mutuamente el amor en pequeños actos de atención y cariño que han marcado una gran diferencia para los dos. Nos saludamos siempre con un beso, nos ayudamos mutuamente en los quehaceres del hogar y nos enviamos mensajes de texto durante el día para saber cómo está el uno y el otro.
Los pequeños cambios que hemos hecho y que parecen tan simples han resultado magníficos para la manera en que nos relacionamos los dos. Antes nos quedábamos enfadados durante días por algo ofensivo que nos habíamos dicho o por no poder satisfacer alguna expectativa, al punto de que nos tratábamos mal hasta que uno de los dos decidía abordar el problema original. Como resultado de la oración en pareja, empezamos a esforzarnos por ser mutuamente respetuosos cuando surgía algún desacuerdo hasta que llegara el momento propicio para reconciliarnos en privado, con lo cual creció la confianza recíproca y nuestra disposición a perdonar. No siempre fue fácil, pero el hábito del respeto y la paciencia ha cambiado muchas de nuestras conversaciones, especialmente las que se refieren a decisiones importantes que hay que tomar.
En el pasado, tomar decisiones importantes implicaba enfrascarnos en un tenso debate, para no mencionar los arrebatos de ira, pero una situación reciente nos mostró cómo la oración nos fue abriendo a la gracia de Dios. Unos amigos cercanos, que habían iniciado un ministerio de ayuda en el centro de la ciudad, nos invitaron a participar con ellos. Era algo diferente a todo lo que habíamos hecho antes y sería un compromiso serio para nosotros como pareja, por lo cual teníamos que tomar una decisión y tomarla juntos.
Por la rutina de oración y conversación que ya teníamos, entendíamos mejor nuestras prioridades como matrimonio, una de las cuales era seguir sirviendo a otras personas cuando nuestros hijos se hubieran marchado de la casa. Ninguno de nosotros quería dedicar el tiempo libre solamente a pasar el rato, pero tal vez esto era algo que Dios nos estaba pidiendo. Era una decisión importante, y los hábitos que adoptamos desde hacía unos siete años nos ayudaron a decidirnos pacíficamente a participar en el ministerio al que nos llamaban. ¡Esta fue una victoria para nuestro matrimonio!
Establecer una rutina. Cuando íbamos creciendo en la oración los dos juntos, vimos que era importante establecer una rutina. Cada pareja tiene que buscar un momento del día en que puedan orar juntos. Todavía tenemos un hijo adolescente que vive en casa, y muchas veces nos vamos a dormir tarde. Como no somos madrugadores, nos parece mejor orar juntos en la noche antes de acostarnos.
Comenzamos la oración nocturna tomándonos de las manos y dándole gracias al Señor por las bendiciones del día. Luego, cada uno expresa las necesidades que lleva en el corazón y rezamos un Padre Nuestro. A veces también comentamos sobre algún libro espiritual o devocional que hemos estado leyendo y cómo nos está ayudando. Es una rutina muy simple, pero ha llegado a ser un fundamento esencial para lograr un enorme crecimiento.
Aprender a orar juntos no ha sido fácil. Como sucede con muchas cosas que son buenas para nosotros, se necesita determinación y persistencia, pero las recompensas superan con creces lo poco que haya que sacrificar. Día a día nos vamos uniendo más entre los dos y nos vamos acercando juntos a Cristo.
Roberto y Cristina Brickweg son presentadores regulares en los fines de semana de preparación matrimonial en la Arquidiócesis de St. Paul y Minneapolis, Minnesota.
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