La iluminación de la imaginación
Cómo escuchar al Señor al leer los evangelios
La mente humana es maravillosa, tiene un increíble poder de adaptación y está dotada de grandes talentos. La mente es la que nos permite razonar, recordar, decidir, sentir emociones e imaginar hechos o situaciones.
Pero lo más sorprendente es que todas estas facultades cooperan de un modo muy elaborado para hacernos funcionar en forma productiva y creativa en el diario vivir. Las cualidades naturales de la razón humana son, sin lugar a dudas, francamente maravillosas.
Pero, además de estas facultades naturales, está también la dimensión espiritual, que condiciona nuestra manera de pensar, actuar, discernir y amar. Esta es la cualidad espiritual que el Espíritu Santo ilumina cuando leemos el Evangelio y entramos en la presencia de Cristo, a fin de que comunique vida a nuestro ser interior.
Piense por un momento en su capacidad para imaginarse cosas. Todos los días usted usa esa capacidad para programar lo que hará durante la jornada, resolver un problema determinado o incluso decidir lo que va a cocinar. Uno visualiza lo que se propone hacer, forjándose una idea concreta y luego, al realizar lo planificado, comprueba el resultado al verlo con sus propios ojos, viendo cómo lo pensado adquiere forma concreta. Lo interesante es que, de la misma manera en que esto sucede en la vida natural, la imaginación también puede funcionar en el plano espiritual, si uno le pide al Espíritu Santo que le ilumine el intelecto y lo llene del poder y la gracia de Dios.
El don de la imaginación. Cuando uno escucha o lee los evangelios, lo primero que hace es usar la imaginación natural para visualizar la escena descrita, entender el temperamento de las personas que allí se mencionan y percibir cómo era la atmósfera en la que actuaba Jesús. Es decir, la imaginación nos permite incorporarnos al lugar y las circunstancias que describe el pasaje leído.
Este es el primer paso que indudablemente se ha de dar al leer los evangelios. Pero el siguiente es tan esencial como éste, porque implica pedirle al Espíritu Santo que abra los ojos y oídos de nuestro corazón para recibir y asimilar la sabiduría del texto leído. Esta es la manera de llegar a entender las situaciones o enseñanzas como Dios quiere que las entendamos; así es como se estimula nuestra sensibilidad espiritual y podemos empezar a usar la imaginación de un modo totalmente nuevo.
Tomemos, por ejemplo, la parábola del hijo pródigo (Lucas 15,11-32). Lea pausadamente la parábola, entendiendo que su propósito es ilustrar en cierta forma nuestro propio regreso al hogar de Dios, nuestro Padre celestial. Ahora, lea de nuevo párrafo por párrafo e imagínese que usted se encuentra allí presente en medio de la escena, procurando enterarse de los errores y los pecados que cometió el joven; piense en la frustración del hermano mayor y trate de percibir de alguna forma el amor que el padre sentía y anhelaba expresar a sus dos hijos.
Así, meditando en esta parábola en actitud de oración, pídale al Espíritu Santo que le abra el corazón y la mente para apreciar las dimensiones desconocidas que le vaya mostrando este episodio, y no se sorprenda si empieza a entender o experimentar cosas nuevas en su interior. Por ejemplo, es posible que de su corazón brote un nuevo amor por su propia familia; o posiblemente llegue a percibir personalmente la dulzura del perdón y el amor de Dios, o vea que se le llena el corazón de un deseo irresistible de amar y alabar a su Padre celestial; quizás se dé cuenta de que tiene algún disgusto o resentimiento guardado contra alguien y se sienta movido por el Señor a buscar la reconciliación. Como dice la Escritura, a nadie se le ha ocurrido pensar en lo que Dios tiene reservado para aquellos que lo aman y lo buscan (1 Corintios 2,9-10).
Esta reveladora forma de leer la Escritura pone en acción el potencial del Evangelio, que cobra vida una y otra vez en el alma y se hace parte del lector mediante la fuerza del Espíritu Santo. Cuando le pedimos al Señor que ilumine nuestra imaginación, pronto reconocemos que Dios está en efecto actuando en nuestra vida, y ya no basta con describir esa acción interior simplemente como sabiduría humana o simple coincidencia, porque uno es capaz de percibir claramente las mociones del Espíritu que tratan de reanimarlo y llenarlo de la sabiduría de Dios.
El ejemplo de San Ignacio. Ignacio de Loyola tenía una imaginación muy creativa e inquieta. Antes de su conversión, solía pensar que era un gran guerrero, un héroe invencible que ganaba muchas victorias para su patria, o un aguerrido caballero andante que rescataba a una hermosa princesa cautiva. Ignacio tenía sueños de grandeza y para hacerlos realidad se enlistó en el ejército de la región norte de España.
Pero sus sueños no estaban destinados a durar mucho. Fue herido en una batalla y tuvo que guardar cama por largo tiempo. Durante su convalecencia empezó a leer libros acerca de Jesús y los santos, y su imaginación volvió a remontar el vuelo, pero esta vez se imaginaba que era un soldado en el ejército de Cristo. Se veía realizando grandes hazañas en nombre de Dios y así, al ejercitar su imaginación, el Espíritu Santo comenzó a llevarlo a una nueva dimensión espiritual, a raíz de lo cual se entregó por completo al Señor.
A partir de entonces, la imaginación de Ignacio pasó a ser una parte esencial de su oración. Al orar, se imaginaba estar presente en la Última Cena, en la resurrección de Lázaro o en la Transfiguración del Señor como un apóstol más. Con los ojos de su imaginación, se veía junto a Jesús, para lo cual visualizaba el lugar, la hora del día, escuchaba lo que se hablaba y muchas cosas más; todo esto lo hacía con su imaginación natural. Luego, pensaba en lo que le preguntaría al Señor y las respuestas que recibiría. Esta manera de imaginarse las circunstancias en el momento en que ocurrían le permitía contemplar durante horas las escenas del Evangelio con una profundidad jamás antes experimentada.
Cuando Ignacio oraba visualizando varios pasajes del Evangelio de esta manera, el Espíritu Santo le hacía remontar su imaginación natural hacia un plano espiritual, y empezaba a comunicarle entendimiento y sabiduría divina, con lo cual él podía comprender más claramente el pensamiento de Cristo (1 Corintios 2,15). Ignacio enseñó esta forma de oración —que denominó “ejercicios espirituales”— a todos los que le pedían orientación, y como resultado, miles de personas comenzaron a experimentar profundamente la presencia y la revelación de Cristo al leer los evangelios y hacer oración imaginada. En poco tiempo, Ignacio se convenció de que cualquier persona podía utilizar este método de oración.
Experimentar a Jesús en los evangelios. Los evangelios fueron escritos para que los cristianos los estudiáramos en un nivel histórico e intelectual, y para que los viviéramos en un nivel espiritual. Para esto, solo basta con darle un poco de tiempo al Señor cada día y dedicarse a orar y leer en forma meditada un pasaje del Evangelio. ¡Hágalo y pronto verá los resultados! No hay duda alguna de que empezará a entender mejor el Evangelio y sus mensajes; pero si se atreve a ir un poco más allá, pídale a Cristo que le haga elevar la imaginación al plano espiritual y no tardará en descubrir que comenzarán a producirse cambios en su persona; comprobará que el Espíritu Santo estará actuando en su vida y transformándole el corazón y su manera de pensar y sentir.
En efecto, en la medida en que usted continúe orando, leyendo los evangelios y utilizando su imaginación, el Espíritu Santo no dejará de producir cambios inesperados en su vida de fe. Por ejemplo, tal vez descubra que le nace un deseo más profundo de amar a Cristo con todo su ser; posiblemente se sienta inclinado a arrepentirse más genuinamente de la faltas cometidas, o bien experimente un nuevo gozo al recibir la Sagrada Eucaristía. También puede experimentar la curación de las heridas del pasado o sentir que el peso de un antiguo resentimiento se levanta de sus hombros. Aparte de todo esto, indudablemente su deseo de leer la Escritura será cada vez más intenso.
Queremos animarte, querido lector, a que le pidas al Espíritu Santo que te enseñe a elevar el alma cuando te dispongas a leer un pasaje del Evangelio e imaginarte que estás allí presente en la escena. Inténtalo, con una actitud de expectativa, y ve lo que sucede; espera a que Dios te hable o te haga sentir su presencia y su bendición. Lee las sugerencias prácticas que presentamos en la página 9, que te ayudarán a imaginarte que tú eres uno de los protagonistas del Evangelio y disponte de corazón a recibir la obra transformadora del Espíritu Santo.
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