La Iglesia: la barca de Pedro
Carta del editor
Por: Luis E. Quezada
Queridos hermanos: ¿Ha navegado alguno de ustedes en alta mar? Los apóstoles del Señor eran pescadores y estaban acostumbrados a navegar en el Mar de Galilea (Lago Tiberíades o Lago Genesaret), que tiene una superficie de 166 kilómetros cuadrados, y donde a veces se suscitan violentas tormentas.
¿Se imaginan un barco zarandeado en un mar profundo y agitado por una tormenta? Por grande que sea la embarcación, todo parece inestable y es difícil mantenerse en pie, para no hablar del mareo y el peligro de zozobrar y hundirse, lo que naturalmente significaría la muerte.
Siempre se ha dicho que la Iglesia Católica es la barca de Pedro, que navega por el mar embravecido de una humanidad pecadora, rebelde y egoísta, que a menudo sufre los embates de grandes oleajes de crítica, incredulidad, mala intención, e incluso de las faltas de sus propios tripulantes. Como todos (los católicos) “estamos en el mismo bote”, lo que le sucede a la Iglesia nos afecta a todos. Por eso, no podemos dejar de orar por la Iglesia, empezando por el sucesor de Pedro, que la dirige, y por todos los que la formamos.
Las palabras del Papa Emérito Benedicto XVI, pronunciadas días antes de presentar su dimisión, nos reconfortan: “Siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino del Señor y no la dejará hundirse. Es él quien la conduce, por supuesto, a través de los hombres que ha elegido. Esta es una certeza que nada puede ofuscar. Y es por ello que mi corazón está lleno de agradecimiento a Dios, porque no le falta a toda la Iglesia, ni a mí, su consuelo, su luz y su amor.” ¡Que así sea!
Artículos adicionales. Estando en Cuaresma, no podemos dejar de reflexionar en la Cruz de Cristo, aquel cruel instrumento de muerte que usaban los romanos y que terminó por convertirse en instrumento de salvación de todos los que creemos en Jesucristo, nuestro Señor. Pero, como nos dice Mons. Peter Magee en su artículo, la cruz está en crisis, porque toda la Iglesia y la humanidad entera están en crisis. Veamos qué nos dice.
Para terminar, presentamos el testimonio de un joven que, habiendo buscado satisfacción y realización en el mundo, finalmente puso oído a la llamada del Señor y se dio cuenta de la vocación que tenía. Ojalá haya muchos otros jóvenes que eleven la mirada y el corazón al cielo y sigan su ejemplo.
Les deseamos una Cuaresma y una Pascua de Resurrección llenas de bendiciones.
Luis E. Quezada
Director Editorial
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