La humildad personificada
San Martín de Porres, el Santo Mulato del Perú
Por: Oscar G. Gagliardi
Nació en Lima, en 1579, hijo ilegítimo de un noble español de nombre Juan de Porres.
Su madre, Ana Velásquez, era de raza negra, nacida en la Audiencia de Panamá. El joven Martín empezó a demostrar desde pequeño una clara inclinación por las cosas religiosas y una gran compasión por los enfermos y deseo de ayudar a los necesitados. Por eso, se había preocupado de aprender bastante del arte de la curación de enfermos bajo la guía de un cirujano y un farmacéutico.
Vocación religiosa. A los 16 años de edad, el joven mulato sintió el llamado a vivir más cerca de Dios y dedicarse de lleno a servir al prójimo. Esto lo llevó a tocar las puertas del Convento de los Dominicos, a donde se presentó y fue aceptado en la condición de "donado", es decir, para realizar los trabajos más humildes de servicio. Martín sintió gozo y felicidad por su admisión en el convento, sin importarle los trabajos que tendría que realizar a diario, debido a que percibía que estaba logrando un mayor acercamiento a Dios, que tendría también tiempo para orar diariamente frente al Santísimo, ante la Cruz, signo de la entrega de Jesús por la salvación de todos los hombres, y ante la Santísima Virgen María.
Durante su estadía en el convento mostró gran humildad, a pesar de que muchas veces tuvo que soportar el tratamiento muy duro que le prodigaban. Martín realizaba con felicidad las labores de servicio que le encomendaban, las que alternaba con la atención a los hermanos y frailes de la congregación y también al personal de servicio que enfermaba. En ocasiones, ponía en práctica con sus hermanos del convento lo aprendido como barbero. En todo momento, Martín demostraba mucho amor a sus semejantes. Comía solamente lo indispensable, descansaba y dormía muy poco, hacía penitencia y dedicaba gran parte de la noche a orar en su celda, frente al Santísimo, contemplando la Cruz y ante la imagen de la Virgen María.
Los superiores de la Orden Dominica, apreciando en Martín de Porres su mansedumbre, su humildad, su caridad, su entrega a los demás y su gran vocación religiosa, en 1603, cuando contaba 24 años de edad, lo aceptaron como "Hermano". Tres años más tarde, Fray Martín hizo sus votos perpetuos de pobreza, obediencia y castidad.
En la compañía de futuros santos. El entonces Fray Martín de Porres, durante su vida religiosa, llegó a entablar amistad con la hermana Rosa de Santa María, del laicado dominico, que más tarde llegara a ser Santa Rosa de Lima. Con ella, sostenía pláticas sobre el amor a Dios y al prójimo. Curiosamente, ambos fueron bautizados en la misma iglesia, en la misma pila bautismal y por el mismo sacerdote, el padre Juan Antonio Polanco. Además, ambos recibieron el Sacramento de la Confirmación de manos del Arzobispo de Lima, Mons. Toribio de Mogrovejo, quien a su muerte, al igual que ellos, fue canonizado y declarado santo. Otro hecho notable es que Martín entabló amistad y compartió oraciones y reflexiones con Fray Juan Masías, dominico, quien a su muerte fue también elevado a los altares como santo.
Dones especiales y curaciones milagrosas. Martín se dedicaba a cultivar las plantas medicinales que utilizaba para curar a los enfermos, esto sin descuidar sus obligaciones, es decir, su oficio de barbero, el mantenimiento de la enfermería, la limpieza de las áreas asignadas, sus penitencias y sus oraciones, en las que muchas veces llegaba a la situación de éxtasis, que es el estado del alma que se siente transportada fuera del mundo sensible. En algunas oportunidades, estando en ese estado de éxtasis, Martín levitaba, es decir su cuerpo se elevaba del suelo; en otras, su cuerpo resplandecía con luces brillantes por el don de la luminosidad. También se cuenta que Martín, estando en su habitación descansando o en oración, se le vio entrar y salir de otras casas, que tenían las puertas cerradas con llave, para llegar al lado de enfermos graves a fin de consolarlos. Otros mencionan que lo vieron en lugares distintos a un mismo tiempo. Incluso, sin salir de Lima, fue visto en África, China, México, Japón y en otros lugares, animando a los misioneros que se encontraban en dificultad o a enfermos graves que lo invocaban. Cuando le preguntaban cómo hacía eso, simplemente respondía: "Yo tengo mis modos de entrar y salir". Esto significa que Fray Martín tenía el don de la bilocación que el Señor le había dado.
Durante todo el tiempo que estuvo en el convento, los enfermos que venían a verlo iban aumentando cada vez más, incluso religiosos de otros conventos de Lima. Los que venían a pedirle sanación o curación no eran sólo los pobres; también los nobles y ricos caballeros y damas requerían de sus servicios y él gustoso los atendía y les prodigaba cuidado. Cuando una epidemia se propagó por Lima, curó a cuantos enfermos acudían a él, incluso de su propio convento curó a los 60 hermanos religiosos que se vieron afectados. En ciertas oportunidades, Martín llevaba enfermos a la casa de su hermana y también al convento. Esto último causaba molestia a los frailes, quienes daban quejas a los superiores diciendo que Martín quería convertir el convento en hospital. Él, muy tranquilo y sonriente, contestaba: "La caridad está sobre la clausura", o "La caridad está sobre la obediencia" y también, "Contra la caridad no hay precepto".
A veces su sola presencia era suficiente para sanar a un enfermo o para que una persona que se encontraba desahuciada empezara a experimentar mejoría y pronta recuperación. Sus palabras a los enfermos eran solamente "Yo te curo, Dios te sana".
Con respecto a algunas curaciones importantes efectuadas por Martín, se mencionan, entre muchas otras, las siguientes: La del novicio Fray Luis Gutiérrez, quien se había cortado uno de los dedos de la mano hasta casi desprendérselo. A los tres días tenía hinchado el brazo y la mano. En esas condiciones acudió al Hermano Martín quien, viendo el estado del joven, le aplicó unas hierbas que con anterioridad había molido. Al amanecer del día siguiente, la hinchazón del hombro y de la mano habían bajado y el dedo afectado estaba unido. También se registra la del Arzobispo Mons. Feliciano Vega, quien estaba por viajar para tomar posesión de la Sede de México y enfermó con un problema respiratorio agudo, que los médicos no podían solucionar. Fray Martín fue llamado por el Arzobispo; al llegar, se arrodilló frente a la cama donde estaba postrado el importante paciente. Al verlo, éste le dijo: "Levántese y ponga su mano aquí donde me duele". Fray Martín, levantándose, le dijo:"¿Para qué quiere un príncipe la mano de un pobre mulato?" El Arzobispo pidió que se acercara y tomando la mano de Martín la colocó sobre la zona del dolor. Luego de un rato y para asombro de todos los que lo rodeaban, el Arzobispo quedó curado y pudo emprender el viaje programado.
Recolector de limosnas. Martín recorría las calles recolectando limosnas para el convento y para adquirir materiales para la enfermería. En una oportunidad, al escuchar de sus superiores que el convento atravesaba por una crítica situación financiera, se presentó ante ellos para ofrecerse en venta como esclavo y resolver el problema, actitud que fue muy apreciada y valorada por sus superiores, pero rechazada.
En sus continuas actividades de ayuda al prójimo en la ciudad de Lima, tuvo contacto con personalidades acaudaladas, a quienes tocó su corazón e hizo que éstos proporcionaran el dinero necesario para construir y fundar el Asilo de Santa Cruz.
La hora de la muerte. Después de 44 años de vida religiosa en el convento de Santo Domingo, con una trayectoria de vida ejemplar, demostrando su inmenso amor a Dios y al prójimo, con una humildad muy grande, una caridad sin límites y una vocación de servicio sin igual, Fray Martín falleció en Lima, Ciudad de los Reyes, Capital del Virreinato del Perú, el 3 de noviembre de 1639, a la edad de 60 años, víctima de una fiebre tifoidea. Antes de expirar, con el crucifijo sobre el pecho, Martín tuvo una visión gozosa y dijo: "Sí, aquí están presentes Nuestra Señora la Virgen María y su esposo San José, en compañía de nuestro Padre Santo Domingo y Santos de nuestra Orden, que han venido a favorecerme en este trance." El lema de su vida había sido: "Amar a Dios, amar al semejante y entregarse a las tareas de la vida con humildad."
Beatificación y canonización. Transcurridos 198 años de su fallecimiento, Fray Martín de Porres fue beatificado por el Papa Gregorio XVI, en 1837. El 10 de enero de 1945, el Papa Pío XII lo declaró "Patrono de todas las obras de justicia social en el Perú". A los 125 años de su beatificación, el Beato Martín de Porres fue canonizado por el Papa Juan XXIII en 1962, quien dijo lo siguiente: "Martín excusaba las faltas de otro. Perdonó las más amargas injurias, convencido de que él merecía mayores castigos por sus pecados. Procuró de todo corazón animar a los acomplejados por las propias culpas, confortó a los enfermos, proveía de ropas, alimentos y medicinas a los pobres, ayudó a campesinos, a negros y mulatos tenidos entonces como esclavos. La gente le llama ‘Martín, el Bueno’". El 6 de mayo de 1962, con motivo de su canonización, el Episcopado peruano lo proclamó "Patrono de la Educación Popular y de la Teleducación en el Perú". El 20 de julio de 1966, el Papa Pablo VI proclamó: "De modo perpetuo, hacemos, elegimos y declaramos a San Martín de Porres, Confesor, Patrono de Primer Orden, cerca de Dios, de todos los Peluqueros y Peluqueras de Italia y de las artes afines a ellos."
Los restos del Santo Mulato del Perú descansan en la capilla construida en lo que fuera la enfermería del Convento de Santo Domingo, en Lima, Perú.
Oscar G. Gagliardi, de nacionalidad peruana, reside con su esposa Zoila en Gaithersburg, Maryland, Estados Unidos, desde hace 20 años y pertenece a la Parroquia de San Rafael.
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