La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Octubre 2013 Edición

La fe enriquece la vida familiar

¿Qué significa la fe en mi familia?

Por: Paulina Sotomayor

La fe enriquece la vida familiar: ¿Qué significa la fe en mi familia? by Paulina Sotomayor

Quiero proponerles que se hagan las siguientes preguntas: ¿Hace alguna diferencia en nuestra vida familiar creer en Cristo? ¿En qué cambian las cosas cuando creemos en el Señor? Voy a partir contándoles una historia que escuché en estos días. Una tarde de verano una familia iba caminando por la playa muy feliz, disfrutando del sol y de la brisa suave en sus rostros, gozando de la inmensidad del océano frente a sus ojos.

De repente uno de los niños encontró una conchita muy especial. La tocó y descubrió que al mirar las cosas a través de ellas las veía de modo diferente; que de alguna manera las cosas cambiaban al contacto con ella e inmediatamente llamó a sus hermanos para compartir lo que había descubierto, pero solo uno de ellos apreció su valor.

Qué es la fe para mí. La fe es el regalo más grande que podamos tener, ya que nos hace ser personas alegres y confiadas en un Dios personal, que está presente en nuestra vida familiar. Nuestras costumbres, estilo de vida y forma de pensar están impregnados de nuestra fe, porque la fe es como respirar; está presente cuando corremos, hablamos, amamos. En cada parte de nuestra vida encontramos la fe.

“La fe es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. La fe nos compromete a cada uno de nosotros a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo”, así lo explica el Papa Emérito Benedicto XVI en su encíclica Porta Fidei, 15.

Siendo matrimonios de fe, estamos llamados a mirar la vida con esperanza, paz, alegría y sin temor, ya que sabemos que Jesús está siempre con nosotros en la barca de la vida, aunque algunas veces parezca dormido en medio de las tormentas que a veces se levantan en la vida, como leemos en Marcos 4, 35-41. También podemos meditar en las palabras del Salmo 22: “El Señor es mi Pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.”

Basta dar una mirada profunda y sincera a nuestra vida para darnos cuenta de que todo lo bueno viene del Señor, porque él quiere lo mejor para nosotros y nos da todo para que seamos felices.

La mirada de fe nos hace ver la realidad familiar con los ojos de Dios. Es una manera nueva de enfrentar lo que nos pasa cada día, y provoca un cambio profundo en nuestras vidas. Esta mirada de fe nos hace poner la confianza en la divina Providencia, aunque en la vida diaria estemos experimentando un gran dolor, como la pérdida de un ser amado, o una gran dificultad, como la falta de trabajo, un hijo adolescente rebelde, una enfermedad grave, y cosas por el estilo.

Cuando miramos la vida desde la perspectiva de la fe, como creyentes que somos en un Dios que es amor y que sólo quiere nuestro bien, podemos descubrir que el Señor tiene un plan de amor para nosotros y que desea hacernos felices para siempre, ya desde ahora. Sólo necesitamos abrir los oídos y los ojos para apreciar cómo el Señor está permanentemente actuando en la vida de cada uno; Dios está realmente presente en cada cosa que nos pasa cada día. Por eso él es la fuente de nuestra seguridad y alegría. Detengámonos por un minuto para dar una mirada de fe a la vida que llevamos y descubrir como el Señor se hace presente en mi vida y en tu vida. Hace unos días conocí a una familia que supo descubrir la presencia de Dios en el enorme dolor de la enfermedad terminal de uno de sus hijitos. Los padres le agradecieron a su pequeño bebé por haber sido la ventana que les diera acceso al corazón de Jesús.

La fe y la esperanza. La fe nos hace poner toda nuestra esperanza en el Señor, especialmente en tiempos difíciles.

La fe en Cristo es como el motor de nuestra vida, lo que le da sentido a nuestro existir y nos lleva a ser personas optimistas, llenas de esperanza; nos ayuda a confiar en el Señor, a ver la vida diaria con ojos de creyentes y a no desesperarnos frente a las dificultades y los sufrimientos de esta vida.

Esto lo vivió Bosco Gutiérrez, un mexicano que estuvo secuestrado por nueve meses dentro de un pequeño cajón de madera, quién a pesar de los sufrimientos por los que pasó, siempre mantuvo su deseo de vivir, y nunca perdió la esperanza de ser rescatado, gracias a su fe en un Dios personal y al amor de su esposa y sus hijos. Su fe era la razón para vivir, la fuente de energía que le comunicaba una esperanza firme. Como decía el conocido psicólogo austríaco y ex prisionero en un campo de concentración nazi llamado Víctor Frankl: “El hombre que se hace consciente de su responsabilidad ante el ser humano que le espera con todo su afecto o ante una obra inconclusa no podrá nunca tirar su vida por la borda. Conoce el ‘porqué’ de su existencia y podrá soportar casi cualquier situación…”

La mirada de fe nos hace descubrir la presencia del Señor en la vida familiar, en todo lo que nos sucede como matrimonio. Dios está presente en la acción cotidiana de amar en nuestra familia: al rezar en familia, en los juegos, el diálogo, la diversión, las rencillas y las reconciliaciones, en las demostraciones de ternura y caricias de los esposos.

El amor entre los esposos es una revelación del amor de Dios: “Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, porque Dios es amor” (1 Juan 4,7). Si nos amamos unos a otros, Dios vive en nosotros y ama en nosotros. Nuestro rostro ha de ser como el de un espejo, que refleje la luz de Cristo en mi esposo y en mis hijos.

Cierto día una alumna me comentó que ella amaba mucho a su esposo y a Dios, pero no sabía dónde estaba Dios en su matrimonio. Yo me la quedé mirando y me vino a la memoria lo que un día llegué a entender a través de uno de mis profesores y le dije: “¡Dios te está amando a través de tu esposo!”

Somos instrumentos del Señor. El Señor actúa a través de sus hijos, y los usa como sus instrumentos. La fe en nuestra familia significa invitar a Jesús a entrar en nuestro corazón y en nuestra vida. Los hijos sienten la presencia de Cristo en el hogar, a través de nuestra manera de actuar; conocen el amor de Dios a partir de la experiencia de ser amados desde pequeños en su propia familia. Esto les abre una puerta para conocer a Dios y mientras más cerca estemos de Dios en la familia, en un clima de fe compartida, más fácil es abrirse a los demás para compartir, ayudarse y perdonarse, ya que nuestra unión está en Dios.

Para que los hijos crezcan en la fe, necesitan el amor de familias cristianas, donde los padres les transmitamos la fe por el testimonio vivido de la fe. Esta es una gran responsabilidad que vale la pena cumplir, ya que los recuerdos de la infancia van forjando en nuestros hijos una imagen de Dios. La fe de los padres es el fundamento de la fe de los hijos.

De aquí la importancia de cultivar la fe a través de costumbres familiares que faciliten la vivencia de la fe. Por ejemplo: Rezar juntos en un rincón del hogar decorado para ese propósito con flores y velas, frente a una imagen de Jesús y María, que nos hagan presente al Señor en la vida diaria. También, divertirse juntos, cenar en familia y sin la televisión encendida, ni mandando mensajes de texto bajo la mesa, porque esto nos esclaviza y nos distrae del compartir en familia. Por último, no quiero dejar de reafirmar la importancia de la hermosa costumbre familiar de expresar el amor en la familia, con gestos concretos entre el marido y la esposa y a los hijos, con abrazos, regalitos, besos, comida sabrosa y cosas por el estilo. Piensa, hermano o hermana, ¿cuándo fue la última vez que abrazaste y besaste a tus hijos, o le dijiste a tu marido o tu esposa cuánto le amabas? Acuérdate, Dios está amando a través tuyo.

¿Cómo alimentar y hacer crecer la fe? Para crecer en la fe, hemos de cultivar una estrecha relación de comunión con Cristo, lo cual toma tiempo y dedicación. Pondré un ejemplo que nos ayudará a comprender cómo fortalecer nuestra vinculación con Jesús. ¿Se han fijado en los puentes? Pueden estar hechos de diferentes materiales; pueden ser construidos de metal, piedras, cemento, ladrillos, o de madera, cuerdas, plástico, papel. Sin embargo, todos ellos tienen la misma función, su propósito es solamente uno: crear una conexión hacia el otro extremo. De modo similar, el vínculo que tengamos con Cristo puede ser muy fuerte o muy débil dependiendo de cómo construyamos el puente que nos lleve al Señor. Igualmente, preguntémonos ¿qué tipo de puente estamos construyendo como familia cristiana con Jesús? ¿Cómo puedo fortalecer mi relación con Cristo en mi familia concreta?

Jesús quiere que seamos felices y nos da la clave para lograrlo. Permanecer unidos fuertemente a él, como se describe en la parábola de la vid y los sarmientos: “El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante” (Juan 15, 5). Cuando recibimos la Eucaristía y cuando nos amamos unos a otros, como él nos ha amado, permanecemos en el Señor.

Por último, la fe es para nosotros el regalo más grande de Dios, pero también, una gran tarea. Para que la fe crezca y llegue a ser vigorosa, necesitamos colaborar con ella, profundizando nuestra relación con Cristo y siendo testigos valientes y alegres del Señor resucitado en la familia y en el ambiente donde vivimos.

La manera de colaborar con el Señor es darle cada día nuestro “sí”, tratando diariamente de hacer su voluntad. Y el efecto es muy claro. En el Salmo 118 se señala que es feliz quién camina en el camino del Señor. De este modo, cada vez que hacemos la voluntad de Dios, estamos abriendo la válvula de esa agua viva, que brota para la vida eterna y esto le permite al Señor inundar nuestro corazón de su gracia, como ocurrió con muchos santos. Por esto se dice que un verdadero santo es como aquellos grandes vitrales de hermosos colores que vemos en las catedrales, que dejan pasar la maravillosa luz de Dios a través de ellos.

Así, pues, los creyentes tenemos la opción de tomar la decisión de seguir a Jesús y demostrarlo con actos de fe bien concretos. Por la fe nos decidimos a ser creyentes y testigos activos de Cristo. Vivir en la presencia del Señor conduce a poner nuestra fe en acción: Amando y sirviendo al Señor, e irradiando el tesoro que llevamos dentro.

Paulina Sotomayor es licenciada en ciencias religiosas y tiene estudios de teología en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Actualmente vive con su esposo en Maryland y tiene cinco hijos.

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