La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Septiembre 2013 Edición

La fe, don de Dios

La respuesta del hombre a su Creador

Por: Hosffman Ospino

La fe, don de Dios: La respuesta del hombre a su Creador by Hosffman Ospino

Uno de los cantos más populares en las celebraciones litúrgicas y reuniones católicas en el mundo de habla hispana es “Yo tengo fe”. Las primeras líneas del canto dicen: “Yo tengo fe que todo cambiará, que triunfará por siempre el amor. Yo tengo fe que siempre brillará, la luz de la esperanza no se apagará jamás.

Yo tengo fe, yo creo en el amor; yo tengo fe, también mucha ilusión; porque yo sé, será una realidad, el mundo de justicia que ya empieza a despertar.”

Y así continúa la tonada del cantautor argentino Palito Ortega, la cual por décadas parece haber precisado lo que muchos cristianos tenemos en mente cuando hablamos de la fe: fe es creer que todo será mejor, que se puede vivir con esperanza, que siempre podemos construir un mundo más humano si nos lo proponemos. ¿Pero es ésta la fe de la que habla el cristianismo? ¿Es ésta la fe que identifica a los discípulos de Jesucristo? ¿Es ésta la fe que proclamamos como Iglesia?

Dimensión humana y divina. Siempre es bueno que, como cristianos católicos, reflexionemos de vez en cuando sobre lo que significa tener fe. Y lo primero que necesitamos afirmar es que, al hablar de la fe, hay que diferenciar la dimensión humana de la dimensión divina o religiosa del creer.

Humanamente, tenemos la capacidad de imaginar un mundo mejor para todos, no sólo para unos cuantos; queremos una vida más tranquila en la cual podamos gozar de cierto nivel de felicidad en medio de las limitaciones de nuestra existencia. Por eso trabajamos fuerte para crecer y ofrecer lo necesario a nuestros seres queridos, hacemos compromisos para construir una sociedad en la que podamos vivir con dignidad, unimos esfuerzos para ayudar a los más necesitados y comenzamos cada mañana con el deseo de que ese día sea mejor que el anterior.

La esperanza que nace de esta convicción nos abre a la posibilidad de considerar que sí es posible entrar en relación con Dios. Las Sagradas Escrituras confirman esto cuando se nos dice que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1, 26). Por consiguiente, el deseo de alcanzar la perfección y vivir de acuerdo a la verdad es expresión de lo que Dios ha querido para nosotros desde el principio.

Sin embargo, la fe del creyente cristiano va más allá del simple deseo de que todo sea mejor y la ilusión de que sólo nuestros esfuerzos humanos serán suficientes para alcanzar la plenitud. La fe de la que habla el cristianismo es mucho más profunda, más radical. La fe cristiana es “un don de Dios” (Efesios 2, 8) que añade algo a nuestras vidas, que transforma y nos permite entrar en relación con el misterio de Dios de una manera nueva y personal. Exploremos estos tres puntos más en detalle.

Respuesta a Dios. La fe es, en primer lugar, un regalo sobrenatural que Dios le concede al ser humano por medio del cual respondemos a su revelación. Dios se da a conocer a la humanidad por medio de acciones, palabras y personas. La máxima expresión de la revelación divina es Jesucristo, su Hijo, la Palabra hecha carne, la Sabiduría que se hace vida en medio de nosotros. Y aunque la revelación de Dios es evidente a través de la historia, muchos no la han reconocido. ¿No te has preguntado alguna vez por qué hay tantas personas que dicen no creer en Dios? ¿No te parece curioso que aun cuando Jesús hacía milagros y afirmaba ser el Hijo de Dios, o incluso después de la resurrección, muchos no le creyeron? Quizás la mejor manera de responder a estas preguntas es comenzar por reconocer que para aceptar la revelación de Dios necesitamos hacer un acto de fe, el cual sólo es posible por medio de la presencia y la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas.

La revelación de Dios no es un dato de ciencia o de filosofía que pueda ser explicado en su totalidad con sólo nuestros esfuerzos humanos. ¿Cómo explicar la grandeza y la belleza del orden creado? ¿Cómo entender que Dios en su grandeza e infinitud nos ame a cada uno de nosotros, personalmente, a pesar de nuestra pequeñez? ¿Cómo hallarle sentido a la cruz? Con nuestras capacidades humanas comenzamos a reflexionar sobre estas realidades, pero sólo con la fe, como don sobrenatural, podemos llegar a la conclusión de que Dios está al centro de ellas y que son parte del plan divino. En palabras de san Pablo: “Nadie puede llamar a Jesús “Señor”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo” (1 Corintios 12, 3).

Don sobrenatural. Segundo, la fe es también un don sobrenatural, fruto de la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, y tiene un poder transformador único. La fe mueve el corazón del creyente hacia la conversión. Este don especial sirve como compás o brújula en el camino de la vida para determinar si nuestro rumbo se dirige hacia Dios o se aleja de la presencia divina. Humanamente ponemos excusas para justificar muchas de nuestras acciones o decisiones, que no siempre nos llevan a Dios. Decimos que somos muy jóvenes o débiles o que carecemos del conocimiento necesario para tomar las mejores decisiones. Pero la fe obra en nuestro interior permitiéndonos reconocer que cuando nuestro caminar se aleja de Dios, es hora de rectificar el rumbo, de lo contrario perderemos el sentido de nuestra existencia.

Esto no ocurre por obra de magia ni en contra de nuestra libertad. Dios no se impone. Por medio de la fe reconocemos que existimos para Dios y que, como dijo San Agustín en el libro de sus confesiones, nuestro corazón siempre estará inquieto hasta que no descanse en Dios. La fe mueve a la acción. Una mujer o un hombre de fe es una persona que se siente impulsada a dar testimonio de lo que cree. La fe no conduce al egoísmo o al alejamiento de la realidad; todo lo contrario, la fe nos abre a la acción en la vida diaria. Seguimos siendo padres de familia, trabajadores, estudiantes, líderes, etc., pero hacemos todo esto desde la perspectiva de la fe.

Precisamente, porque tenemos fe hacemos sacrificios para asistir a los más necesitados, especialmente los que tienen hambre y sed, los forasteros, los que no tienen vestido, los enfermos y los presos (v. Mateo 25, 35-36). Porque tenemos fe estamos dispuestos a dar testimonio de que Dios ha hecho grandes cosas por nosotros en medio de un mundo que cada día se rehúsa más y más a reconocer el valor de lo sagrado. Porque tenemos fe tomamos decisiones que muchas veces son contrarias a la cultura del mundo actual, especialmente cuando tenemos que defender la vida, la verdad, la familia y la dignidad de los más vulnerables entre nosotros, usualmente las mujeres, los niños y los ancianos. No hacemos esto tanto porque tengamos buena voluntad o porque queramos realizar algo que nos haga sentir bien, sino porque la fe nos permite ver en todas estas personas el rostro de Cristo: “Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron” (Mateo 25, 40).

La fe y el misterio de Dios. En tercer lugar, la fe nos permite entrar en relación con el misterio de Dios de una manera nueva y personal. Quizás esta sea una de las dimensiones a la que menos atención se le da cuando hablamos de la fe, sin embargo es una de las más importantes. Como dijimos anteriormente, la fe es una respuesta a la revelación de Dios en la historia; pero no una respuesta simplista por medio de la cual decimos sí y luego la vida continúa como si nada hubiese ocurrido. Es una respuesta que nos abre a un conocimiento nuevo y profundo de la intimidad de Dios. El encuentro con el misterio de Dios nos expone ante la riqueza de lo que Dios es y lo que Dios quiere que nosotros sepamos de la vida divina.

Mientras más conocemos sobre ese misterio, es casi imposible dejar de querer saber más, y mientras más sabemos de Dios más queremos entrar en relación con ese Ser divino que nos da el existir y nos sostiene, que nos ama infinitamente y que quiere que participemos de su vida en la eternidad. La fe hace posible que entremos en un proceso de enamoramiento que no podemos explicar con palabras.

Desde la perspectiva de la fe sólo nos queda una alternativa: dejarnos amar por Dios. Sólo así podemos entender el misterio de la Encarnación, por medio del cual Dios siendo infinito se hace uno de nosotros y comparte nuestra limitación humana; sólo así podemos entender el misterio de la cruz, por medio del cual Jesucristo, Dios hecho hombre, muere injustamente para redimirnos. Sólo así podemos entender el misterio de la Eucaristía, por medio del cual Dios nos alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo en la sencillez de un pedazo de pan y un poco de vino consagrados. Al entrar en relación con Dios por medio de la fe, recibimos el conocimiento de que Dios es Trinidad. Por eso, con la certeza que sólo puede venir de la fe, cada domingo proclamamos que creemos en un solo Dios, Padre Creador, en Jesucristo nuestro Salvador, y en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que sostiene y santifica a la Iglesia en todo momento.

Decir entonces que tenemos fe como cristianos católicos y discípulos de Jesucristo, el Señor, exige que afirmemos tanto la dimensión humana como divina de la fe. La fe es un don de Dios, un don que añade algo a nuestras vidas, que transforma y nos permite entrar en relación con el misterio de Dios de una manera nueva y personal. Cuando decimos que tenemos fe en que todo será mejor, que se puede vivir con esperanza, que siempre podemos construir un mundo más humano si nos lo proponemos, lo decimos porque creemos en el Dios de la revelación, que se ha manifestado plenamente en Jesucristo, nuestro Señor.

Hosffman Ospino, PhD, es profesor de teología y educación religiosa en la universidad jesuita Boston College en los Estados Unidos, en donde también es director de programas de postgrado en ministerio hispano. Correo electrónico: ospinoho@bc.edu

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