La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Dic/Ene 2008 Edición

La Encarnación de la Palabra

Comó prepararse para el gran Día

Todos sabemos que hay diversas estaciones o temporadas en el año. Los calendarios dividen el año en días, semanas y meses, pero lo que realmente influye en nosotros son las diversas estaciones y temporadas.

No sólo las épocas de primavera, verano, otoño e invierno, o bien la temporada seca y la temporada lluviosa, sino también las temporadas de los deportes (fútbol, béisbol, fútbol americano), la temporada escolar, la época de vacaciones, etc.

De modo similar, el tiempo del Adviento (palabra que significa "venida") está lleno de actividades que apuntan a la culminación de un momento especial. Desde el principio mismo de la temporada ya se empiezan a ver decoraciones por todas partes y a escucharse los villancicos; las casas, negocios, oficinas y centros comerciales se van adornando con velas, guirnaldas, luces multicolores y árboles navideños. El buzón se llena de tarjetas de navidad y la gente se dedica a comprar regalos y envolverlos con papeles y cintas de vivos colores.

Así comienza el Adviento, pero a medida que se aproxima el día de Navidad, poco a poco la atención va cambiando y ya no pensamos tanto en la temporada sino en el día especial que se avecina. Pensamos cómo va a ser la reunión familiar que tendremos, la cena especial que compartiremos, las visitas que haremos o recibiremos y cosas por el estilo.

Una temporada de alegría. Si bien pensar en todo esto es bueno y hasta agradable a Dios, el tiempo del Adviento y el día de Navidad tienen una dimensión más profunda que el Señor quiere enseñarnos a experimentar. En las cuatro semanas de espera que comenzamos haciendo preparativos, Dios quiere que abramos los ojos para contemplar la gloria del nacimiento de Jesús. Lo que más desea es que en el día de Navidad, más que todas las alegrías de las reuniones familiares y de los regalos que vamos a dar y recibir, experimentemos el gozo de saber que Dios entregó a su Hijo único, no para condenarnos, sino para concedernos la vida eterna (Juan 3,16).

Por eso, como preparativo para esta Navidad, queremos dedicar esta edición especial de La Palabra Entre Nosotros a meditar en el milagro que celebraremos según la descripción que hace San Juan: "Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros. Y hemos visto su gloria" (Juan 1,14). Daremos una mirada a los planes que tuvo Jesús antes de hacerse hombre (la "Palabra"), qué sucedió cuando Jesús vino efectivamente al mundo ("se hizo hombre y vivió entre nosotros") y cómo quiere el Señor mostrarse a nosotros en este tiempo de Adviento ("y hemos visto su gloria").

El Logos, la Palabra. Cuando San Juan empezó a escribir su Evangelio, escogió una palabra especial para identificar a Jesús. Lo llamó "la Palabra de Dios", o como dice en griego, "el Logos de Dios", que estaba con Dios desde el principio y que ha venido al mundo a traernos "amor y verdad" (Juan 1,14). Tal vez sea extraño para nosotros llamar "Palabra de Dios" a Jesús, pero los primeros cristianos que leyeron este Evangelio comprendían el enorme significado del término.

Los judíos de la época de Jesús usaban la palabra logos para referirse a la sabiduría de Dios y muchas veces la usaban en lugar de la Ley de Moisés o para indicar que Dios había escogido al pueblo de Israel como luz para iluminar a los pueblos gentiles de su alrededor. Para la cultura griega de la época, el logos era una especie de semi-dios, o un puente entre el dios supremo de ellos y el mundo de los humanos.

De manera que el término logos que usó San Juan era conocido tanto para los judíos como para los "griegos" (llamaban "griegos" o "gentiles" a todos los que no eran judíos), pero tenía un significado muy superior a los conceptos judío o griego. Jesús era mucho más que la sabiduría de Dios en forma humana; era más que un puente entre Dios y la humanidad: Jesús, la Palabra de Dios hecha carne, es Dios mismo, completamente humano y completamente divino. Es la sabiduría de Dios y el mediador entre el cielo y la tierra. Es todo esto precisamente porque Jesús es el Hijo eterno de Dios, igual al Padre.

Así como Juan quería elevar el espíritu de sus lectores tratando de hacerles entender quién es Jesús y qué fue lo que vino a hacer al mundo, Dios quiere elevar nuestro espíritu también. La enseñanza de San Juan sobre la Palabra de Dios nos explica que la pureza, la gloria y la perfección del cielo (todo lo que el Hijo de Dios conocía antes de venir a la tierra) está ahora al alcance de todos los que crean. Jesús vino al mundo lleno de gracia y verdad y, podríamos decir, "hizo bajar el cielo a la tierra", por lo cual ahora cada uno de los fieles puede experimentar algo del cielo cuando nos entregamos sin reservas a Jesús con plena fe y confianza.

Es muy común limitarse a dar atención a las obligaciones, planes y aspiraciones que nos parecen importantes según lo que vemos en este mundo y, si no levantamos los ojos al cielo como Juan quería que hicieran sus lectores, terminamos por entender nuestra vida como limitada a las responsabilidades, dificultades y problemas que encontramos cada día. Claro, es obvio que debemos cumplir nuestros deberes y tratar de resolver las dificultades de la vida; pero si nos desenvolvemos solamente en esta dimensión de la vida, caemos en la corriente generalizada de sentirnos contentos o infelices según lo que suceda en el mundo. Pero Juan nos desafía a mirar más allá de este mundo y nos pregunta: ¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Quién controla lo que sucede en el mundo?

Eleva la mirada. Es un error pensar que preguntas como éstas son demasiado profundas para meditarlas o demasiado complejas para encontrar respuestas. La gloria del Adviento y de la Navidad es que Jesús se ha hecho presente entre nosotros como la Palabra hecha carne, para darnos las respuestas que buscamos. Incluso ahora mismo, la misión principal del Espíritu Santo es darnos a conocer a todos nosotros las cosas que Jesús nos enseñó cuando recorría los caminos de la Tierra Santa (Juan 14,26), y en ese darnos a conocer, empezamos a ver nuestra propia vida, el mundo e incluso el cielo con una perspectiva nueva y apasionante.

Queridos hermanos, Jesús es la Palabra de Dios y está vivo entre nosotros. Esto es lo que celebramos en este tiempo, y más aún, lo que esperamos experimentar cuando amanezca el Día de Navidad que ya viene. El Señor quiere concedernos una nueva visión para nuestra vida, una visión que supera con mucho aquello que ocupa nuestro pensamiento cada día. Quiere llevarnos a su mundo, a la Jerusalén celestial, y mostrarnos al Padre para que podamos experimentar riquezas espirituales. Y mientras el Señor abre nuestros ojos, también quiere colmarnos de abundantes dones, es decir, dobles porciones de su amor, su misericordia y su poder. Todo lo que tenemos que hacer es abrir la puerta y dejarlo entrar.

A medida que se acerque el Día de Navidad, dedique unos momentos a contemplar a Jesucristo, Palabra de Dios e Hijo de Dios. El Padre lo envió a salvarnos y darnos a conocer el amor de Dios. No se pierda este valiosísimo regalo; más bien, aprovéchelo cada día dedicando un tiempo para hacer oración. Procure ir a Misa con más frecuencia; busque la reconciliación con Dios a través del Sacramento de la Confesión. Sea lo que sea que haga, fije la mirada en Jesús y pídale que Él mismo se le dé a conocer personalmente.

Vida y Luz del mundo. San Juan dice en su Evangelio que en Jesús "estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz brilla en las tinieblas" (Juan 1,4-5). Esta vida, esta luz, es el faro más estable, firme y digno de confianza que hay en toda la creación. Está constantemente proyectando su luminosidad sobre los seres humanos, ofreciéndonos su poder para curarnos de todos los recuerdos dolorosos que se esconden en los rincones más oscuros de nuestra mente; es capaz de sacar todos los temores y ansiedades de la vida en este mundo y de mostrarnos el camino por el que debemos avanzar.

Esta luz tiene poder para transformarnos, santificarnos y conformarnos a la propia imagen de Dios, para que seamos embajadores de Cristo en un mundo que tiene hambre de su palabra, su amor y su compasión. La luz de Cristo ilumina la oscuridad de nuestra mente, guía nuestros pasos por el camino de la verdad y nos llena de una paz que no va y viene según los altibajos de la vida. Si nos disponemos a contemplar esta luz, nos iremos llenando de amor hacia nuestros semejantes y del deseo de complacer a Dios en todo lo que hagamos.

Este año, aproximadamente un millón de personas leerá esta edición especial de La Palabra Entre Nosotros (en sus varios idiomas). Imagínese lo que podría suceder si todos fijáramos los ojos en Jesús e hiciéramos oración. Veríamos que el Espíritu Santo multiplica nuestras oraciones y devociones y derramaría la gracia y los dones multiplicados treinta, sesenta y cien veces sobre nosotros mismos y sobre todos aquellos por los que estemos rezando y sirviendo. Imagínese cuántas más personas recibirán un toque transformador de Jesús, la Palabra de Dios hecha hombre por nosotros, nada más porque hayamos fijado los ojos en el Señor y elevado nuestras humildes plegarias.

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