La dulce guerrera de Dios
La historia de santa Juana de Arco
Por: Patricia Mitchell
Revestida de su armadura completa y cubiertos los hombros con una capa roja con bordes dorados, la Doncella Juana se mantuvo de pie muy segura de sí misma junto a su rey en la catedral de Rheims, en Francia. El “Delfín” (Príncipe) Carlos, hijo mayor del difunto Rey Carlos VI de Francia, había regresado a reclamar su corona.
A pesar de que los ingleses todavía dominaban el territorio norte de Francia, Carlos había reafirmado su derecho a reinar en su país, un derecho que hacía tiempo le habían arrebatado en virtud de un tratado que su padre se había visto obligado a firmar diez años antes. Su coronación sería el evento decisivo en una guerra con los ingleses que ya llevaba casi cien años.
Juana de Arco, una joven campesina de 17 años fue quien le dio al Delfín Carlos la victoria, dirigiendo el ejército francés en la batalla. Dando muestras de una extraordinaria destreza y entendimiento militar que contradecían su juventud y su inexperiencia. Juana fue un símbolo visible de esperanza y valor para un ejército desmoralizado y para un rey que pecaba de timorato.
La joven Juana, también conocida como “la Doncella de Orleans”, nació en el año 1412 en el pueblo de Domremy, Francia; creció en el campo y nunca aprendió a leer ni a escribir. Su padre era campesino. Su madre era muy piadosa y le infundió una gran confianza en Dios y una tierna devoción a la Virgen María. Cada mes la niña se confesaba y comulgaba, y tenía un profundo deseo de llegar a la santidad y no cometer nunca ningún pecado.
Voces extrañas. ¿Cómo pudo una joven campesina y sin experiencia hacer realidad lo que muchos reyes y generales de ejército no habían podido lograr? Al menos parte de la respuesta se encuentra en la propia Juana: era valiente e intrépida, decidida y de gran fortaleza, atributos todos nacidos de una inquebrantable fe en Dios. Jamás dudó ella de que las voces que había empezado a escuchar a los 13 años de edad, y que continuaron hasta la fecha de su muerte a los 19, venían de Dios y le darían el éxito en la gran misión que se le había encomendado.
Un día la niña, devota y analfabeta, que pasaba la mayor parte de su tiempo hilando lana y cuidando ovejas, empezó a escuchar voces en su interior. Al principio no se lo dijo a nadie, incluso después de que las voces pasaran a ser visiones de santa Catalina, santa Margarita y san Miguel Arcángel, y cada vez le insistían con más fuerza que ella debía comenzar su tarea.
Las voces eran muy específicas: debía ir a la ciudad vecina de Vaucouleurs y reunirse con el gobernador, Roberto de Baudicourt, para pedirle que la llevara a ver al Delfín. Cuando cumplió los 16 años, sin decir nada a sus padres de lo que se proponía hacer, le pidió a un primo que la llevara a Vaucouleurs. El gobernador no hizo más que reírse cuando ella le dijo que había sido llamada por Dios para salvar a Francia. Desalentada pero no derrotada, Juana regresó varios meses más tarde, supuestamente para ayudar a una pariente que acababa de dar a luz. Esta vez, hubo dos jóvenes caballeros andantes que sintieron mucha curiosidad por lo que decía Juana y decidieron ayudarle, pero nuevamente el gobernador Baudicourt no hizo nada. En el invierno de 1429, vestida con ropas masculinas, para protegerse en el largo y peligroso viaje que iba a emprender, Juana partió a caballo con los dos caballeros rumbo al castillo real situado en Chinon.
“Soy la doncella Juana.” Cuando llegó al castillo real había más de 300 cortesanos en el gran salón de honor. El Delfín se había vestido deliberadamente con ropas comunes para la ocasión, a fin de ocultar su identidad frente a la joven, pero ella lo reconoció de inmediato y se arrodilló delante de él diciendo: “Gentil Delfín, soy la doncella Juana. El Rey del cielo me envía a darte este mensaje. Tú serás coronado en Rheims, y yo terminaré con el estado de sitio en Orleans, porque es voluntad de Dios que los ingleses se vayan de Francia.” El Delfín la llevó a un lado para una conversación privada. No se sabe qué fue lo que ella le dijo, pero él se sintió tan impresionado que quienes lo vieron cuando volvió al salón dijeron que su faz estaba radiante.
Con todo, Carlos era muy cauteloso. Envió a Juana a la ciudad de Poitiers, para que la interrogaran los teólogos durante varias semanas para ver si podía confiar en ella. Juana, impaciente por la demora, no se mostró impresionada ni particularmente sumisa ante sus interrogadores. Cuando uno de los sacerdotes le preguntó qué dialecto usaban las voces que escuchaba, ella le respondió: “Mejor que el suyo.” Cuando le preguntaron si creía en Dios, ella respondió con dureza: “Más que usted.”
Finalmente, habiendo pasado la prueba, la enviaron a los talleres para que le ajustaran una armadura y según las especificaciones que ella dio, le hicieron un estandarte blanco que llevaba la figura del mundo y las palabras Jesús y María. En cuanto a su espada, les pidió a los sacerdotes de la capilla de Santa Catalina en Fierbois (pueblo situado en el camino hacia Chinon) que buscaran detrás del altar. Ellos se quedaron atónitos cuando descubrieron una espada vieja y enmohecida, que más tarde pulieron y se la entregaron a Juana. Le gustó mucho la espada, pero más tarde dijo que su estandarte le parecía “40 veces mejor” y, como decía ella, cuando lo mantenía elevado en la batalla se libraba de matar a nadie por su propia mano.
Lucha por su rey. La primera misión de Juana era liberar la ciudad de Orleans, que había estado sitiada por los ingleses durante meses y cuya conquista habría dado paso a los enemigos al otro lado del río Loira al territorio real del Delfín. El 29 de abril de 1429, Juana y varios miles de soldados llegaron a Orleans con los suministros y elementos necesarios. Aunque ella no era la comandante oficial, prohibió que hubiera mujeres solteras que acompañaran a los soldados e insistió que los hombres fueran a confesarse. Viajando con su propio confesor personal, Juana asistía a misa toda vez que le era posible.
Igualmente, insistió en que, antes de comenzar la batalla, se les advirtiera a los ingleses que debían abandonar el territorio, a lo cual éstos respondieron con insultos tan ofensivos y crueles que la hicieron llorar. En los primeros días de combate, los franceses lograron derrotar varias pequeñas fortalezas de los ingleses fuera de la ciudad. Esta fue la primera experiencia de combate que tuvo Juana. Pero fue un shock para ella y rompió en llanto cuando vio que tantos soldados ingleses y franceses iban muriendo. En un punto, se bajó del caballo para reconfortar a un soldado inglés que estaba moribundo.
Juana había predicho que sufriría una herida, lo cual efectivamente sucedió el 7 de mayo, cuando se le clavó una flecha cerca del hombro. Le saltaron las lágrimas por el dolor de la herida de seis pulgadas que se le hizo y la llevaron para vendarla. Cuando regresó, vio que los soldados franceses iban en retirada; sin embargo, cuando ellos vieron el estandarte de Juana, formaron filas nuevamente a su alrededor y volvieron a atacar la fortaleza de las dos torres, las Tourelles. Los ingleses huyeron retrocediendo por el puente levadizo que estaba incendiado y cayeron al río donde todos se ahogaron. La gente de Orleans se llenó de júbilo, porque Juana era el ángel liberador que Dios les había enviado.
La próxima misión de Juana fue lograr que el Delfín fuera coronado Rey en Rheims, la ciudad tradicional para las coronaciones en Francia. Esto significaba que debían capturar las fortalezas inglesas que había en el valle del Loira por el camino. Juana y su ejército llevaban un ímpetu avasallador. Tras una gran victoria en Patay, capturaron sin demora varias otras importantes ciudades hasta llegar a Rheims. Finalmente, Carlos VII fue coronado el 17 de julio de 1429. “Gentil Rey —le dijo Juana derramando copiosas lágrimas y abrazándose a las rodillas del rey— ahora Dios está contento.”
Traición y captura. Pero en lugar de dejar que Juana dirigiera la campaña para reconquistar París, unos nobles influyentes consiguieron que el Rey Carlos firmara un tratado con el duque de Borgoña, que estaba aliado con los ingleses. Esto le dio al enemigo más tiempo para reorganizar sus tropas y provisiones. Finalmente lograron convencer a Carlos que atacara la ciudad de París, pero ya se había perdido el impulso anterior, y los dos primeros intentos fracasaron.
Las voces que Juana escuchaba le advirtieron que pronto la capturarían, y durante un combate en Compiegne, los soldados del duque de Borgoña la rodearon y la arrestaron. El rey no hizo esfuerzo alguno para rescatarla ni pagar por su rescate, pero ella nunca habló una palabra en contra de él. Prisionera en un castillo del generalísimo del Duque, Juana quiso escapar y se arrojó desde una torre de 60 pies de alto (unos 20 m). Milagrosamente sobrevivió, pero al final volvieron a capturarla y la vendieron a los ingleses. La llevaron a una prisión en Rouen y la ataron con una gruesa cadena, porque ella se negaba a prometer que no iba a intentar escaparse de nuevo.
El obispo Pierre Cauchon, en cuya diócesis habían capturado a Juana, presidió un juicio eclesiástico en el que se procuraba demostrar que la joven virgen de Lorena era hereje y culpable de brujería. Cauchon, que tomaba partido con los ingleses, citó a unos 60 abogados canónicos y doctores de la Iglesia, la mayoría de los cuales querían desacreditar tanto a Juana como a su rey. El juicio fue manipulado, a Juana no le proporcionaron ningún abogado, los registros del juicio fueron adulterados y cualquiera que estuviera en desacuerdo con las tácticas del obispo Cauchon era amenazado con represalias. Entre estos testigos estaba el escribano oficial, designado personalmente por el obispo, quien afirmó más tarde que en ocasiones había secretarios escondidos detrás de las cortinas de la sala esperando instrucciones para borrar o agregar datos en las actas.
A pesar de todo, las respuestas inteligentes y rápidas de Juana desarmaban a sus acusadores. Por ejemplo, cuando le preguntaron si san Miguel Arcángel se le había aparecido usando vestiduras, ella replicó: “¿Cree usted que nuestro Señor no tiene nada con qué vestirlo?” Cuando le preguntaron si santa Margarita hablaba inglés, ella respondió: “¿Por qué iba a hablar inglés si ella no estaba de parte de los ingleses?” Los inquisidores estaban particularmente molestos porque Juana se negaba a usar vestiduras femeninas; seguía usando ropas masculinas a fin de protegerse de los asaltos sexuales de sus propios guardias. Cuando le preguntaron si pensaba que ella estaba en estado de gracia, respondió: “Si no lo estoy, que Dios me lo conceda; y si lo estoy, que Dios me mantenga así.”
Frágil pero decidida. El interrogatorio finalmente se redujo a una pregunta: “¿Estaba Juana dispuesta, por sumisión a la Iglesia, a reconocer que las voces que escuchaba eran diabólicas o ilusorias? Pese a que la amenazaron con torturas, ella no cedió. Finalmente, fue declarada culpable. El 24 de mayo de 1431, mientras el obispo leía la sentencia, ella rompió a llorar y se retractó; finalmente, acató el dictamen de la corte eclesiástica.
Fue el temor a ser quemada en la hoguera lo que le hizo retractarse. Varios días después y nuevamente vestida con ropa masculina, Juana declaró una vez más que las voces que escuchaba venían de Dios. A través de estas voces, dijo ella, Dios le había dicho que, al querer salvar su vida, ella se estaba condenando a sí misma. Pero ahora estaba dispuesta a enfrentar la muerte. El 30 de mayo la subieron a un andamio elevado, la ataron y le pusieron una capucha de papel en la cabeza en la que habían escrito: “Hereje, reincidente, apóstata, idólatra.” Ella pidió que la dejaran mirar un crucifijo.
Las llamas empezaron a crecer y subir, envolviéndola por completo. Sus últimas palabras fueron “Jesús, Jesús”. Muchos lloraron y un oficial inglés comentó: “Estamos perdidos. ¡Hemos quemado a una santa!” Le habían ordenado al verdugo que reuniera las cenizas de Juana y las arrojara al rio Sena, pero a pesar de todos sus esfuerzos, el verdugo no pudo lograr que el corazón de Juana se quemara.
Finalmente, los ejércitos franceses lograron expulsar a los ingleses. Veinticinco años más tarde, el Papa Calixto III dispuso que se reabriera el juicio eclesiástico, y ese mismo año se reconoció la inocencia de Juana, en un proceso en el que, tras numerosos testimonios auténticos, se declaró herejes a los jueces que la habían condenado. Finalmente, en 1909 fue beatificada y posteriormente declarada santa en 1920 por el Papa Benedicto XV, el mismo año en que fue entronizada como Santa Patrona de Francia.
Así fue como Juana de Arco, a los 19 años llegó a ser heroína nacional y mártir de la religión. Muchísimas veces se ha contado la increíble historia de esta joven heroína de la fe y muchos son los que han admirado y aplaudido su enorme valentía y decisión, incluso los no creyentes. Pero para los cristianos en general, santa Juana sigue siendo un símbolo de esperanza: aunque seamos frágiles, Dios nos puede usar para los fines que él quiera si es que estamos dispuestos a seguir su guía y obedecer su Palabra, y así es posible lograr hazañas humanamente imposibles.
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