La convincente voz del Espíritu Santo
Cómo ser parte de “Hechos 29”
Ya hemos visto que, desde el Bautismo, el Espíritu Santo habita en el corazón de los fieles. Ya está en nosotros, dispuesto a ayudarnos a encontrar el camino hacia el cielo. Veamos, pues, cómo podemos experimentar la presencia del Espíritu de un modo más constante y pleno.
Transformados por el Espíritu. Los apóstoles presenciaron innumerables milagros y obras portentosas durante el tiempo que acompañaron a Jesús: tormentas calmadas, enfermos que sanaron milagrosamente, difuntos que resucitaron y miles que comieron hasta saciarse cuando no había más que unos pocos panes. Durante todo ese tiempo, conocieron el amor de Dios, aprendieron a poner la otra mejilla y experimentaron la misericordia infinita de Dios. Incluso ellos mismos fueron, de dos en dos, a anunciar a Cristo y realizar milagros asombrosos. Indudablemente su vida había cambiado drásticamente.
Pero cuando Jesús fue apresado, estos mismos apóstoles se dispersaron. Pedro negó conocerlo, Judas lo traicionó y todos, presa del miedo y la tentación, pensaron que todo había acabado. Pero la verdad es que ese no era más que el comienzo.
En efecto, cuando vieron a Jesús resucitado aquel Domingo de Pascua, los apóstoles cambiaron por completo y su fe se renovó profundamente. Un poco más tarde, cuando llegó el Domingo de Pentecostés, el Espíritu Santo se derramó con fuerza “y todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (Hechos 2, 4). Todo lo que habían visto y experimentado los movió a salir del aposento, anunciar la buena noticia y construir la Iglesia. Todo esto está escrito en los Hechos de los Apóstoles.
El capítulo siguiente. ¿Cuál es el capítulo 29 del libro de los Hechos? No lo hay, pues el libro solo tiene 28 capítulos. Pero podemos decir que el capítulo 29 es la historia de todo lo que ha sucedido en la historia de la Iglesia desde los tiempos de San Pablo hasta hoy. Este nuevo capítulo, que se extiende por dos mil años, cubre las historias de santos de vida heroica, como San Antonio el Ermitaño y San Francisco de Asís; incluye igualmente las vidas de mártires, tales como Perpetua y Felicidad, y las historias de servidores alegres y dedicados como San Vicente de Paúl y Santa Teresa de Calcuta. Pero, además, aunque no lo creas, te incluye a ti también.
Sí, porque tú tienes un importante papel que desempeñar en este capítulo 29 de la vida de la Iglesia. El Espíritu Santo está presente en tu ser y está constantemente actuando eficazmente en ti formándote a imagen de Cristo, para que llegues a hacer destacar una diferencia ahí donde tú vives, trabajas y sirves. Dios te ha conferido la gracia divina para que puedas escuchar al Espíritu Santo, seguir sus inspiraciones y recibir sus advertencias y consolaciones.
Por lo general pensamos que los santos y héroes de la Escritura y la Iglesia fueron personas dotadas de algo especial, y en efecto lo fueron. Pero la gracia que tuvieron la recibieron porque fueron dóciles al Espíritu Santo y se dejaron transformar y “reconfigurar” por esa gracia, sin oponer resistencia, y lo mismo podemos hacerlo nosotros. Por eso no pienses que nunca podrías llegar a ser así. Si no le pones trabas al Espíritu Santo, la gracia divina puede actuar libre y profundamente en tu ser. El Espíritu Santo está constantemente llamando a la puerta de tu corazón y quiere decirte que tú también puedes hacer cosas valiosas para Jesús y quiere convencerte de que Dios te ama, te atesora y quiere usarte como instrumento suyo.
Una voz convincente. La vida moderna está llena de muchas voces, ruidos y mensajes: palabras de familiares, amigos, compañeros y vecinos; también de comentarios por radio, televisión, prensa e Internet. Lo mismo sucede espiritualmente: experimentamos las tentaciones con que el diablo trata de engañarnos y hacernos pecar, y también nos llegan las inspiraciones del Espíritu Santo, que quiere ayudarnos a crecer en la santidad. Entonces, ¿cómo podemos llegar a centrar la atención en las palabras del Espíritu?
El Evangelio según San Juan nos ofrece algunas sugerencias. En su relato de la Última Cena, leemos que Jesús prometió dar el Espíritu Santo a sus discípulos y les dijo que el Espíritu “convencerá (culpará) al mundo de pecado, de justicia y de juicio”, y que nos guiaría a toda la verdad… “y se lo hará saber a ustedes” (Juan 16, 8. 13-14 BL).
Convencidos por el Espíritu. Para convencernos de los pecados que hemos cometido, el Espíritu nos habla directamente a nuestra conciencia. Todos hemos dicho medias verdades; todos hemos manipulado o tratado de manipular a alguien en algún momento; todos hemos mentido y hemos deseado desquitarnos de quienes nos han ofendido o dañado. Por eso, el Espíritu Santo quiere hacernos reconocer dónde y cuándo hemos actuado así, pero lo hace de una manera que nos lleva a admitir nuestras faltas para que nos arrepintamos, y no de una manera que nos impone una carga innecesaria de culpabilidad o vergüenza. Podemos darnos cuenta de que el Espíritu nos está hablando porque, aun cuando vemos más claramente las faltas cometidas, todavía tenemos esperanza y confianza en la misericordia de nuestro divino Redentor.
Pero eso no es todo lo que hace el Espíritu Santo. También quiere hacernos ver cuáles son las raíces o las causas por las que cometemos pecados, con el fin de que cambiemos y no nos limitemos a recibir el perdón y nada más. Al principio, cuando hemos ido a confesarnos, sin duda hemos reconocido que hemos dicho mentiras, tal vez usado malas palabras o caído en arrebatos de ira. Pero con el tiempo, el Espíritu nos llevará a darnos cuenta de que en realidad solo nos preocupamos de nosotros mismos; nos hará ver que la ira, los engaños o embustes y otros pecados que cometemos provienen del mal más profundo que es el egocentrismo. Luego, con su gran misericordia, nos enseña a lidiar con esas raíces de maldad, para que así los pecados superficiales vayan disminuyendo.
Convencidos por el Espíritu. Cuando se trata de convencernos de nuestros pecados, el Espíritu toma las verdades de nuestra fe y las hace revivir en nosotros; nos comunica señales del amor de Cristo, nos ablanda el corazón durante la Misa, nos ayuda a comprender la Sagrada Escritura y nos inspira a vivir para servir a Dios y al prójimo.
En todo esto, lo que desea el Espíritu Santo es adentrarnos más en el corazón de Jesús. Nos hace ver que Jesús es realmente Dios, que dejó su trono celestial para venir al mundo a salvarnos del pecado, y que realmente resucitó de entre los muertos. Todo esto se debe a que el Señor nos ama con amor generoso, misericordioso e infinito.
Dedica ahora un momento a imaginarte que el Espíritu te habla en el silencio de tu corazón y te dice: “Jesús te ama tanto que derramó su sangre por ti, y quiere entrar en tu corazón para llenarte de su agua viva. Deja que él te quite el sentido de culpa y vergüenza y te diga que nunca te dejará.” Este es el tipo de impresiones con que el Espíritu Santo quiere marcar tu alma.
Oír con atención. Las Escrituras dicen que muchas personas escucharon a Jesús, pero no entendían sus palabras, porque sus actitudes y creencias eran demasiado rígidas y no estaban dispuestos a que el Espíritu Santo les hiciera ver sus pecados. No dejemos que esto nos suceda a nosotros. Si diariamente practicamos las cuatro sencillas acciones de creer, arrepentirse, centrarse y actuar que proponemos más abajo, comenzaremos a percibir la presencia del Espíritu y ver el impacto que sus palabras tienen en nuestras vidas.
1. Cree que el Espíritu Santo vive en ti y quiere ayudarte. El Espíritu viene a ayudarnos en nuestra debilidad y nos consuela cuando estamos sufriendo. Nunca pienses que estás solo. El Espíritu Santo está contigo y quiere ayudarte a ser amable, cariñoso y compasivo con todos, como Jesús.
2. Arrepiéntete cada día de tus pecados. Anda a recibir el Sacramento de la Reconciliación toda vez que puedas. El pecado nos impide escuchar la voz del Espíritu y recibir su corriente de gracia. El arrepentimiento nos quita la pesada carga de la culpa y cuando nos sabemos perdonados, podemos ser más indulgentes con los demás.
3. Centra tu atención. Cada vez que hagas oración y que te encuentres en Misa, procura aquietar tu mente. Deja de lado tus preocupaciones por unos minutos para centrar la atención en la Persona de Jesús. Luego, pídele al Espíritu Santo que te hable y pon atención a las ideas que se te vienen. Si es algo alentador y positivo, probablemente es del Espíritu Santo. No te vayas después de Misa sin llevarte por lo menos un pensamiento que te parezca que es del Espíritu.
4. Intenta actuar sobre lo que te pareció que te dijo el Espíritu. Si se trata de perdonar, ve y perdona a quien sea. Si se trata de confiar en Dios, repite para ti mismo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” Si se trata de tener paciencia con tu familia, hazte el propósito de expresarles amor a tu cónyuge y a tus hijos. Sea lo que sea que te haya inspirado el Espíritu, haz lo posible por ponerlo en práctica.
¡Ven, Espíritu Santo! El Espíritu Santo nos extiende una invitación día tras día. Digámosle que sí. Digámosle: “¡Aquí estoy, Señor, Espíritu Santo! Ven y lléname de tu amor, tu sabiduría y tu fortaleza.”
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