La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Septiembre 2023 Edición

La construcción del Reino

Si el Señor no edifica la casa, en vano se afanan los albañiles

Por: Luis E. Quezada

La construcción del Reino: Si el Señor no edifica la casa, en vano se afanan los albañiles by Luis E. Quezada

Todos los bautizados formamos el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, el Nuevo Templo de Dios en la tierra. Y todos tenemos la misión de trabajar en la construcción de este Reino, para que se vaya erigiendo como un templo hermoso y resplandeciente en el que habite la Presencia del Rey de Reyes y Señor de Señores en medio de su Pueblo.

Pero lamentablemente no todos los bautizados tienen el deseo de contribuir activamente a la construcción del Reino. Esto se debe, probablemente, a una evangelización defectuosa, a una formación doctrinal insuficiente o a la falta de compromiso personal. Todo esto tiene que ver con los conceptos que cada uno tiene acerca de su fe, de su amor a Dios y de su participación en el Cuerpo de Cristo.

Hace un tiempo escuché una novedosa reflexión del Padre Anthony Lickteig, de la Arquidiócesis de Washington, y me pareció muy interesante, por lo que aquí expongo algo de lo que capté.

Visiones diferentes. Hay una anécdota conocida que habla de un católico que paseaba visitando unos cerros donde había canteras. Al pasar por una cuesta determinada vio a tres picapedreros que trabajaban cortando pedazos de roca. La curiosidad lo llevó a acercarse y al primero que vio le preguntó:

“Hola, ¿qué haces?” El hombre respondió: “Aquí me tienen cortando trozos de piedra. Es un trabajo muy duro y el sol pega muy fuerte.”

Un poco más allá estaba el segundo, y le hizo la misma pregunta: “Y tú, ¿qué estás haciendo?” La respuesta fue: “Estoy preparando bloques de piedra para una construcción. Es un trabajo muy cansador.”

Al tercero que vio a poca distancia, le preguntó: “¿Qué estás haciendo?” El cantero sonrió con un gesto de satisfacción y respondió: “¿Qué estoy haciendo? ¡Algo muy importante! ¡Estoy trabajando para la construcción de la hermosa catedral de mi ciudad! “Y ¿cómo sabes que será una catedral hermosa?” inquirió el visitante. “Porque yo conozco al arquitecto,” fue la respuesta.

¿Cuál es el sentido de esta reflexión? Que los tres operarios estaban haciendo el mismo trabajo físico, pero cada uno con un entendimiento diferente del valor y la importancia de su labor. Sin duda que el tercero, al reflexionar en el significado de su arduo esfuerzo, no reparaba tanto en el calor del sol ni en el cansancio del día, porque sabía que su trabajo era de un valor inapreciable.

De modo similar, los creyentes en Cristo hemos de tener una visión realista y amplia del trabajo que hacemos, sea físico o intelectual, porque aquello que nos ocupa tiempo y esfuerzo es, en última instancia, para la mayor gloria de Dios. ¿Por qué? Porque él es quien nos ha dotado de todos los talentos, conocimientos, medios y habilidades que tenemos, y porque a todos los creyentes se nos ha encomendado la misión de trabajar en la construcción del Templo de Dios, que es la Iglesia en la Tierra. De manera que, sea cual sea nuestro oficio, vocación o profesión, lo que hagamos en el trabajo y en la familia no es únicamente un medio para ganarnos la vida en este mundo, sino que tiene un propósito superior: contribuye a algo mucho más sublime y glorioso: la construcción del majestuoso y esplendoroso Templo vivo de Dios.

La represa natural. Se cuenta que unos exploradores caminaban por una zona desértica y deshabitada, un páramo inhóspito, cuando a lo lejos divisan un pequeño arroyo que fluye hacia un lugar lleno de vegetación, plantas y árboles. Se dirigen hacia ese lugar y ven que es muy diferente al páramo anterior, pues en él fluye la vida silvestre, con bandadas de pájaros, animales diversos y muchas plantas y flores. Animados por la disponibilidad de agua y sombra, se acercan y llegan a una gran laguna en la que hay flores acuáticas y gran cantidad de peces. La vida y la exuberancia afloran por todas partes. Recorren la ribera de la laguna hasta que llegan a un lugar donde ven que los castores han construido un dique con pedazos de troncos y ramas de árboles. ¡Esa era la razón de que el agua se había represado y formado la laguna! Pero, más aún, era la razón de la abundancia de vida silvestre y de la pujante vegetación y de una hermosa naturaleza.

¿Qué se puede inferir de este relato? Que los castores son pequeños roedores semiacuáticos que construyen diques en corrientes de agua, y lo hacen por instinto natural, para edificar sus viviendas y no porque quieran necesariamente promover el cuidado de la vida silvestre. Es decir, no tienen una visión de conjunto de todo lo que suele lograr su tedioso trabajo, pero el resultado es maravilloso.

Los zoólogos dicen que los castores construyen diques con troncos y ramas de árboles para formar estructuras que les sirvan de hogar y protección; pero al mismo tiempo su labor contribuye a filtrar el agua de los contaminantes que lleva la corriente y a reducir la erosión de los suelos. Además, la laguna que se forma viene a ser una fuente de vida y salud para la flora y la fauna silvestres y propicia para la abundancia de peces, todo lo cual es sin duda beneficioso para el sustento de los lugareños. Pero los castores no tienen esta visión panorámica de todo el bien que genera su arduo trabajo, solamente tienen el instinto natural de construir el dique que será su hogar y su refugio en las adversidades.

Así también, el trabajo que tú y yo realizamos en el mundo tiene un valor incalculable como fuente de vida y sustento para nosotros mismos y para nuestras familias. Este es el propósito y el resultado inmediato. Pero más aún, si nos remontamos a una altura considerable y contemplamos el paisaje con visión panorámica, podremos ver que nuestro arduo trabajo, sea modesto o importante, contribuye con mucho al progreso y adelanto no solo de nuestra familia sino de la sociedad en la que vivimos y en realidad de toda la humanidad.

El Reino de Dios. Ahora bien, si trasladamos esta visión al plano espiritual, nos daremos cuenta de que el producto del oficio, la vocación o la profesión que hayamos emprendido es posible gracias al esfuerzo con que lo cumplamos; pero más que nada, a los dones que Dios nos haya dado para la construcción de su Reino, pues fue él quien nos creó y nos equipó con los talentos, las capacidades y las habilidades que nos permiten ser personas de bien y progresar en esta vida, y también en la venidera. Es decir, aunque no tengamos una “visión panorámica” de toda la obra de Dios, cada uno puede contribuir a la construcción del espléndido Templo en el que Dios habita en medio de su Pueblo.

Como lo afirma el Salmo 127 (126), Si el Señor no edifica la casa, en vano se afanan los albañiles. El Señor es el Arquitecto y el Constructor del Reino de Dios y nosotros, los que formamos la Iglesia, somos los canteros, albañiles, carpinteros, fontaneros y obreros a quienes él ha encomendado el meritorio trabajo de construir su Templo vivo en la tierra y para lo cual nos ha dotado de los dones, medios y talentos necesarios. En otras palabras, el Señor nos ha encomendado la noble misión de construir un mundo mejor mientras estamos en esta vida.

Ahora bien, si logramos captar la visión panorámica de que estamos construyendo el Reino de Dios en la tierra, el hecho de cumplir nuestras labores diarias sea en la casa, la escuela, la oficina, la empresa, las fuerzas armadas, la Iglesia, la docencia, el taller o donde sea que laboremos, nos llenará de alegría, paz y esperanza porque sabremos que el éxito de lo que hagamos, si ponemos en ello nuestro mejor esfuerzo, dependerá en último término de Dios mismo. ¡Qué hermosa razón para sentirse alegres, satisfechos y orgullosos de lo que hacemos, y qué elevada y valiosa responsabilidad nos ha confiado el Señor en la tierra!

Pero el Reino no se limita a este mundo y a esta vida. Es, al fin de cuentas, el ámbito en el que habitaremos una vez que el Señor nos llame a su presencia. Allí podremos contemplar, como mirando desde lo alto, la belleza, la magnificencia, la fortaleza y la verdad del Reino de Dios que nosotros, con nuestras manos y nuestras habilidades, hayamos contribuido a edificar, siguiendo la guía y la inspiración de Dios.

Con todo, hay que tener presente también cuál es el “material”, o sea, el espíritu con el que cada uno trabaja, porque, como decía San Pablo: “Que cada cual se fije bien de qué manera construye. El fundamento ya está puesto y nadie puede poner otro, porque el fundamento es Jesucristo. Sobre él se puede edificar con oro, plata, piedras preciosas, madera o paja. La obra de cada uno aparecerá tal como es, porque el día del Juicio, que se revelará por medio del fuego, la pondrá de manifiesto; y el fuego probará la calidad de la obra de cada uno” (1 Corintios 3, 10-13).

Por eso, el trabajo que realicemos en esta vida no ha de limitarse, obviamente, a cumplir nuestras obligaciones seculares y nada más. Tenemos también el deber de cumplir el mandamiento que Jesús nos dejó: “Ámense unos a otros como yo los he amado” (Juan 13, 35). Y ¿cómo hacemos esto? Aparte de cumplir nuestras responsabilidades familiares y laborales, podemos hacerlo llevando a cabo las obras de misericordia corporales: Dar de comer al que pasa hambre, dar de beber al que sufre sed, vestir al desnudo, visitar a los encarcelados, proteger a los privados de vivienda, visitar a los enfermos, enterrar a los muertos.

Si junto con el trabajo que nos permite subsistir en este mundo llevamos a cabo las obras citadas lograremos escuchar un día aquellas anheladas palabras de Jesucristo, nuestro Señor y el Rey del Universo: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo” (Mateo 25, 34).

Luis E. Quezada, ex Director Editorial de La Palabra Entre Nosotros, vive con su esposa Maruja en la ciudad de Rockville, MD.

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