La clave es la oración
Cómo distinguir un ayuno auténtico de uno falso
En el artículo anterior vimos que el ayuno no se limita a la práctica de privarse de alimento o bebida, y que uno puede seguir un plan muy riguroso de negación propia y considerarlo ayuno, pero sin llegar a percibir un crecimiento en la vida espiritual.
Lo cierto es que el ayuno al que nos invita la Cuaresma tiene que estar enfocado en Dios y en su reino. En su esencia profunda, el ayuno es una forma de oración, y como todas las demás formas de oración, su propósito es dar gloria y honor a Dios y buscar su ayuda, mientras tratamos de servirlo y obedecer sus mandamientos.
Naturalmente, cada vez que nos negamos a nosotros mismos por causa del Señor —e incluso si lo único en que pensamos es el alimento del que nos privamos— Dios bendice el esfuerzo. Pero el Señor puede hacer algo muchísimo más grande y significativo cuando le ofrecemos el corazón arrepentido junto con el estómago vacío. En ninguna parte de la Escritura se ve esto con mayor claridad que en el Libro de Isaías, capítulo 58. En este pasaje, el profeta reprende a Israel por limitar sus ayunos solamente al aspecto físico, sin despojarse de las actitudes egocéntricas y pecaminosas.
Así pues, reflexionemos sobre lo que nos dice este capítulo, y pidamos que la Palabra de Dios nos ayude a percibir mejor lo que podremos experimentar y lograr cuando ayunemos y oremos en esta Cuaresma.
Una lectura rápida de Isaías 58. Lea este capítulo un par de veces. En los primeros versículos, el Señor condena los ayunos de Israel calificándolos de vacíos e hipócritas (Isaías 58,1-5). Luego, explica cómo ha de ser el ayuno auténtico (58,6-7) y finaliza presentando un cuadro de la clase de milagros a que puede dar lugar el ayuno verdadero (58,8-14). En este capítulo, el Señor nos dice que si pasamos más allá del concepto superficial y hacemos ayuno con un espíritu correcto, experimentaremos una transformación de mente y de corazón, y esa transformación se hará sentir en nuestras palabras y acciones. Veamos ahora qué es lo que nos dice el profeta.
El ayuno falso: Isaías 58,1-5. ¿Para qué ayunar, si Dios no lo ve? ¿Para qué sacrificarnos, si Él no se da cuenta? Esta exclamación llena de desánimo venía de un pueblo que al parecer había cumplido rigurosamente la obligación del ayuno, pero sin fruto alguno: “¿Dónde están las bendiciones? ¿Para qué nos molestamos si Dios no nos va a premiar?”
Y Dios les dio una respuesta clarísima: Les dijo que Él podía ver lo que había tras la máscara de piedad que ellos le presentaban, que más allá de las observancias religiosas, miraba los corazones y no le agradaba lo que veía. Ellos alegaban que ayunaban y buscaban la guía del Señor, que se presentaban ante Dios con humildad y deseo de acercarse a Él y que querían obedecer sus mandamientos, pero el Señor sabía que tales reclamos no tenían sustancia alguna.
¿Cómo podía el pueblo ayunar — les preguntaba el Señor— y seguir tratándose unos a otros con tanta injusticia y egoísmo? ¿Cómo podían ayunar y seguir despreciando las leyes que les había dado? Casi podemos escuchar la voz del profeta que trataba de estimular la conciencia del pueblo: “¿Eso es lo que ustedes llaman ‘ayuno’ y ‘día agradable al Señor’?” (Isaías 58,5).
¿Y cuáles son nuestras actitudes? Este pasaje debería movernos a analizar las razones por las cuales nosotros hacemos ayuno ahora: ¿Tengo realmente necesidad de ayunar? ¿Creo que en efecto algo bueno puede salir de la negación de mí mismo? ¿Hago ayuno en Cuaresma solamente por cumplir el precepto, o por un deseo sincero de acercarme a Dios?
El ayuno verdadero: Isaías 58, 6-7. En dos breves versículos, el profeta plantea la diferencia entre el ayuno auténtico y el falso. Se ve claramente que el tipo de ayuno que Dios quiere que haga su pueblo es el que genera un cambio, tanto interior como exterior en el mundo alrededor. Algo que Dios desea ver es que el ayuno nos ayude a identificarnos con los pobres, es decir, aquellos que pasan hambre, no voluntariamente, sino porque no tienen otra opción. El Señor quiere que el ayuno nos infunda compasión, de modo que nos sintamos movidos a romper las cadenas de la injusticia, compartir nuestros alimentos con quienes pasan hambre y acoger a los que no tienen hogar.
Ahora bien, la petición de hacernos cargo de las necesidades de los pobres tal vez no sea la única razón por la cual Dios nos pide ayunar, pero es una razón importante. El ayuno es un gran factor de igualación, ya que nos reduce a todos a una condición de hambre, necesidad y dependencia del Señor. Es algo que humilla a los ricos y los mueve a reconocer la condición de los pobres. Si descubrimos que el ayuno no nos lleva a apreciar la situación de los necesitados de una u otra manera, quiere decir que ha llegado la hora de analizar lo que tenemos en el corazón, para ver si en realidad le damos la importancia debida a la llamada del Señor.
Dios quiere proteger a todos los que son vulnerables y liberar a quienes viven bajo opresión. Esto se aplica a los pobres, naturalmente, pero también a los huérfanos, las víctimas de abuso, los no nacidos y los moribundos. El Señor quiere que todos trabajemos decididamente para poner fin a toda forma de injusticia. Sabemos que nosotros somos las manos y los pies de Cristo y también su voz en este mundo. También es preciso saber que Dios espera que sus hijos sean su luz en aquellos lugares de oscuridad en donde los poderosos abusan de los débiles y donde los ricos ignoran a los pobres. El ayuno nos ayuda a hacer realidad estos deseos de Dios.
“Entonces…”: Isaías 58,8-14. Es asombroso ver que Dios toma nuestros sencillos actos de negación propia y los cambia en poderosas bendiciones. El profeta nos dice que el ayuno verdadero es fuente de resultados maravillosos. Después de describir lo que es un ayuno verdadero, Isaías presenta una imagen del pueblo que camina con Dios y que reconstruye la tierra: Su luz brilla como el amanecer y la mano del Señor los va guiando; encuentran nueva fortaleza donde antes había debilidad, y el corazón se les llena de “delicias”, porque Dios mismo es quien los alimenta, los sana y los llena de su propia gracia y bendición.
Queridos hermanos, esta gloriosa visión no fue sólo para el antiguo Israel, es para nosotros también. Es la visión de lo que el Señor quiere que la Iglesia sea en este mundo: una fuerza de salud y restauración, una luz en la oscuridad y una señal de la presencia de Dios para todos los que lo buscan.
Cientos de años antes de que se pronunciara esta profecía, el Rey Salomón había escuchado que el Señor había hecho una promesa similar. Salomón acababa de dedicar el Templo de Yahvé en Jerusalén y cuando estaba orando percibió que Dios le decía: “Si mi pueblo, el pueblo que lleva mi nombre, se humilla, ora, me busca y deja su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré sus pecados y devolveré la prosperidad a su país” (2 Crónicas 7,14). ¿No sería fantástico que todos tuviéramos esta misma actitud? ¡Cuánta salud, restauración y esperanza se derramarían sobre nuestras naciones si todos acatáramos la llamada a hacer ayuno y oración!
No hace falta decir que Dios es infinitamente bueno y compasivo, pero sabemos perfectamente bien que también es justo y santo; y sabemos que Él quiere hacer cosas buenas para su pueblo y hacernos brillar como estrellas en el cielo (v. Filipenses 2,15). Pero no premia la injusticia ni el egoísmo. Por eso nos pide que ayunemos para que seamos libres y nos purifiquemos; nos pide que ayunemos para que brillemos con su propia luz.
Una imagen del cielo. En ciertos sentidos, los últimos versículos de Isaías 58 nos permiten vislumbrar algo de lo que será la vida cuando Jesús regrese al mundo, porque cuando llegue ese día glorioso, la tierra se llenará de su presencia esplendorosa. Cuando vuelva el Señor, los ricos y los pobres, los educados y los no educados, los fuertes y los débiles serán todos resucitados a la vida eterna. El Señor enjugará todas las lágrimas y todo lo que esté destruido será restaurado, toda injusticia será corregida y todos gozaremos de una perfecta unidad en el amor y la gracia de nuestro Dios. Pero mientras eso no suceda, el Señor nos encomienda realizar el trabajo de reparación y restauración que tanto necesita el mundo.
Lo que más desea el Señor es que todos aprendamos a evangelizar: que hablemos de Jesús con todos los que podamos y les ayudemos a entregarse al Señor. Esta misión de evangelización incluye la llamada del Génesis a “gobernar el mundo” para que la sociedad sea un lugar donde reinen el amor y la justicia. El ayuno es un componente esencial para cumplir esta noble misión.
Dios quiere que aprendamos a preferir su voluntad a la nuestra, que nos dediquemos a realizar su trabajo de justicia, paz y restauración; quiere que aprovechemos esta temporada de Cuaresma, que es tiempo de ayuno, para ayudar a propagar su plan para nosotros mismos y para nuestros semejantes. Así, pues, tratemos de dedicar estos 40 días a hacer nuestra parte, para edificar un mundo en el cual cada persona viva con dignidad y esperanza. Dediquémonos a vivir como pueblo de Dios, un pueblo que se regocija en el Señor y comparte ese gozo con todos los que quieran escuchar. Hagamos realidad aquella promesa de Dios: “Si mi pueblo, el pueblo que lleva mi nombre, se humilla, ora, me busca y deja su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré sus pecados y devolveré la prosperidad a su país.”
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