La batalla de Lepanto y el Santo Rosario
Cómo se preservó la fe cristiana en Europa
Por: Luis E. Quezada
Un poco de historia. Entre los siglos XV y XVI, el catolicismo en Europa se encontraba bajo ataque a causa de la fuerte amenaza que representaban los musulmanes turcos, que estaban decididos a imponer por la fuerza su dominio sobre todo el mundo cristiano.
El islamismo había surgido 600 años después de Cristo, bajo el liderazgo de Mahoma, el autoproclamado profeta de Dios en las ciudades de Mecca y Medina, en la actual Arabia Saudita. Se dice que Mahoma habría afirmado que “las fatigas de la guerra son más meritorias que el ayuno, las plegarias y las demás prácticas religiosas” (www.enciclopediadelapolitica.org/guerra_santa/).
¡Qué diferencia con las enseñanzas de Jesús, que no solo rechaza la guerra sino que postula la propagación de la fe cristiana mediante el amor, el perdón y el servicio y nos manda amar a nuestros enemigos y orar por quienes nos persiguen! (Mateo 5, 43-45).
En los siglos XV y XVI, una parte de Europa se encontraba sufriendo de una gran hambruna resultante de varias temporadas de malas cosechas. Por otra parte, la ciudad-estado de Venecia se había especializado durante siglos en la navegación y había desarrollado un importante poderío marítimo, que le permitió dominar el comercio de esa época por el Mediterráneo.
Venecia había intentado frenar la expansión islámica en el Mediterráneo oriental hasta 1540, pero entonces, agotada y desesperada por la falta de apoyo ante la fuerte amenaza, se vio forzada a firmar un humillante tratado de paz con Suleiman I, sultán del Imperio Otomano. El sucesor de este, Selim II, había decidido apropiarse de la isla veneciana de Chipre y cuando Venecia se negó a cederla, la invadió en 1570.
La batalla de Lepanto. Viéndose en tales aprietos, el rey veneciano pidió ayuda urgente a los Estados Pontificios (territorios del centro de Italia que conformaban un estado independiente, entonces gobernados por el Papa San Pío V). El Sumo Pontífice a su vez recurrió a España, pues no disponía de barcos ni tropas para defenderse. España, cuya armada era poderosa, firmó con Venecia un tratado que llegó a conocerse como Liga Santa, para hacer frente a la avanzada musulmana. Como generalísimo de las fuerzas cristianas, el Sumo Pontífice nombró a don Juan de Austria, almirante y gobernador de los Países Bajos durante el reinado de su hermano, el rey Felipe II de España.
La Liga Santa estaba integrada por el Reino de España, los Estados Pontificios, la República de Venecia, la Orden de Malta, la República de Génova y el Ducado de Saboya. Esta coalición de estados católicos logró reunir 198 galeras (barcos a vela y remo) y cerca de 91.000 hombres, de los cuales solo 20.000 eran soldados, número obviamente insuficiente para defenderse, pues la armada otomana contaba con 210 galeras y cerca de 120.000 hombres, todos los cuales eran guerreros avezados.
La situación era desesperada, y no había duda de que la ventaja la llevaban claramente los atacantes musulmanes. Por tal razón, Pío V decidió encomendar el desenlace de la batalla a la intercesión divina de la Santísima Virgen María.
El 7 de octubre de 1571, don Juan de Austria, comandante de las fuerzas cristianas, portaba el estandarte enviado por el Sumo Pontífice con la imagen de Cristo crucificado y de la Virgen María. Cuando los generales cristianos dieron la señal, todos los soldados se arrodillaron ante el crucifijo y permanecieron rezando el rosario en esa postura hasta que se aproximaron las flotas enemigas.
Y mientras en el Mediterráneo se libraba la última gran batalla naval hasta entonces, en los países aliados y en Roma miles y miles de fieles rezaban el santo rosario liderado por San Pío V, que no cesaba de implorar a Dios con manos alzadas, como Moisés (v. Éxodo 17, 11-13).
El combate se prolongó desde primeras horas de la mañana hasta la noche. Finalmente, para júbilo y tranquilidad de los cristianos, la armada de la Liga Santa derrotó de modo contundente a la flota del Imperio Otomano en el golfo de Patrás, parte de Grecia. A la mañana siguiente, el Santo Padre anunciaba la feliz noticia a todos los presentes reunidos en la plaza de San Pedro y a todo el mundo: ¡La Santísima Virgen nos ha concedido la victoria a los cristianos!
Victoria cristiana. El Papa Pío V interpretó el feliz acontecimiento como una clara intervención de la Providencia divina a favor de la Iglesia y de la civilización europea. Por eso, no dudó en afirmar que el triunfo pertenecía en justo rigor a la Madre de Dios y que, en medio del fragor de la batalla, su intercesión había llevado a la Liga Santa a la merecida victoria.
De allí en adelante, el Sumo Pontífice consagró el 7 de octubre como día de fiesta en homenaje a Nuestra Señora de las Victorias y añadió el título de “Auxilio de los Cristianos” a las letanías a la Madre de Dios. Un año más tarde, el Papa Gregorio XIII decidió modificar el título de la solemnidad al de “Nuestra Señora del Rosario”, ya que fue gracias a la ferviente oración del santo rosario que elevaron millones de fieles católicos en toda Europa implorando la intercesión de la Virgen María que se obtuvo la victoria en la batalla de Lepanto.
Esta victoria redujo drásticamente los intentos del Imperio Otomano de proseguir su campaña expansionista para dominar por la fuerza los territorios en torno al Mediterráneo, hecho que causó un cambio trascendental en las relaciones internacionales entre Oriente y Occidente.
La victoria en la batalla de Lepanto fue celebrada en toda Europa, tanto por católicos como por protestantes. Aunque ambas confesiones se habían enfrentado durante la mayor parte del siglo debido al aciago cisma provocado por Martín Lutero y la Reforma, todos los cristianos se regocijaron unidos en gratitud a Dios por la épica defensa de su fe y de su forma de vida. Dicen algunos que, en cierto modo, el mundo que ahora conocemos nació con esta victoria y de esta manera se preservó la cultura cristiana en el mundo occidental.
El santo rosario. La palabra “rosario” significa corona de rosas. Dice la historia que, en los primeros siglos del cristianismo durante la persecución romana, las mujeres cristianas que eran llevadas al coliseo para someterse al martirio llevaban en la cabeza una diadema de rosas, como símbolo de fe y esperanza, pues sabían que iban al encuentro con Dios.
Hay fuentes, como opusdei.org, que afirman que el rosario tuvo su origen en la Orden de San Benito en el siglo IX como oración para honrar a la Virgen María, Madre de Dios y que se expandió por acción de los frailes dominicos. Otras fuentes, como ewtn.com, dicen que en 1208 Santo Domingo de Guzmán se encontraba en el sur de Francia luchando contra la herejía albigense, una doctrina contraria al cristianismo verdadero, pero sentía que sus esfuerzos eran inútiles. La Virgen se le apareció con un rosario en la mano y le enseñó a rezarlo y le pidió que lo predicara por todo el mundo, prometiéndole que, si muchos fieles lo rezaban, se convertirían miles de pecadores y se obtendrían abundantes gracias.
El Rosario es sin duda una oración mariana, pues en cada década nos dirigimos a ella repitiendo el Ave María, pero conviene tener siempre presente que el rosario es, antes que nada, una oración “cristocéntrica”, es decir, una plegaria centrada en la vida y la obra redentora de Cristo, nuestro Señor. En efecto, la enunciación de los misterios nos ayuda a contemplar la vida de Jesucristo y lo hacemos en compañía de María, su amadísima Madre. La Iglesia ha designado el mes de octubre como Mes del Rosario, en atención a la victoria lograda por el cristianismo en la batalla de Lepanto.
A principios del siglo XXI, San Juan Pablo II añadió cinco “misterios luminosos” al rosario tradicional y señalaba en su carta apostólica Rosarium Virginis Mariae que esta oración mariana “en su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer milenio… una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad.”
El rosario de hombres. El rosario de hombres es una iniciativa surgida hace poco en Polonia e Irlanda, según la cual se invita a los hombres a rezar esta oración mariana de rodillas en algún lugar público, como expresión de fe cristiana y de reivindicación de la masculinidad, cuyo ejemplo perfecto es Cristo mismo.
Ya hay miles de hombres que rezan el santo rosario también en países como España, México, Argentina, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Costa Rica, Bolivia y Perú. En esta hermosa y eficaz plegaria se hace resaltar la importancia de cumplir la voluntad de Dios y seguir el ejemplo de San José, Santo Custodio de la Sagrada Familia de Nazaret.
En el mundo actual, en el que circulan tantas nuevas “herejías” contrarias a la fe cristiana, es aconsejable hacer mucha oración, y el santo rosario es muy eficaz, pues cada vez que rezamos un rosario completo tenemos el privilegio y el honor de pronunciar 50 veces el santo Nombre de Jesús, sabiendo que, cuando rezamos el santo rosario, la Santísima Virgen María intercede por nosotros ante su Hijo divino para que el amor y la fe sean las fuerzas que venzan el error, el odio y el pecado en la vida personal y comunitaria.
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