La armadura de Dios
Si los objetivos son correctos, la victoria es nuestra
Ahora, hermanos, busquen su fuerza en el Señor, en su poder irresistible. Protéjanse con toda la armadura que Dios les ha dado, para que puedan estar firmes contra los engaños del diablo.
Porque no estamos luchando contra poderes humanos, sino contra malignas fuerzas espirituales del cielo, las cuales tienen mando, autoridad y dominio sobre el mundo de tinieblas que nos rodea. (Efesios 6, 10-12)
Al reflexionar sobre este pasaje de la carta de San Pablo a los Efesios, examinemos cuáles son los objetivos que queremos alcanzar en la vida. “¿Tengo yo el propósito de creer en las verdades del Credo y asistir el domingo a Misa? ¿Me he propuesto hacer algunas buenas obras de servicio o apostolado? ¿Tengo como objetivo dedicar mis energías a mi trabajo, a mi familia y al servicio en la iglesia?”
La fe en el Credo, el servicio al prójimo, el cuidado a los seres queridos y el esfuerzo por llevar una conducta de pureza son desde luego dimensiones importantes de la vida cristiana. Sin embargo, ¿se dio cuenta usted de que estas virtudes no son las armas principales que San Pablo nos insta a tomar para “mantenernos firmes” contra el diablo? Si bien los propósitos señalados son buenos y necesarios, el hecho de darles atención sólo a estos elementos puede dejarnos desprotegidos. De todos modos necesitamos la sabiduría y el poder de Dios para poder hacer frente a las artimañas del diablo. Por eso, lo que necesitamos hacer es ponernos la armadura de Dios.
Una armadura espiritual. Esta idea propia de San Pablo, “la armadura de Dios” proviene de su experiencia como ciudadano romano y más tarde como prisionero bajo la guardia romana, lo cual le había dado la ocasión de familiarizarse con los soldados romanos. Día a día los veía en sus uniformes y equipos militares: casco, coraza, cinturón, calzado protector y escudo, todo lo cual tenía el fin de protegerlos de los ataques del enemigo. Sabía que las espadas relativamente cortas y más ligeras de los romanos le daban al soldado una ventaja contra otros que usaban espadas más largas y pesadas. Sabía cómo actuaba un pelotón militar, o sea un batallón pequeño y ágil que podía reaccionar con rapidez cuando era necesario. También sabía que el Imperio Romano había conquistado grandes regiones del mundo en parte porque sus soldados estaban bien adiestrados.
Paul aprovechó estas imágenes militares —que la mayoría de sus lectores reconocerían fácilmente— y las aplicó a la vida cristiana para enseñar a sus seguidores a prepararse para luchar contra las mentiras de Satanás y mantenerse así cerca de Dios. Pablo pensaba que los fieles tenían que protegerse los ojos, los oídos, la mente y el corazón. Naturalmente Pablo suponía que todos se dedicaban a trabajar, criar a sus familias y hacer obras buenas; pero también esperaba que estuvieran conscientes de que se encontraban en medio de una batalla espiritual.
Según el pensamiento de Pablo, era necesario que los creyentes incorporaran la dimensión espiritual de su vida como cristianos en los aspectos normales de la vida cotidiana, como la educación, el trabajo, la familia, la salud y las finanzas. En su experiencia personal y en el trato con otras personas, Pablo veía que había una correlación entre ponerse la armadura de Dios y la capacidad del creyente de reconocer los engaños del diablo y oponerles resistencia. Veía que los creyentes que no adoptaban esta actitud de fortaleza y seguridad eran más vulnerables y que aquellos que aceptaban los engaños y mentiras del diablo se iban enfriando en su fe y separando de Cristo, olvidándose así de lo que significaba experimentar el amor del Señor y perdiendo de vista el poder transformador de Dios.
No perder el contacto con el cielo. Las exigencias de la vida son reales y a veces muy agotadoras. Pero, aunque la vida en este mundo nos deje algunos días agobiados, Dios nos ha dado una esperanza maravillosa que supera con mucho la naturaleza inmediata de este mundo, porque Cristo nos ha comunicado la vida a todos y por eso tenemos el potencial de saber que Dios “es tan misericordioso y nos amó con un amor tan grande,” y el hecho de que “es Dios quien nos ha hecho” aquí en la tierra (Efesios 2, 10).
Todos nos podemos unir a los grandes santos del Antiguo Testamento, como Abel, Enoc, Noé, Abraham, Isaac y Jacob. Todos ellos anhelaban tanto vivir junto a Dios que les parecía que eran extranjeros aquí en este mundo (Hebreos 11, 13); conocían el gozo profundo de la amistad con Dios y añoraban experimentar algo más de la presencia divina.
Todos queremos tener amigos buenos y deseamos que nuestros familiares prosperen y sean felices. Queremos ser productivos en el trabajo y en nuestras parroquias y ayudar a los necesitados. Pero siempre deberíamos preguntarnos: “¿Tengo un anhelo profundo de estar con Dios? ¿Deseo que Jesús venga pronto de nuevo? ¿Me siento como extranjero aquí en este mundo?”
Una razón importante por la cual muchos tienen una mayor inclinación hacia los deseos y esperanzas del mundo natural —buenos y malos— y conocen menos los del mundo espiritual es que tienden a pensar más en este mundo físico que en el hogar espiritual que les espera en el cielo. Más aún, el diablo está en guerra con nosotros y el campo de batalla es nuestra mente. Los efectos que tienen sus ideas engañosas en nosotros en las luchas de la vida cotidianas nos desgastan al punto de que las obligaciones y responsabilidades que debemos cumplir nos resultan agotadoras. Por todo esto quedamos con la mente empañada y dejamos de ver claramente los beneficios insuperables que nos ofrece nuestra relación con Dios.
Usando estos conceptos militares, San Pablo trató de enseñar a los efesios que debían lograr un equilibrio correcto entre este mundo y el siguiente. Es la misma idea que una vez le dijo a Timoteo: “Ningún soldado en servicio activo se enreda en los asuntos de la vida civil” (2 Timoteo 2, 4). Sin duda cumple sus responsabilidades civiles, pero su preocupación principal son sus deberes militares.
Nosotros también podemos aprender a lograr este equilibrio. El maligno quiere torcer nuestros razonamientos, pero si logramos mantener un claro entendimiento acerca de quién es Dios, lo que ha hecho por nosotros y la seguridad de que nos ha dado su poder para hacer su obra, tenemos una posibilidad muy buena de permanecer en la presencia de Dios durante todo el día. Este equilibrio espiritual nos ayudará a rezar sin cesar y crecer en nuestro deseo de que Jesucristo venga nuevamente y establecer una nueva creación.
Defensa espiritual. Volviendo a la idea de la armadura de Dios, Pablo les dio a los efesios una estrategia especial para mantenerse firmes y defenderse contra Satanás. Aprovechando no sólo su observación de los soldados romanos sino también tomando ideas de las Escrituras hebreas, les aconsejó que estuvieran “ceñidos con el cinturón de la verdad y vistiendo la justicia como coraza” (Isaías 11, 5; 59, 17); calzados los pies “con el celo para propagar la Buena Noticia de la paz” (Isaías 52, 7); llevando “el escudo de la fe” (Salmo 28, 7) y “el casco de la salvación” (Isaías 59, 17); y, finalmente, tomando “la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Isaías 49, 2).
¿Se ha dado cuenta usted de que cinco de estas seis piezas de armadura militar son elementos defensivos? Sólo una es un arma de ataque: la espada del Espíritu. Pablo entendía que un buen carácter cristiano basado en la verdad, la honestidad y la integridad es la primera línea de defensa contra las asechanzas del demonio. La segunda línea de defensa es nuestra experiencia de la gracia y la paz de Dios que actúa en nuestra vida. Y la última línea de defensa es la capacidad de utilizar la Palabra de Dios, como una espada, para rechazar y destruir decididamente los ataques de tentación y confusión que el enemigo nos lanza constantemente.
La esplendorosa verdad es que, gracias a Jesucristo, Dios nos ha dado todo que necesitamos para ganar la batalla por la conquista de nuestra propia mente. La capacidad de mantenernos firmes depende en parte de la decisión con que luchemos contra Satanás cada vez que nos demos cuenta de sus ataques. Pero el esfuerzo humano no basta. Necesitamos confiar además en la gracia y el poder del Espíritu Santo, que está con nosotros para mostrarnos el camino hacia Dios. Él nos enseña a discernir las verdades de Dios y las mentiras del diablo.
Sí es posible. Jesús nos advirtió repetidamente sobre el peligro de Satanás. Cuando vivió en la tierra, una y otra vez luchó contra el diablo y sus demonios, sobre todo durante su ayuno en el desierto y cuando estaba crucificado. En todas estas situaciones, Jesús nunca perdió una sola batalla.
Ahora bien, en la Escritura leemos relatos de personas que tuvieron ocasiones de duda, debilidad y hasta pecado, algunos de ellos graves; pero pese a estos reveses, mantuvieron la fe, se arrepintieron de sus faltas, volvieron a seguir a Dios y finalmente vencieron sus obstáculos.
Hermanos y hermanas, en resumen, con la armadura del Señor, todos podemos resistir y rechazar las mentiras de Satanás. Usted puede acercarse más al Señor y experimentar el amor de Dios de una manera nueva y transformadora. ¡Claro que es posible lograrlo! Siempre y cuando usted esté dispuesto a mantenerse firme y rechazar las fuerzas espirituales del mal.
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