Jesús nació en una familia
Así demostró Dios cuánto ama a las familias
En el tiempo de Adviento nos centramos en la maravilla de la Encarnación de Jesús. ¡Es maravilloso que Dios nos amó tanto que envió a su único Hijo para que se convirtiera en una de sus criaturas! En obediencia a su Padre celestial, Jesús aceptó voluntariamente nuestra naturaleza humana. Aunque era el Hijo de Dios, también era completamente humano, haciéndose como nosotros en todo menos en el pecado.
Nuestro Padre podría haber enviado a Jesús al mundo como un adulto maduro, preparado y capaz de iniciar su ministerio público de predicar, enseñar y sanar. Pero no lo hizo, en su lugar, Jesús vino al mundo como un indefenso recién nacido. Nació de María, una joven mujer de Nazaret, y como cualquier otro niño, necesitó del cuidado y la protección constantes de su madre.
Con el paso de los años, Jesús creció y maduró; convirtiéndose en un adolescente que aprendió el oficio de su padre terrenal, José. Como adulto, tuvo un trabajo y oraba en la sinagoga cada sábado como todos los otros hombres en Nazaret. E hizo todo esto en el contexto de una familia: La Sagrada Familia.
La vida cotidiana familiar le ayudó a Jesús a prepararse de manera que, en el tiempo indicado, estuviera listo para llevar a cabo el plan de su Padre para salvar al mundo. ¡Así de importante es la vida familiar para Dios! A los ojos del Señor, tu familia también es importante. ¡Dios ama a tu familia tanto como amó a la Sagrada Familia! Y así como Dios actuó a través de la Sagrada Familia como un canal de gracia, puede actuar a través de tu propia familia de la misma manera, por más imperfecta que te parezca.
El domingo después de Navidad la Iglesia celebra la fiesta de la Sagrada Familia. En esta edición, queremos centrarnos en la vida familiar. En este artículo, exploraremos cómo la Encarnación de Jesús revela las intenciones de Dios para las familias y cómo nos da su gracia para vivirlas. En el segundo artículo, veremos cómo María y José criaron a Jesús y cómo podemos imitarlos en criar a nuestra propia familia. Y en el artículo final, veremos cómo Dios desea que los esposos se amen mutuamente.
Las intenciones de Dios para el matrimonio y la familia. Al principio de la creación, Dios manifestó sus intenciones para el matrimonio y la vida familiar. El autor del libro de Génesis nos dice que después de crear al primer hombre, Dios quiso darle una “ayuda adecuada”, pero ninguna de las criaturas que le presentó a Adán era apropiada (2 ,18). Luego creó a la primera mujer de la costilla de Adán, y Adán la aceptó de inmediato diciendo: “¡Esta sí que es de mi propia carne y de mis propios huesos!” (2, 23). El autor del Génesis añade: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su esposa, y los dos llegan a ser como una sola persona” (2, 24). Esta idea de la unión del hombre y la mujer en cuerpo y alma era tan importante para el mismo Jesús que citó este versículo cuando habló del matrimonio (Mateo 19, 5).
Eventualmente Adán y Eva sucumbieron a la tentación de la serpiente y fueron expulsados del Jardín del Edén, pero las intenciones de Dios para la unión del hombre y la mujer en matrimonio no fueron destruidas por la caída. Los padres del Concilio Vaticano II escribieron: “Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio” (Gaudium et Spes, 48). Y efectivamente, a lo largo del Génesis, Dios actuó a través de las familias —a veces disfuncionales— para reunir a un pueblo que le rindiera culto y lo obedeciera. Abraham y Sara, Isaac y Rebeca, Jacob y Raquel: Ellos y sus hijos eran personas con muchos defectos, y sin embargo Dios actuó por medio de ellos para desarrollar su plan de salvación.
Dios ya nos ha salvado por medio de Jesús, pero sigue invitando a las familias a desempeñar una función en la continua conversión del mundo. Y la razón de esto es que las familias hacen visible el amor de Jesús, en cierto sentido, “encarnan” su amor. El amor de alianza de un esposo y su esposa es reflejo del amor de alianza que nuestro Padre nos tiene. El amor sacrificial que los padres tienen por sus hijos refleja el amor que Jesús tuvo por nosotros cuando se sacrificó en la cruz. De esta manera, los hijos llegan a conocer el carácter y el amor de Dios.
La gracia de Jesucristo. Sabemos por experiencia que el matrimonio y la vida familiar implican numerosas —y a veces abrumadoras— dificultades. Pero a través del Sacramento del Matrimonio, tenemos acceso a la gracia que constantemente fluye del costado de nuestro Salvador crucificado. Así como la Sagrada Familia acudió a Dios para que los ayudara en las dificultades que enfrentaron, así también, podemos acudir a nuestro Padre y a su Hijo, Jesús, para pedir la gracia que nos ayude en nuestras dificultades.
¡Y no solo en medio de las dificultades! Aun los desafíos cotidianos de tratar de amar y cuidar a nuestros familiares nos ayudan a ser más amorosos, pacientes y misericordiosos. La meta de cualquier vocación, incluyendo la vocación del matrimonio y la familia, es crecer en santidad. Y cuanto más lo hagamos, más reflejaremos el amor de Dios para el mundo.
Desafortunadamente, sabemos que los matrimonios fracasan, los hijos se extravían y las relaciones se rompen. Sin embargo cuando estas cosas suceden, nuestro Salvador no nos abandona. Jesús siempre está ahí para nosotros en nuestras luchas, siempre dispuesto a darnos su misericordia y consuelo. El Señor tiene compasión de nuestras propias debilidades así como de las de nuestros seres queridos. También sabe que no podemos controlar lo que nuestros parientes hacen o piensan.
Pero aun cuando nuestra familia está lejos de ser perfecta, puede volverse un canal de gracia para otros así como un poderoso testimonio de la bondad y la fidelidad de Dios. Al perseverar en la fe en los tiempos difíciles, podemos convertirnos en ejemplos vivos de cómo Dios está siempre con nosotros. Nuestra confianza en el Señor también puede convertirnos en un modelo de confianza en la gracia de Dios en todo tiempo.
Jesús, María, y José: Intercesores poderosos. Cuando Jesús caminó en la tierra, estuvo activamente involucrado en la vida de las familias. Realizó su primer milagro en una boda (Juan 2, 1-10). Disfrutó de la compañía de María, Marta y Lázaro (Lucas 10, 38-42; 11, 5). Por compasión de una viuda doliente, le devolvió la vida a su hijo (Lucas 7, 11-15). Y respondió a la súplica de un jefe de la sinagoga desesperado por la curación de su hija (Marcos 5, 21-43).
Esta es una de las bendiciones de la Encarnación. Jesús no solo fue criado en una familia, sino que también cuidó de las familias; y cuida de tu familia. Por eso quiere que le pidas su sabiduría y fortaleza durante el día. Especialmente desea estar contigo en esos momentos en los que no estás seguro de cómo ayudar a tu hijo. O cuando necesitas que te llene más de su amor por tu cónyuge. O cuando careces de la gracia que solo él puede dar para perdonar una y otra vez.
Y debido a que Jesús creció en una familia real, también puedes acudir a su madre, María y a su padre adoptivo, José, y pedirles que intercedan por ti y tu familia. Ellos vivieron la vida familiar, así que entienden lo que sea que estés experimentando.
Por ejemplo, María sabía lo que era tener un hijo que de muchas formas era diferente a los otros niños. Ella experimentó el pánico de perder a un hijo en una ciudad grande. Sintió el dolor que implicaba dejar ir a su Hijo para que hiciera el trabajo que Dios lo envió a hacer. Y lo miró al pie de la cruz mientras él sufría y moría.
Por su parte, José tuvo que confiar en que Dios lo ayudaría mientras cuidaba de su esposa embarazada, María, y buscaba un lugar para que diera a luz. Tuvo que creer que Dios protegería a su familia cuando Herodes trató de matar al niño Jesús. Y tuvo que confiar en que sería capaz de llevar a cabo la tarea de criar a un hijo especial.
Ya sea que vivas en una familia o no, tú estás relacionado con algún pariente que necesita de tus oraciones. En este tiempo de Adviento, reza a la Sagrada Familia por esas necesidades, y ten la seguridad de que Jesús, María y José están escuchando.
Dale gracias a Dios por tu familia. Aprovechemos también este tiempo para dar gracias a nuestro Padre celestial, que nos amó tanto que envió a su único Hijo para que se hiciera hombre y habitara entre nosotros. Démosle gracias por darle a Jesús una madre amorosa que se convirtió en nuestra Madre y un fiel padre adoptivo que se ha convertido en un modelo para los padres en todo el mundo.
Especialmente démosle gracias por nuestros propios familiares, ya sea que estén vivos o muertos. Pidámosle la gracia para perdonar sus errores y para amarlos como Cristo nos ama. Que nuestro Señor le conceda a nuestra familia la gracia de vivir como una comunión de amor, que de alguna manera refleje la comunión eterna de amor del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
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