Iglesia, ¿cuál es tu realidad?
Cómo anunciar a un Dios amor, amable, unitrino, plenitud de vida
Los cardenales entraron al Concilio Vaticano II con el breviario en la mano y salieron con la Biblia en una mano y el periódico del día en la otra.
Hoy día, si hubiera un Concilio Vaticano III, saldrían con el Evangelio en una mano y la Internet en la otra.
Misión del pastor. La Iglesia necesita una triple conversión: pastoral, personal e institucional. Mientras no cambie nuestro corazón, no cambia nada. El cristianismo tiene dos momentos: limpiar y barrer toda la casa, haciendo una confesión general y sincera. Luego, llenarla. Si no se llena con el Espíritu Santo, el mal regresa con una legión de demonios y se vuelve a la antigua vida.
Hoy en día vemos diversos tipos de fe, cuando se hace la fe “a la medida” y a lo que me acomoda, porque la gente la quiere “a la carta”. Esto devalúa el mensaje de la salvación y no se es cristiano en todas sus dimensiones. Cabe mencionar las tentaciones y pecados del presbítero y de los obispos, como el no rezar lo suficiente y no hacer la lectio divina diariamente y otros tipos de oración meditada. Nos hacemos esclavos de tres cosas: Avidez de muchos bienes, egocentrismo y afán de dominio de la realidad. La gente y los presbíteros están llenos de cosas, de antropologías y creencias contrarias a la fe cristiana. No están vacíos y por eso es difícil evangelizar. Primero hay que vaciarse para poder llenarse del Espíritu Santo. Por eso, el pastor debe reflexionar en cosas como éstas:
• Mírame: Mírate a ti con los ojos con que Yo (Dios) te miro, para que veas la realidad como Yo la veo.
• Elígeme: Deja que Yo te mire para que te enamores de mí.
• Cómprame: Mírame para que vuelvas a ordenar tu vida.
• Anúnciame: Mírame para enseñar tu mirada, para vivir desde el octavo día y para abrir los ojos de los hermanos.
• Sé fiel: Mírame, para no tener más ojos que los míos y así dar sentido a la realidad de la Iglesia desde mi mirada.
Es preciso crecer como persona, ser uno mismo: Ser lo que somos. No puedo jugar a ser presbítero, tengo que ser presbítero. Es preciso ser congruentes en la vida, no vivir de las expectativas de los demás y vivir con pasión y alegría. Hermanos, no seamos funcionarios. No transformemos los templos en centros culturales y no de culto. No nos centremos sólo en la dimensión de la caridad. Una caridad que no es hecha desde la caridad de la fe y de lo diocesano es la caridad de una entidad nada más que filantrópica, una ONG.
Hay que predicar con la fuerza de la cruz y no con oratoria, y no adoptar la filosofía de la Nueva Era, donde ser cristiano significa sentirme a gusto conmigo mismo, es decir, depender del mero potencial humano, del desarrollo humano. Al respecto hay tres libros muy conocidos: Juan Salvador Gaviota, El Alquimista y El Caballero de la armadura oxidada, en que la salvación viene por esfuerzo propio. No es don ni gracia; en los tres todo es autoconocimiento, autorrealización, autosuperación. En el cristianismo, el “auto” está vetado.
¿Cómo se vive la fe hoy? En Europa hay Cristofobia; Cristo está siendo rechazado. En América Latina, la religión está siendo manipulada por intereses políticos, comerciales e intelectuales. En otros países, en donde aún no hay evangelización, Cristo es un gran desconocido.
En los países occidentales, llevamos 400 años de un “renacimiento” con el eslogan de que “el hombre es el centro de todo”, para hacernos creer que el paraíso está aquí y que no podemos esperar nada fuera de esto. Hace 500 años, cuando le preguntabas a un judío, un musulmán o un cristiano “¿Dónde está la felicidad?” ellos respondían “en la vida eterna”; es decir, tenían un claro sentido de trascendencia.
En los siglos pasados, el hombre se transforma en la medida de todas las cosas y la razón de todos los hombres. Nacen todos los ismos: Capitalismo, en que el cielo y la felicidad es la tecnología sin límites. Socialismo, en que todos son iguales. Fascismo, sólo los de mi raza. Y después de 400 años, hemos tenido dos Guerras Mundiales y cientos de guerras parciales. La gente ya no cree que el paraíso se pueda construir en la tierra.
Los jóvenes modernos y ultramodernos responden: “El cielo soy yo. Hasta donde yo disfrute, hasta donde yo llegue. No creo en ideologías políticas. Ni en el más allá, porque cuando yo me muera, todo termina.”
Donde todavía sigue habiendo espiritualidad pero sin fe cristiana es en la Nueva Era. Esta falsa filosofía está engatusando a la gente de entre 20 y 55 años de edad en Occidente, y ellos son los que están ausentes de nuestras iglesias. La Nueva Era cambia el rostro de Cristo.
En el siglo XIX, se produce el desfonde de la esperanza. Desde Darwin, se nos ha hecho creer que los seres humanos nacimos por azar y que no vamos a ningún lado. Hablamos muy poco de que venimos de Dios y que volveremos a Dios para siempre.
El sacerdote ha de preguntarse: ¿Dónde he afianzado mi fe en Cristo y cómo he podido predicar el kerygma? “Dime cómo te confiesas y te diré qué fe tienes en Jesucristo.” El sacerdote no puede acercarse al Sacramento de la Penitencia como si fuera laico. Necesita confesarse en su configuración con Cristo Cabeza, Pastor y Esposo. Cada día que va a celebrar la Misa debe recordar lo que eso significa y por qué lleva el alba, la estola y la casulla.
Experiencia mística del encuentro personal con el Señor. Nuestra vocación definitiva es el abrazo trinitario. Hemos salido de la Trinidad y vamos a volver a la Trinidad. La vida de fe es un proceso de toda la vida, pero hay momentos importantes.
Algunos sacerdotes, a los 40 años, tienen una crisis. ¿Qué pasa después de la conversión personal? Las noches oscuras…las formas de oración que no le sirven…la rutina le queda corta. El Espíritu Santo te está diciendo déjate llevar, atrévete a dejar que yo te conduzca. Aprende que el orar no consiste en que dirijas tus palabras a Dios; es Dios quien ora en ti. Eres “existencia expropiada”. Y en quien persevera y es fiel en esas noches, la vida en el Espíritu crece y crece, y aparecen los fenómenos místicos: El matrimonio espiritual. Nuestra vida ya no es nuestra: salió de la Trinidad y vuelve a ella.
Como ejercicio, recomiendo escribir un credo de lo que se vive; no el de lo que se cree y compararlos entre sí. Hay que volver al amor primero. Hoy en día las parroquias son “políticamente correctas” y se predica lo que la gente quiere escuchar, por temor a ser perseguidos. Pero los jóvenes, los creyentes, no ven pasión en el anuncio de Jesucristo.
Hay iglesias de cumplimiento: “cumplo y miento”. Grandes fariseos, acomodados, que viven muertos o aquellos que, además, no quieren que entre gente nueva ni savia nueva; que no admiten movimientos, ni las nuevas realidades eclesiales.
¿Qué sucede hoy con nuestros jóvenes, que se dicen cristianos pero rascas un poco la superficie y ves que no lo son? Para ellos la oración consiste en métodos. Hablan de iniciación cristiana, y no tiene nada que ver con el Bautismo ni la conversión. Para ellos no hay pecados, no necesitan un redentor, sino un maestro de psicología que los guíe.
Desde los años noventa, los jóvenes profesionales (yuppies) viven de las imágenes y de los ídolos, a los que quieren imitar por ser guapos. Son adictos al mundo oriental y a la comida light. Viven para trabajar, la noche para divertirse, nada trascendental. Hablan de muchas cosas y ninguna de verdad; el tiempo es dinero y la sociedad es un mercado. El fin de semana es marcha sin final; pastillas y hierba para fumar.
Así pasan los días sin poder cambiar. Son expertos en dinero y en el mucho trepar, pero no descubren la cruda realidad. A los pocos años han tocado fondo. A partir del año 2000, son los dueños y señores de un mundo virtual. Todo es posible, hasta soñar. Hasta tu familia la puedes diseñar a tu gusto. Brujas y demonios, mezclando situaciones que no pueden frenar. Es un laberinto, son náufragos sin rumbo.
Hablan por hablar. A la distancia se teje la amistad, son anónimos secretos con clave a descifrar. Son un hombre artificial. No pierden la moda del brillo estelar, trapos bien ceñidos, genios sin rivalidad, entre zombies, extraterrestres y vampiros, hasta que alguien llegue y les haga despertar y les libere de su irrealidad.
Conclusión. El Concilio Vaticano II dice que muchas veces la culpa de que otros no crean es nuestra, porque no damos buen testimonio. El Papa Francisco quiere una Iglesia “de Cristo”, no nuestra. Podemos caminar, edificar, confesar como testigos, pero si no confesamos ni “caminamos” a Cristo, no es Iglesia encarnada. Es necesario que los sacerdotes huelan a oveja y a pastor. El Evangelio no nos dice cómo tienen que ser las ovejas, nos dice cómo deben ser los pastores. A las ovejas se les acepta como vienen.
Una Iglesia arriesgada, que no se deje vencer por el miedo. Iglesia en medio del pueblo, para el pueblo, que sabe dónde está su centro y su riqueza: en Cristo vivo. Una Iglesia servidora, corresponsable y sinodal; fraterna, que esté al lado de los sufrientes; Iglesia abierta y de puertas abiertas, para llegar a todos y en la que quepan todos.
Iglesia con el Espíritu del Señor, profundo, grande, potente, eterno, que da sentido a todo. Iglesias y comunidades kerygmáticas, que sean referencia de una humanidad nueva, porque en ella hay testigos, hombres y humanidad nueva. Lo más importante: Mirar a Cristo para enamorarme de él y para descubrir la belleza de la fe.
“La Palabra de Dios es fuerza y poder de Dios”. También en el siglo XXI, es fuerza y poder de Dios y por eso nosotros nos queremos gloriar en la cruz. Esto nos diferencia de cualquier religión budista y pagana: “La Soberanía de la Cruz,” citando al Papa Emérito Benedicto XVI: “Sólo los hombres y mujeres que han sido tocados por Dios, por el Espíritu Santo, serán capaces de abrir la mente y el corazón de sus contemporáneos a las cosas de Dios”.
Apuntes tomados por miembros de la Comunidad Jésed durante el Retiro Sacerdotal celebrado en Monterrey, México, en 2014.
Comentarios