Hasta Los Confines De La Tierra
El milagro de la Pascua aún sigue vigente hasta el día de hoy
Es algo asombroso. Ningún otro acontecimiento ha tenido un efecto tan grande en la vida de multitudes de personas durante el curso de muchos siglos, como la resurrección de Jesús hace casi 2000 años. Pensemos en la confusión y el caos que se produjeron aquel primer Viernes Santo cuando Jesús murió.
Los apóstoles habían estado demasiado ocupados discutiendo, acerca de quién era el más importante, para comprender lo que Jesús quiso decir cuando les anunció que se iba a su Padre. Pedro negó incluso conocer a Jesús y Judas terminó por suicidarse. Todo parecía tan deprimente ?y desalentador.
Pero cuando Jesús resucitó todo esto cambió de repente. Los apóstoles recuperaron la fe y la esperanza, tanto así que el Señor los envió a hacer discípulos de todas las naciones y ellos respondieron con entusiasmo y dedicación, y quedaron tan convencidos que se quedaron en Jerusalén esperando la promesa del Espíritu Santo que el Señor les había hecho, la fuerza de Dios que vendría sobre ellos con todo su poder, aunque en realidad ni siquiera sabían qué era el Espíritu Santo ni qué haría.
Luego llegó el día de Pentecostés. Cuando los apóstoles experimentaron la presencia del Señor de una manera completamente nueva y transformadora, se reunieron como Iglesia, tratando de vivir en la práctica la llamada a amarse los unos a los otros, tal como Jesús los había amado a ellos. Se entregaron a la oración y al estudio de las escrituras hebreas, tratando de entender más plenamente todo lo que acababan de experimentar. Se reunían para hacer oración y compartir el pan, recordando lo que Jesús les había dicho la noche antes de morir, y así empezaron a ocurrir señales y curaciones milagrosas. Ellos estaban decididos a evangelizar a cuanta gente fuera posible, y también a atender a los pobres, los enfermos, los ancianos y los necesitados. Así fue como "el Señor hacía crecer la comunidad con el número de los que él iba llamando a la salvación" (Hechos 2,47).
Más allá de Jerusalén. En los meses y años que sobrevinieron, la palabra de Dios se difundió más allá de Jerusalén hasta llegar a Samaria, Antioquía y Cesarea, donde el Espíritu Santo se derramó sobre los fieles no judíos por primera vez. Los apóstoles, como Pedro, Pablo y Bernabé; los obispos y ancianos, como Timoteo y Silas, y los discípulos y colaboradores, como Priscila (también llamada Prisca) y Aquila se sintieron inspirados por el Espíritu Santo para construir las iglesias y llevar el Evangelio a nuevos territorios. Tanto judíos como gentiles se vieron tocados por el Señor y aceptaron el Bautismo. En pocas palabras, Jesús les había pedido a sus seguidores que fueran hasta a los confines de la tierra e hicieran discípulos y ¡ellos lo hicieron!
Todo lo que sucedía era tan dinámico, emocionante y alentador que incluso en medio de una terrible persecución, los cristianos se sentían muy animados. ¿Cuál era el secreto? Que simplemente obedecieron a Jesús e hicieron lo que Él les había ordenado confiando en el poder del Espíritu Santo.
Cinco "oleadas" del Espíritu Santo. Pero la misión que Jesús dio a los apóstoles de ir y hacer discípulos de todas las naciones no se limitó solamente al siglo I de la era cristiana. Durante los 2000 años que han transcurrido desde entonces se ha visto que el Evangelio sigue propagándose y que la Iglesia continúa creciendo hasta los confines de la tierra.
En la fiesta de Pentecostés de 1998, se reunieron 400.000 fieles en Roma para celebrar su participación en los movimientos laicales de la Iglesia. Durante esa magna asamblea, el Cardenal Joseph Ratzinger (actualmente el Papa Benedicto XVI) pronunció un discurso en el que bosquejó la historia de los movimientos de renovación suscitados en la Iglesia, identificando los más importantes como "oleadas del Espíritu Santo", que habían llevado a muchos a formar movimientos eclesiales para buscar la santidad personal e intensificar el trabajo de evangelización.
La primera gran oleada del Espíritu Santo que citó el Cardenal Ratzinger fue el movimiento monástico suscitado en los siglos III y IV. San Antonio Abad, uno de los primeros que fueron guiados por el Espíritu Santo al desierto, llevó una vida de oración y contemplación. El Cardenal, por estar más que nada interesado en poner de relieve la evangelización, destacó el impacto misionero que tuvo el movimiento monástico en la Iglesia a partir ?del siglo VI.
Irónicamente, la segunda oleada del Espíritu fue una reforma de la primera. Para el siglo X, muchas formas de vida monástica, que una vez habían sido grandes testigos de la fe cristiana, habían caído en la corrupción, por haberse involucrado excesivamente en los asuntos de los gobernantes seculares. Por esto, los monjes que vivían en el monasterio de Cluny, en Francia, se sintieron guiados por el Espíritu Santo a volver a una adhesión más estricta a la regla de San Benito. En su punto culminante, el abad de Cluny llegó a ser la segunda autoridad más influyente tanto en la Iglesia como en el mundo secular, superado nada más que por el Papa.
La tercera oleada del Espíritu que mencionó el Cardenal Ratzinger se produjo en el siglo XII, cuando se formaron las órdenes de los dominicos y los franciscanos, que a diferencia del movimiento monástico, salían a predicar el Evangelio, atender a los pobres e invitar a la gente común a compartir su espiritualidad. Estas órdenes, tal como sucedió con el monasterio de Cluny, también se propagaron rápidamente por todo el mundo, con lo cual amaneció una nueva primavera para ?la Iglesia.
Según el Cardenal Ratzinger, la próxima oleada del Espíritu se produjo alrededor del siglo XVI, cuando un soldado de nombre Ignacio, de la ciudad de Loyola, España, fue herido en la guerra y al no poder proseguir su vida militar, descubrió al Señor y decidió vivir para Dios. Así fue como Ignacio inició una travesía espiritual que lo llevó a la fundación de la orden de los jesuitas, dedicada a la evangelización, la educación y las obras de caridad. El milagro de la Pascua empezó a cobrar vida para Ignacio cuando fue describiendo los cambios que iba experimentando en su vida y recopilándolos en sus "ejercicios espirituales", una serie de meditaciones que todavía son eficaces para ayudar a quienes desean iniciar el camino para conocer al Señor en forma personal.
La quinta oleada del Espíritu Santo comprende a todas las órdenes misioneras que comenzaron a brotar en el siglo XIX, que eran nuevas porque ponían más énfasis en la evangelización de nuevas tierras y culturas y menos en la renovación interior de la Iglesia y en llevar a los fieles a una fe más profunda. El Cardenal Ratzinger también puso de relieve que muchas de estas órdenes estaban formadas por religiosas que se dedicaban al trabajo de evangelizar, educar, trabajar en hospitales y cuidar a los pobres.
La nueva oleada de hoy Al hablar de la era presente, el Cardenal Ratzinger recordó que hacia mediados del siglo XX, en gran parte de la Iglesia se dejaba sentir una especie de agotamiento y desánimo, lo que el padre Karl Rahner, el gran teólogo de esa época, caracterizaba como "el invierno de la Iglesia". El Cardenal Ratzinger decía que mucha gente "prefería confiar en sus propias fuerzas, conocimientos y medios antes que recurrir a Dios"; era gente que trabajaba mucho por la Iglesia, pero desprovista del poder y la gracia del Espíritu Santo. Sin embargo, tal como sucedió con las cinco oleadas anteriores de renovación, el Espíritu Santo salió a escena en medio de esta sensación de "agotamiento y desaliento" y nuevamente produjo una nueva y fresca ráfaga de entusiasmo y esperanza para los creyentes.
Alrededor de la época del Concilio Vaticano II (1962 a 1965), la Iglesia presenció un nuevo derramamiento de gracia que llegaba a todos, especialmente a los jóvenes, y tal como había sucedido en el pasado, esta corriente del Espíritu Santo llevaba a las personas a entregarse al Señor, con el resultado de numerosas conversiones. Pero a diferencia de las oleadas anteriores, ésta consistía principalmente en movimientos laicales, en los cuales la gente seglar común, sin formación teológica ni espiritual previa, experimentaba un entendimiento nuevo y personal del milagro de la Pascua de Resurrección. Así fue como surgieron los movimientos como el Opus Dei, el Camino Neocatecumenal, el Cursillo de Cristiandad, la Renovación Carismática, los Focolares, el Encuentro Matrimonial y la Comunidad de San Egidio.
Entrar en escena. Cuando recordamos todo el entusiasmo que sintieron los primeros creyentes a raíz del milagro de la Pascua, pensamos en aquellos primeros discípulos como los apóstoles Pedro y Pablo, y decimos: "Yo nunca podría hacer algo como eso." Cuando reflexionamos sobre la obra que ha realizado el Espíritu Santo en la historia y nos acordamos de grandes santos, como Catalina de Siena, Francisco de Asís y Teresa de Ávila, nuevamente pensamos: "Yo nunca podría ser como uno de ellos." ¡Pero esto es absolutamente falso! En efecto, en cada uno de estos casos, vemos que se trataba de personas ordinarias, cuyo encuentro con el Jesús resucitado los movió a cambiar completamente su actitud en la vida y actuar con decisión para rechazar el pecado y llevar una vida de docilidad al Espíritu Santo.
De hecho, contemplar al Señor resucitado es la esencia misma de la Pascua, porque nos lleva a todos a confesar que somos pecadores, que necesitamos a un salvador y que Jesús es nuestra salvación. Esta es la experiencia que ha movido a todos los santos y misioneros a ir al mundo y hacer grandes cosas en el nombre del Señor, y ésta es la misma experiencia que nos puede llevar a nosotros a unirnos a Jesús cuando Él sale en escena. El Espíritu Santo nos llevará a propagar el mensaje de la salvación, con el deseo de trabajar para edificar el reino de Dios aquí en la tierra.
Así pues, no hay duda de que la gente ordinaria, como nosotros, realmente puede hacer grandes cosas para Dios, como lo dijo San Pablo: "Es Dios quien nos ha hecho; él nos ha creado en Cristo Jesús para que hagamos buenas obras, siguiendo el camino que él nos había preparado de antemano" (Efesios 2,10). Todo lo que se necesita es darse cuenta de que el Señor verdaderamente ha resucitado y que hoy está entre nosotros con el mismo poder y amor de siempre. Este año, al celebrar la Pascua de Resurrección, pidámosle al Espíritu Santo que nos ayude a ver al Señor de una manera nueva, y así surgirá en nosotros el deseo de "hacer discípulos" en nuestra vida, y tendremos la convicción de que Jesús está con nosotros "todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28,19.20).
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