Hagan esto en memoria de mí
Nuestros recuerdos no sólo nos llevan al pasado; también nos ayudan a forjar un futuro nuevo.
Las computadoras se parecen un poco a las personas.
Con los cinco sentidos que tenemos, recibimos información del mundo que nos rodea. Luego con el razonamiento analizamos esta información, decidimos cómo reaccionar y guardamos nuestra decisión y respuesta en la memoria. De modo similar, una computadora recibe la información a través del teclado y el ratón, luego procesa los datos y presenta su respuesta en la pantalla, mientras tanto guarda la respuesta en la “memoria” de su disco duro.
De hecho, la memoria del disco duro es un componente esencial de una computadora, porque hasta la procesadora más veloz tendría graves limitaciones si su capacidad para guardar los datos fuera demasiado pequeña o se dañara.
En efecto, así como la memoria de una computadora tiene una importancia vital, la memoria humana es indispensable para razonar, decidir y actuar. En la memoria guardamos todo tipo de información, buena y mala, alegre y triste, útil e inútil según las experiencias que hayamos tenido, y cada día utilizamos esta información. Por ello, si queremos ser transformados y renovados por el Espíritu Santo, es particularmente importante saber cómo funciona nuestra memoria, cómo filtra las ideas, imágenes e impresiones que recibe y cómo reacciona ante lo que sucede en la vida diaria.
Dios quiere cambiar y renovar nuestro razonamiento y enseñarnos a “procesar” bien los datos y reaccionar de una manera apacible y sin pecar frente a las experiencias de la vida. Así pues, para ayudarnos a avanzar en la dirección correcta, reflexionaremos un poco sobre la manera en que funciona nuestra memoria y en la forma en que Dios puede utilizarla para ayudarnos a crecer en santidad.
¿Qué llevas en el bolsillo? Imagínese que usted va caminando y lleva mucha plata en el bolsillo, más dinero que nunca. ¿Cuál sería su actitud? ¿Se olvidaría del asunto y actuaría como si nada fuera diferente de cualquier otro día, o pensaría constantemente en el dinero que lleva? Lo más probable es que lo tocaría repetidamente para ver si está allí, nada más para asegurarse de tenerlo bien seguro.
Esto es algo similar a la manera en que Dios quiere que cuidemos nuestra vida en Cristo: que pensemos en Jesús en todo momento. Uno se pregunta: “¿Cómo puedo tener la atención centrada en Cristo durante todo el día si el trabajo y mis obligaciones familiares ocupan la mayor parte de mi tiempo?” Pero la respuesta es bastante sencilla: Así como los padres y las madres siempre están pensando en sus hijos de una manera u otra, y también como las parejas casadas siempre están pendientes el uno en el otro sin importar lo que estén haciendo, así también actúa el Espíritu Santo en nuestra vida: nos mueve a mantener una parte de la atención centrada en Jesús, incluso en los momentos de mayor ocupación. Un principio espiritual muy importante es que cuando tenemos presente a Dios y recordamos lo maravillosas que son sus obras nos sentimos movidos a adorarlo y a entregarle más nuestro corazón.
Llamados a recordar. En numerosas ocasiones, los autores y profetas del Antiguo Testamento urgían a los israelitas a recordar las obras del Señor. Moisés, por ejemplo, les decía: “Recuerda que también tú fuiste esclavo en Egipto, y que el Señor tu Dios te sacó de allí desplegando gran poder” (Deuteronomio 5,15). Y el salmista elevaba esta plegaria: “Recordaré las maravillas que hizo el Señor en otros tiempos; pensaré en todo lo que ha hecho” (Salmo 77,11-12).
Casi todos conocemos las historias de Abraham, Isaac y Jacob. Sabemos que Dios envió a Moisés y Aarón a liberar a los israelitas de la esclavitud en Egipto. Sabemos de las plagas y de la manera milagrosa en que se dividió el mar rojo. Sabemos que Dios le dio a David la valentía suficiente para derrotar al gigante Goliat. Sabemos que Josué ganó la batalla de Jericó y se derrumbaron las murallas. Pero lo interesante es preguntarse si el recuerdo de estas portentosas obras de Dios nos inspira a nosotros a hacer algo. Después de todo, esta es la razón por la cual nos han llegado desde hace tantas generaciones hasta nuestros días.
El sacramento del memorial. Todo este recordar llega a su punto culminante en la Sagrada Eucaristía, que es en sí misma el “sacramento del memorial”. En la última cena, Jesús dijo a sus discípulos “Hagan esto en memoria de mí” (Lucas 22,19) y la Iglesia ha cumplido este mandamiento sin falta desde entonces.
Por ejemplo, cuando San Pablo escuchó que se estaban produciendo divisiones en la iglesia de Corinto, reaccionó instando a los fieles a recordar por qué era tan importante la Eucaristía: porque hacía presente el poder de la muerte y la resurrección de Jesús, aquel mismo poder que los había liberado de la esclavitud del pecado y transformado en criaturas nuevas (1 Corintios 11,23-26).
Pero no se suponía que este “recuerdo” fuese una obligación ritual o legalista desprovista de todo poder que ellos tuvieran que cumplir, y lo mismo sucede con nosotros el día de hoy. La Santa Misa no es solamente el memorial de algo que sucedió hace 2000 años; es el sacramento de la Presencia invisible, que nos lleva nuevamente a presenciar personalmente la muerte de nuestro Señor, aun cuando estemos esperando su victoria final.
Pablo quería que el recuerdo de la cruz de Cristo estuviera siempre vivo en el corazón de los corintios, porque sabía que cuando celebraban la Misa en recuerdo del Señor, la Eucaristía era un poderoso instrumento de curación y unidad, capaz incluso de terminar con los pecados que ponían en peligro la capacidad de la comunidad de los corintios para seguir siendo una iglesia auténtica. Pablo estaba convencido de que mientras siguieran celebrando la Eucaristía de esta manera, cada uno experimentaría una transformación cada vez mayor en su vida. Así se librarían de las garras del pecado y descubrirían que su razonamiento se renovaría cada vez más con cada celebración.
¿Por qué recordar? Dios quería que los israelitas pensaran siempre en Él porque sabía muy bien que la memoria ejerce un poder enorme sobre la conducta humana. Moisés lo explicó muy bien: “Tengan cuidado de no olvidarse del Señor su Dios. No dejen de cumplir sus mandamientos, decretos y leyes que les he ordenado hoy. Cuando hayan comido y estén satisfechos, y vivan en las buenas casas que hayan construido, y vean que sus vacas y ovejas han aumentado, lo mismo que su oro y su plata y todas sus propiedades, no se llenen de orgullo ni se olviden del Señor su Dios, que los sacó de Egipto, donde eran esclavos” (Deuteronomio 8,11-14).
¿Por qué mandó Jesús a sus discípulos que hicieran “esto en memoria de mí”? Lo hizo porque la gracia de la Cruz transforma a todo el que mantiene fijos los ojos en Él. Pero la orden de hacer “esto en memoria de mí” no se limita solamente a la Misa; significa mantener las palabras y las obras de Jesús tan vivos en el recuerdo que nos sintamos movidos a vivir para Él. El tener siempre a Dios en el recuerdo nos ayuda a conocer su presencia y nos dispone a recibir su sabiduría. En cambio, el hecho de olvidarse de Dios obstaculiza sus obras poderosas y sus palabras de amor no pueden iluminar nuestros pensamientos ni acciones.
Dios no vive en el pasado, como si fuera sólo un recuerdo de todo lo que hizo por los israelitas cuando ellos eran esclavos. Jesús tampoco es un mero recuerdo de todo lo que hizo en la Cruz cuando nos libró de nuestra esclavitud bajo el pecado. No, Dios está siempre presente, siempre aplicando a nuestra vida actual las bendiciones y obras que ha realizado en nuestro favor. El Señor está presente con nosotros ahora mismo, haciéndonos recordar sus bendiciones del pasado para que nos sintamos inspirados a seguirlo hoy y en el futuro.
Por eso, uno de los medios más eficaces para experimentar el poder de Dios, que cura las heridas que aún llevamos en el corazón y de las que no podemos librarnos, es llenarnos la mente del conocimiento y el recuerdo de las maravillas que nuestro Padre ha hecho en favor de sus hijos. Mantener al Señor en el pensamiento nos ayuda a perdonar a aquella persona a quien nos parece imposible perdonar; nos ayuda a despojarnos de los pecados que aún nos acosan y que no podemos controlar; nos ayuda a soportar las cargas cuando ya estamos agotados. En todas estas situaciones, Dios puede utilizar nuestra memoria para llevarnos a lo más profundo de su corazón, especialmente cuando nos sentimos frustrados en nuestro caminar espiritual y distantes de su presencia. Es uno de los medios que el Señor utiliza con más fuerza para renovar nuestra mente, y por eso es tan importante mantener su Nombre y su Persona siempre en nuestro recuerdo.
Recordemos a Jesucristo. Lo que estamos planteando es bastante sencillo: Mantener vivo en nuestra mente el recuerdo de Dios y de sus obras portentosas, junto al de aquellos seres queridos en los que uno siempre piensa. Mejor aún, pongamos a Dios por encima de todas las demás personas y cosas que llevamos en el corazón.
Cada momento en que recordamos a Dios y sus obras maravillosas es como si estuviéramos abriendo un poco más la compuerta del cielo, para dejar que la gracia de Dios se derrame y nos empape con más fuerza. Cada momento en que ponemos a Jesús en el centro del corazón, descubrimos que su Espíritu usa nuestra memoria para ayudarnos a conformar y renovar nuestro pensamiento. Querido lector, sí, es cierto que llegar a abrir esa compuerta de par en par puede llevarte toda la vida, pero sin duda te sorprenderás cuando veas que, una vez que se haya empezado a abrir, es mucho más fácil seguir abriéndola.
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