La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Julio/Agosto 2023 Edición

En el mundo, ustedes habrán de sufrir

Encuentra el sentido de tus sufrimientos

En el mundo, ustedes habrán de sufrir: Encuentra el sentido de tus sufrimientos

¿Por qué estoy sufriendo? O peor aún, ¿por qué esta persona que amo está teniendo que atravesar tanto sufrimiento? Probablemente cada uno de nosotros se ha hecho estas preguntas en algún momento. Desafortunadamente, no tenemos una respuesta simple de por qué Dios —que sabemos que es fiel y bueno y que nos creó por amor— también nos permite luchar, sufrir y afligirnos. Todo lo que podemos decir con honestidad, es que realmente no lo sabemos.

Pero ese no es el final de la historia. Debido a que Jesús mismo sufrió una muerte cruel para que pudiéramos ser salvados, sabemos que el sufrimiento puede tener un significado; puede ser usado por Dios, de alguna forma, para bien. Y cuando atravesamos tiempos difíciles, podemos mirar a Jesús en la cruz y recordar que no estamos sufriendo solos o en vano, aun cuando no comprendamos la razón.

En esta edición, queremos explorar cómo, con la fuerza del Señor, podemos enfrentar nuestras pruebas. También queremos sugerir algunas estrategias que nos ayuden a perseverar cuando estemos soportando tiempos difíciles. Ninguna vida humana está libre de dificultades, ya sean en el trabajo, con nuestros familiares, problemas físicos o financieros, la pérdida de seres queridos o desastres naturales y accidentes. Pero gracias a que Jesús está cerca de nosotros, podemos mantenernos firmes en los tiempos difíciles en una forma que glorifique a Dios y dé testimonio de su vida en nosotros.

Discipulado y sufrimiento. Existe una tendencia natural a querer evitar o minimizar el sufrimiento en nuestra vida y en la de nuestros seres queridos. Desafortunadamente, el deseo de tener una vida libre de preocupaciones y feliz puede permitir que una clase de “mentalidad contractual” brote en nuestro corazón y nuestra mente y genere ideas semejantes a estas: “Mientras siga siendo un buen cristiano, mientras honestamente busque obedecer los mandamientos de Dios, él bendecirá a mi familia o al menos nos protegerá de las malas circunstancias.” Sin embargo, tan solo debemos fijarnos en la Escritura para saber que esta no es una perspectiva bíblica, ¡y no es lo que le sucedió a la mayoría de los que decidieron seguir al Señor!

Solo fíjate en los profetas como Moisés, Ezequiel, Oseas o Jeremías. Todos sufrieron mientras buscaban con todo su corazón hacer la voluntad de Dios. Y la resurrección de Jesús no impidió que los primeros cristianos sufrieran. Es más, los apóstoles sufrieron mucho, eventualmente, muchos fueron martirizados.

Aun sin la persecución y el martirio, cada discípulo de Jesús atravesará alguna clase de sufrimiento al seguir al Señor. Jesús mismo nos lo advirtió: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame” (Lucas 9, 23; énfasis añadido). El discipulado implica poner a otros delante de nosotros. Implica obediencia a la voluntad del Señor todos los días. En resumen, el discipulado implica negarse a sí mismo. Sin duda hay momentos que son difíciles, pero esto es lo que nos ayuda a crecer en santidad.

El relato de Job. Pero, ¿qué sucede con el sufrimiento que parece no tener ningún propósito o significado? ¿Cómo enfrento la muerte de un familiar que amo? O, ¿por qué fui despedido cuando me esfuerzo en el trabajo y no hice nada malo? En estos momentos, podemos identificarnos mucho con Job del Antiguo Testamento.

Durante muchos años, Job tuvo una vida bendecida y feliz: Era un hombre saludable y próspero, y tenía una familia grande y amorosa. Procuró vivir para el Señor y era conocido por vivir una vida “tan recta y sin tacha” (1, 8). Pero Satanás pensó que la rectitud de Job se debía solamente a una respuesta a las muchas bendiciones de Dios, así que el Señor permitió que Satanás pusiera a Job a prueba. Si le quitaban todas estas bendiciones, ¿seguiría siendo fiel a Dios (1, 12)?

Y así Job perdió su salud, su familia y el respeto de sus amigos (2, 7). Él no podía comprender porqué estaba sufriendo; sabía que era inocente. Sus amigos trataron de ofrecer respuestas —a veces respuestas simplistas— a su sufrimiento. Pero la razón de sus dificultades seguía sin estar clara.

Este también es el caso en nuestra propia vida. A veces podemos pensar que cuando suceden calamidades, es porque pecamos o desagradamos al Señor. Desde luego, a veces podemos sufrir como resultado de nuestras malas decisiones. Pero a menudo nuestras pruebas parecieran no tener ninguna razón evidente. Y es en esos momentos en los que necesitamos buscar la presencia del Señor.

Esto puede ser difícil; ni siquiera Job fue capaz de hacerlo en un principio. Pero cuando finalmente clamó en su angustia, el Señor se le manifestó a este hombre que sufría. Se mostró como el Dios todopoderoso que había creado el universo y que había creado a Job mismo. Como resultado, Job finalmente comenzó a descubrir la esperanza.

El Señor también es nuestro Creador. Cada bendición que has recibido durante toda tu vida proviene de él. Dios no solo te creó, también ha caminado a tu lado durante los días bendecidos, y continúa caminando contigo en medio de las tormentas de tu vida. Quizá no puedas comprender la razón de tu sufrimiento. Pero puedes mantenerte firme en la verdad de que nuestro Dios es bueno y fiel que te ama siempre, aún cuando tú no seas fiel. Quizá no entiendas por qué estás sufriendo, pero puedes proclamar como lo hizo Job: “Hasta ahora, solo de oídas te conocía, pero ahora te veo con mis propios ojos” (42, 5).

El sufrimiento redimido. Sin embargo, como cristianos, sabemos que el sufrimiento, por la razón que sea, nunca tiene la última palabra. ¿Por qué? Porque a través de su pasión y muerte, Jesús nos dio vida a todos. Nuestro Padre actuó por medio del mayor de los sufrimientos para traer el mayor bienestar. Y él puede actuar a través de tu sufrimiento para darte algo bueno también.

El Señor nunca nos pone dificultades en nuestro camino. Pero vivimos en un mundo de pecado, y Dios puede ayudarnos a crecer a través de nuestras pruebas. Las dificultades nos ayudan a acercarnos más al Señor cuando pasamos tiempo exponiéndole nuestro corazón en oración. Incluso, posiblemente es durante los tiempos de sufrimiento que experimentamos más el amor de Dios; podemos sentir que él está con nosotros. Esta es la razón por la cual el salmista nos dice: “El Señor está cerca, para salvar a los que tienen el corazón hecho pedazos” (34 (33), 19). Así que si estás atravesando dificultades, el Señor está cerca de ti de una forma especial. Tú no estás solo, aún si te has sentido demasiado solo. Cuando Dios está en silencio y tienes que vivir “por fe, no por vista” (2 Corintios 5, 7, NVI), puedes confiar en que el Señor está verdaderamente contigo y cuida de ti.

Nuestras propias pruebas a menudo nos ayudan a crecer en amor, empatía y compasión, y estas experiencias nos inspiran a acercarnos a otras personas que también están sufriendo dificultades. Cuando eso sucede, nuestro sufrimiento nos ayuda a asemejarnos más a Jesús. También podemos experimentar el amor de Dios por medio del amor, el cuidado y la intercesión de aquellos que nos rodean. Esta es otra forma en que Dios actúa a través del sufrimiento: Para unir y construir el cuerpo de Cristo.

Finalmente, Dios nos da la oportunidad de ofrecer nuestro sufrimiento por las necesidades de otras personas. Cuando unimos nuestro propio sufrimiento al suyo en la cruz, él lo redime: “Ahora me alegro de lo que sufro por ustedes, porque de esta manera voy completando, en mi propio cuerpo, lo que falta de los sufrimientos de Cristo por la iglesia, que es su cuerpo” (Colosenses 1, 24). Cada lágrima que derramamos, cada dolor que hemos experimentado, puede ser ofrecido al Señor. Como nos lo enseña nuestra fe: “Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces este nos configura con Él y nos une a su pasión redentora” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1505). Dios no desperdicia nada, ¡ni siquiera nuestras dificultades!

La alegría delante de nosotros. A fin de cuentas, el sufrimiento es un misterio. No podemos explicarlo de una forma satisfactoria. Pero podemos tratar de ver nuestra vida desde la perspectiva de Dios. El sufrimiento puede ayudarnos a ver más allá de lo inmediato y terrenal hacia lo eterno, cuando Dios “secará toda lágrima” de nuestros ojos (Apocalipsis 7, 17). Incluso puede disminuir nuestro temor a la muerte, al anticipar ese día en que seremos llevados al cielo y nuestro dolor y sufrimiento dejarán de existir.

“Jesús soportó la cruz… porque sabía que después del sufrimiento tendría gozo y alegría” (Hebreos 12, 2). Por la gracia de Dios, ¡nosotros podemos hacer lo mismo! No tenemos que simplemente apretar los dientes y aguantar cuando estamos en medio de las pruebas. El Espíritu Santo nos levantará al mismísimo corazón de Dios nuestro Padre. En esos momentos, junto con San Pablo, podemos proclamar: “Lo que sufrimos en esta vida es cosa ligera, que pronto pasa; pero nos trae como resultado una gloria eterna mucho más grande y abundante” (2 Corintios 4, 17). Y a eso podemos decir: “¡Amén, aleluya!”

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