El Buen Pastor
Jesús quiere conducirnos y protegernos
Todos hemos visto cuadros, vitrales e imágenes de Jesús sosteniendo un báculo en su mano y cargando amorosamente a un cordero sobre sus hombros. Es una imagen que resuena en nuestro corazón porque Jesús se identificó a sí mismo como el Buen Pastor, y a menudo pensamos de nosotros mismos como ese cordero que él encontró y rescató. Quizá estas imágenes pastoriles también sean atractivas debido al contraste que ofrecen con el mundo acelerado y tecnológico en el que vivimos hoy en día.
Pero más allá de una imagen simple y hermosa, este título del Buen Pastor revela aspectos de quién es Jesús y cómo quiere que nos relacionemos con él. En este tiempo de Pascua, en que celebramos el domingo del Buen Pastor, deseamos profundizar más en lo que significa que Jesús sea nuestro Pastor. Queremos ver cómo esta realidad puede ofrecernos una forma nueva de comprender el corazón de Dios y su ardiente deseo de pastorearnos.
El Padre como pastor. No resulta sorprendente que los profetas del antiguo Israel se refirieran a Dios como un pastor. Después de todo, vivían en una cultura agrícola y estaban muy familiarizados con las prácticas pastoriles, que requerían de la presencia constante del pastor para cuidar de su rebaño; de la misma forma en que Dios cuida de nosotros, como lo escribió el profeta Isaías:
Viene como un pastor que cuida
su rebaño;
levanta los corderos en
sus brazos,
los lleva junto al pecho,
y atiende con cuidado a las
recién paridas. (40, 11).
El amor de Dios y su cuidado tierno por su rebaño contrasta radicalmente con muchos de los pastores de Israel: Los reyes y jefes religiosos que a menudo abusaron de su poder y lo usaron para su propio beneficio. Como dijo el profeta Ezequiel: “¡Ay de los pastores de Israel, que se cuidan a sí mismos!” (34, 2). Pero por medio de Ezequiel, Dios prometió que él asumiría su puesto: “Buscaré a las ovejas perdidas, traeré a las extraviadas, vendaré a las que tengan alguna pata rota, ayudaré a las débiles…” (34, 16).
Dios cumpliría esta promesa por medio de su Hijo amado. El Padre haría que “David tenga un descendiente legítimo” en lugar de los pastores negligentes, escribió el profeta Jeremías (23, 5). Jesús, el Hijo de David, sería un pastor para su pueblo en nombre del Padre, que buscaría a los que estaban perdidos, curaría a los enfermos y los traería de regreso al redil.
Nosotros somos las ovejas. Para poder comprender completamente a Jesús como el Buen Pastor, primero veamos cómo es que nosotros a menudo nos parecemos a las ovejas. Estos animales de granja no son conocidos por ser especialmente inteligentes. Tienden a seguirse unas a otras descuidadamente. No son capaces de encontrar por sí mismas buenos pastizales o fuentes de agua fresca para beber. No tienen forma de protegerse contra los depredadores y sin su pastor, morirían rápidamente.
Desde luego que nosotros somos más inteligentes que las ovejas, ¡pero no tanto como a veces pensamos! Nos inclinamos a pensar que somos autosuficientes y que podemos tener éxito por nuestra propia fuerza. Tendemos a buscar calmar nuestra sed y nuestra hambre solamente con las cosas de este mundo; cosas que realmente no nos satisfacen; a veces, buscamos cosas que en realidad nos hacen daño. No siempre estamos conscientes del mal que nos rodea, o incluso si lo estamos, no tenemos la fuerza para protegernos a nosotros mismos.
La realidad es que todos necesitamos la guía y la protección de Dios, aunque no siempre lo queramos reconocer. Pero a menos que permitamos que Jesús nos guíe, él no será el Buen Pastor personalmente para nosotros. Para que él nos pueda pastorear verdaderamente, debemos permitirle que nos guíe. Este no es un sí que damos una sola vez, sino una obra constante de conversión en nuestra vida. Debemos decidir seguir al Buen Pastor para poder aceptarlo una y otra vez, sea donde sea que nos lleve. El Buen Pastor desea guiarnos todos los días.
Llamados por nombre. En el capítulo 10 del Evangelio de San Juan, Jesús nos dice que él es el Buen Pastor que “llama a cada oveja por su nombre, y… las saca del redil” (10, 3). Presta una atención especial a esta verdad: Hay muchas ovejas, y sin embargo, Jesús te conoce por tu nombre y así ha sido siempre. Medita e imagina por un minuto que Jesús te está llamando por nombre. Escucha el sonido de su voz mientras te llama. Que alegría es ser recibido por el Pastor, que ya te conoce y quiere que tú lo conozcas más y más cada día. Como él mismo dijo: “Yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí” (10, 14).
Jesús no solo nos llama por nombre, sino que también nos promete que “el que por mí entre, se salvará. Será como una oveja que entra y sale y encuentra pastos” (Juan 10, 9). Una vez que hemos escuchado a Jesús llamarnos por nombre y decidimos seguirlo, podemos dejar ir nuestras preocupaciones y temores. ¡Estamos con Jesús, nuestro Pastor! Jesús nos protege de todo mal y nos conduce a verdes pastos donde podemos hacernos fuertes y dar fruto para él. Esta es la “vida abundante” que Jesús nos promete (10, 10). El Buen Pastor no solo nos da vida, sino que nos da una vida abundante de bondad y plenitud.
“Yo doy mi vida.” Jesús nos dice que el buen pastor está preparado para llegar lejos para proteger a sus ovejas, incluso hasta entregar su propia vida (Juan 10, 11). Un pastor que recibe una paga abandonará las ovejas cuando un lobo las ataque, pero Jesús pagará el precio máximo para rescatar a sus ovejas (10, 12). ¡Tanto nos ama el Señor! Jesús está dispuesto a sacrificarse a sí mismo para salvarnos: “Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad” (10, 18). El Señor lo hace libremente por amor a su Padre y por cada uno de nosotros.
Hermanos y hermanas, ¡este es nuestro Buen Pastor! Al usar este título, nos muestra quién es él y cuál es su intención. Esta es la razón por la cual podemos confiar en él con todo lo que somos y lo que tenemos. No podemos estar en un lugar mejor que el rebaño de Dios al seguirlo a él y aprender a reconocer su voz (Juan 10, 4).
La oveja perdida. Todos estamos familiarizados con la parábola de Jesús de la oveja perdida (Lucas 15, 1-7). Jesús narró este relato para mostrarles a los fariseos que los recaudadores de impuestos y los “pecadores” que se habían reunido alrededor suyo para escucharlo eran ovejas perdidas que su Padre amaba y deseaba salvar. El pastor en la parábola de Jesús dejó a las noventa y nueve para buscar y rescatar a la única oveja que se había perdido. Quizá en algún momento de tu vida tú fuiste esa oveja a quien Jesús rescató y te reclamó para sí. Y cuando regresaste a él, todos en el cielo se alegraron (15, 7).
Pero independientemente de cómo te acercaste a Jesús —ya sea que fuera de una forma impresionante o a lo largo del tiempo, ya sea que fuera recientemente o hace muchos años— aprender a reconocer la voz del Pastor y hacer lo que él dice requiere de mucho tiempo. En su libro Un pastor mira el salmo 23, W. Philip Keller escribe sobre sus años como ganadero de ovejas. Al describir las diferentes personalidades de sus ovejas, observó que algunas eran particularmente tercas. Una, que él llamó “Señora Escapista”, siempre estaba tratando de escaparse hacia el pastizal vecino, aun cuando estaba seco y marchito comparado con su propio pastizal verde y floreciente. Otra oveja insistía en tomar agua sucia, infestada de gérmenes a pesar de que había bastante agua limpia solo unos cuantos metros más adelante.
Todos tenemos algunos rasgos de terquedad que nos impiden seguir la sabiduría y la guía de Dios. A veces podemos sentirnos atraídos a aguas contaminadas o a cosas que se encuentran fuera del redil. Cuando nos desviamos del camino, el Buen Pastor nos llama de regreso para que volvamos a él, lejos de los peligros que enfrentamos. El Señor ya ha pagado el precio por nosotros y no quiere perdernos, Jesús quiere cuidar de nosotros, él está dispuesto a perdonarnos y recibirnos de vuelta cuando nos volvemos a él.
Nuestro Pastor es bueno. Los buenos pastores conducen, guían, alimentan y protegen. Así es Jesús y esa es la razón por la cual se llama a sí mismo el Buen Pastor. Eso es lo que él desea para ti y para mí y para todos los seres humanos. El Señor nunca nos obligará a seguirlo, y sin embargo nos ofrece libertad y vida abundante dentro de su redil. Que siempre podamos reconocer su voz que nos llama y que siempre respondamos afirmativamente a su invitación.
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