La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Julio/Agosto 2021 Edición

El Señor de nuestro tiempo

Recordemos nuestro pasado con los ojos de Dios

El Señor de nuestro tiempo: Recordemos nuestro pasado con los ojos de Dios

Un sábado, Jesús y sus discípulos caminaban a través de un campo de trigo. Los discípulos tenían hambre, así que se pusieron a arrancar espigas para comer. ¡Algunos fariseos los vieron y se molestaron mucho! ¿Acaso no sabía Jesús que sus seguidores estaban quebrantando el mandamiento de Dios de guardar el sábado que era sagrado? Pero Jesús no cedió, sino que hizo esta maravillosa declaración: “Por esto, el Hijo del hombre tiene autoridad también sobre el sábado” (Marcos 2, 28). Dios mismo había establecido el Shabat, y solo él podía juzgar sobre la forma de respetarlo. Al nombrarse Hijo del hombre, Jesús estaba revelando que es uno con el Padre e igual a él, incluso en su Encarnación.

Jesús también estaba revelando algo de sí mismo: Él es el soberano del tiempo. Como Hijo eterno de Dios, Jesús es el Señor, no solo del sábado sino de todo el tiempo. Así como el Padre crea y permite cada momento que sucede, así Jesús tiene autoridad sobre cada minuto, cada hora y cada día.

Eso significa que Jesús también es el Señor de nuestro tiempo. Es el Señor de nuestro pasado; él ha caminado a nuestro lado cada día de nuestra vida, aun cuando no sabíamos que él estaba ahí. También es el Señor de nuestra vida hoy; él nos sostiene, y todo lo que es valioso para nosotros está seguro en sus manos. Y es el Señor de nuestro futuro, así que no tenemos nada que temer.

Toda nuestra vida, desde el principio hasta el final, es un don de Dios. Pero a menudo no tenemos la perspectiva que Dios desea que tengamos respecto del pasado, presente y futuro. Esto puede parecer difícil; después de todo, los caminos que recorremos son complicados y a menudo confusos. Pero con la gracia de Dios, podemos comenzar a ver la totalidad de nuestra vida de la forma en que él la ve. Comencemos con el pasado.

Recordemos el pasado. ¿Te gusta ver fotos antiguas? Quizá encuentras recuerdos de cuando eras un joven padre o una joven madre, con niños a tu lado que ahora han crecido y tienen ellos sus propios hijos. Tal vez encuentras a tu padre, a tu madre o a tu esposo o esposa que ya ha fallecido y sientes una punzada de tristeza. Podría resultarte gracioso ver la moda que usabas en aquella época. Ver fotos y videos antiguos ciertamente evoca un sinnúmero de emociones.

Lo mismo sucede cuando repasamos nuestra vida. Podemos sentirnos agradecidos por los buenos tiempos, tristes por las pérdidas o arrepentidos por nuestros errores. Tal vez nos gustaría regresar en el tiempo para revivir una parte de nuestra vida. O podemos sentirnos nostálgicos y desear que las cosas fueran como eran antes. Pero, a pesar de lo que sintamos, el pasado es el pasado. No podemos vivir de nuevo, o deshacer, lo que ya sucedió.

A veces, sin embargo, el pasado nos trae recuerdos dolorosos, y dejamos que esos eventos nos atormenten y nublen la forma en que pensamos respecto al presente y al futuro. Podríamos enfocarnos en pecados cometidos hace mucho tiempo, tal vez antes de que nos entregáramos al Señor. Quizá todavía nos sentimos culpables o avergonzados por esos pecados, aun cuando ya los hemos confesado.

O tal vez vivimos con arrepentimiento, preguntándonos ¿qué hubiera pasado si yo hubiera dedicado más tiempo a estar en casa cuando mis hijos estaban pequeños? ¿Y si le hubiera dado más atención a mi cónyuge? Tal vez nos preguntamos por qué Dios permitió que nosotros o nuestros seres queridos sufriéramos, incluso dudamos de si el Señor estaba a nuestro lado en esos momentos. Dios quiere derramar su luz sobre el pasado que hemos vivido, para que podamos reconocer su presencia con nosotros en los tiempos buenos y en los malos.

Dios puede hablarnos de nuestro pasado. ¿Cómo quiere Dios que entendamos el pasado? Si le presentamos nuestras alegrías y tristezas, los éxitos y los fracasos, él nos ayudará a ver el pasado a través de sus ojos. Imaginemos lo que nos diría:

“Yo he estado contigo en cada momento de tu existencia. He caminado contigo aun cuando tú no podías ver que yo estaba ahí.”

Desde que estabas en el vientre de tu madre, Dios te ha protegido. A través del cuidado que recibiste cuando eras niño, él te estaba amando. Cuando tus padres no eran capaces de amarte como debían, Dios te protegía y derramaba su gracia sobre ti. Él estaba presente en cada circunstancia, buena o mala, y estaba actuando constantemente. Dios te estaba acercando a su lado cuando fuiste bautizado, en la sencillez de la vida familiar y por medio de maestros o familiares llenos de fe. El Señor siempre estaba presente, regocijándose en tus momentos de bendición y llorando contigo cuando sufrías.

Puede ser difícil reconciliar esta verdad con la realidad completa de nuestra vida. La razón por la cual tú o un ser querido tuvieron que soportar una situación dolorosa podría seguir siendo un misterio. Pero la Escritura nos dice: “Si tienes que pasar por el agua, yo estaré contigo, … si tienes que pasar por el fuego, no te quemarás” (Isaías 43, 2). Dios te tenía cerca de su corazón, aun cuando tú sentías que estabas caminando a través del fuego. Y él estaba actuando, de alguna manera, para bendecirte por medio de esta situación, aun cuando tú no lo pudieras ver así.

“Yo soy misericordioso. Yo envié a mi Hijo Jesús para mostrarte mi misericordia. Te he perdonado y olvidado tus pecados y errores del pasado.”

Medita en la forma en que Jesús trató a personas como la samaritana (Juan 4, 4-42), a Mateo el cobrador de impuestos (Mateo 9, 9-13) y a la mujer con el frasco de alabastro (Lucas 7, 36-50). Jesús sabía que ellos eran pecadores; sin embargo, se rehusó a aceptar que su pasado se convirtiera en un obstáculo entre ellos y él. El Señor los perdonó y con alegría los recibió para que lo siguieran. Recuerda las palabras que dirigió a los fariseos: “Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Marcos 2, 17). ¡Eso te incluye a ti!

Por lo tanto, si tienes pecados del pasado que nunca has confesado, no dudes en correr hacia tu Señor, él está deseoso de perdonarte. Al igual que el padre de la parábola del hijo pródigo (Lucas 15, 11-32), Cristo anhela recibirte de nuevo en sus brazos a través de este hermoso sacramento. Dios quiere limpiar tu corazón de manera que veas tu pasado, no como para sentirte fracasado, sino como testimonio de su misericordia.

Dios no solo perdona tus faltas, también se olvida de ellas: “No me acordaré más de tus pecados” (Isaías 43, 25). Si Dios no recuerda tus pecados, entonces tú tampoco deberías recordarlos. Jesús murió en la cruz para que tú no tengas que llevar la carga de la vergüenza por las maldades cometidas, que su Padre ni siquiera recuerda. Así que pídele la gracia de entregar todo pecado en sus amorosas manos.

La gracia de Dios incluso se extiende a tus errores, aquellos que no son pecados, pero de los cuales te arrepientes. A veces es difícil aceptar esto porque tú eres un ser humano y, como todos los demás, cometes errores, algunos que ahora solo ves en retrospectiva. Probablemente en ese momento tú hiciste lo que pudiste. Recuerda que Dios redime tus errores y tus malas decisiones. Por su gracia, él incluso puede usarlos para tu bien. De alguna manera, “Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman” (Romanos 8, 28).

“En tu pasado, te mostré mi bondad, fidelidad y poder. Recuerda estos tiempos y acuérdate de mis bendiciones para que te llenes de confianza y esperanza.”

Puede resultar muy fácil enfocarse en los eventos negativos de nuestro pasado, y olvidarnos de las muchas bendiciones que Dios nos ha dado. Pero la Escritura nos pide, incluso nos ordena: “Recuerden sus obras grandes y maravillosas” (Salmo 105 (104), 5). Esto nos ayudará a ver cómo Dios ha actuado en nuestra vida, tanto en las tormentas como en los tiempos de bonanza. También nos ayudará a ser más agradecidos por todo lo que él ha hecho por nosotros.

Si te resulta difícil recordar la bondad y la fidelidad de Dios, intenta hacer lo siguiente: escribe diez cosas que sucedieron en tu vida en las que viste las bendiciones de Dios o cuando tuviste la seguridad de que él estaba contigo. Sigue añadiendo a la lista otras situaciones que te vengan a la mente. Un ejercicio como este te ayudará a ver tu pasado a través de los ojos de Dios y aumentar tus expectativas de que continuarás viendo su obra en tu vida.

Cara a cara con el Señor. Piensa que un día te encuentras cara a cara con Dios en el cielo. En un instante, él te muestra toda tu vida. Solamente que no se ve de la forma como tú la recordabas. En lugar de centrarse en tus pecados, Dios resalta todos los momentos en que te sacrificaste por alguien, o acudiste a él en oración o arrepentimiento. El Señor ve que perdonaste un daño que te hicieron o consolaste a un amigo. Y él te dice: “Muy bien, eres un empleado bueno y fiel” (Mateo 25, 23).

Tú no tienes que esperar hasta que llegues al cielo para ver tu pasado tal como Dios lo ve. Pídele al Señor que te conceda su gracia hoy. Pídele que te libre de cualquier culpa o arrepentimiento que todavía cargues de tu pasado. Pídele hoy que te dé un sentimiento de profunda gratitud por todas las ocasiones en que te ha cuidado y ha actuado a lo largo de tu vida. Y permite que su modo de ver imparta una nueva forma a tu presente y tu futuro.

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