El Matrimonio, un deporte de equipo
Se necesitan tres jugadores con un objetivo común
Por: Patricia Mitchell
El fútbol siempre fue un deporte popular en nuestra casa, y en algún momento y a veces en forma simultánea nuestros cuatro hijos lo jugaban, y les tocaba estar en equipos que ganaban y otros que perdían, y la diferencia no siempre se debía al nivel de habilidad o talento personal de los jugadores.
Los equipos triunfantes eran exitosos porque entrenaban juntos, con un claro sentido de misión colectiva, que les llevaba a apoyarse mutuamente, cubrir unos los puntos débiles de otros y animarse todos a jugar de la mejor manera posible. Y fuera que ganaran o perdieran al final, estos equipos eran los que más se divertían y lo pasaban mejor.
En mi experiencia, este concepto “de equipo” es uno de los modos más útiles y provechosos de pensar en el matrimonio. ¡Tal vez esto no sea demasiado romántico! Sin embargo, cuando los maridos y las esposas piensan que su matrimonio forma una unidad concreta y trabajan juntos con un sentido común de propósito, experimentan una unidad que es beneficiosa para todos los aspectos de su relación, incluida la parte del romance.
Ahora bien, un hombre y una mujer que se comprometen en un matrimonio cristiano saben que tienen a otro jugador en su equipo: Aquel cuya presencia hace toda la diferencia. El Catecismo de la Iglesia Católica explica que: “[Cristo] permanece con ellos, les da la fuerza de seguirle tomando su cruz, de levantarse después de sus caídas, de perdonarse mutuamente, de llevar unos las cargas de los otros, de estar “sometidos unos a otros en el temor de Cristo” (Efesios 5, 21) y de amarse con un amor sobrenatural, delicado y fecundo.” (CIC 1642).
Estando conscientes de nuestros propios defectos y debilidades, ¡qué alivio es saber que nuestro equipo no está formado solo por nosotros dos, sino más especialmente por Jesús, nuestro Señor! Y a él podemos recurrir diariamente para pedirle fortaleza, misericordia, perdón y amor.
¿Estamos sincronizados? Cuando yo estaba comprometida para casarme con el que sería mi marido, recuerdo que observaba cuidadosamente los matrimonios de nuestros amigos mayores. En algunos casos, parecía que esas parejas tenían una magnífica “sincronización”, porque en sus acciones y en toda su vida matrimonial se podía ver que ambos llevaban un objetivo común, iban avanzando en la misma dirección. Parecía que había una cierta energía y alegría que iluminaban los hogares donde los cónyuges tenían esta unidad de visión y acción.
Pero lograr esa visión común que le da a la pareja la posibilidad de trabajar como equipo no se logra por arte de magia ni es algo automático. Es algo que requiere el esfuerzo de hablar y decidir sobre ciertos objetivos importantes que se quieren alcanzar y que pueden sentar la tónica para la vida del matrimonio y la familia. Algunas preguntas importantes que tú podrías considerar para explorar con tu cónyuge son, por ejemplo: “¿Qué es lo que deseamos lograr en nuestra vida matrimonial? ¿Qué resultados queremos obtener? ¿Qué cosas son las más valiosas para nosotros?”
En esa época, cuando Juan y yo hablamos de estas preguntas, teníamos planes similares para nuestra vida conyugal. La familia era algo muy importante para nosotros, pues los dos venimos de familias grandes y unidas y sabíamos que Dios quería que nosotros dedicáramos la mayor parte de nuestro tiempo y energía a criar y formar nuestra propia familia. Por esta razón, deliberadamente decidimos limitar nuestras aspiraciones de trabajo. Queríamos proveer lo necesario para nuestra familia, pero sin tener que pasar tanto tiempo en el trabajo al punto de que no tuviéramos tiempo para nuestros hijos o para nosotros mismos.
Durante los años, mi marido y yo hemos vuelto a considerar lo que nos parece que es nuestra misión como esposos y como familia. Es una práctica que sirve para verificar lo que sucede en la realidad y para detectar los conceptos diferentes o comportamientos sutiles que a veces van apareciendo sigilosamente y que obstruyen la visión común. Para evitarlo, nosotros solemos analizar ciertos aspectos específicos de la vida conyugal y nos hacemos preguntas como: “¿Qué es lo que queremos lograr? ¿Qué podemos hacer juntos para conseguirlo?
A continuación, mencionamos algunas cosas que hemos aprendido, y que seguimos aprendiendo, sobre la conveniencia de formar un buen equipo para relacionarse con Dios, cuidar y educar a nuestros hijos y servir fuera de la familia.
Compañeros de oración. Es preciso que los esposos se ayuden mutuamente para que lleguen a tener una buena relación con el Señor. Es importante rezar juntos, por supuesto, y si lo hacen como equipo, cada uno puede interceder por las necesidades de sus familias y seres queridos; pero también conviene que se pongan de acuerdo para que uno y el otro tengan la oportunidad de dedicar tiempo al Señor y rezar solo y sin interrupciones.
Para eso, por ejemplo, si los hijos son pequeños, uno de los esposos puede llevarlos fuera de la casa por una media hora cada día. Igualmente, los esposos pueden ponerse de acuerdo para ir a una Misa durante el día entre semana, si la hora es conveniente, o si hay alguna actividad especial en la parroquia, como sesiones de reflexión bíblica durante la Cuaresma o el Adviento y tal vez puedan turnarse para participar.
Lograr este objetivo es difícil, no hay duda y yo lo sé bien. Cuando mis hijos eran bebés, a menudo yo me sentía frustrada porque no podía encontrar tiempo para mi oración personal, y por eso esperaba con ilusión el fin de semana, porque entonces nos turnábamos para cuidar a los niños y rezar. ¡No es fácil hacerlo, pero sí se puede! Hazte el propósito de buscar la mejor fórmula para ti y tu cónyuge y verás que el resultado es bueno, pero hay que ser perseverante y no desanimarse. Pídele al Espíritu Santo que te infunda creatividad y te inspire nuevas ideas.
La crianza de los hijos. Cuando se trata de criar a los hijos, es imprescindible trabajar como un equipo unido con la misma visión general a futuro. ¿Hablas tú y tu cónyuge sobre cómo animar a tus hijos a establecer y crecer en su propia relación con Dios? ¿Se han puesto de acuerdo ustedes en cuanto a la clase de adultos que ustedes quieren que ellos sean? ¿Les han inculcado las virtudes y valores que ustedes quieren que ellos desarrollen? Pídanle al Señor que les muestre el plan que tiene para sus hijos y tengan presente esta visión cuando tomen decisiones al respecto.
Algunos aspectos de la crianza de los hijos para los que es muy necesario hacer oración y tomar decisiones “en equipo” son, por ejemplo, elegir una escuela para ellos, establecer normas sencillas pero claras de restricción para el uso de aparatos electrónicos (juegos electrónicos, celulares, redes sociales) y buscar el modo de estimular los talentos naturales de los niños (artísticos, deportivos, creativos). Cuando hablen de estos temas, analízate a ti mismo para ver si estás dispuesto a considerar o aceptar el punto de vista de tu cónyuge respecto a qué hacer para ayudarle cuando uno de los pequeños lo necesite o darle estímulo en forma individual.
Juan y yo realmente hemos llegado a valorar el hecho de que a veces tenemos puntos de vista diferentes. Tal vez sea difícil llegar a un acuerdo entre los dos, pero el resultado es por lo general una mejor decisión.
Recuerda que los integrantes del equipo tienen que mantenerse unidos. Si tú piensas diferente que tu cónyuge sobre un tema que involucre a tu hijo, convérsenlo en privado y no delante del niño. Para los hijos, siempre es mejor demostrar un frente unido. A mí me llevó tiempo asimilar esta verdad. Siendo una madre protectora, a veces yo reaccionaba rápido en sentido contrario cuando mi marido trataba de corregir a nuestros hijos. Cuando él me señaló que yo estaba menoscabando su autoridad, me di cuenta de que tenía razón. Para él no era un problema conversar de la situación más tarde y en privado; de hecho, le gustaba. Era yo la que tenía que aprender que había un momento propicio y uno inconveniente para expresar mi opinión.
Fuera del círculo de la familia. ¿Te parece que Dios te quiere llamar a ti o tu cónyuge, o tal vez a los dos, a cumplir un servicio fuera de la familia? Hacer voluntariado en un ministerio de comida para los pobres, integrar el consejo parroquial, organizar una actividad para recaudar fondos, dar una clase de catecismo u otra actividad de ayuda social o religiosa son excelentes iniciativas, pero aunque no sea más que uno de los dos el que vaya a involucrarse en el servicio, es necesario que todo el equipo, es decir, los dos y tal vez los hijos si son algo mayores, estén de acuerdo, porque tarde o temprano significará algún sacrificio para todos. Por ejemplo, si te llaman a una reunión tarde en el día, tu esposo tendrá que estar disponible para ver a los hijos, posiblemente ayudarles con las tareas y luego acostarlos.
Cuando nuestros hijos eran pequeños, a mí me resultaba sumamente difícil dejar que mi marido saliera por la tarde, porque yo estaba cansada y todavía tenía que estar “en servicio.” No obstante, como nos habíamos puesto de acuerdo de que era bueno que él participara en el servicio cristiano que hacía, yo quería apoyarlo. Era una buena oportunidad para que él se acercara más al Señor, y Dios me estaba formando a mí para que yo fuera más generosa con el tiempo e hiciera un esfuerzo adicional por su Reino.
Ahora que nuestros hijos ya han abandonado el hogar paterno, mi marido y yo seguimos haciendo las cosas “en equipo”. No siempre hemos tenido “una temporada” perfecta, porque junto con los triunfos también ha habido ocasiones en que hemos “perdido el partido”. Sin duda hemos tomado algunas decisiones incorrectas y ahora mismo nos cuesta a veces llegar a un entendimiento común sobre algo. Pero, pese a nuestras flaquezas, siempre experimentamos la fidelidad de Dios.
Ojalá que, en tu propio matrimonio, llegues tú también a un entendimiento más profundo y a un conocimiento más claro del poder unificador del amor de Dios. Te deseo que el Señor Jesús esté siempre contigo y te lleve a una visión unificada de la vida matrimonial.
Patricia y Juan Mitchell tienen cuatro hijos adultos y seis nietos y viven en Falls Church, Virginia.
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