La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Junio 2014 Edición

El matrimonio que yo siempre había querido

Lo que Dios hizo fue mucho más de lo que yo esparaba

Por: Elisa Pérez

El matrimonio que yo siempre había querido: Lo que Dios hizo fue mucho más de lo que yo esparaba by Elisa Pérez

Allí estaba yo sentada, con mi hijita de dos meses en el cochecito, hablando con el abogado acerca de mis derechos y opciones para el divorcio, mientras mis padres cuidaban a mi hijo, que ya tenía dos años.

Estaba a punto de divorciarme, ya harta del matrimonio que había tenido desde hacía siete años. Ya no podía soportar más la situación y me sentía pésimo, mientras reflexionaba: ¿Dónde quedó el matrimonio que había comenzado tan bien? ¿Cómo se había echado a perder todo?

A los 19 años había conocido al que sería mi futuro marido. Manolo era el que siempre animaba la fiesta: bien parecido, divertido, elegante, ingenioso y muy seguro de sí mismo. Incluso me sentí desconcertada al pensar que alguien tan encantador se fijara en mí, pero poco a poco fuimos enamorándonos hasta llegar a ser la pareja perfecta.

Después de cinco años de noviazgo, nos casamos y tuvimos una vida maravillosa. Nos graduamos y cada uno inició una exitosa carrera profesional y compramos nuestra primera casa en un barrio prestigioso. Mucho nos gustaba viajar y trabajábamos con gran entusiasmo y dedicación, a lo cual atribuíamos la buena fortuna de que disfrutábamos.

En esa época, Dios estaba en algún sitio de nuestra vida. Yo iba a la Misa semanal y, aunque Manolo no era católico, a veces me acompañaba. También, de vez en cuando, yo rezaba en la noche, pero siempre sola, porque no había ningún sentido real de la presencia de Dios en nuestra vida conyugal. Sí, nos habíamos casado en una iglesia católica, pero ¿creíamos que Dios estaba presente y actuaba en nuestro matrimonio? Realmente no.

¿Un terrible error? Los años fueron pasando y Manolo seguía demostrando su personalidad festiva que antes me había fascinado, pero poco a poco esa imagen iba perdiendo atractivo para mí. Discutíamos mucho, especialmente sobre qué hacer en los fines de semana. Yo prefería quedarme en casa y mirar una película, y a Manolo le gustaba ir a un bar a reunirse con amigos.

Al principio, supuse que las llegadas tarde en la noche y la bebida en exceso eran sólo un mal hábito. Incluso a veces Manolo parecía arrepentirse de hacerlo, pero no había cambio y más bien la situación empeoró. ¿Cómo reaccionaba yo? Poco a poco iba reteniendo el amor y la confianza, hasta que gradualmente fuimos apartándonos cada vez más como pareja. Las opciones que cada uno tenía nos iban moviendo en sentidos opuestos, al punto de que llegamos a ser dos personas que llevaban vidas separadas bajo un mismo techo.

En 2003 nació nuestro primer hijo y yo pensé que seguramente con esto iban a cambiar las cosas, pero el único cambio fue que Manolo empezó a beber más aún.

Cuando llevábamos cinco años de matrimonio, yo temía haber cometido un error terrible. Me sentía indignada conmigo misma por no haber reconocido que el hábito de la bebida era en realidad la enfermedad del alcoholismo. Me sentí engañada por no haber conseguido el matrimonio que yo siempre quería. Mis padres me habían dado siempre buen ejemplo de un matrimonio estable y feliz. ¿Por qué yo no podía tener uno también?

Buscando por separado. Dos años más tarde, sintiéndome desesperada y sola después del nacimiento de nuestra hijita, comencé a considerar mis opciones y eso me llevó a visitar al abogado de divorcio. Manolo y yo también buscamos la ayuda de un consejero matrimonial, porque nos dábamos cuenta de que nuestro matrimonio se estaba desmoronando y no sabíamos cómo evitarlo.

Por otra parte, yo comencé a leer sobre el alcoholismo y conversé con personas que habían experimentado los devastadores efectos del alcohol en sus propias familias. Ahí recién supe que mi matrimonio había sido víctima de esta horrible enfermedad. Finalmente, después de hablar con el sacerdote de mi parroquia, un consejero y varios amigos, tomé la decisión de abandonar nuestra casa con mis hijos y separarme de Manolo por un período indefinido.

La separación fue muy difícil y dolorosa pero dio frutos. Mientras estuvimos separados, cada uno buscó ayuda y sanación recurriendo a diversas ayudas existentes en la comunidad, y con familiares y amigos. Todo esto contribuyó decisivamente a que cada uno se fuera recuperando individualmente de los efectos y las consecuencias del alcoholismo; permitió que ambos adquiriéramos una nueva perspectiva de la situación y reconociéramos la parte que cada uno había tenido en la destrucción de nuestra relación.

Pero, pese a todo esto, el matrimonio seguía en ruinas. ¿Cómo podíamos reconstruirlo?

Un mensaje inesperado. En esa época, una pareja de la iglesia se ofreció a reunirse con nosotros. Ellos también habían experimentado las dolorosas consecuencias del alcoholismo en su propio matrimonio, pero allí estaban ahora sonriendo y demostrando una gran alegría, mientras compartían su experiencia.

Nos dijeron que el programa que les había ayudado era el de Retrouvaille, palabra francesa que significa redescubrimiento. Busqué el sitio web y me enteré de que Retrouvaille provee a los matrimonios en crisis las herramientas necesarias para redescubrir su relación de amor y poner en orden nuevamente su matrimonio. El programa, que consiste en un fin de semana y sesiones de seguimiento, pone énfasis en “la comunicación entre el marido y la esposa” y da la oportunidad de “examinar la vida conyugal juntos de un modo nuevo y positivo.”

Aunque parecía demasiado bueno para ser cierto, Manolo y yo aceptamos el consejo de la pareja y nos inscribimos para un fin de semana Retrouvaille. Cuando llegamos, los dos íbamos nerviosos pensando “Si esto no funciona, ¿qué vamos a hacer?

Cuando comenzó el fin de semana, los expositores (tres parejas y un sacerdote) nos animaron a todos a “dejar atrás el pasado y comenzar a descubrirnos de nuevo el uno al otro.” Para ser sincera, yo no pensaba olvidar el pasado en absoluto, ni perdonar tan fácilmente.

Luego, sucedió que en uno de los ejercicios de comunicación, me encontré sola en un cuarto escribiéndole una carta a Manolo. De repente mi pluma escribió: “Te perdono.” ¡Me quedé azorada! ¡Yo jamás había decidido conscientemente escribir estas palabras! De hecho, pensaba que pasarían varios años antes de considerar la posibilidad de perdonarlo.

Cuando terminé de escribir esta sorpresiva declaración, comencé a temblar. Copiosas lágrimas empezaron a fluir de mis ojos y experimenté un sentido indescriptible de paz y relajación. Reflexionando sobre las palabras que yo acababa de escribir, me di cuenta con asombro de que realmente las consideraba ciertas. En aquel momento, supe que el Espíritu Santo me había tocado el corazón.

También me percaté de que habían desaparecido la desesperación y el sentido de desaliento que me habían tenido prisionera durante tantos años. En un instante, Dios me había quitado el dolor del pasado. Y aunque yo recordaba las desilusiones, ahora empecé a verlas como escalones hacia la profunda alegría que me invadía. Lo más sorprendente fue que realmente me sentí agradecida por cada uno de aquellos acontecimientos dolorosos, ya que me habían servido para llegar a este punto, y si no hubiera sido por ellos, tal vez yo nunca habría experimentado la gracia sanadora de la gratitud.

Un plan lleno de amor. Desde ese fin de semana, la gracia sanadora de Dios ha sido portadora de muchas cosas hermosas en nuestro matrimonio. Ahora los dos rezamos juntos cada día; Manolo se hizo católico; los dos trabajamos con las parejas de nuestra parroquia que se preparan para el matrimonio, y hemos aconsejado a parejas casadas que están pasando por situaciones de crisis. En 2007, el Señor nos bendijo con un tercer hijo en nuestra familia.

Desde aquella fantástica experiencia del fin de semana de Retrouvaille, he reflexionado muchas veces sobre las palabras que transformaron nuestro matrimonio y así llegué a entender que la afirmación “Yo te perdono” no era sólo para Manolo; también era para mí, porque yo también había sido perdonada. Yo había dudado de Dios y me había desentendido de él, porque no podía imaginarme que él tuviera un plan lleno de amor para mi vida y mi matrimonio.

Dios estaba con nosotros, aun cuando Manolo y yo no estábamos necesariamente presentes para él. En su misericordia, el Señor tomó aquello que yo consideraba una maldición y la transformó en la mayor de las bendiciones. Pero, ¿y la desesperación y el desánimo que una vez habían puesto en peligro nuestro matrimonio? Estas experiencias pasaron a ser el fundamento de una mayor confianza y un amor más profundo.

¿Acaso Dios tiene un plan rebosante de amor para todos nosotros? ¡Por supuesto! Ya no lo dudo en absoluto; ahora sólo trato de seguir la guía de Dios. Estoy tan llena de gratitud porque fue gracias al plan de Dios que llegué a encontrar, y sigo encontrando, el matrimonio que yo siempre quise tener.

* Por razones de privacidad, la autora ha solicitado usar un pseudónimo.

Para más información sobre el programa Retrouvaille visite: www.retrouvaille.org o bien llame (en los Estados Unidos) al 1-800-470-2230.

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