El matrimonio: camino de santidad
La historia de los beatos Luigi y María Beltrame Quattrocchi
Por: Woodeene Koenig-Bricker y Kathryn Elliott
No mucho después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, el Papa San Juan Pablo II presidió la Misa de beatificación de un matrimonio que vivió en Roma durante un tiempo de incertidumbre global y guerra inminente. Era la primera vez que la Iglesia Católica beatificaba de manera conjunta a un matrimonio cuya vida familiar fue ordinaria: Luigi y María Beltrame Quattrochi.
Para poner de relieve su intercesión conjunta, la Iglesia aceptó una curación milagrosa atribuida a los dos como pareja de esposos. Además, comparten su fiesta el mismo día, la fecha de su aniversario de bodas, por solicitud especial del Santo Padre.
El Papa Juan Pablo dijo a la multitud ahí reunida que aún durante esos años difíciles, Luigi y María Beltrame Quattrocchi “mantuvieron encendida la lámpara de la fe —lumen Christi— y la transmitieron a sus cuatro hijos”, tres de los cuales estaban presentes para la beatificación. El Papa se refería a la luz que brilla en todos los matrimonios que han llevado una vida ordinaria, pero a la vez extraordinaria de fe y sacrificio.
Personas devotas y de recursos. María Luisa Corsini nació el 12 de junio de 1884, en Florencia, Italia. Su madre era “vivaz y dominante,” mientras que su padre, un oficial del ejército real, era conocido por su mal carácter. María, que no se dejaba amilanar, una vez le dijo a su padre: “¿Sabes, papá? Yo nunca me habría casado contigo como lo hizo mamá, por tu mal genio.”
Nacida en una familia acomodada, María recibió una buena educación: en literatura, idiomas y en la fe católica. Después de graduarse de comercio en La Sapienza, una de las mejores universidades de Roma, ella misma fue docente universitaria y escribió varios libros sobre educación y vida familiar. Siempre fue devota e incorporaba sus convicciones religiosas en su trabajo en la parroquia de San Vitale y en el movimiento Acción Católica.
Luigi Beltrame nació el 12 de enero de 1880, en Catania, Sicilia. Su tío, Luigi Quattrocchi, no tuvo hijos, por lo que pidió educar a su sobrino tocayo como si fuera su propio hijo. Los padres de Luigi aceptaron, y finalmente este añadió el apellido “Quattrocchi” a su nombre en señal de respeto a su tío. Luigi también recibió una buena educación, graduándose de La Sapienza como abogado y trabajando después en el gobierno italiano. Sin embargo, a diferencia de María, él no era un joven especialmente devoto.
Cuando Luigi cayó gravemente enfermo, María, que estaba muy preocupada por él, le envió una carta e incluyó una imagen de Nuestra Señora de Pompeya. Su amistad creció bastante y al cabo de un año, él pidió la mano de María. Se casaron en la Basílica de Santa María la Mayor en Roma el 25 de noviembre de 1905.
Un gran susto y una difícil decisión. Aunque Luigi viajaba mucho por trabajo, la pareja comenzó a tener hijos rápidamente. Pero el cuarto embarazo de María tuvo un diagnóstico devastador: Placenta previa, una complicación de gestación que puede ser fatal tanto para la madre como para el bebé. María solamente tenía cuatro meses de embarazo y ya presentaba hemorragias. El médico le recomendó reposo absoluto y un aborto; pero a pesar de las advertencias del doctor, la pareja decidió no abortar y poner su esperanza en Dios.
María tenía apenas un cinco por ciento de probabilidad de sobrevivir. Para Luigi, la posibilidad de quedar viudo con tres niños pequeños era abrumadora. Finalmente, para sorpresa de todos, tanto María como su hijita Enriqueta sobrevivieron el parto, por lo que Luigi y María le daban incesantes gracias a Dios.
Piadosos, pero no en exceso. Utilizando los medios que tenían, hicieron lo necesario para que sus hijos disfrutaran de los deportes, las vacaciones y otras actividades familiares. Pero la vida espiritual recibía igual atención. Decidieron que asistirían a Misa diaria y que harían una hora familiar de veneración al Sagrado Corazón los primeros viernes, vigilias de oración y retiros en el Monasterio de San Pablo Extramuros. Pero, por muy piadosas que resultaran estas actividades, los Quattrochi no eran aburridos; sus cenas familiares eran ocasiones tan alegres que llegaron a ser célebres.
En su libro Radiografía de un matrimonio (1952), María escribió: “Educar hijos es el ‘arte de las artes’ y conlleva serias dificultades. Pero una cosa es cierta: como dos cuerpos unidos en uno solo, ambos procuramos lo mejor para ellos, listos para evitar cualquier cosa que pudiera hacerles daño. Esto implicó algunos sacrificios personales.”
Luigi, por su parte, dejó de fumar durante la crianza de sus hijos. Tanto él como María limitaban sus desacuerdos y los hablaban en privado para que sus hijos no los vieran discutir. Enriqueta recuerda: “Es lógico pensar que a veces tenían diferencias de opinión, pero nosotros, sus hijos, nunca nos vimos expuestos a estas diferencias. Resolvían sus problemas entre ellos a través de la conversación, de forma que cuando llegaban a un acuerdo, el ambiente continuaba sereno.”
María y Luigi siempre tuvieron cuidado de confiarle sus hijos a Dios. Cuando alguno de los cuatro tenía un problema, sus padres siempre lo animaban a que en primer lugar y por sobre todo “clamaran al cielo” en oración. María y Luigi decían que querían que sus hijos apreciaran las realidades celestiales, la vida “del techo para arriba”, como ellos la llamaban. Y, por lo visto, así ocurrió. Sus tres hijos mayores entraron a la vida religiosa.
La fe expresada en la acción. Los dos esposos creían que el Evangelio se proclamaba tanto con acciones como con palabras. Luigi escribió: “Es a través de la honestidad y el espíritu cristiano que permea nuestra conducta en las relaciones humanas… que profesamos nuestras convicciones religiosas delante de los demás.”
En los negocios, Luigi también se conducía según la ética cristiana. Era hombre de gran destreza, integridad y virtud y nunca hablaba de los honores profesionales que recibió. También rechazó ofrecimientos de puestos de mayor autoridad que podían comprometer sus deberes con Dios y con su familia.
María siempre estaba ocupada. Fue parte del consejo general de la Asociación de Mujeres Católicas italianas, trabajó como enfermera voluntaria de la Cruz Roja y se involucró personalmente en actividades de la parroquia. También, juntos ayudaban a las parejas jóvenes a prepararse para el matrimonio, y durante la Segunda Guerra Mundial, convirtieron su apartamento en albergue para judíos y otros refugiados.
No sin dificultades. A pesar de la santidad que era evidente en su vida, los Quattrocchi no eran santos “intachables”. A pesar de que siempre querían lo mejor el uno para el otro, no siempre estaban de acuerdo. María desaprobó, por ejemplo, que Luigi volviera a fumar después de que sus hijos habían crecido. Otra área de dificultad que surgió más adelante en su vida fue una promesa que hizo María “de hacer lo que fuera más perfecto”. Esto incluyó la abstención de relaciones maritales en el último tiempo de su matrimonio, una práctica que la Iglesia rechaza firmemente en la actualidad.
Luigi murió de un ataque al corazón en 1951 a los setenta y un años. En su funeral, un amigo suyo que había sido ateo les dijo a los hijos Quattrocchi: “Su padre nunca me sermoneó. Pero quiero decirles que fue a través de su vida que descubrí a Dios y que ahora amo el Evangelio. ¡Recen por mí!”
Después de esto, María aumentó sus escritos y su trabajo voluntario. Siempre combinando la fe con la acción, sirvió en los trenes que llevaban personas enfermas y discapacitadas a Lourdes. Escribió libros sobre el matrimonio y artículos para revistas católicas, y participó en una iniciativa católica italiana llamada “Movimiento para un Mundo Mejor.” Murió en 1965 en presencia de Enriqueta, la hija por la cual arriesgó su vida.
Un modelo de “caminar juntos.” Como lo dijo San Juan Pablo II, los Quattrocchi “vivieron, a la luz del Evangelio y con gran intensidad humana, el amor conyugal y el servicio a la vida.” Su historia nos recuerda muchas otras similares que hay por todas partes. Cada padre o madre que trabaja con dedicación y regresa luego de una larga jornada para ver a sus pequeños antes de que se vayan a dormir; cada padre y abuelo que reza por sus hijos adultos; y cada familia cuyo trabajo y recreación están marcados por el servicio amable en su parroquia y a gente en necesidad, esos son los Quattrocchi de hoy. Tal vez no son “beatos” de la Iglesia todavía, pero con toda seguridad son bendecidos, así como lo son todas las personas que ven brillar la luz de estas familias.
Woodeene Koenig-Bricker colabora a menudo con La Palabra Entre Nosotros. Kathryn Elliott es editora y colaboradora frecuente y vive en Indianapolis.
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