El martirio de un santo pacifista
La terrible persecución religiosa ocurrida en México
Por: Luis E. Quezada
En 1917, durante el gobierno de Venustiano Carranza, se promulgó en México una nueva Constitución Nacional que, por estar inspirada en principios anticlericales, terminó por provocar una era de violenta persecución religiosa, especialmente contra la Iglesia Católica.
En 1926, bajo la presidencia de Plutarco Elías Calles, la persecución se hizo más abierta y enconada, con la persecución de sacerdotes, la clausura de escuelas privadas y obras de beneficencia, lo que dio lugar a la llamada “Guerra Cristera”, un conflicto armado que se prolongó desde 1926 a 1929, entre el gobierno y milicias de laicos, presbíteros y religiosos católicos que resintieron la aplicación de la legislación y las políticas públicas orientadas a restringir la autonomía de la Iglesia católica.
Uno de los sacerdotes que fue perseguido y martirizado en aquella época fue el padre Cristóbal Magallanes Jara, hoy canonizado por la Iglesia Católica. Cristóbal Magallanes nació el 30 de julio de 1869 en el Municipio de Totatiche, Estado de Jalisco. Sus padres fueron campesinos muy humildes, pero gente muy buena, fervorosa y cristiana. Desde niño tuvo una gran devoción al Santísimo Sacramento, a la Santísima Virgen María y a San José, y rezaba el Santo Rosario todos los días.
Durante sus primeros 19 años vivió en el rancho paterno, desempeñando oficios sencillos, cuidando ovejas, labrando la tierra y fabricando petates. En 1888 ingresó al Seminario Conciliar de Guadalajara, donde se distinguió como alumno aplicado, piadoso y laborioso, al cabo de lo cual fue ordenado sacerdote el 17 de septiembre de 1899.
Ejerció su ministerio durante dos años como capellán de la Escuela de Artes y Oficios del Espíritu Santo, en Guadalajara, y luego fue destinado a la parroquia de Totatiche, su pueblo natal. Allí sirvió como sacerdote y finalmente párroco, cargo que desempeñó durante 22 años.
Predicó entre los indios huicholes en varias misiones populares, uno de cuyos frutos fue la creación de la colonia Azqueltán. Fundó un orfanato, un asilo para ancianos, centros de catecismo, edificó templos y dotó de capillas a los ranchos que quedaban dentro del territorio de su parroquia. Siempre atento a la doctrina social de la Iglesia expuesta en la Encíclica Rerum Novarum, difundió sus enseñanzas y aplicó sus orientaciones.
Desapegado de los bienes materiales, procuró mejorar el nivel de vida de sus paisanos y aliviar sus necesidades, para lo cual estableció escuelas en el pueblo y en las rancherías. Pero su trabajo más importante fue la fundación del Seminario Auxiliar de Totatiche.
Entre 1923 y 1926, cinco de los primeros alumnos del Seminario Auxiliar recibieron la ordenación sacerdotal, por lo cual el padre Magallanes oró diciendo: “Madre Santísima, tú me has concedido ya muchas satisfacciones. Acuérdate que soy pecador y no tengo méritos para el cielo. Mándame ya el sufrimiento, amarguras, tribulaciones y aun el martirio.”
Persecución constitucional. Al desencadenarse la persecución religiosa, el padre Magallanes manifestó claramente sus sentimientos en una carta fechada 11 de septiembre de 1926, en la que le decía a un seminarista del Colegio Pío Latinoamericano: “Pide mucho a Dios que se acelere el día de la libertad de la Iglesia dentro del orden, sin violencias de ninguna especie.”
Pero en Totatiche, el 28 de noviembre de ese mismo año, un grupo se levantó en armas contra la tiranía antirreligiosa del Presidente Calles. El padre Magallanes, eminentemente pacifista, siempre reprobó, en particular y en público, de viva voz y por escrito, el uso de las armas, para lo cual publicó un artículo en su periódico en el que rechazaba la violencia y exhortaba a sus feligreses a mantener la calma: “Ni Jesucristo, ni los Apóstoles, ni la Iglesia han empleado la violencia con ese fin, sino el convencimiento y la predicación por medio de la Palabra. La religión ni se propagó ni se ha de conservar por medio de las armas” afirmaba.
A principios de 1927, escribió una carta dirigida a un joven sacerdote y antiguo feligrés suyo, el padre Margarito Ortega, donde le decía: “Mi vida, desde hace ya cuatro meses, ha sido andar por cerros y barrancas, huyendo de la persecución gratuita de nuestros enemigos y de los rebeldes… Sin embargo, miles y miles de habitantes de estos pueblos, que están mirando y nos conocen desde hace muchos años, saben que somos inocentes y que se nos calumnia de manera infame. Se está cumpliendo en nosotros la palabra del Divino Maestro Jesucristo: ‘No es el discípulo más que el maestro; y si a mí me persiguen, también os perseguirán a vosotros.’ Dios les perdone tanta infamia y nos vuelva la deseada paz, para que todos los mexicanos nos veamos como hermanos.”
Arresto y paredón. El 21 de mayo de 1927, un grupo de soldados del ejército federal arrestó al padre Cristóbal, que iba solo por el campo a lomo de mula. Los soldados le preguntaron quién era y él contestó: “Soy Cristóbal Magallanes, párroco de Totatiche.”
El general encargado acusó al párroco de promover la rebelión contra el gobierno en esa comarca y pese a que él demostró lo contrario, el delito que le imputaron no fue conforme a derecho pero sí de amplio alcance: “No habrán tenido parte en el movimiento cristero, pero basta que sean sacerdotes para hacerlos responsables de la rebelión.”
Ese mismo día y casi a la misma hora, en otro lugar habían apresado al joven presbítero padre Agustín Caloca, maestro del Seminario Auxiliar, y ministro del padre Magallanes; ambos compartieron la misma prisión.
En la mañana del 25 de mayo, el padre Magallanes y el padre Caloca fueron conducidos al patio de la Presidencia Municipal de Colotlán para ser ejecutados. Ahí, los colocaron a ambos ante el paredón y sin juicio alguno, ni ordinario, ni sumario, ni militar, dieron la orden de fusilarlos.
El padre Magallanes se hincó para recibir la absolución sacramental del padre Caloca, y éste a su vez la recibió de su párroco. Ante sus verdugos, el padre Cristóbal declaró en voz alta: “Soy y muero inocente; perdono de corazón a los autores de mi muerte. Pido a Dios que mi sangre sirva para la paz de los mexicanos desunidos.”
Viendo enseguida que su compañero, el joven sacerdote Caloca estaba angustiado, le dijo: “Tranquilízate, padre, Dios necesita mártires; sólo un momento y estaremos en el cielo”. Fueron sus últimas palabras. Se dio la orden de fuego y los dos sacerdotes cayeron fusilados, derramando su sangre.
Otros mártires. Lamentablemente, los padres Cristóbal Magallanes y Agustín Caloca, no fueron los únicos mártires. En aquella época de gran persecución religiosa, determinada por la política del Estado, los sacerdotes y los laicos fusilados solamente por ser católicos fueron en total 25.
Los Mártires de México fueron una de las glorias más grandes de la Iglesia en el siglo XX. El Papa Juan Pablo II canonizó a los 25 sacerdotes y laicos, como primicia de los que esperan la gloria definitiva de los altares. Los mártires mexicanos fueron modelo para tantos otros cientos de miles y miles de cristianos que han sido aplastados en el siglo pasado y en el presente por el odio a los cristianos propugnado por varios regímenes totalitarios, como los de la ideología nazi, socialista o comunista o bien por el extremismo islámico en el Medio Oriente.
Conviene, pues, conocer la persecución religiosa en México, y entender bien la respuesta de aquellos católicos admirables, que con su sangre siguieron escribiendo los Hechos de los Apóstoles en América. Como también lo dice el autor Antonio Montero, en La historia de la persecución religiosa en España, obra de 1961 recientemente reeditada: ‘En toda la historia de la universal Iglesia no hay un solo precedente, ni siquiera en las persecuciones romanas, del sacrificio sangriento, en poco más de un semestre, de doce obispos, cuatro mil sacerdotes y más de dos mil religiosos.’
Beatificación y canonización. En 1977, el Arzobispo de Guadalajara, Cardenal José Salazar López, en el 50 aniversario del sacrificio de los padres Magallanes y Caloca, había declarado en oración: “En el ejercicio de su ministerio sacerdotal fueron aprehendidos y se les sacrificó solamente por ser sacerdotes. Nuestra oración pide humildemente al Señor que sean glorificados en la Iglesia de Jesucristo quienes dieron con gozo la prueba suprema del amor. Dígnate elevar a tus siervos Cristóbal y Agustín al honor de los altares.”
La oración fue escuchada, pues el Siervo de Dios Cristóbal Magallanes Jara fue beatificado por el entonces Papa Juan Pablo II el 22 de noviembre de 1992, junto con sus 24 compañeros mártires y la Madre María de Jesús Sacramentado Venegas. El 21 de mayo del Año Jubilar 2000, el Beato Cristóbal Magallanes fue canonizado junto a sus 24 compañeros mártires por San Juan Pablo II, entonces nuestro Sumo Pontífice.
Otro mártir mexicano de la misma época fue el padre Miguel Agustín Pro Juárez, que murió, sin juicio alguno ni desahogo de pruebas, junto a su hermano Humberto Pro Juárez, también fusilados en 1927 en la ciudad de México. Fue igualmente beatificado por el papa Juan Pablo II en 1988, entre otras cosas, por no haber sido encontrado culpable de los delitos que se le imputaban.
Elevemos hoy una sentida oración por todos estos mártires cristianos católicos de entonces y también de ahora que siguen derramando su sangre nada más por confesar su fe en Cristo Jesús. Que ahora todos ellos disfruten de la gloria del Reino junto a nuestro Señor.
Datos consultados de diversas fuentes, entre ellas, www.aciprensa.com; www.oremosjuntos.com, www.catholic.net, www.wikipedia.com.
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