El hombre y marido ideal
Una mirada a San José y la Sagrada Familia
¿Le gustan a usted los acertijos? Aquí hay uno: ¿Cuál es la persona más influyente que aparece en la Biblia, aunque no se registra ninguna palabra de él? ¿Adivina quién es?
Si dijo que es San José, el marido de la Virgen María, ¡acertó! Naturalmente, le rendimos honor a San José en su día de fiesta el 19 de marzo y muchas escuelas, iglesias y hospitales llevan su nombre. Sin embargo, en términos generales, la persona que capta la mayor parte de nuestra atención en la Navidad es la Virgen María. A veces damos más atención hasta a los pastores, los Reyes Magos o el ángel Gabriel que a San José.
Pero el padre adoptivo de Jesús desempeñó un papel crucial en los evangelios, y mucho es lo que podemos aprender de él. En su persona vemos a un hombre dócil, humilde y generoso; un hombre dispuesto a hacer grandes sacrificios por su familia y por el Señor; un hombre humilde, pero valeroso, en quien Dios puede confiar. Por eso, contemplaremos a este silencioso servidor del Señor para ver lo que él puede enseñarnos a nosotros en este tiempo de Adviento.
El hombre ideal para el trabajo. Por lo general, los gerentes o jefes de personal saben lo importante que es encontrar a una persona idónea para ocupar un cargo clave en la compañía. Por eso buscan a quien tenga las mejores calificaciones, una buena ética de trabajo y que sea capaz de integrarse bien con los demás empleados. Siendo así, trataremos de imaginarnos cuál sería la descripción de las funciones que debía cumplir el hombre que tuviese la misión de criar y educar al Hijo de Dios. ¿Qué tipo de persona buscaba el Señor?
Si pensamos cómo fue que Dios escogió a otras personas en el pasado, nos haremos una idea de los requisitos que debía tener el que sería “el padre adoptivo” de su Hijo. En el pasado, Dios había escogido a personas como Abraham, Jacob, Moisés y David. Consideramos que estos hombres fueron grandes héroes de la fe, aunque cada uno de ellos tuvo sus propias fallas y caídas. Abraham mintió sobre su esposa Sara en Egipto y dejó que el faraón la llevara a su harén (Génesis 12, 10-20); Jacob fue ladino y manipulador (31, 1-21); Moisés mató a un hombre y luego huyó para evitar el juicio (Éxodo 2, 11-15), y David cometió adulterio y asesinato (2 Samuel 11, 1-27).
Ahora bien, si estos servidores de Dios tuvieron tantas imperfecciones y cometieron delitos, ¿por qué los escogió Dios? Sin duda porque, pese a todos sus defectos, ellos trataron de vivir su fe lo mejor que pudieron porque amaban a Dios y trataban de ser obedientes. En realidad, no fueron sus talentos y dones los que persuadieron a Dios, sino el hecho de que tenían el corazón abierto y dócil. Leemos en la Biblia que Dios dice que Abraham era “mi amigo” (Isaías 41, 8), que Dios hablaba con Moisés “cara a cara, como habla un hombre con su amigo” (Éxodo 33, 11) y que David era “un hombre según [el] corazón” de Dios (1 Samuel 13, 14).
En otras palabras, Dios sabía qué tipo de personas eran estos hombres; sabía que, a pesar de sus flaquezas y defectos, ellos permanecerían firmes en su fe y tratarían de ser fieles. Y esto es exactamente lo que Dios vio en José. El Señor sabía que José era “un hombre justo”, que siempre tendría bien puesto el corazón (Mateo 1, 19). Por eso lo escogió para la noble tarea y la enorme responsabilidad que le confió.
Un hombre de fe. Dios escogió a José para proteger y cuidar a la Sagrada Familia y proveer para ella, no porque fuera perfecto, sino porque era un hombre de fe. Cuando María le avisó que estaba embarazada, José se sintió profundamente dolido, pero en lugar de exponerla, decidió divorciarse en secreto. ¿Se imagina usted esto? Con todo lo herido, confundido o encolerizado que seguramente estaba, supo en su interior que tenía que hacer lo posible para proteger a María de las murmuraciones y del trato cruel y violento que sin duda le esperarían a ella.
Pero cuando el ángel le ratificó lo mismo que María le había dicho, de que ella estaba efectivamente encinta por obra del Espíritu Santo, José no dudó en cambiar de parecer. Creyó, dio un paso de fe y aceptó de todo corazón el nuevo cometido que Dios tenía para él. Ignoraba por completo lo que le podría deparar el futuro, pero eso ya no importaba. Dios le dio a conocer su voluntad y José la aceptó de buena gana.
Una vez nacido el Niño Jesús, el ángel le avisó a José que su familia estaba en peligro y que tenía que huir de Israel. Nuevamente, José tuvo que abandonar su mundo conocido: sus proyectos, su casa, su trabajo y sus amigos y trasladarse de inmediato con toda su familia a Egipto. Allí no había un trabajo que le esperara y con toda seguridad no conocía a nadie, aparte de que probablemente escaseaba el dinero. Pese a todo esto, José obedeció.
Podría decirse que la fe de José se había visto reanimada por todo lo sucedido: el sorpresivo embarazo de María, el anuncio del ángel, el nacimiento de Jesús, lo que Simeón les había anunciado y la visita de los Reyes Magos venidos del oriente. Con todo, sabemos que a veces resulta fácil olvidarse de las bendiciones pasadas cuando surgen problemas inmediatos y urgentes. Es posible que José haya sentido temor y confusión, pero, como haya sido, no se dejó dominar por la incertidumbre. Al contrario, actuó movido por la fe y confió que Dios lo cuidaría a él y a su familia, y nunca quiso mirar atrás ni lamentó su decisión, porque siempre tuvo presente quién era el que lo iba conduciendo paso a paso en todos estos acontecimientos.
Aceptar el nuevo plan. Dios tiene un plan maravilloso para la vida de cada uno de sus hijos, un plan que a veces es totalmente distinto de lo que nosotros habíamos pensado. Antes de la visita del ángel, seguramente José estaba planeando tener una apacible vida matrimonial y familiar en la tranquila ciudad de Nazaret. Pero nada de eso pasó. Lo más probable es que jamás se le habría ocurrido pensar que tendría que desarraigar a su joven familia y llevarla a Egipto. Jamás se habría imaginado que tendría que proteger con mucho cuidado al inocente bebé que se le había confiado para salvarlo de la infame persecución ordenada por alguien tan cruel y poderoso como el rey Herodes.
Además, José nunca tuvo ninguna formación sobre cómo criar al Hijo de Dios. ¿Cuántas veces cree usted que le entraron dudas de que él fuera capaz de llevar a cabo semejante misión? Cuantas veces habrá rezado diciendo “Señor Dios, por favor, ¡ayúdame! No quiero cometer ningún error.” Y cuando más tarde vio al pre-adolescente Jesús que enseñaba a los maestros en el Templo, acaso no se habrá preguntado “¿Cómo puedo yo educar a mi hijo, cuando él es quien debiera enseñarme a mí?” Es muy probable que José haya tenido que afrontar toda clase de dudas y temores, pero eso no le impidió seguir adelante. ¡Y miremos todo lo que pudo hacer!
Formado por la gracia. El Señor les hace a todos sus hijos las mismas preguntas que le hizo a José: “¿Estás dispuesto tú a participar en la edificación de tu familia en favor de mi Iglesia? Aunque no seas perfecto, tienes que aprender a vivir de la forma como yo te lo he pedido.”
Dios nos ha bendecido a todos nosotros con dones y talentos, igualmente como bendijo a José, y quiere que usemos esos dones y talentos cuando actuamos por fe tratando de llevar a su lado a nuestras familias. Como nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica, los padres son los primeros “heraldos de la fe” para sus hijos, y la casa familiar es “una iglesia doméstica, comunidad de gracia y de oración” (CIC 2225, 1666).
José no tenía un “manual del usuario” para saber cómo había de proteger a María, cuidar a la Sagrada Familia o criar al Hijo de Dios. Todo lo que tenía eran sus propias buenas intenciones, su buena disposición para aprender de sus errores, y su confianza en la gracia y la guía de Dios. Esto era en realidad todo lo que necesitaba, y es lo mismo que necesitamos nosotros.
Siga adelante. Entonces tome usted, querido lector, a San José como su modelo y haga lo posible por dedicarse a servir a Dios y a su familia. Siguiendo el ejemplo de José, piense en uno o dos aspectos de su vida que usted quiera mejorar y concéntrese en ellos. No trate de hacerlo todo de repente; empiece dando un paso a la vez y así descubrirá que Dios le va abriendo puerta tras puerta para que usted siga adelante.
Luego, cuando descubra una de sus debilidades o vea que ha caído en pecado, recuerde a Abraham, Moisés y David. Usted también es humano, como ellos, y el Señor no espera que su vida sea perfecta de inmediato. Todo lo que desea el Señor es que usted lo ame, sea lo más fiel posible y siga avanzando. Todo lo que usted tiene que hacer es orar con sinceridad y decirle con sus propias palabras algo como: “Padre celestial, te pido que por favor me enseñes y me eduques. Que tu gracia predomine en mi vida y yo sea un buen servidor tuyo, como José.” Eso es. El Señor se ocupará de todo lo demás, tal como lo hizo con los otros héroes de la fe.
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