La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Junio 2018 Edición

El fuego purificador

Dios quiere quitar todas nuestras impurezas

El fuego purificador: Dios quiere quitar todas nuestras impurezas

El oro es uno de los metales nobles más valiosos del mundo.

No hay nada más seductor que un anillo o un par de aretes de oro de 24 quilates, lo cual quiere decir que esas piezas de joyería están hechas de oro puro, sin aleaciones con otros metales como sucede con el oro de 18, 14 o 10 quilates. Para llegar a 24 quilates, hay que fundir y refundir el metal a un calor sumamente elevado, a fin de que todas las impurezas suban a la superficie del metal fundido, para luego quitarlas y dejar nada más que el oro puro.

Esta es una buena manera de entender el proceso de nuestro propio crecimiento en santidad. Sabemos que tenemos impurezas, pero eso no significa que no vayamos avanzando. Así como el oro pasa por numerosos refinamientos para llegar a la pureza deseada, también nosotros estamos en proceso de purificación. Cada día tenemos nuevas oportunidades para que Dios nos refine un poco más, y elimine las impurezas que todavía nos quedan.

Este proceso de fundición y moldeo no siempre es fácil, pero vale la pena. ¿Por qué? Porque no sólo nos vamos limpiando de aquello que nos contamina, sino que también nos vamos acercando a Cristo; no sólo nos estamos despojando de los pecados que llevamos a cuestas, sino que nos llenamos de la vida y el amor de Dios; no sólo nos libramos de las impurezas que aún nos queden, sino que vamos creciendo en pureza y santificación.

Es por esto que el Señor nos insta a esforzarnos para ser “perfectos” como su Padre es perfecto” (Mateo 5, 48). Tanto es lo que nos ama Dios que desea librarnos de todo lo que nos separa de él, de todo aquello que todavía nos mantiene en la oscuridad y la esclavitud. Por eso, daremos una mirada a cómo es este fuego purificador de Dios.

Probados por el fuego. Algunos de los profetas de Israel decían que Dios es un fuego purificador. El profeta Isaías dice que Dios ha refinado a Israel “en el horno del sufrimiento” enviando a su pueblo al exilio (Isaías 48, 10). A su vez, el profeta Zacarías prometió, a quienes se mantuvieran fieles, que Dios los haría pasar por el fuego “como se purifica la plata…como se afina el oro” (Zacarías 13, 9).

Pero una de las profecías más dramáticas viene del libro de Malaquías, profeta de la mitad del siglo V a.C. cuando los Israelitas regresaban del exilio en Babilonia y tuvieron que acometer la enorme tarea de la reconstrucción de Jerusalén. Habían estado inmersos en una cultura pagana durante décadas y algunos habían asimilado las prácticas idólatras de los babilonios, por lo cual Malaquías les reprocha con estas palabras: “El Señor ya está cansado de escucharles; y todavía ustedes preguntan: ‘¿Qué hemos dicho para que se haya cansado de escucharnos?’ Pues ustedes han dicho que al Señor le agradan los que hacen lo malo, y que está contento con ellos. ¡Ustedes no creen que Dios sea justo!’” (Malaquías 2, 17).

¿No es esto muy parecido a lo que se dice hoy? Hoy día hay una corriente generalizada que plantea que uno puede hacer lo que le plazca, sea bueno o malo. “Dios es amor y perdona todo”, dice la gente moderna, sin preocuparse de arrepentirse ni de asumir la responsabilidad por las consecuencias de sus actos. Pero este tipo de razonamiento no sólo es falso y erróneo, sino ¡peligroso! El pecado tiene consecuencias que pueden ser eternas, y tenemos que ser conscientes de eso.

Pero viendo todas las confusiones que circulan hoy, vemos que realmente no se trata de nada nuevo. La gente estaba igualmente confundida acerca del pecado desde la época de Malaquías e incluso antes, hasta la caída de nuestros primeros padres. Los pecados cometidos por todos los seres humanos durante miles de años han causado enormes daños en las amistades y relaciones de unos con otros y también han perjudicado la relación del ser humano con Dios. Aunque el Señor es infinitamente paciente y misericordioso, esa enorme carga de pecado no deja de fastidiarle.

Purificar, no destruir. Pero la profecía de Malaquías no termina con reprimendas ni represalias para los israelitas; no, por el contrario, anuncia lo que el Señor tiene previsto hacer para purificarlos a ellos y también a nosotros:

“Voy a enviar mi mensajero para que me prepare el camino. El Señor, a quien ustedes están buscando, va a entrar de pronto en su templo. ¡Ya llega el mensajero de la alianza que ustedes desean! Llegará como un fuego, para purificarnos… El Señor se sentará a purificar a los sacerdotes, los descendientes de Leví, como quien purifica la plata y el oro en el fuego. Después ellos podrán presentar su ofrenda al Señor, tal como deben hacerlo. El Señor se alegrará entonces de la ofrenda de Judá y Jerusalén.” (Malaquías 3, 1-4).

Si analizamos estas palabras a la luz de los evangelios, seguramente llegaremos a algunas conclusiones útiles, pues veremos que Juan el Bautista era el “mensajero” a quien Dios envió a preparar su camino y que “el Señor” a quien “ustedes están buscando” era Jesús mismo. Veremos que Jesús entró en el templo de Jerusalén y lo purificó expulsando a los vendedores de animales y cambistas de dinero. Y también veremos que, después de eso, Cristo purificó al pueblo con su palabra (Juan 15, 3) “enseñando en el templo” día tras día (Lucas 19, 46-47).

Desde el tiempo de los apóstoles, la Iglesia ha considerado que estos anuncios proféticos de un fuego refinador se referían al deseo de Dios de purificar a sus fieles de sus pecados. Es cierto que la idea de ser purificado de esta manera puede ser aterradora, pero conviene recordar que el fuego purificador no es destructor; no es un incinerador, lo que hace es extraer las impurezas del corazón para que sólo permanezca lo puro. Por esta razón, la idea de un fuego que refina es muy esperanzadora, ya que nos hace ver que Dios no nos ha abandonado, sino que todavía está comprometido a purificarnos. Incluso después de todos los pecados que hayamos cometido nos hace ver que nos ama con tanta ternura y profundidad que nunca renunciará a socorrernos para que un día lleguemos a ser santos.

Un testimonio de fuego purificador. Guillermo y Ana María pueden dar testimonio del desafío y la esperanza que contiene el mensaje del fuego refinador de Dios. Se amaban mutuamente, pero en el transcurso de su matrimonio se habían dejado llevar por el hábito de hablarse con dureza y criticarse casi día tras día. Tanto había empeorado la situación que no pasaba un día sin que uno de ellos le dijera algo sarcástico o burlón al otro. Pero un cierto domingo hubo una homilía en la Misa que encendió el fuego purificador en el corazón de ambos. Se refería al poder de las palabras y a cómo las reiteradas afirmaciones negativas o hirientes pueden debilitar e incluso destruir un matrimonio y toda una familia.

El sacerdote habló del “sesgo de negatividad”, término con que los consejeros profesionales se refieren a la tendencia de algunas personas a fijarse más en las experiencias dolorosas y negativas que en las positivas. Por ejemplo, el hecho de experimentar un revés financiero, un fracaso profesional, el abandono de un amigo íntimo o una crítica fuerte, causa un impacto psicológico mayor que recibir un gran premio inesperado, encontrar una buena amistad nueva o recibir muchos elogios. Al terminar, el sacerdote pidió a todos los presentes que dedicaran un momento para pedir la gracia de ser más tolerantes y bondadosos y poner fin a todas las afirmaciones negativas y ofensivas.

Guillermo y Ana María sintieron que las palabras del sacerdote les llegaban al corazón. Después de la Misa, los dos se pidieron perdón recíprocamente por toda la negatividad que se habían estado expresando y se prometieron no continuar haciéndolo. Sabiendo que no siempre es fácil cambiar un hábito arraigado, decidieron empezar a rezar juntos el rosario cada mañana y pedirle a Dios que les ayudara a fijarse más en el amor mutuo entre ellos.

Lo interesante es que Dios utilizó una simple homilía dominical para purificar el matrimonio de estos esposos. Les tocó el corazón y les invitó a aceptar su fuego refinador. No fue siempre fácil porque la tendencia a la negatividad y a quejarse no desaparece automáticamente, y “a veces caemos nuevamente” dice Guillermo, “pero estamos mejorando cada día. Hemos visto que además de orar juntos, es útil tratar de ser tan positivos como podamos entre nosotros. Es nuestra forma de colaborar con el Señor, conforme él nos va librando de la negatividad.”

El fuego del amor de Dios. El fuego purificador que Guillermo y Ana María experimentaron personalmente está disponible para todos los fieles. Es el fuego del amor de Dios, un amor que es tan puro como potente. Se trata de un amor abrasador que quema todo lo que sea obstáculo en el camino del Señor; un fuego que calienta el corazón del creyente y al mismo tiempo funde las impurezas. Siendo así, decidámonos a entrar en el fuego purificador del Señor, como Guillermo y Ana María lo hicieron. Pidámosle a Cristo que nos purifique como se refina el oro o la plata, porque somos valiosos para él. Todo lo que hay que hacer es acudir a su lado en la oración meditada con su Palabra y en los sacramentos y él nos librará.

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