El encuentro con el Dios que nos habla
Tres claves para escuchar la voz de Dios
En la vida hay muchas interrogantes. ¿Cuál es la clave de la felicidad? ¿Por qué le suce den cosas malas a gente buena? ¿Para qué estoy en este mundo? ¿Por qué existe el mal en el mundo?
En una sociedad que busca soluciones rápi das para todo, tal vez sea incómodo hacerse preguntas como éstas, inte rrogantes complejas que no pueden contestarse con frases simples o con una sola palabra.
El Papa Benedicto XVI nos dice que, por mucho que queramos reci bir respuestas rápidas, solo podemos entender con claridad los enigmas de la vida si nos damos el tiempo necesa rio para sumergirnos en la Palabra de Dios. Por eso, en este artículo, desea mos ver cómo podemos encontrarnos con Jesús, la Palabra viva de Dios, en la Sagrada Escritura, que es la palabra escrita de Dios. Para ello, queremos hacer tres recomendaciones prácticas que nos ayudarán a escuchar la voz de Dios y percibir su presencia cuando meditemos en su Palabra leyendo la escritura.
Leer todos los días
“Que cada jornada nuestra esté marcada por el encuentro renovado con Cristo, Verbo del Padre hecho carne.” (VD 124)
El primer paso parece obvio, pero en realidad es algo que muchas veces dejamos pasar: dejar un tiempo específico cada día para leer el texto sagrado. Prográmalo en tu día, hazlo al comenzar la mañana, familiarízate con lo que nos cuenta la Biblia, para que puedas ver cómo Dios ha venido actuando a través de los siglos. Descubre por ti mismo con cuánta paciencia ha trabajado Dios, enseñándonos sus caminos y preparándonos para la venida del Señor. Y por supuesto puedes usar buenos comentarios y estudios bíblicos. Mientras más conozcas los antecedentes, la historia y el contexto de la Biblia, mejor podrás entender el cuadro completo que ella nos presenta.
Pero asegúrate de que, aparte de leer y estudiar, también reces y trates de encontrar respuestas. Como lo dijo enfáticamente Benedicto XVI, en las palabras de la Escritura podemos encontrarnos con Jesús y podemos desarrollar una profunda relación con Él, si dejamos que sus palabras entren en lo profundo de nuestro corazón.
Pero esto no sucede de la noche a la mañana. Cualquier relación de amistad personal necesita tiempo para crecer y desarrollarse. Piensa en alguna amistad cercana que tengas. ¿Acaso tú y tu amigo no aprendieron a conocerse y apreciarse cada uno pasando tiempo juntos? ¿No te parece que se reforzaron los lazos de amistad cuando compartieron las alegrías y pesares de la vida de cada uno? Sin duda, llegaron a apreciarse mutuamente por la manera en que compartieron sus esperanzas y temores, sus sueños y decepciones.
Efectivamente, es necesario dedicar tiempo para que las relaciones se for- men y consoliden; la comunicación y el amor necesitan tiempo para cre cer y madurar. Por eso es necesario leer la Sagrada Escritura todos los días, de manera que lleguemos a conocer a Dios y sepamos cómo piensa el Señor acerca de lo que sucede, cómo reacciona ante las adversidades o las ocasiones de celebración? ¿Qué es lo que le causa alegría o tristeza? ¿Cuáles son sus sueños y esperanzas?
Forma parte de las Escrituras
“La Palabra divina nos introduce a cada uno en el coloquio con el Señor: el Dios que habla nos enseña cómo podemos hablar con Él” (VD 24).
Cuando leas la Escritura cada día, trata de imaginarte que estás presente en la escena de lo que lees. Cuando leía los Evangelios, San Ignacio de Loyola solía pensar que él era uno de los discípulos de Jesús, para poder observar claramente lo que estaba sucediendo. Se imaginaba que era un testigo extra en la Última Cena y que captaba todo lo que sucedía cuando Jesús ofreció la primera Eucaristía. Miraba con atención cuando el Señor perdonó a la mujer sorprendida en adulterio o cuando desafiaba a los fariseos y saduceos; también se reunía con María Magdalena y el apóstol Juan en el Calvario y observaba las escenas y ruidos del día cuando Jesús estaba muriendo por él.
Pero el hecho de insertarse en las Escrituras de esta manera no debe ser algo pasivo; es decir, no basta quedarse quietos observando lo que sucede; más bien hay que formar parte de la escena. Por ejemplo, si te imaginas estar en el monte Horeb con Moisés y la zarza ardiente, no dejes de preguntarle a Moisés qué sentía al escuchar la voz de Dios; piensa que él te mira y comparte contigo lo que estaba pensando cuando Dios lo mandó a confrontar al faraón para exigirle que dejara en libertad al pueblo hebreo. Seguramente te vas a sorprender de las respuestas que recibas.
Y no te limites a los relatos históricos de la Biblia; Benedicto mismo nos alienta a que hagamos lo mismo con los Salmos, que ha sido denominado el “Libro de oraciones” del propio Dios: “En los Salmos, en efecto, encontramos toda la articulada gama de sentimientos que el hombre experimenta en su propia existencia y que son presentados con sabiduría ante Dios… Así, la palabra que el hombre dirige a Dios se hace también Palabra de Dios… y toda la existencia del hombre se convierte en un diálogo con Dios que habla y escucha” (VD 24).
Piensa que eres uno de los sal mistas que elevan su corazón al Señor, y sé audaz como el salmista y espera una respuesta de Dios. En lugar de repetir lo que le preocu paba al salmista, plantea tus propias necesidades y deseos, tus anhelos y esperanzas y haz que las palabras de alabanza y agradecimiento del salmo sean las tuyas también. Como lo dijo Benedicto, las palabras de Dios pasarán a ser tus palabras, sus pen samientos serán tus pensamientos, su forma de actuar será tu forma de actuar y así desplazarán cual quier cosa en ti que sea contrario a la manera en que Él piensa.
Haz un alto y escucha
“Sólo en [el silencio] la Palabra puede encontrar morada en nosotros, como ocurrió en María, mujer de la Palabra y del silencio inseparablemente” (VD 66).
El hecho de adentrarse en la Biblia de esta manera tal vez parezca nada más que algo ilusorio al principio. ¿Cómo puedes estar seguro si las imágenes que te estás formando sólo provienen de tu imaginación o de Dios? La clave para saberlo es mediante la escucha reposada.
Vivimos en un mundo muy ruidoso y de demasiado quehacer, y toda esa actividad influye en el tiempo que dedicamos a estudiar la Sagrada Escritura. Puede suceder también que, al incorporarte en una escena del Evangelio te olvides del propósito con que lo haces y dejes que la imaginación corra libremente contigo hasta pasar todo el tiempo imaginando la escena en detalle y las reacciones de las personas mientras se desarrolla el suceso. Esto es bueno, pero la actividad de la imaginación tiene que estar equilibrada con el silencio y la quietud. Si no fuera así, ¿cómo podrías escuchar la voz de Dios?
Si hay una palabra o frase del texto que te capte mucho la atención, no sigas leyendo y medita. Reposa un rato en calma, sin prisa y sin preocuparte de llegar al final del suceso; más bien medita en lo que has leído y espera que el Señor te hable. Tal vez no sean más que las palabras que Jesús pronunció en la Última Cena, “Tengan fe en Dios” (Juan 14,1), o incluso ser una idea completa, como cuando San Pablo dice que todo el que invoque el nombre del Señor se salvará (Romanos 10,13). Sea lo que sea, espera a que la idea se forme en tu mente. Repite la palabra o la frase una y otra vez y pídele al Señor que te explique lo que te quiere decir. Luego, escribe la idea o lo que hayas experimentado para repasarlo más tarde, siempre con el corazón en reposo, una respiración lenta y el ánimo dispuesto a recibir lo que Dios te quiera dar.
Si los pensamientos que percibes te llenan de paz, alegría, esperanza o de un deseo de unirte más a Cristo, puedes estar seguro de que el Espíritu Santo te ha estado hablando. Por el contrario, si comienzas a sentirte inquieto, frustrado o lleno de culpas, puedes tener la seguridad de que esas ideas no son de Dios.
Si los pensamientos que te llegan te mueven a cambiar de conducta y tratar de imitar al Señor, no hay duda de que Dios está detrás de ellos. Por ejemplo, te puedes sentir movido a tratar con mayor bondad a un amigo o familiar; quizá te sientas impulsado a confesar un pecado antiguo que te haya pesado en la conciencia; o tal vez sientas la necesidad de reconciliarte con un amigo. Sea lo que sea que te parezca que Dios te pide hacer, ponlo en práctica. Lo más probable es que una simple acción de obediencia al Señor te lleve a otra y otra, cada una de las cuales te va acercando más a Cristo.
Dios nos habla. En la introducción de su exhortación, el Papa Benedicto nos dice: “No hay prioridad más grande que esta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante” (VD 2).
Con estas palabras, Benedicto nos dice que la clave para encontrar una vida plena, fructífera y apacible es escuchar a Dios que nos habla en su Palabra. Nos dice lo mucho que nuestro Padre celestial desea abrir nuestros ojos para que veamos su presencia y su amor. Todo lo que tenemos que hacer es dejar que su Palabra eche raíces en nuestro corazón. La vida está llena de interrogantes, tal como nos ha dicho Benedicto XVI. ¡Qué bueno es saber que podemos encontrar las respuestas cuando le pedimos a Cristo Jesús, nuestro Señor, la Palabra completa y perfecta de Dios, que nos hable!
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