La Palabra Entre Nosotros (en-US)

Junio 2024 Edición

El Avivamiento Eucarístico inicia con un encuentro

El encuentro con Jesús transforma nuestra vida

Por: monseñor Andrew Cozzens

El Avivamiento Eucarístico inicia con un encuentro: El encuentro con Jesús transforma nuestra vida by monseñor Andrew Cozzens

Los artículos de este mes fueron escritos por monseñor Andrew Cozzens, obispo de Crookston, Minnesota, y presidente del Comité de Evangelización y Catequesis de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, desde donde lidera el Avivamiento Eucarístico Nacional.

En junio de 2022, los obispos de los Estados Unidos lanzaron el Avivamiento Eucarístico con el fin de “renovar la Iglesia reavivando una relación viva con el Señor Jesucristo en la Sagrada Eucaristía.” Entre las actividades planeadas se encuentra la Peregrinación Eucarística Nacional y el Congreso Eucarístico Nacional, que se realizará el próximo mes en Indianápolis.

El obispo Andrew Cozzens de la diócesis de Crookston, Minnesota, es el presidente del Comité de Evangelización y Catequesis de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos y está dirigiendo el Avivamiento. En estos artículos, adaptados de una charla del 2023, habla sobre la importancia de encontrarse con Jesús en la Eucaristía.

Un elemento esencial del Avivamiento Eucarístico, que también es un elemento esencial de nuestra fe, gira alrededor de la palabra “encuentro”. Es importante que cada uno de nosotros tenga un encuentro con Jesús. Cuando lo tenemos, experimentamos un cambio real en nuestra vida, y nos da la fortaleza y el poder para seguir al Señor.

Nunca me canso de repetir las palabras del Papa Benedicto XVI, que el Papa Francisco también ha repetido y que nos conducen a la esencia del evangelio: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus Caritas Est, 1). Cuando me encuentro con Jesús, toda mi vida se abre a una forma nueva, y de repente, tengo una forma distinta de ver y me dirijo en una nueva dirección, hacia un nuevo horizonte.

En realidad, todos los días recibimos la invitación a tener un encuentro con el Dios vivo; es parte de lo que significa ser cristiano. Así que repasemos los encuentros que Jesús tuvo con la gente en la Escritura. Veamos qué les sucedió a ellos y cómo puede sucedernos a nosotros a través de la Eucaristía.

Encuentros que transforman la vida. Primero, es importante señalar que miles de personas se encontraron con Jesús, pero no todas ellas se hicieron sus discípulos. Pero algunas sí. Para algunas de ellas, su encuentro personal con el Señor las transformó radicalmente. Quizá Jesús los curó, tal vez les enseñó algo nuevo, tal vez los llamó por su nombre, y a través de ese intercambio, su vida entera se transformó.

Existen muchos ejemplos de esto en la Escritura pero repasemos el primer capítulo del Evangelio de San Juan. Este es el primer encuentro de Juan con Jesús. Él y Andrés, que es el hermano de Simón Pedro, eran jóvenes religiosos, y se habían ido al desierto para hacerse discípulos de Juan el Bautista. Un día, Jesús pasó caminando cerca de ellos y Juan se los señaló diciendo: “¡Miren, ese es el Cordero de Dios!” (Juan 1, 35). Así que ellos se interesaron mucho en saber quién era Jesús y comenzaron a seguirlo. Luego Jesús se volvió y les dijo: “¿Qué están buscando?” Ellos le preguntaron: “Maestro, ¿dónde vives?”, y él les respondió: “Vengan a verlo” (1, 38. 39). Ellos se quedaron con él y, luego, curiosamente, Juan añade: “Ya eran como las cuatro de la tarde” (1, 39).

¿Por qué es importante esa corta frase sobre la hora del día? Porque San Juan siempre recordaría el momento en que su vida cambió. No sabemos lo que pasó interiormente en el corazón de estos hombres, pero sabemos que estos discípulos comenzaron a comprender que Jesús era diferente a todas las demás personas que ellos habían conocido. Jesús les habló de las necesidades más profundas de su corazón; ellos sabían que él era alguien sin el que no podían vivir. Aun en ese primer día, estaban dispuestos a apostar su vida entera por Jesús, de hecho, al día siguiente, Andrés corrió hacia su hermano Pedro y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías” (1, 41). Su encuentro con Jesús debe haber sido completamente convincente.

El de la mujer en el pozo es otro relato increíble de un encuentro con Jesús (Juan 4). El Señor le dijo: “Si supieras lo que Dios da y quién es el que te está pidiendo agua, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva” (Juan 4, 10). Ella le dijo: “Señor, dame de esa agua,” y él le dijo que fuera a buscar a su esposo. Desde luego sabemos que ella no tenía ninguno, sino que había tenido muchos, y Jesús inmediatamente expuso su pecado (4, 15). Ella también fue transformada por este encuentro con la Verdad y por eso corrió a contarles a todos que Jesús es el Mesías (4, 29).

¿Recuerdas cuando San Pablo se encontró con el Señor? Él tuvo este maravilloso encuentro con Jesús resucitado en el camino a Damasco, y quedó ciego (Hechos 9, 8). La ceguera es un símbolo de su necesidad de conversión. Cuando le entregó su vida a Jesús, su ceguera se curó por medio de la oración de Ananías (9, 17-18).

Soy un pecador. Hay cuatro elementos o características esenciales que marcan un encuentro con el Señor.

El primero es la comprensión de que Jesús es Dios. Este no es un hombre ordinario; este no es un maestro ordinario; ¡este es el Dios vivo! Piensa en Simón Pedro. Después de pescar toda la noche, Jesús le dijo: “Lleva la barca a la parte honda del lago, y echen allí sus redes” (Lucas 5, 4). Pedro dudó, pero echó las redes y recogió una pesca tan grande que su barca estuvo a punto de hundirse (5, 5-8). Se volvió a Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!” (5, 8). ¿Por qué dice eso? Porque en aquel momento, comprendió que Jesús es Dios y que él era indigno de estar en su presencia.

Ese es el segundo elemento de un encuentro: Comprendemos que somos pecadores e indignos. Todo encuentro auténtico con Jesús, el Dios vivo, conduce a la comprensión y luego al arrepentimiento. Esa es la razón por la cual Pedro se llama a sí mismo pecador. Es el motivo por el cual Zaqueo, el recaudador de impuestos, dijo: “Si he robado algo a alguien, le devolveré cuatro veces más” (Lucas 19, 8). Esa es la razón por la cual la mujer que llegó a la casa de Simón, el fariseo, le lavó los pies a Jesús con sus lágrimas (Lucas 7, 40-47). Por eso las primeras palabras de Jesús en el evangelio son: “Ya se cumplió el plazo señalado… Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias” (Marcos 1, 15). Ese es un resumen de toda la predicación de Jesús. Este arrepentimiento es una invitación a alejarme de mi antigua forma pecadora de vida y a volverme hacia Jesús.

Soy infinitamente amado. El tercer elemento de un encuentro con el Señor —y que sucede al mismo tiempo en que comprendo que soy un pecador— es la comprensión de que soy infinitamente amado. ¿Qué responde Jesús cuando Pedro le dice: “Apártate de mí, Señor”? Dice: “No tengas miedo; desde ahora vas a pescar hombres” (Lucas 5, 8. 10). El Señor está diciendo: “Quédate conmigo, únete a mí en mi misión.” Cuando Jesús le revela su pecado a la mujer en el pozo, ella no se siente avergonzada; se siente amada porque él le revela que él es el Mesías que está ahí para perdonarla y restaurar su dignidad. Es lo mismo que sucede con la mujer en la casa de Simón; ella sabe que es pecadora, pero se siente infinitamente amada también.

Estos dos elementos siempre vienen juntos, y es en el hecho de que vienen juntos que sucede una cuarta cosa: Yo deseo seguir a Jesús y, al mismo tiempo, comprendo que he sido invitado a un nuevo modo de vida. Uno de los grandes ejemplos de esto es el relato de la mujer atrapada en adulterio. En el momento de una vergüenza que va más allá de lo que alguien pueda imaginar, es presentada delante de Jesús. El Señor le dice a la muchedumbre: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra” (Juan 8, 7), y todos se alejan de allí. Luego Jesús la mira y le dice: “¿Ninguno te ha condenado?” Ella le responde: “Ninguno, Señor.” Jesús le dice: “Tampoco yo te condeno; ahora, vete y no vuelvas a pecar” (8, 10. 11).

En ese momento, ella ve su pecado y sin embargo se siente infinitamente amada. Sabe que Jesús la está invitando a arrepentirse y a iniciar una nueva forma de vida. Esto es esencial porque un encuentro con Jesús significa que yo comience a esforzarme por ser un discípulo. No significa que tengo que ser perfecto, pero no puedo quedarme quieto. Estos cuatro pasos son realmente la esencia de un encuentro con Jesús.

Un asunto del corazón. Muchas personas luchan con su fe porque no han tenido esa clase de encuentro con el Señor. Un encuentro de este tipo no es simplemente un consentimiento intelectual; es también un asunto del corazón. Para vivir una vida cristiana plena, necesitamos que sucedan ambas: La conversión de nuestra mente y de nuestro corazón, y eso es lo que un encuentro personal ofrece. Me hace comprender lo amado que soy, y por lo tanto deseo seguir a Jesús. La Madre Teresa escribió a sus hermanas:

Jesús quiere que les diga de nuevo… cuánto amor tiene para cada una de ustedes, más allá de todo lo que se pueden imaginar. Me preocupa que algunas de ustedes todavía no han encontrado a Jesús realmente —uno a uno— solos Jesús y tú… ¿Realmente conocen al Jesús viviente, no por los libros, sino por estar con Él en su corazón? ¿Han oído las amorosas palabras que les dice? Pidan la gracia, Él está anhelando dársela. (Carta Varanasi, 1993)

¿Me he encontrado con Jesús? Yo acababa de finalizar un retiro de silencio de ocho días cuando fui a cortarme el cabello, y el estilista no podía creer que fuera posible para alguien no hablar durante ocho días. Pero yo estaba hablando, y también estaba escuchando. Estaba escuchando a Jesús, y él estaba hablando, y el Padre estaba hablando y a veces el que hablaba era el Espíritu Santo. Porque ellos son personas reales y en la oración podemos experimentar que son reales. Y cuando nos encontramos con ellos, eso siempre nos transforma.

De manera que es realmente importante preguntarse, tal como la Madre Teresa invitó a sus hermanas a preguntarse: “¿Realmente me he encontrado con Jesús, personalmente? ¿Cuándo fue la última vez que lo escuché hablar en el silencio de mi corazón?” Y si esto no ha sucedido, pídele su gracia porque Jesús desea concedértela.

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