El arquitecto de Dios
Antoni Gaudí, el colaborador de Dios
Por: Sherry Weddell
El 7 de junio de 1926, Antoni Gaudí salió de su taller en la iglesia de la Sagrada Familia en Barcelona para caminar hasta la cercana iglesia de San Felipe Neri. Iba a orar, como todos los días, pero cuando llegó al cruce de las calle Bailén y Gran Vía de les Corts Catalanes fue atropellado por un tranvía. Nadie en el gentío reconoció al renombrado arquitecto, pues no llevaba documentos de identificación, iba mal vestido y se veía desordenado y tan demacrado que todos pensaron era alguien en situación de calle. La policía lo llevó a un hospital para indigentes, donde permaneció sufriendo de conmoción cerebral, costillas rotas y hemorragias internas.
Sus amigos lo buscaron hasta dar con él al día siguiente, pero para entonces ya era demasiado tarde. De acuerdo con su deseo largamente expresado de morir pobre, rechazó el ofrecimiento de trasladarlo a un mejor lugar. “Aquí es donde debo estar”, dijo. Dos días más tarde, falleció y sus últimas palabras fueron: “Amén, Dios mío, Dios mío.”
La Basílica de la Sagrada Familia, situada en Barcelona, es actualmente parte del Patrimonio Mundial de la UNESCO y uno de los destinos turísticos más visitados de España. En construcción desde 1882 y programada para finalizar aproximadamente en 2026, es una iglesia activa que celebra semanalmente la santa Misa y que abre sus puertas a diario para la oración. Es, al mismo tiempo, un testamento del genio creativo de Antoni Gaudí, que trabajó en el proyecto durante cuarenta años. De hecho, siete de sus proyectos han sido nominados como partes del Patrimonio Mundial.
La naturaleza como un “libro”. En su niñez, Gaudí sufría de fiebre reumática y del constante dolor de las articulaciones que tal condición causa, y pasó bastante tiempo recuperándose en el campo. Allí, inmerso en el mundo de la naturaleza, se familiarizó con las formas no lineales de la naturaleza —las telarañas, los caracoles, los árboles con sus troncos y ramas extendidas, las diversas plantas con sus tallos, flores y hojas, todo lo cual lo llevó a afirmar en una ocasión que la naturaleza es “un gran libro siempre abierto que nos invita a leerlo”.
El carisma de Gaudí para la creación artesanal tenía raíces profundas, pues provenía de un largo linaje de artesanos, y encontró que en el taller familiar se imitaban las formas de la naturaleza. Su padre, su abuelo y su bisabuelo fueron artesanos metalúrgicos y los tubos metálicos curvos y las formas redondas de las calderas y accesorios del taller fueron en él una influencia duradera. Más tarde en su vida a menudo decía que el recuerdo de los calderos, tubos y serpentinas concretaron en su mente el “hábito de pensar en tres dimensiones”, tanto así que normalmente no usaba bocetos ni modelos para su trabajo.
¿Loco o genio? A los once años de edad, entró a una escuela local administrada por monjes. Antoni no era un estudiante sobresaliente, aunque podía dibujar bien y tenía buenas dotes para las matemáticas y la geometría. A los dieciséis años, se trasladó a Barcelona, donde finalizó su educación secundaria e ingresó a la Facultad Provincial de Arquitectura. Allí continuó su mediocre desempeño académico y se saltaba algunas clases, pues pensaba que el plan universitario valoraba más la disciplina que la creatividad.
Pese a su poca dedicación al trabajo de clase, leía muchos libros en la biblioteca. Algunos profesores reconocieron su talento y le propusieron que trabajara con ellos en sus proyectos. Pero cuando llegó el momento de su graduación, los docentes tuvieron opiniones divergentes y por poco reprueba el examen. Cuando el director de la Facultad de Arquitectura le presentó el diploma a Gaudí en 1878, dijo a los presentes: “No sé si le estamos concediendo este diploma a un loco o a un genio. El tiempo dirá.”
Fama pública y dificultades personales. Antoni no tardó en ganar renombre, recibiendo pedidos de diseño de casas y otros edificios, con su estilo que suele clasificarse como art nouveau, es decir modernista, pero su obra es, como diríamos ahora, fuera de serie. Su lumbrera residía en parte en su habilidad para captar en piedra formas propias de la naturaleza y ornamentar su trabajo estructural y decorativo con colores. Adaptó la antigua técnica “trencadís” de mosaico, que consiste en el uso de pequeños fragmentos irregulares de cerámica pegados con argamasa y con ellos decoraba balcones, azoteas curvas y figuras decorativas de dragones, salamandras y otras formas como rúbrica de su trabajo. Su afinidad por la geometría, aunada a su familaridad con las formas del mundo natural —troncos y ramas de árboles, por ejemplo, o huesos del esqueleto humano— le permitieron elaborar, entre otras cosas, nuevos medios para soportar el enorme peso de los muros.
Apenas comenzaba la construcción de la iglesia de la Sagrada Família cuando el arquitecto original renunció y Gaudí aceptó administrar el proyecto, aparte de sus otros trabajos. Tenía solo treinta y un años, pero había acumulado cierta fortuna, era aficionado a la ópera y tenía plena confianza en sus aptitudes. No obstante, su vida dio un gran giro cuando sus dos intentos de matrimonio fracasaron. La primera joven a quien le propuso lo rechazó pues ya estaba comprometida. La segunda aceptó su propuesta, pero luego deshizo el compromiso para ingresar en un convento. Por esa época, su madre y sus hermanos ya habían fallecido, y su padre y una sobrina huérfana vinieron a vivir con él.
Más alto aún: la lucha. Antoni era católico, pero no particularmente religioso; con todo, comenzó un lento proceso de conversión más profunda. Oraba y leía la Biblia cada día, asistía a Misa diaria, tomó la decisión de no casarse y recibió orientación espiritual de varios sacerdotes. Ayunaba, a veces en exceso, renunció al alcohol y se hizo vegetariano. Con todo, nunca logró controlar su temperamento, y a veces hablaba con demasiada franqueza, y decía: “Tengo que decir las cosas exactamente como son sin andarme por las ramas. . . y a veces eso molesta a la gente.”
Al fallecer su padre y su sobrina, hizo su morada en el taller de la Sagrada Família, dedicando sus últimos diez años de vida exclusivamente a trabajar allí. Apenas se había construido un cuarto de la iglesia cuando falleció Gaudí, pero las imponentes columnas arbóreas del interior y las ventanas por las cuales entra la luz como a través de un bosque captan dramáticamente el espíritu de su obra. “El sol es el mejor pintor”, había dicho alguna vez. Es posible apreciar el arte de Gaudí aparte de su fe, pero él los veía como inseparables y dijo que su obra era una colaboración con Dios.
Honor a la belleza. En el año 2000, el Vaticano aprobó sin demora la petición de abrir la causa de canonización de Antoni Gaudí. Su vida como artista, hombre de fe y seglar captó la atención del Papa San Juan Pablo II. En 2010, el Papa Emérito Benedicto XVI visitó Barcelona y formalmente consagró la iglesia como basílica. En su homenaje a Gaudí, Benedicto XVI expresó que había cerrado la brecha entre la belleza de las cosas terrenales y “Dios, la belleza suprema”. Gaudí lo hizo, dijo, “no con palabras sino con piedras, líneas, planos y puntos.” “Es imposible negar que fue un hombre extraordinario” señaló un artista contemporáneo, “un verdadero genio creativo… Perteneció a una raza de seres humanos de otra época, para quienes la conciencia de un orden superior” prevalecía sobre las cosas materiales.
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