El anhelo de tener un hijo propio
Dios cumplió el deseo de mi corazón
Por: Elizabeth Moody
Cuando su primera esposa murió después de una corta batalla contra el cáncer de mama, él se convirtió en el padre soltero de tres niños pequeños. Esa nueva función lo dejó abrumado, y decidió que no tendría más hijos. Además, yo no era físicamente capaz de concebir debido a una condición médica que había sufrido durante toda mi vida. Entonces, ¿por qué yo seguía albergando la esperanza de tener un bebé?
Una nueva forma de rezar. Tenía poco más de treinta años cuando conocí a mi esposo. Cuando nos casamos, me convertí instantáneamente en la madre de sus tres hijos. Yo los amaba y los crié como si fueran míos, y comencé a pensar que esa era la forma en que Dios cumpliría mi deseo de tener hijos.
Sin embargo, con cada año que pasaba, yo seguía anhelando tener un bebé. Cada vez que hablaba del asunto con él, mi esposo se mantenía firme: Para él ya era suficiente. Este conflicto me perturbaba, así que decidí hablar del asunto con mi mejor amiga y mentora. Ella me contó que al incio de su matrimonio, ella y su esposo también tuvieron criterios distintos respecto a tener un hijo. Ella empezó a rezar así: “Señor, quiero hacer tu voluntad para nuestra vida. Si es tu voluntad que tengamos hijos, te pido que este deseo se mantenga con fuerza en mi corazón. Si no lo es, por favor quítame este deseo.” El deseo permaneció y, con el tiempo, el esposo de mi amiga terminó cambiando de parecer, y pudieron tener un hijo.
Después de escuchar su historia, yo decidí hacer lo mismo. Cada día, le ofrecía mi deseo al Señor y le pedía que me mostrara claramente su voluntad, ya fuera manteniendo el deseo en mi corazón o quitándolo.
Mi mejor amigo. Más o menos al mismo tiempo, mi suegro se mudó a nuestra propiedad y vivía en su carro-casa. Él y yo nos hicimos muy cercanos, y me él decía que yo era su su mejor amiga. Pasamos mucho tiempo juntos, y él era una gran ayuda con nuestros tres niños y el perro.
Dos años más tarde, mi suegro fue hospitalizado por una doble neumonía. Se recuperó, pero pasó un mes en rehabilitación y luego se mudó a vivir en un centro donde recibía asistencia. Yo lo visitaba semanalmente, generalmente para almorzar con él y sus amigos. A menudo me decía que no sabía qué habría hecho sin mí. Tristemente, un año y medio después, volvió a sufrir de neumonía, y esta vez no se recuperó. Mi esposo y yo tuvimos la bendición de estar con él cuando murió.
Una pequeña ayuda del cielo. Para mi gran sorpresa, poco después de que él murió, yo empecé a experimentar de pronto, por primera vez en mi vida, señales de que mi cuerpo se estaba sanando de la infertilidad. Un día, encontré un anunció en el periódico católico local sobre una clase de planificación familiar natural en la parroquia. ¿Podré quedar embarazada?, me pregunté. Así que asistí sola a la clase y aprendí mucho.
De regreso a casa, me sentí insegura. Me pregunté si realmente valía la pena intentarlo. Mi esposo y yo teníamos ya más de cuarenta años. ¿Realmente tendría sentido tener un bebé a estas alturas de nuestra vida? Con lágrimas en los ojos, decidí hablar del asunto con mi esposo. Le pregunté si podíamos hacer el intento de concebir y ver si funcionaría. Su reacción me dejó sorprendida. Me dio un gran abrazo y me respondió con una palabra: “Sí”. El apoyo de mi esposo me produjo un gran alivio, y sentí que el Señor estaba sanando nuestra relación a través de este cambio en su corazón.
Alegrándonos juntos. Sorprendentemente, ¡en un mes quedé embarazada! Me costaba creer que mi deseo de toda la vida se estaba haciendo realidad. Para mi sorpresa, mi esposo estaba muy entusiasmado, tanto que estaba dispuesto a compartir las buenas noticias con nuestros amigos y familiares mientras yo dudaba en decir algo tan pronto.
Unos meses después, descubrimos que esperábamos una niña. Mientras hacíamos listas de nombres y conversábamos sobre los que eran nuestros favoritos, rezamos para que Dios nos mostrara su voluntad respecto al nombre. Uno de los nombres que los dos teníamos en nuestras listas era Verónica. Al buscar información sobre Santa Verónica, ¡me sorprendí al descubrir que su fiesta es el mismo día en que mi suegro había fallecido! Esta coincidencia confirmó lo que yo creía, que mi suegro pidió un favor al Padre celestial para mí: Un bebé.
Que se haga la voluntad de Dios. Alguna vez creí que los milagros solo le sucedían a las personas que son muy santas, pero este me sucedió a mí. Ahora sé que el amor misericordioso de Dios es para cada persona, independientemente de sus circunstancias. A pesar de los obstáculos a los que me enfrenté —problemas físicos y desacuerdos matrimoniales— Dios encontró una forma de cumplir los deseos de mi corazón.
Hoy nuestra “bebé milagro”, Verónica, tiene cinco años. Ella es un mezcla tanto mía como de su papá y de sus medios hermanos. Yo veo algo de cada uno en ella. Es feliz, divertida, creativa, inteligente, perseverante y amorosa. Y aunque ya son adultos jóvenes, sus hermanos mayores la aman y vienen tan a menudo como pueden para verla y mimarla.
Ahora comprendo verdaderamente que Dios puede hacer cualquier cosa. El Señor podría haber transformado mi corazón para que yo aceptara no tener un hijo, y yo hubiera estado feliz con eso. Pero en su lugar, curó mi cuerpo y ayudó a mi esposo a cambiar su corazón para recibir a otro hijo. Al final, lo más importante fue, y siempre lo es, entregar nuestros deseos al Señor y pedirle que se haga su voluntad.
Beth Moody vive en Milwaukee con su esposo, Trent, y su hija, Verónica.
“Por mí mismo lo hicieron”
“Ydirá el Rey a los que estén a su derecha: ‘Vengan ustedes, los que han sido bendecidos por mi Padre; reciban el reino que está preparado para ustedes desde que Dios hizo el mundo. Pues tuve hambre, y ustedes me dieron de comer, tuve sed, y me dieron de beber; anduve como forastero, y me dieron alojamiento. Estuve sin ropa, y ustedes me la dieron; estuve enfermo, y me visitaron; estuve en la cárcel, y vinieron a verme.’ Entonces los justos preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, y te dimos de comer? ¿O cuándo te vimos con sed, y te dimos de beber? ¿O cuándo te vimos como forastero, y te dimos alojamiento, o sin ropa, y te la dimos? ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte? El Rey contestará: ¿Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron.’” -Mateo 25, 34-40
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