El amor de Cristo compartido
El corazón de un discípulo misionero
Evangelización. Esta sola palabra puede hacernos sentir incómodos y aprensivos. Los cristianos sabemos que debemos compartir las buenas noticias de Cristo con los demás; pero a veces pensamos que ese es un deber de otras personas: misioneros, religiosos, ministros laicos. Después de todo, ellos saben más que nosotros acerca de la fe y tienen una formación adecuada. ¡Yo no sabría ni por dónde empezar!
Pero no es tan difícil como se cree. En esta edición, Juan y Teresa Boucher, autores del libro Sharing the Faith that You Love (Comparte la fe que amas, publicado por The Word Among Us Press, 2014), describen cuatro pasos sencillos que cualquier creyente puede seguir para compartir su fe: orar, interesarse por otros, compartir la fe en las conversaciones y atreverse a invitar a otros a participar en una dinámica comunidad de fe. Estos autores y maestros han participado en apostolados de evangelización durante muchos años. Esperamos que su sabiduría, demostrada en el tiempo y aquí adaptada de su libro, les ayude a ustedes, queridos lectores, a tener un mayor deseo de compartir su fe y una mayor confianza en su capacidad de hacerlo.
La invitación que Dios les hace a compartir su fe puede manifestarse, para algunos, en una creciente preocupación por sus hijos o sobrinos adultos que no van a Misa. Tal vez Dios les está hablando al ver la escasa participación de fieles que hay en las liturgias dominicales en su parroquia o al escuchar la noticia de que más parroquias están cerrando sus puertas. O tal vez les han impresionado las encuestas que indican que el número de católicos que practican activamente su fe sigue disminuyendo.
Tus propias experiencias y observaciones, así como las estadísticas, son unas pocas maneras en que Dios te puede estar llamando a buscar un medio nuevo para compartir la fe que tú amas. Pero ¿cómo puedes empezar a hacerlo cuando es algo que te parece extraño o abrumador? ¿Cómo se puede emprender lo que la Iglesia llama “la Nueva Evangelización” y llegar a ser lo que el Papa Francisco llama “discípulos misioneros”?
Aquí hay una definición que puede ser útil: “Evangelización no significa solamente enseñar una doctrina sino anunciar a Jesucristo con palabras y acciones, o sea, hacerse instrumento de su presencia y actuación en el mundo.” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre algunos aspectos de la evangelización). Así que vamos a explorar lo que significa ser “instrumentos de la presencia de Cristo” para que logremos aprender cómo compartir mejor nuestra fe.
Una llamada bautismal. Por medio del Bautismo, tú has sido llamado a reconocer y aceptar a Jesús como el camino, la verdad y la vida. Y por medio del Espíritu Santo, a quien recibiste en el Bautismo, has sido fortalecido para vivir en la práctica este llamamiento de una manera sencilla pero dinámica. ¡El agua viva de la pila bautismal no está ahí para estancarse, no! El Bautismo es una realidad continua que te infunde fuerzas para reconocer y confesar a Cristo en el mundo cotidiano donde tú actúas, especialmente de una manera que pueda atraer a otras personas hacia él.
Tal vez te preguntes: “¿Cómo puedo yo llevar a alguien a Dios o a la Iglesia? ¡No soy un evangelizador experto!” Pero no es necesario serlo; solo se necesita haber experimentado el amor de Jesús. El Papa Francisco, en su exhortación apostólica La alegría del Evangelio, escribió: “En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar” (119).
El hecho es que probablemente tú ya estés dando testimonio de tu fe por la forma en que cuidas a quienes tienes a tu cargo en la vida cotidiana. Situaciones como estas pueden convertirse en oportunidades perfectas para ayudar a otros a experimentar a Jesús de nuevas maneras. En palabras del Papa Francisco, “Hoy la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera, una forma de predicación que nos compete a todos como tarea cotidiana. Se trata de llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos” (La alegría del Evangelio, 127).
Movido por el Espíritu. Cuando Jesús fue bautizado en el río Jordán, se sumergió no solo en el agua, sino en las profundidades del amor de su Padre. Así experimentó el poder del Espíritu Santo, que inundó su alma y lo condujo a todo el mundo:
Sucedió que cuando Juan los estaba bautizando a todos, también Jesús fue bautizado; y mientras oraba, el cielo se abrió y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma visible, como una paloma, y se oyó una voz del cielo, que decía: Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido. (Lucas 3, 21-22)
Luego, el Espíritu Santo lo llevó a compartir la buena nueva del amor de Dios con todos. ¿Se imaginan la sorpresa de la gente cuando oyeron lo que Jesús dijo en la sinagoga de Nazaret, donde había crecido? Su fe y celo apostólico eran evidentes cuando les dijo que la profecía de Isaías se estaba cumpliendo allí mismo en su Persona delante de ellos. San Lucas comenta: “Todos hablaban bien de Jesús y estaban admirados de las cosas tan bellas que decía” (Lucas 4, 22).
Por medio de los sacramentos de iniciación —Bautismo, Confirmación y Eucaristía— nosotros también hemos sido dotados de la fuerza del Espíritu Santo y enviados a continuar la misión evangelizadora de Cristo. Se nos invita a llevar las buenas noticias de Jesús a nuestras familias, hogares, vecindarios, comunidades, parroquias y lugares de trabajo.
El Papa San Pablo VI, en su histórica exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi (Sobre la evangelización en el mundo moderno) de 1975, nos animó como personas y como parroquias a decidirnos conscientemente por la evangelización: “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (14).
Dotados por el Espíritu. Dios quiere llenarte de un fuego interior y de una nueva audacia para evangelizar; pero esto se hace realidad solo en el contexto de la alegría de encontrarse con él y conocer el magnífico amor de su Espíritu. Como escribió el Papa Francisco: “Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús” (La alegría del Evangelio, 120). O, como lo expresó el documento de preparación para el Sínodo de los Obispos de 2012 sobre la Nueva Evangelización: “No se puede transmitir el Evangelio sin saber lo que significa ‘estar’ con Jesús, vivir en el Espíritu de Jesús la experiencia del Padre; así también, paralelamente, la experiencia de ‘estar’ con Jesús impulsa al anuncio, a la proclamación, al compartir lo que se ha vivido, habiéndolo experimentado como bueno, positivo y bello” (Lineamenta, 12).
Así como Jesús prometió a los apóstoles que habría un nuevo Pentecostés (Hechos 1, 8), también te promete a ti una nueva efusión de su Espíritu Santo, que es la fuente de fervor, compasión y de todos los dones que necesitas para evangelizar. Al igual que los discípulos y apóstoles de la Iglesia primitiva, Dios te concederá tantos “pentecosteses” o efusiones del Espíritu como necesites para compartir las buenas noticias de Jesús en tu vida diaria.
El don del fervor apostólico o ardor espiritual es apenas uno de los muchos dones y carismas diferentes que crecen en ti conforme te vayas entregando más completamente al Espíritu Santo y pidas la gracia del discipulado misionero. Considerando que el Espíritu Santo es el principal agente de la evangelización, el desafío que tienes ahora es recibirlo como una Persona divina que te ama y quiere ser tu maestro.
En este sentido, pídele al Espíritu Santo que te llene de amor y de fortaleza para cumplir la misión de Cristo. Pídele que te conceda todos los dones espirituales que necesitas para compartir con otros la buena nueva. Como señaló San Juan Pablo II, a todos nos “hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: ‘¡ay de mí si no predicara el Evangelio!’” (Novo Millenio Ineunte, 40).
Con el celo del Espíritu. Jesús fue enviado al mundo por Dios Padre con el poder del Espíritu Santo. El Evangelio según San Juan relata que Jesús “se hizo carne y vivió entre nosotros” (Juan 1, 14). Cristo vino como misionero (termino en latín que significa “el enviado”) y lo hizo saltando a través del tiempo, el espacio, los idiomas y los grupos de diversas edades y culturas para revelar el amor incondicional de Dios por nosotros. Su misión dio a luz a la Iglesia.
Y así también nos envía a nosotros, sus discípulos, con un llamamiento no menor que el de un misionero que deja a su familia y viaja por todo el mundo por el bien del Evangelio. Aunque solo salgas de la puerta de tu casa, cuando lo hagas estarás siendo enviado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es por esta razón que lo último que escuchamos al final de la Misa dominical es: “Vayan y anuncien el Evangelio del Señor”.
Entonces, desde aquí ¿a dónde vamos? En los próximos artículos, expondremos más específicamente cuatro maneras sencillas de llevar las buenas noticias de Jesús a las personas con quienes nos encontramos día tras día. Orando por ellos, haciéndoles ver que nos preocupamos por ellos, compartiendo nuestra fe en las conversaciones e invitándolos a nuestras comunidades de fe, podemos ser parte de la Nueva Evangelización que nuestro mundo necesita con tanta urgencia.
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