Dónde me encontró Dios
Testimonio personal de Ricardo Parker
Nací en una familia grande y orgullosa de Corpus Christi, en Texas. Mi madre es católica y con mis hermanos y hermanas asistíamos a misa y clases de catecismo todos los domingos, y lo hicimos hasta que salimos del hogar paterno.
Mi padre decía ser partidario de la evolución, le encantaba la ciencia y buscaba la verdad acerca de la vida con toda decisión. Sus conceptos de sabiduría ponían énfasis en la educación, el orgullo, el éxito terrenal y una actitud de estrictez e insensibilidad. No tenía un concepto positivo de la religión y su deporte favorito era el boxeo.
Fue así como yo también adopté las filosofías de mi padre. Yo quería ser rico, exitoso, insensible y orgulloso, hacer todo lo que me causara satisfacción, y buscar la diversión y el placer en todo. Mis hermanos mayores habían logrado grandes éxitos y yo quería superarlos. El problema fue que yo no tuve éxito alguno.
En mi adolescencia, me arrestaron por varias ofensas menores y por tener drogas ilegales. Después de los 20 años, me enlisté en el ejército de infantería por cuatro años, estudié dos años de universidad y me casé. Después de los 30 años, hice todo lo posible por lograr el éxito, pero nunca pude ganar dinero suficiente y constantemente reñía con mi esposa. En realidad éramos ateos, alcohólicos e infelices en nuestra vida matrimonial. Teníamos, eso sí, tres hijos hermosos a quienes amábamos con todo el corazón. Después de cumplir los 40 años me divorcié, y perdí mi trabajo, mis ahorros, mi casa, mi arrogancia y mi libertad.
Otros dioses. Actualmente, tengo 47 años de edad y llevo seis años y medio de estar encarcelado. Tengo una sentencia de 45 años por robo agravado con intención de cometer asalto y herir a un hombre mayor. Los dioses que yo tenía eran las mujeres, el dinero y la cerveza. Mi situación económica estaba en quiebra, por lo que me inyecté los últimos 100 dólares que me quedaban de cocaína. A partir de entonces, actúe como enloquecido y casi no recuerdo nada. Recuerdo que choqué contra dos casas, golpeé un hombre en la cara con el puño y a otro en el brazo con un martillo. Afortunadamente, nadie resultó seriamente herido esa noche, excepto yo y mi propia reputación, mi orgullo mundano y la escasa posibilidad que me quedaba de lograr algún éxito en este mundo.
Dios había tratado de captar mi atención muchas veces. La primera vez fue cuando yo estaba en el ejército. Me sentía muy solo y Dios respondió una de mis oraciones, por lo que me alegré mucho de saber que Dios existía y fui a la iglesia varias veces. Pero, después de un tiempo, la adicción a la cerveza y mi inclinación por las mujeres me hicieron desviarme del camino.
La segunda vez fue cuando salí de la cárcel bajo fianza y asistí a reuniones de Alcohólicos Anónimos. Después de conseguir un padrino y cumplir el programa de 12 pasos, me pareció que había tenido un despertar espiritual. Sin embargo, me pareció que el programa era un poco superficial, y perdí esa sensación de avance espiritual cuando trabé amistad con una mujer que también asistía a las reuniones de AA. Cuando terminó la relación, volví a la bebida y a las dudas.
La tercera vez que creí en Dios fue cuando estaba en la cárcel esperando presentarme ante el juez, aterrado ante la posibilidad de que la sentencia fuera por largo tiempo. Un amigo bautista me había dado una oración para que la rezara, así que lo hice y nuevamente me sentí como que estaba despertando espiritualmente. A partir de esta experiencia, fui capaz de dejar de fumar, algo que antes me había parecido imposible. Pero nuevamente me sentía confundido. A pesar de todo este amor de Dios, la sentencia que recibí fue de 45 años, lo que me dejó abrumado de angustia y frustración y volví a dudar de todo.
Para mí, Dios no tenía sentido y pensé que si yo no podía entender, mejor era no pensar en Dios, porque si Dios es amor puro, como dicen, Él me entendería.
El encuentro con Dios. Por fin, nuevamente he encontrado a Dios en forma definitiva, y espero y rezo que yo sea capaz de perseverar hasta el final de mis días terrenales. Durante los últimos dos años y medio, Dios ha actuado mucho en mi vida. Todo comenzó cuando me enteré de que mi hija Cindy tenía cáncer. Mi mamá y dos de mis hermanas vinieron a verme en el penal y me dijeron que mi hija tenía menos de 50% de posibilidad de sobrevivir. El tumor era del tamaño de una bola de golf y se había propagado a sus nódulos linfáticos.
Después de una semana de sufrir miserablemente, finalmente caí de rodillas y le pedí a Dios que me ayudara. Un conocido me sugirió que fuera a un servicio de sanación. No supe si fue por este servicio de oración o por mi triste ofrecimiento de devoción a Dios, pero el tumor de mi hija simplemente desapareció. Me quedé tan asombrado, para decir lo menos, que empecé a ir a todos los servicios religiosos y programas de la iglesia que pude asistir.
Pero resulta muy confuso ir a diferentes grupos religiosos. He estado en muchos servicios protestantes e incluso de musulmanes; también he leído un poco del Libro de Mormón y he asistido a un par de reuniones de los Testigos de Jehová. Todos me parecían sinceros, pero yo me sentía más confundido que nunca.
En busca de respuesta. Me pareció que si no salía de mi confusión pronto, la víctima sería mi fe. Por eso resolví hacer lo mismo que hice cuando mi hija estaba enferma. Me arrodillé delante de Dios y le pedí que me diera la respuesta. Le dije: “Señor, ¿a qué iglesia debo pertenecer?”
Inmediatamente después de esta oración, decidí repasar mi libro de conversación en español. Lo abrí y allí encontré un recorte de periódico en que aparecía una foto de mi hija Cindy, de cuando ella jugaba tenis con el equipo de su escuela secundaria, mucho antes de que contrajera el cáncer. No sé cómo apareció esta foto en mi libro de español, porque supuestamente debía estar en mi álbum de fotos, pero en la misma página donde estaba la foto de mi hija, se veía también una foto de dos sacerdotes católicos delante de una iglesia católica. Esta fue, sin lugar a dudas, la respuesta que yo esperaba.
Hoy día, puedo afirmar con alegre satisfacción, que tengo una relación personal con mi Padre Dios, un Dios que es bueno y que perdona a todos los que son sinceros. Cuando soy obediente, lo siento muy cerca de mi corazón; cuando fallo, sé que me perdona sin demora en el Sacramento de la Reconciliación, es decir, la Confesión. Y ha respondido a muchas de mis oraciones, a veces de modos que me dejan sorprendido. Llevo un diario de todas las bendiciones que me ha dado y nunca jamás volvería a decir que Dios no existe o que no se preocupa de sus hijos.
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