Dios usa lo pequeño para hacer grandes cosas
Septiembre 2018
Por: Luis E. Quezada
En la cultura occidental, la gente en general aspira a lograr una buena educación, un negocio exitoso o una profesión liberal que le permita vivir holgadamente y con tranquilidad.
Todos estos propósitos son buenos y laudables y, si uno plantea la pregunta, todos los padres y madres de familia quieren que sus hijos progresen en la vida de esta forma. Pero, ¿qué es lo que hace falta? En muchísimos casos el gran factor “ausente” en la formación de los hijos es el desarrollo de la vida espiritual.
En nuestros países hispanoamericanos, lo tradicional era que las familias se identificaran claramente con la Iglesia Católica y practicaran la fe tanto sacramentalmente como devocionalmente, lo cual era fuente de paz y amor en el hogar. Familias enteras solían ir a la Misa dominical, todos ataviados de sus mejores tenidas, el traje “dominguero”, porque ir a Misa era un acontecimiento que apelaba a la fe de los fieles y también suscitaba gran respeto y devoción, no sólo al Señor sino también al templo donde permanece su presencia.
Pero, desde hace tiempo, las corrientes anticristianas y anticatólicas han logrado socavar la unidad familiar, el respeto de los hijos y la fidelidad a la doctrina cristiana. Esta es una realidad que se aprecia en la mayoría de las sociedades occidentales. Es por eso que el laicado católico tiene hoy una gran misión que cumplir: retomar la fe y la religiosidad en las familias, y entronizar nuevamente a nuestro Señor Jesucristo en los hogares. Es una misión urgente a la que el Señor nos llama a todos los laicos.
Lo extraordinario en lo ordinario. Por eso, los artículos de esta edición de La Palabra Entre Nosotros nos animan a aceptar la realidad de que Dios puede utilizar a todos y cualquiera de nosotros, que somos gente común y corriente, para hacer grandes cosas, cosas extraordinarias, como hacer regresar a las familias a la práctica de la fe católica y al amor a Dios y al prójimo.
Si lo pensamos bien y le pedimos ayuda al Señor y a la Virgen María, ciertamente podemos suscitar un reavivamiento de la fe y la devoción en nuestras familias, porque para el Señor no hay nada imposible.
Añadimos, en la parte posterior de la revista, artículos y testimonios que esperamos sean de interés para quienes se encuentran privados de la libertad o sus familiares.
Les deseamos unas muy bendecidas celebraciones de la Natividad de la Virgen María y la Exaltación de la Santa Cruz los días 8 y 14 de septiembre, respectivamente.
Su hermano en Cristo,
Luis E. Quezada
Director Editorial
editor@la-palabra.com
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