Dichosos los perseguidos
El sacrificio heroico de Akash Bashir
Por: Therese Brown
Las Bienaventuranzas están entre las más apreciadas enseñanzas de Jesús (Mateo 5, 3-12). Pero las dos últimas —“Dichosos los perseguidos por hacer lo que es justo” y “Dichosos ustedes, cuando la gente los insulte y los maltrate por causa mía”— aún pueden ser difíciles de escuchar. ¡Nadie quiere ser perseguido!
La persecución religiosa está fuera de la mayoría de nuestras experiencias de vida. Especialmente en los Estados Unidos, los ciudadanos son libres de hablar y debatir sobre las diferencias religiosas sin temor a sufrir daños o castigos. Sin embargo, para los cristianos en otras partes del mundo, la persecución es parte de la vida cotidiana. Pakistán es un ejemplo de ello. El islam es la religión del Estado y los cristianos son una minoría que cuenta con muy poca protección. En algunas áreas del país, viven con el temor constante de sufrir violencia.
Un ambiente peligroso. Este es el mundo en el cual Akash Bashir —un católico de Risalpur en la provincia noroccidental de Pakistán— nació en 1994. Fue en esta clase de ambiente que siguió el llamado de Jesús a entregar su vida por sus vecinos y amigos perseguidos.
El catolicismo de Akash y su familia se remonta a Santo Tomás, apóstol, quien fue el primero en llevar el evangelio al subcontinente indio alrededor del año 52 d.C. Al igual que muchos de los primeros misioneros cristianos, Tomás arriesgó todo para predicar la buena noticia. Y al igual que ellos, murió martirizado.
A pesar de que han pasado dos mil años desde el martirio de Tomás, poco ha cambiado. Los cristianos pakistaníes siguen siendo acosados y atacados. Sus movimientos y su libertad de expresión están restringidos. Y la mayoría de ellos viven en la pobreza debido a las restricciones de la clase de trabajo que se les permite realizar. En la década de 1980 a 1990 —la época en que los padres de Akash crecieron— hubo un aumento en la intolerancia y el odio hacia quienes no eran musulmanes. A menudo eran injustamente acusados de blasfemia y golpeados o asesinados sin ninguna intervención de las autoridades.
Encontrar seguridad en la comunidad. En algún momento después de que Akash nació, sus padres tomaron la difícil decisión de abandonar su hogar en Risalpur y asentarse en Lahore, en la región de Punjab. Probablemente se mudaron por las mismas razones por las que lo hicieron muchas personas: buscaban un lugar más seguro para criar a sus hijos y una región con mayores oportunidades para poder practicar su fe y para encontrar un verdadero trabajo. La región de Punjab era una elección lógica. Tiene la población cristiana más grande de Pakistán, con más de medio millón de católicos que viven ahí. La mayor concentración de católicos se encuentra en Lahore, donde se ubican la catedral del Sagrado Corazón y el Seminario San Francisco Javier.
Akash y su familia se asentaron en un vecindario de relativa seguridad en Youhanabad, donde viven la gran mayoría de los cristianos. La confianza y el apoyo de esta fuerte comunidad de fe evidentemente impactó a Akash. Se convirtió en un miembro activo de la iglesia a la cual asistía su familia, la parroquia de San Juan, donde a menudo se ofrecía como voluntario para ayudar a los más necesitados.
Por ser una de las ciudades más grandes de Pakistán, Lahore ofrecía más oportunidades de trabajo para el padre de Akash, y eventualmente, para él mismo y sus hermanos. Aún así, la mayoría de los puestos de trabajo disponibles para los cristianos eran serviles: obreros, conserjes o recolectores de basura. La mayoría de los trabajos mejor pagados tampoco estaban disponibles para los hombres de la familia Bashir debido a su fe o porque no tenían vínculos con las personas correctas —los musulmanes—.
En Lahore se ubica también el Instituto Técnico Don Bosco, una escuela católica de comercio para jóvenes, en la que Akash se educó. Fue fundada en el año 2000 por sacerdotes salesianos como un lugar para capacitar a los hombres jóvenes para ser electricistas, soldadores, plomeros y carpinteros. Los salesianos esperaban que con una buena capacitación —que en el pasado no había estado disponible— los jóvenes como Akash serían capaces de encontrar mejores trabajos.
Violencia creciente. Muchos factores contribuyeron a que la violencia aumentara en Lahore y en Pakistán en general. El programa de estudios del país les había enseñado a generaciones de niños a odiar a las minorías étnicas y religiosas. El sistema judicial mostraba indiferencia cuando los ciudadanos atacaban a las minorías. Con el tiempo, Pakistán se convirtió en el hogar de varios grupos islámicos radicales como al Qaeda, el grupo responsable del ataque del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas en Nueva York y el Pentágono en Washington, D.C.
Akash tenía tan solo siete años cuando sucedieron aquellos ataques, y siendo un niño pequeño probablemente entendía muy poco sobre la guerra entre los Estados Unidos y Afganistán y la búsqueda de Osama bin Laden y sus seguidores. Lo que en cambio sí debe haber visto fue cómo la violencia y la discriminación aumentaban. Las personas como él y su familia estaban siendo tratadas como chivos expiatorios por los pakistaníes musulmanes que equiparaban el ser cristiano con Occidente y los intereses de los Estados Unidos en la región.
El resultado fue que buena parte de su infancia y adolescencia estuvo llena de informes de tiroteos masivos en contra de los cristianos. En 2009 hubo una masacre en Gojra; en 2011 hubo ataques perpetrados por manifestantes musulmanes que mataron a veinte personas en la ciudad de Gujranwala y dos ataques más que se llevaron a cabo en 2013. Uno de ellos fue en Lahore, donde cientos de casas fueron incendiadas después de que los cristianos supuestamente hicieran afirmaciones blasfemas. El otro ocurrió en la iglesia de Todos los Santos en Peshawar, donde setenta y cinco personas fueron asesinadas en un atentado suicida.
Después del ataque a Peshawar, muchos cristianos de distintas denominaciones comenzaron a reclutar a adultos jóvenes para que ayudaran a resguardar las iglesias y a mantener seguras a las congregaciones durante los servicios de los domingos. Akash reconoció esta necesidad y pasó meses convenciendo a su familia de que debía unirse a los guardas voluntarios de su parroquia. Eventualmente, la familia cedió.
Apoyar a su comunidad de fe. Para comprender por qué un joven como Akash decidiría poner su vida en peligro de esta manera, necesitamos remontarnos a los días de la Iglesia primitiva. Los primeros cristianos se comprometían a vivir las enseñanzas de Jesús en formas cotidianas y simples. Comenzó con el cuidado mutuo en lo material: alimentar a aquellos que tenían menos y poner sus posesiones en común (Hechos 2, 44; 6, 1). Luego comenzaron a cuidar a los necesitados fuera de su propia comunidad (2 Corintios 8, 1-4). Se mantenían unos al lado de los otros, especialmente al enfrentar violencia y discriminación, porque sabían que juntos eran más fuertes.
Akash siguió el mismo camino, hasta el punto en que tomó la humilde y fiel decisión de arriesgarse a entregar su vida para poder proteger a toda la comunidad de creyentes que lo rodeaba.
De modo que el domingo 15 de marzo de 2015, Akash Bashir, de veinte años de edad, se presentó para ofrecerse como voluntario en el puesto de seguridad antes de que iniciara la Misa de las 11:00 de la mañana en la iglesia de San Juan, tal como había estado haciendo regularmente desde que se uniera a los guardas cuatro meses antes. Al mismo tiempo, dos atacantes suicidas se encaminaron hacia Youhanabad: uno se dirigió a la parroquia de San Juan y el otro a la iglesia de Cristo (de la Iglesia anglicana de Pakistán), a tan solo cuatrocientos metros de distancia. Ambas iglesias estaban repletas de feligreses.
Uno de los atacantes caminó hacia Akash y lo confrontó en la entrada de la iglesia. Rápidamente Akash lo abrazó contra su cuerpo para evitar que ingresara. “Voy a morir”, le dijo al atacante, “pero no te voy a dejar entrar”. Incapaz de escapar de los brazos de Akash, el atacante detonó la bomba, matándose él y matando a Akash inmediatamente.
A unas cuantas cuadras de ahí, una segunda bomba se detonó en la iglesia de Cristo.
El sonido de las explosiones retumbó en todo el vecindario. Cuando la madre de Akash escuchó las explosiones, corrió por la calle hacia San Juan, rezando para que su hijo y aquellos a quienes él estaba protegiendo se encontraran a salvo. Abriéndose paso entre los escombros y observando entre la multitud para tratar de encontrar a Akash, llegó a la puerta de la iglesia. Ahí fue donde encontró los restos del cuerpo de su hijo sobre la tierra.
Ya es nuestro santo. Aquellas dos explosiones mataron a diecisiete personas e hirieron a setenta más. Pero gracias a la fe y la valentía de Akash, más de mil feligreses se salvaron. Más tarde, al recordar el incidente, su madre dijo: “Akash era una parte de mi corazón. Pero nuestra felicidad es más grande que nuestro dolor… Él era un simple joven que murió en el camino del Señor, salvando al sacerdote y a los feligreses. Akash ya es nuestro santo.”
Y pareciera que la Iglesia está de acuerdo con la madre de Akash. El 31 de enero de 2022, siete años después del atentado, el arzobispo de Lahore, Sebastián Shaw, anunció que el Vaticano había nombrado a Akash Bashir Siervo de Dios, el primer paso en el proceso de canonización. Akash fue el primer cristiano pakistaní en recibir este honor.
Dichosos ustedes, cuando la gente los insulte y los maltrate (Mateo 5, 11). Para Akash Bashir, su familia y la comunidad católica de Youhanabad, esta última bienaventuranza fue y sigue siendo un modo de vida. Incluso, uno de los hermanos de Akash, Arsalan, tomó el lugar de Akash y continúa protegiendo la iglesia de San Juan. En lugar de centrarse en la persecución, ellos respondieron como Jesús nos pide que respondamos. Se consideraron “dichosos” y decidieron ofrecer paz frente a la violencia, y misericordia en lugar de odio.
Therese Brown escribe desde Baltimore, Maryland.
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