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Noviembre 2016 Edición

Diálogo, no discusión

Diálogo, no discusión

El Papa Francisco, muchos obispos y los demás participantes en los Sínodos sobre la Familia debatieron sobre varios temas controvertidos, que siguen coloreando las discusiones a todo nivel sobre la familia y el matrimonio en el cristianismo y en círculos seculares.

Por eso, sabemos que el Papa pidió que en el sínodo reinara un espíritu de transparencia, diálogo y humilde escucha. Y lo mismo ha de suceder en el matrimonio y la familia: que los implicados recen con humildad y sinceridad para ser guiados por el Espíritu Santo y estén dispuestos a recibir iluminación y corrección.

En este proceso, el Papa Francisco nos ha dado un modelo de cómo podemos ser la clase de familia que Dios quiere que seamos: bondadosos, cariñosos y unidos en Cristo, especialmente cuando afrontamos los desafíos que son comunes a todas las familias. Porque, la manera como uno aborde estos desafíos —o si no los aborda— puede tener efectos profundos en la convivencia hogareña. Veamos, pues, cómo podemos aplicar el modelo del Santo Padre en nuestras familias.

Dialogar, no discutir. Cuando el Papa Francisco abrió el Sínodo inicial sobre la Familia, exhortó a todos los presentes a trabajar juntos en un diálogo abierto y honesto, aclarando que no quería que hubiera ganadores ni perdedores. Les recordó a los obispos que ellos eran pastores, no abogados de un lado o del otro. La Iglesia se expresa mejor —les dijo— cuando invita, abraza, acoge y afirma; no cuando excluye, juzga o condena.

Pero cabe aclarar que dialogar no significa lo mismo que discutir. Según la Real Academia Española, la palabra discutir significa “Contender y alegar razones contra el parecer de alguien.” Cuando dos personas discuten, una trata de demostrar que su opinión es la correcta y que la del otro es incorrecta. Las discusiones son, por naturaleza, competitivas, vale decir, tienden a definir quién es ganador y quién perdedor.

En una discusión, cada cual desea plantear y defender su punto de vista sobre algún tema polémico que le interesa emocional o materialmente, pero si ambos tienen convicciones muy fuertes al respecto y ninguno quiere dar su brazo a torcer, la solución no se logra y en demasiadas ocasiones lo que se genera es más bien argumentación, acusación, animosidad y finalmente división.

Por contraste, dialogar significa “conversar entre dos o más personas alternando el turno de la palabra… para intentar lograr un acuerdo o un acercamiento entre posturas divergentes.” El diálogo ofrece una mejor posibilidad de conservar la paz porque su objetivo es lograr la unidad, no la victoria. El diálogo se basa en la creencia de que cuando una persona percibe que el otro la escucha, se dispone mejor a escuchar también, y así se abren nuevas posibilidades de llegar a un entendimiento común.

Un sínodo en la familia. Teniendo presente esta distinción, pensemos en cómo podríamos nosotros los fieles tener un “mini sínodo” (o sea, una reunión de diálogo) en la familia, quizás solo entre los esposos o como familia. Pero antes de empezar, hay que analizarse uno mismo y preguntarse, por ejemplo: “¿Estoy yo dispuesto a participar en una reunión con mi familia plenamente consciente de que tendré que privarme de la tendencia a juzgar al otro y renunciar a mis ideas preconcebidas? ¿Soy capaz de escuchar con paciencia y aceptar las experiencias y puntos de vista de mi esposa o marido o de mis hijos, aunque yo no esté de acuerdo con ellos?”

Por supuesto, si todos en tu familia tienen principios y opiniones más o menos parecidos por la crianza o la tradición, es muy probable que la reunión familiar resulte todo un éxito y sea apacible y productiva, aun cuando se traten temas polémicos. Pero si las relaciones en tu familia se encuentran tensionadas por diversos motivos, tal vez no todos estén tan convencidos de que una reunión familiar sea una buena idea. Pero no te desalientes. Lo mejor es poner énfasis en el diálogo y en que el objetivo es plantear los puntos de vista y no juzgar, y posiblemente las puertas empiecen a abrirse. Si así sucediera, tal vez se abran nuevas vías de entendimiento y hacia un avance positivo y alegre, tal vez de mayor unidad e incluso sanación de relaciones. ¿Quién dice que no?

Recuerda: Por lo general es mejor buscar la concordia mediante el diálogo que ocultar las diferencias y fingir que no existen, porque éstas se siguen acumulando en el interior de cada uno y en algún momento pueden estallar. Es mejor sacar a la luz los hechos, hábitos o cualquier obstáculo que vaya carcomiendo la armonía y ensombreciendo las relaciones. Pero si no puedes conseguir más que esto en tu primer intento de dialogar con la familia, no es que hayas fracasado. Al contrario, con el solo hecho de plantear la idea ya has avanzado algo.

Esto es lo que seguramente el Papa Francisco trató de hacer en el sínodo: sacar a la luz los puntos de vista divergentes, sin discutir quién tenía la razón y quién estaba equivocado, y lo hizo no porque quisiera saber cuáles eran esos puntos de vista, sino para que cada uno avanzara hacia una mayor unidad. No fue tarea fácil, pero él está convencido de que las bendiciones que florecen de un diálogo verdadero valen la pena el esfuerzo. Nosotros también podemos aprender de su ejemplo y comenzar a sacar a la luz los conceptos encontrados que hemos encubierto por mucho tiempo.

Un amor más profundo. Las familias pueden dialogar sobre cualquier tipo de temas, y de hecho lo hacen, pero no siempre son asuntos de importancia para la convivencia familiar. Los temas que sí vale la pena conversar son, por ejemplo, asuntos relativamente comunes, como las finanzas familiares, el orden y el quehacer hogareño; también, la importancia de que todos participen en la cena familiar y el tiempo y la atención (sin aparatos electrónicos) que cada uno le depare al otro.

También se puede dialogar sobre temas complejos de la fe pero de importancia más general, como los que trató el Sínodo sobre la Familia o incluso sobre la enseñanza de la Iglesia sobre el medio ambiente, la pena capital o la pobreza. Una vez que hayas establecido un entendimiento de diálogo abierto y constructivo en la familia, te sorprenderán las opiniones de cada uno y será interesante ver el resultado final, que siempre ha de ser constructivo.

Los maridos y las esposas pueden hablar en privado sobre el equilibrio correcto entre el romance y los quehaceres del hogar, porque con demasiada frecuencia las responsabilidades familiares desplazan las ocasiones de privacidad y los esposos terminan el día sin haberse dedicado ningún tiempo a ellos mismos.

Es importante que los casados reserven ciertos momentos para compartir juntos y, naturalmente, también pueden conversar en paz y con amor sobre las pequeñas molestias y rarezas particulares de cada uno, pero sin acusarse ni tener una actitud defensiva. Siempre deben tener presente que, en el matrimonio, cada uno vive para hacer feliz al otro.

Y por supuesto pueden hablar sobre sus hijos y lo que pueden hacer para ayudarles a crecer y madurar en su fe. Incluso si los hijos ya son adultos y no viven en casa, los padres todavía pueden marcar una diferencia por su testimonio de fe y amor perdurable, las palabras de suave estímulo que les den y las historias amenas que les cuenten sobre su propia travesía de fe.

Este tipo de diálogo puede ser una ayuda muy eficaz para que una pareja logre profundizar o renovar su amor conyugal. Pocas cosas hay más significativas para un marido o una esposa que saber que su persona es importante para su cónyuge y que éste se preocupa de él o ella y toma en serio sus opiniones. Cuando tú escuchas con un auténtico deseo de entender y con la determinación de no juzgar ni desacreditar a tu cónyuge demuestras un amor y un respeto que siempre es apreciado y bien recibido.

Deja que reine el amor. En resumen, si quieres tener un sínodo de familia en tu casa, tendrás que comenzar por establecer una serie de condiciones. Luego, tienes que proponer un tema. Quizás el primer tema sería precisamente el objetivo del diálogo, vale decir, que la conversación sincera y apacible puede ser de ayuda en tu familia y luego acordar temas para el diálogo. Sea lo que sea que decidan hacer, hay que cuidarse de que nadie tenga segundas intenciones ni objetivos secretos que desee lograr. Todos tienen que ser tan abiertos, honestos, sinceros y transparentes como el Papa Francisco.

Y cuando lleven a cabo el diálogo, cuídense de no salirse del tema que a todos interesa, porque todos quieren que el amor reine en el hogar, todos quieren tener relaciones familiares sanas y reconfortantes; todos quieren ser responsables, justos y hacer concesiones para el bien común. Todos quieren ser perdonados, aun si no todos los demás están dispuestos a perdonar de inmediato. Si tú estás convencido de que el amor cubre una multitud de pecados y diferencias (1 Pedro 4, 8) tu familia puede avanzar de un modo muy satisfactorio y bendecido.

Incluso si las ofensas del pasado hacen que el perdón sea casi imposible, has de saber que el diálogo cauteloso, respetuoso y abierto puede ayudar a descubrir y quizás hasta recobrar el amor que antes había.

Al final del diálogo, recuérdales a todos que no dejen de darse mutuas expresiones de amor. Cierra la reunión con una oración sincera, haciendo hincapié en lo valiosa que fueron la reunión y los aportes que cada uno hizo. ¡Incluso pueden celebrar la ocasión con un postre especial!

Siempre que vayas avanzando en el sentido correcto, el Espíritu Santo te bendecirá y te guiará en todo momento. Después de todo, si así sucedió con el Papa Francisco, sin duda sucederá contigo también.

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