De lo común a lo extraordinario
Cómo traer el milagro de la Pascua al hogar
La mayoría de las parejas casadas sueñan con ideales que esperan hacer realidad algún día; quieren ser felices juntos hasta la vejez, tener hijos y nietos, prosperar y tener buenos amigos.
Del mismo modo, los padres también tienen buenos propósitos para sus hijos, como darles una buena educación, inculcarles valores y virtudes y guiarlos en el desarrollo personal. Pero el mensaje central de la Pascua es que el mejor objetivo que puede tener una pareja casada es vivir con el poder del Espíritu Santo y ser testigos del Evangelio, primero para sus hijos y luego para otros “hasta los confines de la tierra” (Hechos 1, 8).
Nosotros también, como los primeros creyentes, podemos hacer que el milagro de la Pascua sea el objetivo central de nuestra familia. Aunque tal vez lo dudemos, no ha dejado de ser cierto que todos podemos traer el mensaje de la resurrección a nuestra casa y ver cómo el Evangelio empieza a transformar nuestro matrimonio, educar a nuestros hijos e incluso desbordarse hasta influir en familiares y amigos. ¿Es esto posible? ¡Claro que sí! Veamos cómo cambió la vida de tres familias ordinarias del Nuevo Testamento cuando todos se llenaron del Espíritu Santo.
Hechos 10: El sueño de un soldado hecho realidad. Cornelio era comandante del ejército romano en Cesarea, al norte del mar de Galilea. Pese a ser gentiles, él y su familia se convirtieron al judaísmo y eran devotos y temerosos de Dios; hacían oración en familia con frecuencia y daban dinero a los pobres. A los soldados que tenía a sus órdenes los trataba con justicia y bondad y muchos lo respetaban. Todo indicaba que Cornelio tenía una familia modelo, pero Dios quería darles algo más.
La ciudad portuaria de Cesarea distaba unas 30 millas de Jope, lugar donde estaba en esos días el apóstol San Pedro, sin embargo Cornelio y Pedro recibieron la llamada de Dios al mismo tiempo. Bajo las instrucciones de Dios, Pedro emprendió viaje hacia Cesarea, y Cornelio se dedicó a reunir a tantos familiares y amigos como podía para la extraordinaria visita que pronto iba a recibir. Cuando Pedro llegó a casa de Cornelio, comenzó a hablarles de Jesús y, antes de que pudiera invitar a los presentes a aceptar su mensaje y hacer un acto de fe, el Espíritu Santo se derramó con abundancia y todos se convirtieron sin excepción. ¡Qué sorpresa les tenía reservada el Espíritu! ¡Qué inmenso don de Dios!
Hechos 12: Otra María. María es el nombre más frecuente del Nuevo Testamento. Además de la Santísima Virgen María, tenemos a María la hermana de Marta de Betania, María Magdalena, María la madre de Santiago y José, y María, la esposa de Cleofás. Y hay otra María, la madre del joven Juan Marcos, a quien la tradición le atribuye el evangelio que lleva su nombre.
María, la madre de Juan Marcos, era tía del apóstol Bernabé; probablemente ya viuda, era creyente acomodada e influyente en la Iglesia primitiva. Con frecuencia recibía a los fieles en su casa de Jerusalén para celebraciones eucarísticas y cenas comunitarias. De hecho, es posible que su casa haya sido el principal centro de reunión de la Iglesia en Jerusalén.
El episodio del milagroso escape de Pedro de la cárcel nos permite vislumbrar algo de lo valerosa que era esta María. Había una gran persecución contra los cristianos, el apóstol Santiago había sido martirizado y Pedro estaba preso. Pero la noche anterior a su juicio, un ángel libró a Pedro de la cárcel. Una vez libre, el apóstol se dirigió a la casa de María, donde muchos de los creyentes se habían reunido a rezar por él. Aunque sabía que se exponía a muchos riesgos, María quería que la iglesia se mantuviera unida, aunque arriesgaba su condición social, su reputación, sus bienes y hasta su vida, todo ello por el Señor y su pueblo.
El hijo de María, Juan Marcos, era un gran evangelizador. Seguramente ella tuvo una parte importante en el desarrollo personal y espiritual de su hijo. Sin duda le animó a unirse a Pablo en el primer viaje misionero de éste a pesar de ser bastante joven, y con toda seguridad lo debe haber apoyado cuando él de improviso abandonó a Pablo y Bernabé a mitad de camino en el viaje (Hechos 13, 13).
Hechos 18: Priscila y Aquila. Cuando Pablo trabajaba en Corinto, conoció a Priscila y Aquila, un matrimonio que también se dedicaba al oficio de fabricar tiendas de campaña, como él mismo, por lo cual los tres se asociaron. No se sabe precisamente si Priscila y Aquila eran ya cristianos antes de conocer a Pablo, pero es probable que el testimonio de vida del apóstol les impresionara bastante y los llevara a asociarse con él. Unos años más tarde, Priscila y Aquila acompañaron a Pablo en un viaje misionero. Después de pasar algún tiempo juntos en Éfeso, Pablo prosiguió su viaje, pero Priscila y Aquila permanecieron allí para ayudar a dirigir la flamante iglesia local.
Cuando estaban en Éfeso, Priscila y Aquila tuvieron ocasión de escuchar a un hombre bien instruido y elocuente llamado Apolo que predicaba acerca de Jesús. En el libro de los Hechos leemos que si bien Apolo sabía bastante acerca de Cristo y sus enseñanzas, su conocimiento era limitado, porque sólo conocía el bautismo de Juan y no la promesa de Jesús de que sus seguidores serían bautizados con el Espíritu Santo. Siendo así, Priscila y Aquila invitaron a Apolo a reunirse con ellos.
Aunque probablemente no eran tan instruidos como Apolo, Priscila y Aquila pudieron dar testimonio del “camino del Señor” con más profundidad, seguramente con el poder de la resurrección y el derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés, de los cuales Apolo no tenía conocimiento. Así estos dos esposos suministraron el ingrediente que faltaba en el ministerio de Apolo y todos ellos juntos bendijeron y moldearon la iglesia en Éfeso.
Gente común, deseos extraordinarios. Cuando las parejas de esposos tratan de llevar a Jesús a sus hogares, algo bueno sucede, y ninguno de nosotros debería pensar que no sería capaz de hacerlo. Las personas acerca de quienes acabamos de leer eran gente común y corriente que se esforzaron mucho por llevar a Dios a sus casas.
Cornelio no sabía que el Señor Jesucristo, por su resurrección, podía comunicar fortaleza a su familia para llevar una vida santa. Así fue como les enseñó a sus hijos a rezar, y guiaba a su familia en las oraciones que los judíos hacían en la sinagoga. Les enseñó el valor de dar a los necesitados y respetar a todas las personas. En síntesis, hizo todo lo que pudo por edificar una familia que complaciera a Dios, y el Señor lo bendijo por sus esfuerzos. Los bendijo por lo que ya sabían y hacían y utilizó a Pedro para inculcarles una fe mucho más completa.
Lo mismo sucede con nosotros, debemos creer que Dios bendice nuestros esfuerzos, porque efectivamente el Señor quiere bendecir las oraciones que hacemos y lo que damos a los pobres, como lo hizo con Cornelio; y también desea realizar milagros del Espíritu en nuestras familias, tal como el Señor nos prometió: “Todo lo que ustedes pidan en oración, crean que ya lo han conseguido, y lo recibirán” (Marcos 11, 24).
Dios pide a las familias que sean hospitalarias, generosas y valerosas, especialmente en el mundo de hoy. María, la madre de Marcos, estaba decidida a que su casa fuese un hogar para los fieles del pueblo de Dios, a educar a su hijo para que conociera, amara y sirviera a Cristo Jesús por encima de todo. Mucho es lo que podemos aprender de estas dos prioridades que María tenía en la vida: participar de lleno en la comunidad cristiana, la iglesia, y formar a su hijo como discípulo de Cristo.
¡Claro que ahora también es posible hacerlo! Es, además, beneficioso para nuestros hijos y es una necesidad en el mundo de hoy. María es un modelo especialmente útil para las madres solteras que aman al Señor y para la Iglesia. Ella también tuvo que pasar por dificultades parecidas a las de hoy, de criar y educar a hijos cristianos en el mundo anticristiano.
En su Carta a los Romanos, Pablo dice que Priscila y Aquila fueron sus “compañeros de trabajo en el servicio de Cristo Jesús, que pusieron en peligro su propia vida” para salvar la suya (Romanos 16, 3-4). Si ellos no se hubieran quedado en Éfeso, ¿dónde estaría la iglesia? Si no hubieran invitado a Apolo a su casa ni le hubieran enseñado acerca de la resurrección, ¿qué habría sido de Apolo? Con tanta división matrimonial que hay hoy en día, Priscila y Aquila nos muestran que las parejas casadas sí pueden amar y servir a Cristo Jesús. Ellos se sacrificaron por la iglesia y estuvieron dispuestos a seguir las inspiraciones del Espíritu Santo, para evangelizar a todos los que quisieran escucharles y hacer crecer la Iglesia. El Señor está siempre buscando parejas casadas que le den el primer lugar en su vida matrimonial y poner en práctica los planes del Señor antes que los propios.
Familias pascuales para Cristo. El sentido de la Pascua es principalmente que todos lleguemos a ser resucitados con Cristo Jesús y mientras mejor sepamos que el poder de la resurrección es el poder de llegar a ser como Jesús, más le pediremos al Señor que nos conceda esa gracia. En su fundamento más básico, la Pascua hace brotar del corazón el deseo de llevar una vida santa y grata a Dios. San Lucas nos dice lo que hacían quienes experimentaban la Pascua del Señor: “Todos los días enseñaban y anunciaban la buena noticia de Jesús el Mesías, tanto en el templo como por las casas” (Hechos 5, 42). ¿Acaso no podemos hacer lo mismo nosotros?
Tal vez podamos hacer que la Pascua sea como un trampolín para ayudarnos a comenzar a reunir la familia una vez por semana para rezar el rosario o leer la Biblia justo antes de la cena. También podemos proponernos ser más hospitalarios con nuestros amigos o estar dispuestos a ayudar a las personas que pasan necesidad. En realidad, no cuesta nada ir a confesarse o enseñar a nuestros hijos algo más acerca de Jesús. Lo único que se precisa es la decisión y un poco de iniciativa o creatividad.
¿Quieres tú, hermano, que la Pascua sea el acontecimiento principal para tu familia? ¿Quieres que en tu hogar se vaya creando un ambiente de devoción pascual? ¿Quieres que tus hijos amen a Cristo, respeten a los pobres y ayuden en la iglesia? Si es así, entonces decídete a hacer uno o dos cambios que te parezca que sean los más eficaces para que tu familia llegue a conocer mejor al Señor. Después de eso, lo único que tienes que hacer es intensificar tu propia oración por tu familia y dejar el resto en las manos del Señor. Los primeros discípulos lo hicieron así, y nosotros podemos hacerlo también el día de hoy. Claro, porque en realidad, ¡tenemos el mismo Espíritu Santo que ellos tenían!
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