De la telenovela a la Luz de Cristo
Testimonio de Eduardo Verástegui, actor mexicano
Por: Eduardo Verástegui
Eduardo Verástegui es un actor de telenovelas y de cine muy conocido en América Latina. Ahora ha comenzado a serlo en los Estados Unidos gracias a su conversión a Cristo y a su película “Bella”, cuyo tema central es defender la vida y salvar a una criatura de un aborto ya decidido.
La Palabra Entre Nosotros presenta este impresionante testimonio personal con la confianza de que no sólo contribuya a reducir la práctica del aborto, sino dar a los jóvenes una visión clara de que la felicidad verdadera y duradera está en la vida iluminada por el Espíritu Santo y no en el afán de dinero, fama, placeres o bienes materiales.
Me llamo Eduardo Verástegui. Soy de México y vengo de un pueblito llamado Xicoténcatl, en el Estado de Tamaulipas, en el norte de México. A los 18 años decidí irme a la Ciudad de México para hacer realidad mi sueño de ser actor y cantante. Entre tres formamos un grupo juvenil llamado Kairo y viajamos por 16 países de América Latina promoviendo nuestros discos y dando conciertos durante tres años y medio. Después empecé a actuar en telenovelas y esto duró alrededor de cinco años.
Más tarde me fui a vivir a Miami, la capital de la música latinoamericana, porque quería grabar mi primer álbum propio en español. Me quedé allí por dos años y me sentía muy bien porque en Miami todos hablaban español y yo no hablaba inglés.
El Espíritu empieza a actuar. De todas maneras, todo esto me había dejado muy confundido, porque estaba llevando un estilo de vida que no tenía más objetivo que buscar la fama, el dinero, las mujeres y todos los placeres que te ofrece este tipo de profesión. Me fui dejando seducir por el ambiente del entretenimiento, al punto de que empecé a perder los valores que mi familia me había enseñado desde mi niñez. En ese ambiente todo empieza a ser relativo; pierdes la perspectiva de lo bueno y lo malo y los principios que vas siguiendo son los que proyectan los medios de difusión, la televisión y las telenovelas.
Un día viajaba desde Miami a Los Ángeles para promover mi álbum y en el avión conocí a un señor que resultó ser el Vicepresidente de Reparto de la 20th Century Fox. Este señor me invitó a dar una prueba para una película que estaba haciendo, cuyos protagonistas iban a ser latinos y particularmente mexicanos. Le dije que yo no hablaba inglés, pero él me dijo que no importaba, que bastaba con que memorizara mi parte y que si lo hacía me contrataría. Así empecé una vida de actor en Hollywood, pero a los 12 años de carrera me di cuenta de que tenía un gran vacío en mi interior; estaba muy insatisfecho y no sabía qué era lo que me faltaba. Reconocí que todo lo que yo había soñado lograr lo había conseguido, había participado en todos los proyectos en los que había querido participar, pero eso no me daba la paz ni la tranquilidad que yo esperaba encontrar.
Aquí fue donde mi vida empezó a cambiar y se debió a dos cosas fundamentales. Una fueron las oraciones de mi madre, que rezaba el rosario por mí. Un día me regaló una Biblia, pero sin decirme nada y ni siquiera condenar mi conducta. Sólo me demostraba su amor y seguía orando. La otra fue que, cuando me contrataron para hacer aquella primera película, tuve una profesora de inglés, que resultó ser una mujer católica muy devota y de gran sabiduría. Ella me enseñó inglés durante seis meses, pero a la vez iba sembrando semillas de fe en mi corazón y lo hacía con preguntas, como: “¿Cuál es el propósito de tu vida? ¿Cómo estás utilizando los talentos que Dios te dio? Si de veras amas a Dios, ¿por qué haces lo que haces? ¿Qué representa tu fe? Si realmente amas a Dios, ¿por qué lo estás tratando así? ¿Por qué lo traicionas?”
Un momento de gracia. Así fue como el Señor me tumbó del caballo. Me empecé a dar cuenta de que yo estaba usando mis talentos con gran egoísmo y que mi vida era sumamente superficial, al punto de que llegué a odiar al hombre que yo era; pude ver que le había causado dolor y sufrimiento a mi familia, a mis amigos e incluso a mí mismo. Pero lo que más me destrozó el corazón fue cuando vi que en realidad estaba ofendiendo a Dios.
Yo era católico a mi manera, es decir, aceptaba lo que me parecía bien y rechazaba lo que no me gustaba, pero me creía bueno. Pero cuando las preguntas de la profesora de inglés me llegaron al corazón y reconocí que ella tenía razón, me entró un calor en el corazón, algo que nunca había sentido y empecé a llorar por días, como un niño, tirado en un rincón. Fue un momento muy especial. Fueron varios días en que no quería hablar con nadie ni ver a nadie. Fue algo muy profundo que no entendía, hasta que una vez supe algo que había dicho Santa Faustina: “Todos los pecados del mundo, desde el principio hasta el final de los tiempos, todos ellos no son más que una gota de agua en el mar de la misericordia de Dios.” Esa fue la buena noticia para mí.
Ahí fue donde el Espíritu Santo me tocó el corazón.. Hasta ese momento, la culpa me estaba matando, porque pensaba que ya no tenía perdón. Pero cuando me di cuenta de que Dios me amaba y me perdonaba, que me cambiaba el corazón y me purificaba de mis impurezas, el Señor pasó a ser el centro de mi vida. El vino a ser “mi amigo”, mi Salvador, mi todo y me entregué por completo a Él. Fue un acto de contrición; me sentí realmente arrepentido, y ese día fue cuando pedí perdón y prometí que no volvería a utilizar mis talentos de una manera que ofendiera a Dios; que viviría en castidad, es decir, sin volver a tocar a una mujer hasta el día que me case. Hice un contrato con Dios firmado con lágrimas. Esto de la castidad lo he cumplido ya desde hace cinco años y lo seguiré haciendo hasta que me case.
El cambio de vida. Finalmente, pude hablar con el Padre Juan Rivas, y él me regaló un libro de Scott Hahn, en el que pude conocer el valor de la Santa Misa. Así fue como empecé a ir a Misa. Luego fui a hacer una confesión general con otro sacerdote y fue uno de los momentos más profundos y preciosos que he tenido en mi vida. Salí completamente liberado. Después de esta confesión empecé a rezar el rosario todos los días.
Ahora ya sé lo que quiero. Quiero participar en películas que tengan potencial para cambiar la vida de las personas, películas en las que los actores no tengan que renunciar a su integridad, películas que ayuden a las personas a conocer al Señor, películas en las que, al salir del cine, la gente quiera amar más.
Cuando les dije esto a mis asociados, me miraron raro, como diciendo “¡Te has vuelto loco!” Sí, en realidad, estaba loco, pero loco por el Señor. Abandoné la agencia y la compañía administradora. Dejé atrás a mi publicista, a mi abogado, a todo el equipo y por dos años no trabajé en nada, al punto de que no tenía para pagar el arriendo del próximo mes. Pero me sentía en completa paz, me sentía feliz, tenía tanto gozo en el corazón que no tuve duda alguna de que estaba haciendo lo correcto.
La Madre Teresa dijo una vez: “No se nos pide que seamos exitosos; se nos pide que seamos fieles a Dios.” Ese es nuestro éxito. Así pues, yo supe que no había nacido para ser estrella de cine ni para ser famoso; esas cosas no son más que medios. Ahora sé que nací para ser una persona santa, como todos los demás. Yo sé que nací para conocer, amar y servir a Jesucristo, nuestro Señor, y a mis hermanos. Y el hecho de saber estas cosas es hermoso, porque por primera vez en mi vida me sentí libre de todo aquello de lo que antes era esclavo; ahora sólo quise hacer la voluntad de Dios.
Al volver a California, empecé a ir a misa todos los días y allí conocí a Leo Severino, un abogado colombiano, que es ahora mi socio. Con él empezamos un estudio bíblico que se llama “Going Deeper” que es para actores, directores, gente involucrada en medios de comunicación. Y tenemos ya más de 100 personas que vienen todos los miércoles, ha habido transformaciones y conversiones por la gracia de Dios.
Básicamente yo digo soy actor, soy productor, pero tengo un corazón de misionero. Después de haber conocido a Leo Severino, conocí a Alejandro Gómez Monteverde, mi tercer socio; con él nos llaman “Los Tres Amigos”, Los tres montamos una compañía, Metanoia Films, porque metanoia en griego significa conversión, cambio, arrepentimiento, y “Bella” es nuestra primera película como productores. Fuimos a la Basílica de Guadalupe a dedicarle la película a nuestra Madre e hicimos una novena de rosarios. Nuestra película ganó el festival de Toronto, el festival de cine independiente más importante del mundo, lo que es muy significativo, porque las películas que han ganado ahí, después han ganado el Oscar. Bella se estrenó en los Estados Unidos el 26 de octubre de 2007 y en México en mayo de 2008.
La creación de “Bella”. El argumento de la película fue escrito por Alejandro Monteverde, el Director, y partió de dos historias reales combinadas en una, y se trata de una joven embarazada que no veía otra salida que abortar al bebé que esperaba. En la vida real el bebé que nació resultó ser un varoncito. Es una historia de amor, de un hombre que lo tenía todo, lo pierde todo, y perdiéndolo todo, encuentra lo que realmente vale la pena en la vida: la fe, la familia y muchas otras cosas. Y gracias a esa fe y amor familiar, se salva la vida de un bebé cuyo aborto ya estaba decidido.
Recuerdo un día, cuando estábamos haciendo la película, con Alejandro y Leo Severino, nos decíamos: “¿Se imaginan que con esta película podamos salvar al menos a un solo bebé? ¡Sería fantástico!” Y si después de eso, nadie más viera la película, siempre me estaría gozando en el Señor porque habría un bebé más que no fue abortado y todo por la gracia de Dios. De hecho, antes de terminar de filmar la película, ¡el pequeño Eduardito ya había nacido en la vida real! ¡Es lo más hermoso y lo más fantástico que me ha sucedido en la vida!
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