De la página al corazón
Un antiguo método de orar con las Escrituras
El que tiene sed de Dios estudia con afán y medita en la palabra inspirada, porque sabe que así encontrará a Aquel cuya presencia anhela (comentario de San Bernardo sobre el Cantar de los Cantares, Sermón 23.3)
“Me muero de ganas de salir de vacaciones.” “Tengo mucho interés en almorzar contigo.” “La próxima semana concluiré una gran venta.” “El sábado iré de compras con mi mamá.” ¿Qué tienen de común estas frases? Todas denotan la expectativa de experimentar algo bueno que va a suceder.
Bien, pero ¿qué tienen que ver las expectativas como éstas con el estudio de la Sagrada Escritura? ¡Mucho! Existe un vínculo poderoso entre la gracia disponible en la Sagrada Escritura y nuestra propia fe. En palabras sencillas, mientras más esperemos que Dios actúe en nosotros cuando leemos la Biblia, más abiertos estaremos para escuchar su voz y experimentar su presencia.
Si miramos lo que encierran las palabras de San Bernardo, veremos la convicción de que, buscando al Señor en la Escritura, tendremos una experiencia personal y profunda con Cristo. San Bernardo estaba convencido de que la Escritura nos puede acercar a Jesús y tener un impacto profundo en la manera en que amamos, pensamos, hablamos y vemos el mundo. Mientras más lleguemos a conectarnos con las palabras de San Bernardo (teniendo sed de Dios, meditando y estudiando) menos nos costará encontrarnos con Jesús y enamorarnos de Él.
En este artículo queremos dirigir la atención hacia un método de oración que se hace usando la Escritura y que dispone el alma para llegar a la intimidad con el Señor de la que hablaba el santo.
La promesa de la Escritura. Colosenses 3,16-17. Existe una antigua tradición en la Iglesia, que es bien conocida porque es capaz de disponer el corazón de los fieles a recibir la revelación del Señor, es el método llamado la Lectio Divina, palabras que significan “lectura inspirada.” Este método, que se desarrolló en los monasterios de Europa, consiste en cuatro pasos: leer un pasaje de la Escritura, meditar en la Palabra leída, orar usando la Palabra y contemplar la Palabra.
En sus fundamentos básicos, la Lectio Divina supone que Dios le ha impartido una gracia especial al texto de la Sagrada Escritura, y si bien es útil meditar y orar con las palabras que haya pronunciado un santo o un prestigioso doctor de la Iglesia, la Escritura es superior a cualquier otro escrito en su capacidad de transportarnos a un nivel nuevo y más profundo de entendimiento y experiencia del Señor. Es cierto que podemos recibir grandes enseñanzas leyendo los escritos de santos famosos, como Santa Teresa de Ávila o Santo Tomás de Aquino, pero solo la Sagrada Escritura puede llegar a ser para nosotros una puerta de entrada hacia el propio corazón y la mente del Padre.
Lectura de la Palabra. ¿Cómo se practica este método de la Lectio Divina? Antes de empezar, conviene adoptar una postura y actitud correctas. Busca un lugar de quietud donde puedas leer y orar sin interrupciones. Trata de olvidarte de tus obligaciones por ese momento. Luego, dedica unos minutos a relajarte, aquietar tu ser y llegar a la presencia del Señor. Pídele que abra los ojos de tu corazón mientras tú lo contemplas a Él; pídele al Espíritu Santo que te revele los misterios del cielo y derrame sobre tu persona el amor de Dios. Finalmente, pídele que vaya guiando tus pasos por el camino de la verdad.
A continuación, escoge el pasaje de la Biblia que vayas a usar para rezar. Algunas personas empiezan con el Génesis y van avanzando por las páginas de la Biblia; otras prefieren empezar por algún libro específico, por ejemplo, el del profeta Isaías o la Carta a los Hebreos. A otros les gusta meditar en los evangelios, o bien prefieren leer las cartas de San Pablo, San Juan o San Pedro. Los pasajes que escojas deben ser los que tú prefieras y, para los que recién empiezan a usar este método de oración, es útil leer los pasajes que mejor conocen, como un evangelio o algún salmo.
Cuando hayas escogido el pasaje, léelo varias veces, tal vez en voz alta, ya que eso te ayudará a concentrarte más plenamente en el mensaje. Si hay aspectos del pasaje que te resulten difíciles de entender, busca un comentario bíblico o consulta el tema en el Catecismo de la Iglesia. De cualquier manera, procura tener la certeza de que llegues a entender bien lo que te esté diciendo el pasaje leído.
Además, la forma como leas el pasaje puede influir mucho en el resultado final y en lo que logres conseguir. Lo mejor es que, al momento de leer, también procures escuchar aquella voz suave y susurrante de Dios, que anhela hablarte directa y personalmente, como lo hizo con el profeta Elías hace muchos siglos (1 Reyes).
Meditación con la Palabra. Esta atención que uno pone al escuchar la voz suave y susurrante del Señor es lo que ayuda a pasar de la lectura a la meditación. Una cosa es entender el pasaje, ya sea leyéndolo con atención o a través del uso de comentarios, pero otra cosa es pedirle al Espíritu Santo que te “abra” el entendimiento para que comprendas bien el sentido profundo del mensaje que hayas leído
y estudiado.
Si hay un versículo en particular que te haya resultado interesante o revelador, dedica tiempo a meditar en lo que dice, y tal como la Virgen María atesoraba en el corazón y ponderaba todo lo que Jesús decía y hacía (Lucas 2), de esa misma manera podemos dejar que las palabras de la Escritura interactúen con la fe, los pensamientos y los deseos que llevamos en el corazón. De esta forma, la Palabra de Dios llega a ser nuestra propia palabra, la fuente de sabiduría, esperanza y sentido en la vida.
Al meditar en el pasaje que hayas escogido, deja que tu mente actúe libremente y no enfoques la atención en algo que no te llegue al corazón. Este tipo de experimentación es esencial para cualquier persona que desee aprender a escuchar la voz de Dios meditando en la Sagrada Escritura.
Oración con la Palabra. Así como la lectura y el estudio ceden el paso a la meditación, así también la meditación da paso a la oración, aquella conversación del corazón con el Señor Dios Todopoderoso, que reina con su majestad suprema sobre toda la tierra. En este tipo de oración, le ofrecemos al Señor nuestras expresiones de alabanza y gratitud por su misericordia ilimitada y recordamos las muchas bendiciones que nos ha prodigado.
Una de las bendiciones de la Escritura es que las palabras sobre las que meditamos pueden ser el punto de partida de nuestra oración. Cuando alabamos y le damos gracias a Dios, hay algo asombroso que comienza a suceder, ya que descubrimos que nos vamos enamorando de las palabras de la Escritura, aquellas palabras que han abierto nuestro ser a la presencia y el poder de Dios. También encontramos que estas palabras tienen un gran sentido en la vida personal, y descubrimos que aquello que les sucedió al apóstol San Pablo, al Rey David o a la Virgen María también nos puede suceder a nosotros. Este entendimiento de que nuestra vida puede ser un reflejo de la vida de los héroes de la Sagrada Escritura es apasionante y despierta en nosotros un amor a Dios más grande aún.
Por ejemplo, conforme leas y medites sobre la parábola del hijo pródigo, seguramente percibirás que Dios te perdona algún pecado que tal vez habías pensado que era imperdonable, o quizás percibas que Dios te dice lo mismo que aquel padre le dijo a su hijo mayor: “Todo lo que tengo es tuyo, ven y recíbelo. No guardes resentimientos ni odios. Despójate de todo eso y disfruta de todo lo que yo te he dado.”
En el proceso de pasar de la meditación a la oración, uno llega a entender que la Sagrada Escritura no es solo un libro histórico o una colección de narraciones reservadas para celebrar la Misa, sino que es una palabra que comunica vida y que Dios nos la ha dado para ayudarnos a crecer en nuestra relación con Jesús. Esta capacidad especial de la Sagrada Escritura es uno de los misterios fundamentales de nuestra fe. No siempre es fácil explicar o entender por qué la Sagrada Escritura tiene esta habilidad especial, pero es claramente algo que todos podemos experimentar.
Contemplación de la palabra. Finalmente, la oración nos lleva a la contemplación y, como también sucede con una pareja de esposos de edad avanzada —que después de muchísimos años de matrimonio siguen disfrutando de su mutua compañía, de la tranquilidad y la paz, aún enamorados— así también nosotros reposamos con el Señor, permaneciendo tranquilos, quietos y silenciosos en su presencia, sabiendo que Él es nuestro Dios y disfrutando del hecho de sentirnos inundados de su amor, limitándonos simplemente a recibirlo.
En esta etapa final de la Lectio Divina, no se necesitan muchas palabras; tal vez ninguna. Simplemente permanecemos quietos y dispuestos a recibir lo que Dios quiera decirnos, aceptando todo lo que Él quiera hacer en nuestra vida. En el sentido más profundo, nos encontramos compartiendo la comunión con el Señor que tuvieron los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, la misma experiencia que transformó al profeta Isaías y la misma comunión que tuvieron San Pablo en su apostolado y San Juan en su devoción.
Es cierto que, para algunos, la Lectio Divina requiere cierta práctica, pero es una manera maravillosa de encontrarse con Dios y profundizar nuestra relación con Él. Si en este año te dedicas a leer la Biblia experimentando con esta antigua forma de oración y presenciando lo que el Espíritu Santo haga en tu vida, recuerda siempre las palabras de San Bernardo, que son tan verdaderas hoy como lo fueron cuando él las escribió hace nueve siglos atrás: “Los que tienen sed de Dios, encontrarán —mediante el estudio, la meditación y la oración— a Aquel a quien anhelan abrazar de todo corazón.” Y entre ellos estamos todos nosotros.
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