De alcalde a Sumo Pontífice
La iluminada vida y obra de San Gregorio Magno
Por: Luis E. Quezada
A parte de haber sido el sexagésimo cuarto Sumo Pontífice, San Gregorio Magno es reconocido como uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia Latina, junto con San Jerónimo de Estridón, San Agustín de Hipona y San Ambrosio de Milán. Su gran misticismo y su profunda humildad fueron cualidades que lo caracterizaron. Él fue quien primero se hizo llamar “Siervo de los siervos de Dios”, apelativo que más tarde adoptarían sus sucesores.
Nació en Roma cerca del año 540 en una familia noble. En la adultez, todos pensaban que se dedicaría a la política, como era la tradición familiar, y en efecto fue nombrado praefectus urbis (alcalde de Roma). Pero al contemplar desde su cargo el espectáculo de las miserias que se debatían por doquier en Roma y en toda Italia, se sintió tan conmovido que su vida cambió radicalmente pues le pareció que las cosas terrenas carecían de todo sentido y valor duradero. Años más tarde, entregó su fortuna heredada a los pobres y fundó seis monasterios.
De alcalde a monje. Gregorio aspiraba a cosas más elevadas, y tras una angustiosa lucha interior, como se lo manifestó en una carta a su amigo San Leandro de Sevilla, un día decidió hacerse monje. Transformó su palacio alcaldicio en el monasterio de San Andrés, adoptó la regla de San Benito de Nursia y cambió sus finas y elegantes vestiduras de alcalde por el sencillo y áspero hábito de los monjes benedictinos. Allí encontró la felicidad anhelada en la paz del claustro. Pero su vida apacible iba a ser pronto alterada por el entonces Sumo Pontífice, el Papa Pelagio II, que lo nombró Nuncio Apostólico y lo envió a Constantinopla, ciudad a la cual se había trasladado la sede del gobierno imperial desde Roma.
En el año 586 regresó a Roma en medio de una enorme inundación causada por un gran desborde del río Tíber. Las aguas anegaban la ciudad sembrando la desolación entre la población y dejando innumerables víctimas ahogadas, mansiones destruidas, hambruna y hasta una mortífera peste que asoló toda la comarca. Una de las víctimas de la plaga fue el propio Papa Pelagio. Habiendo quedado vacante la sede de San Pedro, Gregorio fue elegido Papa para suceder a Pelagio, por lo cual no le quedó más que renunciar a la vida de tranquilidad y soledad que llevaba en el monasterio.
Sumo pontífice. En su condición de soberano temporal de la ciudad de Roma, hizo de ella la capital espiritual del mundo latino y puso las bases del poder territorial del papado. La espiritualidad y el misticismo aprendidos en sus días de monasterio caracterizaron su pontificado, gracias a los cuales la Iglesia de Roma adquirió gran prestigio en todo el mundo occidental.
Dotado de una gran sensibilidad y de un excepcional sentido de ecuanimidad para equilibrar las exigencias místicas de la vida monacal con el respeto y la solidaridad hacia la humanidad doliente, Gregorio mostró su preocupación por la formación de los pastores de almas manifestada en obras, principios que plasmó en su célebre Regla Pastoral, en la que expuso los objetivos y las normas que regirían la vida sacerdotal.
En dicha obra planteó las dificultades que encuentran los pastores de almas al desempeñar su oficio y cumplir las exigencias de la vida sacerdotal. Afirmaba que el obispo ideal es aquel que siempre es médico de las almas y que sabe usar el tono más prudente para tratar a personas de clases sociales dispares, teniendo siempre presente su propia debilidad para no caer en una excesiva confianza en sí mismo.
Su Regla Pastoral (que puede leerse en https://mercaba.org/Libros/Gregorio_Magno/regla_pastoral_0.htm) ejerció gran influencia en la formación sacerdotal y fue considerada por mucho tiempo como el texto básico de las reglas episcopales. En ella afirma que: “El prelado debe ser limpio en sus pensamientos, señalado en su conducta, discreto en su silencio, aprovechado en sus palabras, pronto a compadecerse de cada uno, más elevado que todos en la contemplación, amigo por su humildad de los que obran bien, severo en su celo por la justicia con los vicios de los pecadores, sin que las ocupaciones exteriores amengüen su vigilancia interior, ni los cuidados de la vida interior le lleven a abandonar la dirección de los negocios exteriores” (II Parte, cap. 1).
Labor pastoral. Su trabajo pontificio fue excepcionalmente importante para el equilibrio político-religioso de la Europa medieval. También su obra literaria constituyó hasta el siglo XII una incomparable fuente de meditación y de iluminación espiritual para todo el Occidente. En el año 600 ordenó que se recopilaran los repertorios de cánticos cristianos primitivos de alabanza a Dios (conocidos como antifonarios, salterios o himnarios) que se usaban en las antiguas catacumbas de Roma. Dado su gran celo por la autenticidad y la belleza de la liturgia, se ocupó de organizar el canto litúrgico, que con razón se conoce hasta ahora con el nombre de “canto gregoriano”.
Actualizó la educación del clero e hizo hincapié en la urgencia de predicar y vivir la Buena Nueva. En otra época de hambruna que hubo en toda Europa, el Papa Gregorio organizó la distribución de alimentos a los necesitados y animó a los ricos a servir a los pobres, labor que denominó “el arte de las artes”.
A poco tiempo de asumir la cátedra de San Pedro, Gregorio desarrolló en 593 la doctrina del purgatorio. Hasta el siglo VII se creía que las almas de los difuntos quedaban como suspendidas en un lugar de penumbras en espera del juicio final y definitivo. Solo los mártires quedaban exentos de ese sombrío lugar para acceder más tarde a la visión beatífica. En sus Diálogos, Gregorio planteó otro concepto, afirmando que después de la muerte, el difunto enfrentaría un primer juicio particular, no general, a partir del cual podría pasar temporalmente al purgatorio para expiar sus penas.
Durante su pontificado, que duró 14 años, Gregorio sirvió a los fieles en infinidad de aspectos pastorales. Muchas de las plegarias de la liturgia eucarística de hoy se atribuyen al Papa Gregorio, por ejemplo, los Prefacios de Navidad, Prefacio Pascual y Prefacio de la Ascensión del Señor. También se le atribuye la adición del “Padre Nuestro” a las oraciones de la Misa.
Teniendo un elevado concepto de su cargo y de sus responsabilidades, se ocupó con sumo cuidado de la elección de los obispos y de vigilar su labor administrativa. Consolidó la supremacía del sucesor de Pedro, no solo sobre los representantes de la autoridad eclesiástica, sino también sobre los príncipes y gobernantes temporales, en particular en las naciones incipientes, como Francia, España, Inglaterra y otras. Gracias a él, la Roma papal empezó a reemplazar a la Roma imperial decadente.
Gregorio fue un pastor auténtico, que deseaba lo mejor para sus ovejas, las que vivían unidas por el mismo amor, para lo cual trabajaba incansablemente y sin escatimar sacrificios. Aunque no había sobresalido en literatura, escribió obras de estilo sencillo y cordial que han constituido un invaluable tesoro de ilustración católica.
Espíritu evangelizador. En una oportunidad, Gregorio fijó su atención en un grupo de jóvenes prisioneros que estaban en el mercado público de Roma para ser vendidos como esclavos. Los cautivos eran altos y bien parecidos, de tez clara, lo que le resultó llamativo. Movido por la piedad y la curiosidad preguntó de dónde provenían. “Son anglos”, respondió alguien, es decir “ingleses”. “Non angli sed angeli” (“No son ingleses sino ángeles”), comentó Gregorio. Esto lo motivó a emprender la conquista de Inglaterra con el fin de ganarla para el catolicismo.
Teniendo el deseo de hacer “del pueblo de los anglos un pueblo de ángeles”, en el año 596, envió al Prior Agustín acompañado de 40 religiosos a las lejanas islas británicas de las que solo se conocían leyendas que causaban miedo. La Reina Berta, ya cristiana que más tarde llegó a ser canonizada, consiguió que los misioneros se entrevistaran con el Rey Etelberto, que siendo pagano quedó impresionado por el ideal cristiano y se hizo bautizar al año siguiente con un gran número de súbditos.
Defensor de la fe. Su celo pontificio lo llevaba a defender la autenticidad de la fe, por lo cual no vaciló en confrontar a los indiferentes y a los potentados, como se aprecia en las epístolas que dirigió a destinatarios muy diversos. En sus misivas abordaba los asuntos más diversos y ahora son un testimonio elocuente de su obra y su personalidad. Sobresalen sus cartas contra los herejes y los cismáticos, como los maniqueos de Sicilia o los donatistas de África. También hay otras en las que se refiere a los judíos, a quienes les concedió libertad de culto y tratamiento benévolo (I, 1, 47), porque “sólo con la mansedumbre, la bondad, las sabias y persuasivas admoniciones, se puede obtener la unidad de la fe.”
Su palabra tuvo gran resonancia en toda la cristiandad. Su obra fue curar, socorrer, ayudar, enseñar y cicatrizar las llagas sangrantes de una sociedad en ruinas. No tuvo que luchar tanto contra desviaciones dogmáticas, sino contra el pesar y el desánimo de los pueblos vencidos y la soberbia de los vencedores.
El Papa Gregorio I se destacó tanto por su liderazgo pastoral y su vida de oración como por su santidad personal y su afán por el servicio social. Pero sus años postreros estuvieron marcados por una salud precaria. Finalmente, habiendo enfermado gravemente expiró el 12 de marzo de 604, siendo sepultado en la basílica de San Pedro, donde su epitafio reza: “Consejero de Dios.” Fue proclamado grande y santo aún en vida y fue canonizado por aclamación en el momento de su muerte. Más tarde, el 20 de septiembre de 1295, fue declarado doctor de la Iglesia por el Papa Bonifacio VIII.
Se dice que el Papa Gregorio es el modelo más acabado de los Sumos Pontífices y se le considera patrono del sistema educativo de la Iglesia y del canto coral y abogado de las almas del purgatorio.
Dijo San Juan Pablo II: “Invoco la especial protección de San Gregorio Magno para que, juntamente con el ejército de los santos pastores de la Iglesia de Roma, me ayude a mí mismo, y junto conmigo a todos los que en las demás Iglesias diseminadas por el mundo comparten la responsabilidad del trabajo pastoral, a descubrir las nuevas exigencias y los nuevos problemas, a aprovechar las ocasiones que se presenten para responder a esos problemas, a preparar medios y métodos que encaminen a la Iglesia hacia el tercer milenio cristiano, manteniendo intacto el eterno mensaje de la salvación y ofreciéndolo, como incomparable patrimonio de verdad y de gracia, a las futuras generaciones.” (Carta Apostólica Plurimum significans de junio de 1990).
“Señor Dios, que cuidas a tu pueblo con ternura y lo gobiernas con amor, te pedimos que, por intercesión del Papa San Gregorio Magno, concedas el espíritu de sabiduría a quienes has establecido como maestros y pastores de la Iglesia.”
Luis Quezada fue Director Editorial de La Palabra Entre Nosotros y ocasionalmente sigue colaborando con la revista. Vive en Rockville, Maryland junto con su esposa.
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