Cuando ustedes oren. . .
Levantemos el espíritu de alguien en la Cuaresma
A una esposa le diagnostican cáncer. Un hijo que abandona la iglesia. Un compañero de trabajo queda hospitalizado después de un accidente en la autopista. Una vecina pierde el empleo. Millones de personas que no tienen alimento, atención de la salud ni hogar. Miles de jóvenes que son forzadas a la prostitución. Una nación entera que niega a los no nacidos el derecho a vivir. Toda una población que sufre bajo el régimen autoritario de un tirano implacable.
Hay tanto sufrimiento en el mundo que parece imposible superarlo. Sin embargo, la Sagrada Escritura nos aconseja tener esperanza, porque lo que a nosotros nos parece imposible es posible para Dios (Lucas 18, 27). Esta es precisamente la razón por la cual la oración de intercesión es tan valiosa y por eso mismo examinaremos lo que es esa forma de oración en esta Cuaresma.
El valor de la intercesión. Intercesión no es lo mismo que la adoración a Dios, la iluminación espiritual o la acción de gracias, y tampoco se limita a orar por personas que tienen necesidades o dificultades. La intercesión es una combinación de pedirle a Dios que entre en una situación difícil y creer que él va a resolver el problema.
¿Quieres saber lo muy importante que es para Dios la oración de intercesión? Tal vez baste con dar una mirada a la oración del Padre Nuestro para ver que Jesús nos enseñó que pidiéramos por muchas cosas importantes: que la gente vea la gloria de Dios y lo adore; que acepte el plan de Dios; que Dios nos conceda el pan nuestro de cada día, que nos perdone nuestros pecados y nos proteja del mal. ¡Y, como si fuera poco, San Lucas dice que el Señor completó esta oración diciendo que si pedimos, recibiremos (Lucas 11, 9).
La intercesión es tan valiosa que el propio Jesús oró de esta manera. En la Última Cena, pocas horas antes de morir, hizo oración por sus apóstoles y por todos nosotros: para que Dios nos protegiera, por la gracia de resistir la tentación, por nuestra santificación y por la unidad de todos los creyentes (Juan 17, 9-21).
Es obvio, pues, que la oración de intercesión no es un ejercicio espiritual de segunda clase. Especialmente en una temporada llena de gracia como la Cuaresma, la intercesión puede ser un arma poderosa contra el pecado y el temor entre nuestros seres queridos y en el mundo.
La persistencia. La persistencia es la esencia misma de la intercesión. Quienes persisten en la oración captan la atención de Dios. ¿No es eso lo que el Señor nos enseñó en la parábola del amigo persistente (Lucas 11, 5-13)? Era medianoche cuando un vecino le pide ayuda y el hombre no quiere salir de la cama. Pero, pese a su resistencia, finalmente se levanta y atiende a su vecino. ¿Por qué? Por la persistencia del vecino. De manera similar, Jesús promete que si persistimos en la oración de intercesión, Dios nos dará respuesta.
Hay otros dos relatos en el Evangelio que contienen un mensaje similar. Uno es la parábola de una viuda que le insistió al juez hasta que éste le concedió su demanda. Jesús aclaró que el juez no había decidido en favor de la viuda necesariamente porque ésta tuviera razón, sino porque estaba cansado de escucharle sus quejas (Lucas 18, 1-8).
El otro pasaje se refiere a un encuentro que Jesús tuvo con una mujer cananea (Mateo 15, 21-28) cuya hija necesitaba sanación, pero como ella era pagana, Jesús no parece dispuesto a atenderla. Pero la mujer persiste a pesar de la aparente negativa del Señor, e insiste tanto que finalmente Jesús acepta: “Oh mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas.” (Mateo 15, 28). Estas historias son simples, pero el mensaje es claro: ¡Hay que ser persistente!
Jesús intercede por nosotros. En la Última Cena, Jesús les dijo a los discípulos que lo abandonarían en su hora de tribulación, después de lo cual le dice a Pedro: “Yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y tú, una vez que hayas regresado, fortalece a tus hermanos” (Lucas 22, 32). Cristo sabía que Pedro necesitaría la ayuda de Dios después de haber negado que conocía a Jesús y oró específicamente por esa ayuda.
Jesús no rezó únicamente por Pedro y los apóstoles, pues en la carta a los Hebreos leemos que ”vive perpetuamente para interceder” por cada uno de nosotros (Hebreos 7, 25). Imagínate la escena: Jesús, que está en la gloria y la belleza del cielo está continuamente orando por nosotros y lo hace para siempre. Ahora mismo, él está orando por ti y tus seres queridos.
Así como los católicos aprendimos desde pequeños a pedirle a la Virgen María “ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte,” también creemos que ella tiene una misión especial que cumplir en el cielo: la de interceder por todos. Como buena madre que es, ella puede acercarse a su Hijo en cualquier momento y pedirle ayuda. Ella ve las dificultades, las heridas y las necesidades que tienen sus hijos, y sigue orando por ellos. Y como toda buena madre, ella nos consuela cuando nosotros oramos por nuestros seres queridos y nos asegura que nos está acompañando y orando junto a nosotros.
Estas son verdades muy consoladoras, ¿cierto? Jesús nos prometió que si pedimos, recibiremos; que si somos constantes en la oración, veremos que Dios actúa. Y también nos promete que se unirá a nosotros, junto con su propia madre, para interceder por todas las necesidades e inquietudes que le presentemos. ¡Nunca estamos solos en nuestras oraciones!
La misteriosa voluntad de Dios. A veces decimos: “Yo soy persistente, pero por qué algunas de mis oraciones no tienen respuesta?” Este es uno de los grandes misterios de nuestra fe. Sabemos que Jesús nos ama; sabemos que él no quiere que nadie sufra, pero no siempre vemos respuestas a nuestras oraciones, por muy bien intencionadas que sean y por mucho que persistamos. La mejor respuesta que podemos ofrecer es que Dios siempre contesta nuestras oraciones, pero no siempre sabemos cómo ni cuándo.
Joe Difato, el fundador de esta revista, es un ejemplo de persistencia. Él tiene una hija adulta que ha sido ciega desde que tenía cuatro años. Joe reza regularmente por la curación de su hija, porque como cualquier padre de familia, él quiere que ella vea. Al mismo tiempo, él se encuentra resignado a la posibilidad de que su hija sea ciega siempre. “Creo que Jesús quiere curar a mi hija y rezo para que así sea”, dice Joe, “pero ella sigue siendo ciega. A veces pierdo la esperanza de que mi hija pueda ver alguna vez. A veces, todo lo que puedo hacer es persistir en la oración, a pesar de mis dudas.”
Cuarenta días de oración. Dada nuestra incapacidad de comprender lo que Dios piensa, lo único que podemos hacer para seguir avanzando en nuestra fe es ser persistentes. La única manera de avanzar es creer que Dios responderá a nuestras oraciones según su sabiduría y a su tiempo.
Por eso, al comenzar la Cuaresma, ¿por qué no nos hacemos nuestra propia lista de oración? Piensa en las personas que tú conoces y que sabes que están sufriendo, ya sea física o espiritualmente. Piensa en una o dos cosas que suceden en el mundo que más te llaman la atención, tal vez las tribulaciones de los indocumentados, el azote del aborto, las crisis políticas y económicas de algunos países latinoamericanos, los problemas y escándalos en la Iglesia, la polarización política en los Estados Unidos y otras cosas por el estilo y agrégalas a la lista. Luego, cada día mira la lista y preséntasela al Señor pidiéndole que comiencen a resolverse estas dolorosas situaciones.
Propongámonos todos a “orar sin cesar” (1 Tesalonicenses 5, 17) en esta Cuaresma por tales situaciones. Esperemos que el Señor nos dé una respuesta especial el Domingo de la Pascua de Resurrección para alguna de nuestras intenciones más sentidas.
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