Cuando den limosna
Las claves de la generosidad y la compasión
La oración es un reto cada vez mayor. Hay dos opciones básicas: podemos profundizar en la vida de oración, o bien, si no la practicamos, se atrofia y muere. Esto no es tan sorprendente como pueda parecer, pues a los matrimonios les pasa lo mismo. Los esposos pueden amarse y apreciarse mutuamente cada vez más pero, si no lo hacen conscientemente, el amor empieza a debilitarse y termina por desaparecer. Algo similar sucede con la mente: si no la usamos para aprender cosas nuevas y resolver problemas complicados, pierde dinamismo, capacidad de concentración y termina por atrofiarse. Es triste, pero es la realidad.
Esta dificultad se presenta asimismo cuando se trata de la práctica de dar limosna. Ya sea aumenta en nosotros la preocupación por los necesitados o nos volvemos cada vez más indiferentes a su sufrimiento. Esta es la segunda “ala de la oración” que nos puede ayudar a acercarnos a Jesús en la Cuaresma. Pidámosle al Espíritu Santo que nos conceda un corazón sensible y compasivo frente a quienes viven situaciones de necesidad.
La compasión de Jesús para los pobres. Jesús ha tenido siempre un lugar especial en su corazón para los pobres, los desamparados, los enfermos y los marginados. Las Escrituras nos dicen que estas son las personas que él vino a rescatar (Lucas 4, 18-19) y en muchas ocasiones habló de su preocupación por los pobres. A sus discípulos les mandó: “Da al que te pida” (Mateo 5, 42). También, contó una parábola acerca de unas ovejas y machos cabríos, y terminó con una sorprendente afirmación: “Lo [que] hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí” (25, 31-40). Luego contó otra parábola acerca de un pobre mendigo, llamado Lázaro, y el rico que tuvo que pagar un precio extremadamente alto por hacer caso omiso de él (Lucas 16, 19-31). Además, no olvidemos que los apóstoles Pedro, Pablo y Juan hablan sobre el valor de dar limosna, como también se lee en diversas partes del Antiguo Testamento.
Pero el Señor no se limitó a hablar sobre los pobres, él mismo compartió con ellos, pasando mucho más tiempo con ellos que con los ricos. De hecho, vivió como uno de ellos. Esto no significa que el Señor haya rechazado a los ricos, pues también compartió con varias personas adineradas: el fariseo Simón, Nicodemo, José de Arimatea, Juana, Susana y otros.
Pero más que dar dinero, Jesús quiere que sintamos algo del dolor de los necesitados; que nos preocupemos por quienes no tienen hogar, que ayudemos a dar comida a los que pasan hambre, y no solo porque es una buena idea, sino porque se nos debería afligir el corazón al ver que alguno de los hijos de Dios se vaya a dormir sin probar bocado en muchas horas o días. También quiere que visitemos a los ancianos y a los presos para ofrecerles la compañía que tanto les falta. Todos ellos son hijos de Dios, tal como nosotros y Dios los ama tanto como nos ama a nosotros, por eso merecen nuestra ayuda porque son parte de nuestra familia.
Un asunto del corazón. En efecto, el Señor quiere que sepamos que la limosna no se refiere solo a dar dinero. Es un asunto del corazón.
Un día, Jesús y sus discípulos estaban observando a la gente que ponía dinero en el tesoro del templo. Entre la gente rica que daba mucho dinero, vino una viuda pobre que dio un par de moneditas. Esta donación le agradó a Jesús más que las otras, explicando que: “Esta viuda pobre ha dado más que todos los otros. Pues todos han echado de lo que les sobraba, mientras ella ha dado desde su pobreza; no tenía más, y dio todos sus recursos” (Marcos 12, 43, 44). No fue la cantidad de dinero lo que importaba, sino la generosidad y la devoción de la donación que alabó el Señor.
Hoy día Jesús también ve lo que damos y nuestros motivos y sabe si le damos “al Señor” o si damos solo por obligación. La historia de la viuda pobre nos dice que si es poco lo que tenemos pero aun así damos algo, el Señor se complacerá.
El clamor de los pobres. Cuando se trata de aliviar el sufrimiento de los pobres, una de las más engañosas trampas en las que podemos caer es adoptar un criterio excesivamente espiritual y preocuparnos únicamente de la vida espiritual de las personas. Según este criterio, una persona “pobre” es la que no recibe el alimento de los sacramentos, la oración, o la Palabra de Dios. Es cierto que una persona alejada de Dios o de la Iglesia nos debe preocupar por el futuro de su alma; pero si es eso todo lo que nos preocupa podemos cometer la falta de descuidar a quienes son materialmente pobres; así podemos llegar a ser indiferentes frente a sus carencias materiales y pensar que ese tipo de pobreza no es realmente problema nuestro.
Pero Dios quiere abrir nuestros oídos para que escuchemos el clamor de los pobres, pues quiere que su Iglesia sea la defensora de los pobres, los presos, los marginados y los que sufren hambre, frío y cualquier tipo de injusticia.
Pensemos en lo extremadamente generoso que Jesús ha sido con nosotros, y lo menos que podemos hacer es tratar de ser “buenos samaritanos” con el que sufre y el caído. Si bien tenemos limitaciones de dinero, siempre podemos dar algo de lo que tenemos: tiempo, atención, consejo, consuelo. Podemos ayudarles a superar una crisis financiera o una crisis de salud para que puedan sentirse mejor. El ejemplo de la Madre Teresa impactó al mundo porque ella se desvió de su camino para atender a los pobres. Si estuviera aquí hoy, ella diría: “La gente a quienes yo atendí, ellos me ayudaron mucho más de lo que yo les ayudé a ellos.”
Todos podemos escuchar el clamor de los pobres en esta Cuaresma. Propongámonos, pues, hacer todo lo que podamos para aliviar el sufrimiento de los necesitados, privándonos de un poco de comida, el dinero o el tiempo que tenemos para ayudarles a tener un poquito más de consolación y paz. Si lo deseamos, todos podemos ser buenos samaritanos para mucha gente.
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